—Los he... vendido —balbuceó Tellico Lunngrevink Letorte, y sus lacias orejas se le recogieron de pronto en bolitas que recordaban coliflores en miniatura.
—¡Los vendió! ¿Le habéis oído? —El mediano echó espumarajos por la boca—. ¡Ha vendido mis caballos!
—Claro —dijo Jaskier—. Ha tenido tiempo. Está aquí desde hace tres días. Desde hace tres días te veo... es decir, a él... Joder, Dainty, ¿significa esto que...?
—¡Por supuesto que significa esto! —gritó el mercader, pataleando con sus peludos pies—. ¡Me asaltó en el camino, a una jornada de distancia de la ciudad! Vino aquí disfrazado de mí, ¿entendéis? ¡Y vendió mis caballos! ¡Yo lo mato! ¡Lo ahogo con mis propias manos!
—Contadnos cómo sucedió, señor Biberveldt.
—¿Geralt de Rivia, si no me equivoco? ¿El brujo?
Geralt lo confirmó con un gesto de su cabeza.
—Viene que ni pintado —dijo el mediano—. Soy Dainty Biberveldt, natural de Centinodia del Prado, granjero, ganadero y mercader. Llámame Dainty, Geralt.
—Cuéntanos, Dainty.
—Sucedió así. Yo y mis gañanes llevábamos unos caballos a vender, a la feria de Puente del Diablo. A una jornada de la ciudad llegamos a la última venta. Hicimos noche, no sin antes darle finiquito a un barrilillo de aguardiente. En mitad de la noche me despierto, siento que la vejiga casi me estalla, así que bajo del carromato y aprovecho, pienso, para echar un vistazo a ver cómo están los caballos. Salgo, una niebla del copón, miro de pronto, alguien viene. Quién va, pregunto. Y él, nada. Me acerco y veo... a mí mismo. Como en un espejo. Pienso: no tendría que haber bebido aguardiente, maldito bebedizo. Y este de aquí... porque era él, ¡me metió una hostia en la cabeza! Vi las estrellas y caí redondo al suelo. Me despierto temprano en no sé qué maldita fronda, con un chichón como un pepino en la frente, alrededor ni un alma, de nuestro campamento ni huella tampoco. Todo el día dando vueltas anduve hasta que por fin hallé el sendero, dos días vagué de acá para allá comiendo raíces y setas crudas. Y él... este bellaco de Dudulico, o como coño se llame, se vino en ese tiempo hasta Novigrado como si fuera yo y se deshizo de mis caballos. Ahora mismo le... ¡Y a esos mis gañanes los azotaré, cien palos voy a dar a cada uno en el culo al aire, lacayos cegatos! ¡Mira que no conocer al propio amo, mira que dejarse engañar así! ¡Idiotas, caras de col, borrachuzos...!
—No lo tomes a mal, Dainty —dijo Geralt—. No pudieron hacer nada. El mímico copia tan perfectamente que no es posible diferenciarlo del original, es decir, de la víctima a la que ha mirado. ¿Nunca has oído hablar de los mímicos?
—Como oír hablar, sí que he oído. Pero pensaba que eran cuentos.
—No son cuentos. A un doppler le basta acercarse a su víctima para adaptarse rápidamente y sin fallos a la necesaria estructura material. Os llamo la atención sobre que no se trata de una ilusión sino de una completa y perfecta transformación. En los detalles más nimios. En qué forma hacen esto los mímicos, no se sabe. Los hechiceros suponen que actúa aquí el mismo componente de la sangre que en la licantropía, pero yo pienso que se trata de algo completamente distinto o mil veces más fuerte. Al fin y al cabo el lobisome tiene sólo dos formas, como mucho tres, mientras que el doppler puede transformarse en todo lo que quiera, con la condición de que se corresponda más o menos la masa corporal.
—¿La masa corporal?
—Claro, en un mastodonte no se puede cambiar. Ni en un ratón.
—Entiendo. Y la cadena con la que lo has atado, ¿para qué sirve?
—Plata. Para un licántropo es mortal; para un mímico, como ves, simplemente le impide transformarse. Por eso está aquí en su propia forma.
El doppler recogió las orejas a punto de despegarse y le echó al brujo una rápida mirada de enojo con sus ojos confusos, los cuales habían perdido ya el color almendrado del iris del mediano y se habían vuelto amarillos.
—Y bien está que esté aquí quieto, desvergonzado hideputa —farfulló Dainty—. ¡Cuando pienso que se quedó aquí, incluso en La Punta, donde yo mismo acostumbro albergarme! ¡Al tío se le metió en el coco que era yo!
Jaskier agitó la cabeza.
—Dainty —dijo—. Él era tú. Hace tres días que me lo encuentro aquí. Él se veía como tú y hablaba como tú. Pensaba como tú. Y cuando llegaba el momento de soltar la gallina, era tan agarrado como tú. E incluso más.
—Esto último no me molesta —dijo el mediano—, porque puede que recupere una parte de mis dineros. Me da asco tocarlo. Quítale la bolsa, Jaskier, y mira qué hay dentro. Debiera haber mucho, si es verdad que este cuatrero ha vendido mis caballejos.
—¿Cuántos caballos tenías, Dainty?
—Doce.
—Si lo estimamos según los precios internacionales —dijo el trovador, mirando en la escarcela—, lo que hay aquí basta para uno, si lo encuentras viejo e impedido. Si lo estimamos, sin embargo, según los precios novigradienses, da para dos cabras, como mucho tres.
El mercader no dijo nada, pero tenía el aspecto de estar a punto de ponerse a llorar. Tellico Lunngrevink Letorte dejó fluir la nariz hacia abajo, y el labio inferior aún más abajo, después de lo cual, muy bajito, gorgoteó.
—En una palabra —suspiró por fin el mediano—, me ha despojado y arruinado un ser cuya existencia yo suponía hasta ahora un cuento de niños. A esto se le llama tener mala suerte.
—Ni una coma puedo añadir —dijo el brujo, dirigiendo la vista al doppler que se retorcía sobre la silla—. Yo también estaba convencido de que se había acabado con los mímicos hace mucho tiempo. Antes, por lo que he oído, muchos de ellos vivían en los bosques de los alrededores y en la meseta. Pero su habilidad para la mímica incomodaba sobremanera a los primeros colonos y se comenzó a perseguirlos. Bastante eficazmente. Se exterminó a casi todos con mucha rapidez.
—Y una suerte fue esto —dijo el posadero—. Lagarto, lagarto, por el Fuego Sagrado, juro que prefiero un dragón o un diablo, los cuales siempre dragón y diablo son, y así sabe uno a qué atenerse. ¡Pero la lobisomería, tales cambios y transformaciones, son proceder repugnante, demoníaco, engaño y acción traidora, pensada por estos horrendos para a las gentes dañar y perderlas! ¡Os digo, llamemos a la guardia y al fuego con esta asquerosidad!
—¿Geralt? —preguntó con curiosidad Jaskier—. Quisiera escuchar la opinión de un especialista. ¿De verdad son tan peligrosos y agresivos estos mímicos?
—Su capacidad para la copia —dijo el brujo— es una propiedad que sirve más para la defensa que para la agresión. No he oído hablar...
—Voto a mí —le cortó, furioso, Dainty, golpeando con el puño en la mesa—. Si atizarle a uno en la crisma y robarle no es agresión, entonces no sé qué cosa lo será. Dejad de haceros el listo. El asunto es muy sencillo: he sido asaltado y robado, no sólo de los bienes alcanzados a fuerza de pesado trabajo, sino y hasta de la propia forma. Exijo una satisfacción, no descansaré...
—¡A la guardia, a la guardia hemos de llamar! —dijo el posadero—. ¡Y a los sacerdotes hemos de llamar! ¡Y quemar a este monstrum, a este inhumano!
—Basta ya, jefe. —El mediano alzó la cabeza—. Os estáis poniendo pesado con esa guardia vuestra. Os llamo la atención sobre el hecho de que a vos el tal inhumano nada os hizo, sino a mí. Y, dicho sea entre paréntesis, yo tampoco soy humano.
—Pero qué decís vos, señor Biberveldt —se rió nerviosamente el tabernero—. Dónde va a parar, la diferencia entrambos. Vos sois casi un hombre, y él es por contra un monstrum. Me extraño, señor brujo, de que estéis sentado con tanta calma. ¿Para qué, con perdón, estáis vos? ¿Lo vuestro es matar monstruos o no?
—Monstruos —dijo Geralt con frialdad—. Pero no a miembros de razas dotadas de razón.
—Vamos, hombre —dijo el posadero—. Ahora sos habéis pasado un poquino.
—¡Y tanto! —terció Jaskier—. Demasiado lejos has ido, con eso de la raza dotada de razón, Geralt. Míralo si no.
Tellico Lunngrevink Letorte, de hecho, no recordaba en aquel momento a miembro alguno de razas dotadas de razón. Recordaba más bien a un muñeco modelado de barro y harina, mirando al brujo con una expresión de súplica desde unos turbios ojos amarillos. Tampoco los sonidos de succión que producía una nariz que llegaba a rozar la tabla de la mesa parecían proceder del miembro de una raza dotada de razón.
—¡Basta ya de tanta jodienda! —gruñó de pronto Dainty Biberveldt—. ¡No hay discusión que valga! ¡Lo único que cuenta son mis caballos y mis pérdidas! ¿Lo oyes, cara de robellón? ¿A quién le has vendido mis caballos? ¿Qué has hecho con los dineros? ¡Habla ya mismo porque te pateo, te rajo y te saco la piel!
Dechka abrió un poco la puerta e introdujo en la estancia su cabeza de color de lino.
—Clientes hay en la taberna, padre —susurró—. Los albañiles de la obra y algotros. Les estoy sirviendo, pero ustedes no gritéis tan fuerte, porque se empiezan a interesar por el camaranchón.
—¡Por el Fuego Eterno! —se asustó el posadero con la mirada puesta en el desfigurado doppler—. Si alguien echa aquí un ojo y lo cata... Ay, la vamos a tener. Si no hemos de llamar a la guardia, entonces... ¡Señor brujo! Si es un verdadero vexling, decidle que se cambie en algo más honrado, para que no lo conozcan. De momento.
—Cierto —dijo Dainty—. Que se transforme en algo, Geralt.
—¿En qué? —gorgoteó de pronto el doppler—. Puedo tomar toda forma que contemple con atención. ¿En cuál de vosotros, entonces, he de cambiarme?
—En mí no —dijo con presteza el tabernero.
—Ni en mí —se estremeció Jaskier—. Al fin y al cabo eso no sería camuflaje alguno. Todos me conocen, así que la vista de dos Jaskiers en la misma mesa produciría mayor sensación que éste aquí con su propio aspecto.
—Conmigo sucedería parecido —sonrió Geralt—. Sólo quedas tú, Dainty. Y viene que ni pintado. No te enfades, pero tú mismo sabes que los humanos difícilmente distinguen a un mediano de otro.
El mercader no lo pensó mucho rato.
—Vale —dijo—. Así sea. Quítale la cadena, brujo. Venga, transfórmate en mí, raza dotada de razón.
Después de que le quitaran la cadena, alzó el doppler su pata que parecía pasta de levadura, se masajeó la nariz y dirigió los ojos al mediano. La piel colgante del rostro se estiró y tomó color. La nariz se redujo y se contrajo con un sordo chasquido, sobre el calvo cráneo crecieron unos cabellos rizados. Dainty desencajó los ojos, el posadero abrió los morros en mudo asombro, Jaskier suspiraba y gemía.
Lo último que cambió fue el color de los ojos.
Dainty Biberveldt Segundo carraspeó, se acercó a la mesa, agarró la jarra de Dainty Biberveldt Primero y con avidez aplastó contra ella sus labios.
—No puede ser, no puede ser —dijo Jaskier en voz baja—. Miradlo, una copia fiel. Imposible de diferenciar. Todito, todo. Esta vez hasta los picotazos de los mosquitos y las manchas en las calzas... ¡Justo, en las calzas! ¡Geralt, esto no lo consiguen ni siquiera los hechiceros! Toca, ¡es auténtica lana, no es una ilusión! ¡Increíble! ¿Cómo lo hace?
—Eso no lo sabe nadie —murmuró el brujo—. Él tampoco. He dicho que tiene completa capacidad para cambiar voluntariamente la estructura de la materia, pero se trata de una voluntad orgánica, instintiva...
—Pero las calzas... ¿De qué ha hecho las calzas? ¿Y el chaleco?
—De su propia piel adaptada. No pienso que a él le gustase quitarse esas calzas. En cualquier caso perderían inmediatamente sus características de lana...
—Una pena. —Dainty mostró la rapidez de su pensamiento—. Porque ya andaba pensando en mandarle transformar un balde de materia en un balde de oro.
El doppler, en aquel momento una copia fiel del mediano, se repantigó con comodidad y sonrió ampliamente, por lo visto contento de ser el centro de interés. Estaba sentado en idéntica posición que Dainty y de la misma forma removía los peludos pies.
—Mucho sabes de los dopplers, Geralt —dijo, tras lo cual tomó un sorbo de la jarra, masticó ruidosamente y eructó—. Cierto, mucho.
—Dioses, la voz y las maneras también son de Biberveldt —dijo Jaskier—. ¿Nadie tiene una tintilla roja? Hay que marcarlo, voto al diablo, o la tendremos buena.
—Pero qué dices, Jaskier —se enojó Dainty Biberveldt Primero—. ¿No me irás a confundir con él? Al primer...
—... vistazo se ve la diferencia —terminó Dainty Biberveldt Segundo y volvió a eructar con un sonidillo—. De verdad, para confundirse hay que ser más tonto que el culo de una yegua.
—¿Qué he dicho? —susurró Jaskier con asombro—. Piensa y habla como Biberveldt. Imposible de diferenciar...
—Exageras. —El mediano despegó los labios—. Exageras mucho.
—No —repuso Geralt—. No es una exageración. Lo creas o no, él es en estos momentos tú, Dainty. De un modo que desconocemos, el doppler copia con precisión también la psique de la víctima.
—¿Epsi qué?
—Bueno, las características del intelecto, el carácter, los sentimientos, los pensamientos. El alma. Lo que confirmaría lo que niegan la mayor parte de los hechiceros y todos los sacerdotes. Que el alma es también materia.
—Herejía... —resopló el posadero.
—Y gilipollez —dijo con dureza Dainty Biberveldt—. No nos cuentes cuentos, brujo. Las características del intelecto, ya te vale. Copiar la nariz y las calzas es una cosa, pero la razón no es lo mismo que cagarse en un palo. Ahora mismo te lo demuestro. Si este piojoso doppler hubiera copiado mi razón de mercader, no hubiera vendido los caballos en Novigrado, donde no hay demanda, sino que hubiera ido a Puente del Diablo, a la feria de caballos, donde los precios son de subasta, el que da más. Allí no se pierde...
—Claro que se pierde. —El doppler parodió el gesto enfadado del mediano y resopló de forma peculiar—. En primer lugar, los precios en las subastas de Puente del Diablo están por los suelos porque los mercaderes se ponen de acuerdo para licitar. Y además hay que pagar comisión a los subastadores.
—No me des lecciones de tratante, tontaina —se enojó Biberveldt—. Yo en Puente del Diablo hubiera sacado noventa y hasta cien por cabeza. Y tú, ¿cuánto conseguiste de los picaros novigradienses?
—Ciento treinta —dijo el doppler.
—Mientes, guiñapo.
—No miento. Arreé los caballos directamente hasta el puerto, don Dainty, y allí hablé con un mercader de pieles de ultramar. Los peleteros no usan caravanas de bueyes porque los bueyes son demasiado lentos. Las pieles son ligeras pero caras, hay pues que viajar rápido. En Novigrado no hay demanda de caballos, así que tampoco hay caballos. Yo era el único que los tenía, así que dicté los precios. Es sencillo...