—No va.
—Entiendo.
—Entiendes una mierda. Venga, ¿dónde está esa taberna?
—Al doblar la esquina. Oh, ya estamos. ¿Ves el letrero?
—Lo veo.
—¡Saludo y me inclino ante vos! —Jaskier sonrió a la mozuela que barría la escalera—. ¿Nadie le ha dicho a vuesa merced que es preciosa?
La mozuela enrojeció y apretó fuertemente la escoba con las manos. Geralt pensó por un momento que le iba a atizar con ella al trovador. Se equivocaba. La muchacha sonrió con simpatía y pestañeó. Jaskier, como de costumbre, no le prestó la más mínima atención.
—¡Saludos! ¡A los buenos días! —estalló, entrando a la taberna y pasó con fuerza el pulgar por las cuerdas del laúd—. ¡El Maestro Jaskier, el más famoso poeta de este país, visita tu poco limpio local, tabernero! ¡Le han entrado ganas de beber cerveza! ¿Valoras el honor que se te hace, sacadineros?
—Lo valoro —dijo tétrico el posadero, saliendo desde detrás de la barra—. Contento estoy de veros, señor cantaor. Veo que en verdad no es humo vuestra palabra. Prometisteis que muy de mañana pasaríais a satisfacer la cuenta de ayer. Y yo juzgué, un simple pensamiento, que mentíais como de costumbre. Vergüenza me doy y mientras viva.
—Sin motivo alguno te avergüenzas, buen hombre —dijo despreocupado el trovador—. Pues ciertamente no tengo dinero. Luego hablaremos de ello.
—No —dijo con frialdad el posadero—. Vamos a hablar de ello ahora. El crédito se ha acabado, honorable señor poeta. Nadie me la da dos veces seguidas.
Jaskier colgó el laúd de un gancho en la pared, se sentó a una mesa, se quitó el sombrerito y observó pensativo la plumilla de garza cosida a él.
—¿Tienes dinero, Geralt? —preguntó con esperanza en la voz.
—No tengo. Todo lo que tenía se me ha ido en el gabán.
—No está bien, no está bien —suspiró Jaskier—. Joder, ni un alma, nadie que pudiera prestar algo. Jefe, ¿qué pasa hoy que está esto tan vacío?
—Demasiado pronto para los clientes habituales. Y los aprendices de albañil, esos que están arreglando el santuario, ya han tenido tiempo de venir y volverse luego al tajo, llevándose a rastras a su maestro.
—¿Y nadie, de verdad nadie?
—Nadie excepto el honorable mercader Biberveldt, que está desayunando en el camaranchón.
—¿Está Dainty? —se alegró Jaskier—. Haber empezado por ahí. Ven al camaranchón, Geralt. ¿Conoces a Dainty Biberveldt, el mediano?
—No.
—No importa. Lo vas a conocer. ¡Jojó! —gritó el trovador, dirigiéndose hacia la parte trasera de la casa—. Percibo desde Occidente el aroma y el efluvio de una sopa de cebolla, gloriosa para mis narices. ¡Cu-cú! ¡Somos nosotros! ¡Sorpresa!
A la mesa central de la estancia, bajo un pilar adornado con guirlandas de ajos y ramilletes de hierbas, estaba sentado un mediano mofletudo y de cabello rizado con un chaleco de color pistacho. En la mano derecha tenía una cuchara de madera, en la izquierda sujetaba una escudilla de barro. A la vista de Jaskier y Geralt el mediano se quedó petrificado, abrió la boca y sus grandes ojos avellanados se hicieron más grandes del miedo.
—Hola, Dainty —dijo Jaskier, agitando alegre el sombrerillo. El mediano no cambió de posición ni cerró la boca. La mano, como observó Geralt, le temblaba ligeramente y la larga tirilla de cebolla cocida que le colgaba de la cuchara se balanceaba como un péndulo.
—Bbbi... bbbienvenido, Jaskier —tartamudeó y tragó saliva sonoramente.
—¿Tienes hipo? ¿Quieres que te pegue un susto? ¡Atento: en el portazgo han visto a tu mujer! ¡En nada estará aquí! ¡Gardenia Biberveldt en carne y hueso! ¡Ja, ja, ja!
—Mira que eres tonto, Jaskier —le reprochó el mediano.
Jaskier lanzó de nuevo una argentina risa que acompañó con dos complicados acordes de las cuerdas del laúd.
—Bueno, porque tienes un gesto, hermano, bastante estúpido, y nos miras con ojos desencajados como si tuviéramos cuernos y rabo. ¿Y puede que te haya dado miedo el brujo?
¿Qué? ¿Puede que pienses que se ha abierto la veda de la caza de medianos? Puede...
—Basta ya —no aguantó Geralt, acercándose a la mesa—. Perdona, amigo. Jaskier ha sufrido hoy una terrible tragedia personal; todavía no se le ha pasado. Intenta enmascarar a base de bromas su tristeza, abatimiento y vergüenza.
—No me lo digáis. —El mediano sorbió por fin el contenido de la cuchara—. Yo mismo lo adivinaré. Vespula te ha echado por fin con el rabo entre las piernas. ¿Eh, Jaskier?
—No me dejaré meter en conversación sobre temas tan delicados con personas que tragan y trasiegan mientras los amigos están de pie —dijo el trovador, después de lo cual, sin esperar, se sentó. El mediano tomó una cucharada de sopa y relamió el hilillo de queso que colgaba de ella.
—Quien verdad dice, la dice —afirmó pensativo—. Os invito, pues. Sentaos, que de perdidos al río. ¿Queréis un caldo de cebolla?
—Normalmente no almuerzo a tan tempranas horas. —Jaskier respingó la nariz—. Pero qué le vamos a hacer, comeré. Sólo que no con la tripa vacía. ¡Eh, jefe! ¡Cerveza, si hacéis la merced! ¡Y presto!
Una moza con una imponente y gruesa trenza, que le alcanzaba hasta las nalgas, trajo un pote y una escudilla con sopa. Geralt, al mirar su redondeada boca rodeada de pelusilla, pensó que tendría bonitos labios si se acordara de cerrarlos.
—¡Dríada del bosque! —gritó Jaskier aferrando el brazo de la muchacha y besándola en la palma de la mano—. ¡Sílfide! ¡Hechicera! ¡Deidad de ojos como azules lagos! ¡Bella eres como la mañana y la forma de tus alzados y abiertos...!
—Dadle cerveza, aprisa —gimió Dainty—. O si no habrá problemas.
—No los habrá, no los habrá —aseguró el trovador—. ¿Verdad, Geralt? Difícil encontrar a gente más tranquila que nosotros dos. Yo mismo, señor mercader, soy poeta y músico, y la música suaviza las costumbres. Y el brujo aquí presente sólo es amenaza para seres monstruosos. Os presentaré: éste es Geralt de Rivia, terror de estriges, lobisomes y toda maraña. ¿Has oído hablar de él, Dainty?
—He oído. —El mediano arrojó una mirada desconfiada al brujo—. ¿Qué... qué hacéis en Novigrado, don Geralt? ¿Acaso ha aparecido por aquí algún horrible monstrum? ¿Estáis... ejem, ejem... contratado?
—No —se sonrió el brujo—. Estoy aquí para divertirme.
—Oh —dijo Dainty, moviendo nerviosamente los velludos pies que colgaban medio codo por encima del suelo—. Eso está bien...
—¿Qué está bien? —Jaskier tomó una cucharada de sopa y echó un trago de cerveza—. ¿Piensas acaso apoyarnos, Biberveldt? En las diversiones, se entiende. Viene que ni pintado. Aquí, en La Punta de Lanza, teníamos intención de cogernos el punto. Y luego planeamos pasarnos por el Passiflora, una casa de lenocinio muy cara y muy buena, donde podemos costearnos una medio elfa o, quién sabe, puede que hasta una elfa de pura sangre. Necesitamos, sin embargo, un espónsor.
—¿Qué cosa?
—Uno que pague por todo.
—Me lo imaginaba —murmuró Dainty—. Lo siento. En primer lugar, tengo una cita de negocios. En segundo, no tengo medios para costear tales diversiones. En tercero, al Passiflora sólo dejan entrar a personas.
—¿Y nosotros qué somos entonces, mochuelos? Ah, entiendo. No dejan pasar medianos. Cierto. Tienes razón, Dainty. Esto es Novigrado. La capital del mundo.
—Sí... —respondió el mediano, mirando aún al brujo y encogiendo de forma extraña los labios—. Yo ya me voy. Tengo una cita...
La puerta del camaranchón se abrió de golpe y, con un estruendo, entró... Dainty Biberveldt.
—¡Dioses! —gritó Jaskier.
El mediano que estaba de pie en la puerta no se diferenciaba en nada del mediano que estaba sentado a la mesa, si descontamos el hecho de que el de la mesa estaba limpio, y el de la puerta, sucio, desgreñado y con la ropa arrugada.
—¡Te pillé, picha de perro! —bramó el mediano sucio, al tiempo que se lanzaba en dirección a la mesa—. ¡Ladrón!
Su gemelo aseado se levantó, derribando el escabel y tirando la vajilla. Geralt reaccionó instintiva y rápidamente: tomó del banco la espada envainada y le atizó un fuerte golpe a Biberveldt en el cuello. El mediano cayó al suelo, se arrastró, se sumergió por entre las piernas de Jaskier y, a gatas, se dirigió hacia la salida, mientras las manos y los pies se le alargaban como patas de araña. Al verlo, el Dainty Biberveldt sucio blasfemó, aulló y dio un salto a un lado, estrellando con un crujido la espalda contra el tabique de madera. Geralt soltó la vaina con la espada y de una patada quitó de su camino una silla y comenzó la persecución. El Dainty Biberveldt limpio, quien, excepto en el color del chaleco, ya no se parecía en nada a Dainty Biberveldt, saltó el umbral como un saltamontes, salió a la estancia común, tropezándose con la muchacha de la boca medio abierta. Al ver sus largas garras y su fisonomía temblorosa y caricaturesca, la muchacha abrió la boca en toda su amplitud y expulsó un chillido que taladraba los oídos. Geralt, aprovechando la pérdida de ritmo que le había producido el choque contra la muchacha, alcanzó al ser en el centro de la isba y lo derribó sobre el suelo con un hábil puntapié en la rodilla.
—Ni respires, hermano —susurró a través de los dientes apretados mientras ponía la punta de la espada en el cuello de la rareza—. Ni respires.
—¿Qué pasa aquí? —gritó el posadero, acercándose con el mango de una pala en el puño—. ¿Qué es esta cosa? ¡La guardia! ¡Dechka, corre a por la guardia!
—¡Nooo! —aulló el ser, aplastándose contra el suelo y deformándose todavía más—. ¡Por piedad, nooo!
—¡Nada de guardia! —le acompañó el mediano sucio, al salir del camaranchón—. ¡Agarra a la muchacha, Jaskier!
El trovador aferró a Dechka y, pese a la prisa, eligió cuidadosamente el lugar donde aferrar. Dechka chilló y cayó de rodillas al suelo, junto a los pies de él.
—Tranquilo, jefe —dijo Dainty Biberveldt, respirando con fuerza—. Esto es un asunto personal, no vamos a llamar a la guardia. Pagaré todos los destrozos.
—No hay destrozo alguno —respondió con lucidez el tabernero, mirando a su alrededor.
—Pero los habrá —afirmó el rechoncho mediano con voz chirriante—. Porque ahora mismo le voy a apalear. Y cómo. Le voy a dar de palos brutalmente, largo tiempo y con rabia, y él, entonces, lo va a romper todo.
La larga de patas y desleída caricatura de Biberveldt que estaba tendida en el suelo rompió en fúnebres sollozos.
—Nada de eso —dijo con frialdad el posadero, entornando los ojos y alzando levemente el mango de la pala—. Apaleadle en la calle o en el corral, señor mediano. Aquí no. Y yo voy a llamar a la guardia. He de hacerlo, me va la cabeza en ello. Pues eso... ¡no más que algún monstruo es!
—Señor posadero —dijo con tranquilidad Geralt, sin aflojar la presión de la hoja sobre el cuello del ser—. Mantened la calma. Nadie va a romper nada, no habrá destrozo alguno. La situación está controlada. Soy brujo, y al monstruo, como veis, lo tengo bien sujeto. Puesto que esto parece que es un asunto personal, lo resolveremos tranquilamente en el camaranchón. Suelta a la muchacha, Jaskier, y ven aquí. En mi talega tengo unas cadenas de plata. Sácalas y ata con ellas como es debido las patas a su señoría, doblando los codos y a la espalda. No te muevas, amigo.
El ser empezó a gañir por lo bajito.
—Bien, Geralt —dijo Jaskier—. Ya lo he atado. Vamos al camaranchón. Y usted, jefe, ¿qué hace ahí parado? He pedido una cerveza. Y a mí, cuando pido una cerveza, tenéis que traerme una tras otra hasta que grite: «Agua».
Geralt empujó al ser hasta la estancia y sin delicadeza alguna lo sentó junto al pilar. Dainty Biberveldt se sentó también, mirando con disgusto.
—Qué horrible aspecto —dijo—. Mismamente como un montón de masa de levadura. Mira su nariz, Jaskier, si hasta se le va a caer, su perra madre. Y las orejas las tiene como mi suegra antes del entierro. ¡Brrr!
—Espera, espera —murmuró Jaskier—. ¿Tú eres Biberveldt? Sí, sin duda. Pero eso que está junto al pilar era tú hace un rato. Si no me equivoco. ¡Geralt! Todos los ojos están vueltos hacia ti. Eres brujo. ¿Qué diablos está pasando aquí? ¿Qué es esto?
—Un mímico.
—Tú padre será un mímico —dijo roncamente el ser, balanceando la nariz—. No soy ningún mímico, sino un doppler, y me llamo Tellico Lunngrevink Letorte. Abreviadamente, Penstock. Y Dudu para los amigos.
—¡Yo te voy a dar Dudu, hijo de alguna puta! —gritó Dainty, dirigiendo hacia él el puño apretado—. ¿Dónde están mis caballos? ¡Ladrón!
—Señores —recordó el posadero, entrando con unas jarras y un barrilete—. Prometisteis que habría paz.
—Oh, cerveza —suspiró el mediano—. Cuidado que tengo sed, joder. ¡Y hambre!
—Yo también me tomaría algo —aseveró, gorgoteante, Tellico Lunngrevink Letorte.
Fue completamente desdeñado.
—¿Qué es esto? —preguntó el tabernero, mirando al ser, el cual ante la vista de la cerveza sacó una larga lenguaza de entre unos labios caídos y pastosos—. ¿Qué es esta cosa, señores?
—Un mímico —repitió el brujo, sin hacer caso al gesto de enfado del monstruo—. Recibe, en cualquier caso, muchos nombres. Cambión, doblador, vexling, bedak. O doppler, como él se llama a sí mismo.
—¡Vexling! —gritó el posadero—. ¿Aquí, en Novigrado? ¿En mi local? ¡Presto, hay que llamar a la guardia! ¡Y a los sacerdotes ! Mi cabeza en ello...
—Despacio, despacio —graznó Dainty Biberveldt, comiendo a toda prisa la sopa de Jaskier de la escudilla que se había salvado de milagro—. Tenemos tiempo de llamar a quien haga falta. Pero luego. Este canalla me robó, no tengo intenciones de dárselo a la autoridad local sin haber recuperado mi propiedad. Os conozco yo, novigradenses, y a vuestros jueces también. Puede que me tocara un décimo, nada más.
—Tened piedad —gimió desgarradamente el doppler—. ¡No me entreguéis a los humanos! ¿Sabéis lo que hacen con los que son como yo?
—Claro que lo sabemos —afirmó el posadero—. A todo doppler que se atrapa los sacerdotes lo exorcizan. Luego se le ata a un palo y se le envuelve bien, a lo redondo, de barro mezclado con limaduras y se le cuece al fuego hasta que el barro se convierte en duro ladrillo. Así por lo menos se hacía antes, cuando se atrapaba a estos monstruos más a menudo.
—Bárbaras costumbres tenéis los humanos —se enojó Dainty, retirando la escudilla vacía—. Pero puede que eso fuera justo castigo por bandolerismo y latrocinio. Venga, habla, canalla, ¿dónde están mis caballos? ¡Dilo, porque te tiro de esa nariz por entre las piernas y te la meto en el culo! ¿Dónde están mis caballos, te digo?