La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (38 page)

BOOK: La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento
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Más que cualquier otro, Goethe estaba en condiciones de describir el carnaval de Roma. Durante toda su vida había manifestado interés y amor por las formas de las fiestas populares y por el estilo particular de
simbolismo realista inherente
a esas formas. Es interesante advertir que una de las impresiones que con más fuerza le marcarían durante su adolescencia fue la elección y coronación del emperador del «Sacro Imperio romano germánico», a las que asistió en Frankfort. Habría de describir estas festividades mucho más tarde, pero el hecho mismo de que escribiera ese texto, además de otra serie de consideraciones, nos da la convicción de que esta ceremonia fue una de las impresiones que, en cierta medida, habrían de determinar las formas de la visión del poeta hasta el fin de su vida. Era una especie de juego medio-real, medio-simbólico, con los símbolos del poder, de la elección, de la coronación y de la ceremonia; las fuerzas históricas reales jugaban la comedia simbólica de sus relaciones jerárquicas, y en este espectáculo real sin escenario, era imposible trazar una frontera neta entre la realidad y el símbolo. Se trataba por cierto no de un destronamiento sino de una coronación pública. Así pues, el parentesco genético, formal y artístico de la elección, de la coronación, del triunfo, del destronamiento y de la ridiculización es absolutamente cierto. Inicialmente, todas las ceremonias y las imágenes que las constituían eran ambivalentes (es decir que la coronación de lo nuevo era acompañada siempre por el destronamiento de lo antiguo, y el triunfo, por la ridiculización).

Es conocido el amor que sentía Goethe por los rasgos más elementales de las fiestas populares: enmascaramientos y mistificaciones de toda suerte a los que él se entregó desde su adolescencia y que nos ha relatado en
Poesía y verdad.

Sabemos igualmente que, en su edad madura, le gustaba viajar de incógnito por el ducado de Weimar; esta ocupación, que le divertía bastante, no era por cierto una simple y banal diversión; en realidad, conocía el sentido profundo y esencial de todos estos enmascaramientos, cambios de vestimenta y de situación social.

Goethe fue también un apasionado del cómico carnavalesco Hans Sachs.
222
Y durante el período de Weimar, en que él era el organizador habitual de los divertimentos y mascaradas de la corte, Goethe dedicaba su tiempo libre al estudio de la tradición de las formas y mascaradas carnavalescas más recientes y adecuadas a la corte.

Tales han sido los principales elementos (de los que sólo hemos citado una pequeña parte) que prepararon a Goethe para comprender de manera tan justa y profunda el carnaval de Roma.

Sigamos la descripción que hizo el poeta en su
Viaje a Italia,
señalando aquello que responda a nuestro propósito. Goethe subraya antes que nada el carácter popular de esta fiesta, la iniciativa que en ella toma el pueblo:

«El carnaval de Roma no es propiamente una fiesta que se le da al pueblo, sino que el pueblo se da a sí mismo.»
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El pueblo no tiene, naturalmente, la sensación de que obtiene algo que debe aceptar con veneración y reconocimiento. No se le da estrictamente nada, se le deja en paz. Esta fiesta no tiene un
objetivo
con relación al cual habría que manifestar
la sorpresa, la veneración,
o
un respeto piadoso,
es decir precisamente todo lo que es ofrecido en cada fiesta oficial:

«Nada de brillantes procesiones ante las cuales el pueblo deba rezar y asombrarse: aquí uno se limita a dar una señal, que anuncia que cada cual puede mostrarse tan loco y extravagante como quiera, y que, con excepción de golpes y de puñaladas, casi todo está permitido.»
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Es muy importante para el ambiente del carnaval que no haya comenzado de un modo piadoso o serio, por una orden o una autorización, sino por una simple señal que marca el inicio del alborozo y las extravagancias.

Goethe señala en seguida la supresión de todas las barreras jerárquicas, de todos los grados y situaciones, y la familiaridad absoluta del regocijo del carnaval:

«La diferencia entre los grandes y pequeños parece suspenderse durante un momento; todo el mundo se relaciona; cada uno toma a la ligera lo que le sucede: la libertad y la independencia mutuas son mantenidas en equilibrio por un buen humor universal.»
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«Durante estos días, el romano se gloria de que en nuestra edad moderna el nacimiento de Cristo haya podido diferir las saturnales en algunas semanas, aunque no haya podido abolirlas.»

La señal del comienzo resonaba:

«En ese momento, el grave romano que se guarda cuidadosamente de cualquier paso en falso durante el año, depone repentinamente sus escrúpulos y su gravedad.»

Subrayemos esta
liberación total de la seriedad de la vida.

La obscenidad tiene también su derecho de ciudadanía en la atmósfera de libertad y familiaridad. La máscara de Polichinela permite a menudo gestos obscenos delante de las mujeres:

«He aquí a un polichinela que se permite representar desvergonzadamente en la Roma santa lo que la Roma pagana tenía de impúdico, y su travesura provoca más alegría que reproche.»

Goethe introduce en la atmósfera del carnaval el tema del destronamiento histórico. En los empujones y la presión de los días del carnaval:

«...El duque de Alba recorría cada día el mismo camino, entre la incomodidad del gentío, y en ese tiempo de mascarada universal, él recordaba la antigua soberanía de los reyes, la farsa carnavalesca de sus pretensiones reales.»

En seguida, Goethe describe las
batallas
de confeti que, de vez en cuando, se vuelven serias. Describe también las
disputas del carnaval,
torneos verbales entre las máscaras, por ejemplo entre el Capitán y Polichinela. En fin describe la
elección por los Polichinelas de un rey de la risa:
se le confía un
cetro para reír
y se le pasea en el corso dentro de una carreta decorada, con gran acompañamiento de música y de gritos.

Finalmente, recuerda también una escena extremadamente significativa que se desarrollaba en una calle lateral. Un grupo de hombres disfrazados hace su aparición: unos disfrazados de campesinos, otros de mujeres. Una de las mujeres presenta signos evidentes de embarazo. De pronto una disputa estalla entre los hombres;
aparecen los cuchillos
(de cartón plateado). Las mujeres separan a los combatientes; espantada, la mujer encinta sufre en plena calle los primeros dolores del
alumbramiento:
comienza a gemir y a contorsionarse, las otras mujeres la rodean, le dan un asiento y, en seguida, ella
trae al mundo
públicamente una criatura deforme. Con eso, la representación termina.

Después de todo lo que hemos dicho, esta puesta en escena de la
riña
y del
alumbramiento
no tiene necesidad de explicaciones: la matanza de ganado, el cuerpo despedazado y el parto constituyen en su indisoluble unidad el primer episodio de
Gargantúa.
La asociación del asesinato y del alumbramiento es extremadamente característica de la concepción grotesca del cuerpo y de la vida corporal. Toda esta comedia jugada en una calle lateral no es más que un pequeño drama grotesco del cuerpo.

Como coronación del carnaval se presenta
la fiesta del fuego
«Moccoli» (es decir los tizones). Este es un magnífico desfile de antorchas en el corso y en las calles contiguas. Cada uno debe llevar un cirio encendido:
Sia ammazzato chi non perta moccolo!
es decir: «muerte al que no lleve fuego». Después de este grito sanguinario, cada uno se esfuerza por soplar el cirio de su vecino.
El fuego es asociado con la amenaza de muerte.
Pero, mientras más se vocean, estas amenazas y este grito de
Sia ammazzato!
pierden más su sentido directo y unilateral de asesinato:
el sentido profundamente ambivalente del deseo de muerte
aparece; describiendo la manera en que esta expresión cambia de sentido, Goethe amplía este fenómeno de manera notablemente justa:

«Esta significación termina por perderse enteramente y, al igual que en otras lenguas se emplean a menudo imprecaciones y palabras indecentes para expresar la admiración o la alegría,
Sia ammazzato
se convierte esa tarde en la palabra que reúne, el grito de la alegría, el estribillo de todas las bromas, burlas y lisonjas.»

Goethe ha observado y descrito muy agudamente la ambivalencia de las expresiones injuriosas. En cambio, nosotros nos sentimos escépticos ante su afirmación de que esta «significación termina por perderse enteramente». En todas las asociaciones citadas, en las cuales el
deseo de muerte sirve para expresar la alegría, alguna burla jocosa, la lisonja y los cumplidos
(alabanzas), la significación inicial no desaparece en modo alguno: crea, por el contrario, el carácter y el encanto específico de las orientaciones y expresiones del carnaval, imposibles en otra época.
Se trata precisamente de la conjugación ambivalente de la injuria y la alabanza, del deseo de muerte y del deseo de bienestar y de vida en el ambiente de la fiesta del fuego,
es decir de
la combustión y de la resurrección.

No obstante, el contraste formal de sentido y de tono que marca esta expresión, así como el juego subjetivo de las oposiciones, disimulan la ambivalencia
objetiva
de la existencia práctica, la coincidencia objetiva de las oposiciones que, sin ser del todo consciente, es a pesar de todo, experimentada en cierta medida por los asistentes.

La asociación de
Sia ammazzato
con una entonación alegre, un saludo afectuoso y amical, un cumplido elogioso, es
el equivalente absoluto de la asociación de la riña a cuchillo y del asesinato con el alumbramiento
en la escena de la calle lateral. Se trata, de hecho, del mismo
drama de la muerte encinta y dando a luz
que se ha desarrollado en la fiesta de los
moccoli.
Los
moccoli hacen
revivir la antigua ambivalencia de los deseos de muerte que tenían igualmente el sentido de deseos de renovación y renacimiento:
muere-renace.
Esta ambivalencia antigua no es, en este caso, una supervivencia muerta sino que, por el contrario, está bastante viva y suscita un eco subjetivo entre todos los que participan en el carnaval porque es objetiva, incluso si la muchedumbre no tiene una conciencia clara de ello.

La ambivalencia de la existencia práctica (en tanto que devenir) se reanima durante el carnaval en la decoración de las viejas imágenes tradicionales (cuchillos, asesinato, preñez, alumbramiento, fuego). Goethe lo ha llevado a un grado superior de conciencia lírica y filosófica en su inmortal poesía
Sagt es niemand...

Und so lang du das nicht hast

Dieses stirb und werde,

Bist du nur ein trûber Gast

Auf der dunklen Erde
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Es el
Sia ammazzato
del carnaval lo que se alza en el ambiente del fuego y se asocia a la alegría, a la salvación y a las alabanzas. En este período, el deseo de muerte
(stirb)
se elevaba al mismo tiempo que
werde
(transformase). La multitud del carnaval no es de ningún modo un «huésped melancólico». En primer lugar, no es un huésped; Goethe ha señalado justamente que el carnaval es la única fiesta que
el pueblo se da a sí mismo,
el pueblo no recibe nada, no siente veneración por nadie,
él se siente el amo, y únicamente el amo
(no hay invitados ni espectadores, todos son amos); en segundo lugar, la multitud es todo menos melancólica: desde que dan la señal de la fiesta, todos, inclusive los más serios, abandonan su gravedad (como señala Goethe).

En fin, difícilmente puede hablarse de tinieblas en relación a las
moceoli,
es decir la fiesta del fuego, donde todo el Corso es inundado por la luz de las antorchas y los cirios. De esta suerte, el paralelismo es integral:
aquél que participa en el carnaval, el pueblo, es el amo absoluto y alegre de la tierra inundada de claridad, porque sólo conoce a la muerte en espera de un nuevo nacimiento, porque conoce la alegre imagen del devenir y del tiempo, porque posee enteramente el «stirb und werde».
No se trata aquí de los grados de conciencia subjetiva en el espíritu de la multitud, sino de su
comunión objetiva en la sensación popular de su eternidad colectiva, de su inmortalidad terrestre e histórica y de su renovación y crecimiento incesantes.

Los dos primeros versos de
Nostalgia dichosa:

Sagt es niemand, nur den Weisen

Denn die Menge gleich verhöhnet...
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no son del poeta que asistió al carnaval de Roma, sino del gran maestre de una logia masónica que quiere transformar en sabiduría esotérica lo que, en su época, no era accesible de manera total y concreta sino a las grandes masas populares. En realidad,
die Menge
(la multitud), en su lenguaje, su poema, sus imágenes, incluidas las del carnaval y el martes de Carnaval, ha comunicado su verdad a Goethe-el-sabio que fue lo bastante sabio para no ridiculizarla.

En las
Conversaciones con Goethe,
de Eckermann, el 17 de enero de 1827, el poeta cita y comenta sus propios versos sobre los fuegos de San Juan:

¡Que nunca acaben los fuegos de San Juan
y que jamás la alegría se pierda!
Siempre se esgrimirán las viejas escobas
y siempre nacerán nuevos hijos.

«No tengo sino que mirar por mis ventanas para ver constantemente en los niños que corren con sus
escobas el símbolo del mundo que eternamente se gasta y siempre rejuvenece.»
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Goethe comprendió perfectamente el lenguaje de las imágenes de la fiesta popular. Y su sentido del estilo no fue turbado en modo alguno por
la asociación puramente carnavalesca
de la escoba barriendo la calle y los niños, símbolo universal del mundo que muere y renace eternamente.

Volvamos a la descripción del carnaval de Roma, y en particular a la
imprecación
ambivalente y
afirmativa «sia ammazzato»,

Toda jerarquía es abolida en el mundo del carnaval. Todas las clases sociales, todas las edades son iguales. Un niño apaga el cirio de su padre y le grita:
«Sia ammazzato il signore Padre»
(«Muerte para mi señor padre»). Este magnífico grito del muchacho que amenaza alegremente de muerte a su padre y le apaga el cirio, no tiene necesidad de ser comentado luego de lo que hemos dicho.

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