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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La espada encantada (10 page)

BOOK: La espada encantada
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—No lo creo.

El esbelto hombre de pelo rojo, arrodillado ante la chimenea para alimentar el fuego (parecía cansado, también, y con frío, y Carr se preguntó si no estaría enfermo) intervino sin levantar la cabeza:

—Eso es injusto, Ellemir. Ya sabes quién soy. Puedo apreciar cuando se me está mintiendo, y él no miente. Te ha reconocido. Por lo tanto, o te ha visto a ti o ha visto a Calista. ¿Y dónde podría haber visto a Calista un
terráqueo
? A menos que, tal como asegura, su historia sea cierta.

El rostro de Ellemir denunciaba obstinación.

—¿Cómo podemos saber que no es
su
gente la que tiene prisionera a Calista? Viene aquí con una desatinada historia acerca de que Calista de algún modo se ha puesto en contacto con él, lo ha guiado cuando estaba perdido en la montaña, y lo ha salvado de morir en la tormenta. ¿Estás tratando de hacerme creer que Calista pudo comunicarse con este hombre de otro mundo, con este extraño, cuando tú no pudiste hallarla en el supramundo y ella no pudo ponerse en contacto conmigo, su hermana gemela? Lo siento, Damon, pero simplemente no puedo creerlo.

Carr miró a la joven a los ojos.

—Si vas a llamarme mentiroso, dímelo a mí, en vez de acusarme indirectamente. No resulta nada agradable andar por ahí contando esta historia, como tú la llamas. ¿Crees que me gusta parecer loco? Al principio creí que la chica era un espectro, como te he dicho; o que yo ya había muerto y que me encontraba ante lo que hay después. Pero cuando me salvó de despeñarme con el aeroplano y después me guió hasta un lugar seguro para esperar a que pasara la tormenta, me di cuenta de que era real.
Tenía
que creerlo. No te acuso por dudar de mí. Yo mismo dudé de mí durante bastante tiempo. Pero es la verdad. Supongo que eres pariente de Calista; el cielo sabe que te pareces lo suficiente a ella como para ser su hermana gemela.

Y eso no es bueno
, se encontró pensando Carr,
porque en ésta no observo ni un rasgo del temperamento dulce de Calista.
Bien, al menos el hombre parecía creer su historia.

Damon se incorporó, dejando que el fuego se avivara solo, ahora que ya ardía bien, y se volvió hacia Carr.

—Me disculpo por la falta de cortesía de mi prima, extranjero. Está pasando una temporada difícil desde que raptaron a su hermana, por la noche y en secreto. No le resulta fácil aceptar tu historia, que Calista pudo ponerse en contacto contigo cuando no pudo comunicarse con su propia hermana; se dice que el vínculo entre gemelos es el más fuerte que se conoce. Yo tampoco puedo explicarlo, pero he vivido lo suficiente para saber que hay en esta vida muchas cosas que escapan a la comprensión de cualquier hombre o mujer. Tal vez puedas proporcionarnos más datos.

—No sé qué más puedo decir. Yo tampoco lo comprendo.

—Tal vez sabes algo y no eres consciente de ello —observó Damon—. Pero por ahora, basta de molestarlo, Ellemir. En cualquier caso, sea toda esta historia verdad o no, es nuestro huésped, y está cansado y con frío. Mientras no haya satisfecho su necesidad de calor y comida, y de dormir si lo necesita, considero una falta de hospitalidad que lo interroguemos. No estás haciendo honor al Dominio Alton, pariente.

Carr siguió todo este discurso de forma fragmentaria, había palabras que sólo comprendía parcialmente, aunque en Thendara le habían enseñado la
lingua franca
de la Ciudad Comercial, y podía hacerse entender. No obstante, entendió que Damon estaba regañando a la joven que se parecía a Calista, y ella se sonrojó hasta la raíz de los cobrizos cabellos.

—Extranjero —dijo lentamente, para asegurarse de que él la comprendía—, no he pretendido ofenderte. Estoy segura de que todos los malentendidos se aclararán a su debido tiempo. Por ahora, acepta la hospitalidad de nuestra casa y de nuestro Dominio. Aquí hay fuego y te traerán comida en cuanto esté lista. ¿Necesitas alguna otra cosa que no te haya ofrecido?

—Me gustaría quitarme este abrigo húmedo —pidió Carr.

Había empezado a gotear y a soltar vapor ante la creciente calidez del fuego. Damon se acercó para ayudarle a quitárselo, y luego lo dejó a un lado.

—Tu ropa no es adecuada para las tormentas de nuestras montañas, y esos zapatos, ahora, sólo sirven para tirarlos a la basura. No parecen hechos para andar por la nieve.

—En realidad —comentó Carr con ironía—, no planeé este viaje. En cuanto al abrigo, pertenecía a un hombre que ha muerto, pero agradecí muchísimo poder disponer de él.

—No quería insultar tu forma de vestir, extranjero —respondió Damon—. Pero es un hecho que vas inadecuadamente vestido, incluso dentro de una casa, y tan mal equipado que el viaje de regreso resultaría peligroso. Mi ropa te vendrá pequeña... —Damon observó sonriente al alto terráqueo, que le llevaba una cabeza y bastante peso—, pero si no te importa llevar la ropa de un criado o de uno de los mayordomos, creo que podré encontrar algo que te proteja del frío.

—Eres muy amable —agradeció Andrew Carr—. Llevo estas ropas desde el accidente, y me sentará muy bien cambiarme. También me gustaría asearme.

—No lo dudo. Muy pocos, incluso entre los que viven en estas montañas, logran sobrevivir cuando se ven atrapados en una tormenta —respondió Damon.

—Yo no hubiera sobrevivido de no ser por Calista.

Damon asintió.

—Te creo. El simple hecho de que tú, un extranjero, hayas sobrevivido a una de nuestras tormentas, evidencia la verdad de lo que nos has contado. Ven conmigo, y te ofreceré ropas limpias y un baño.

Andrew siguió a Damon a través de los anchos pasillos y de las habitaciones espaciosas, y ascendió por unas largas escaleras. Por fin, Damon lo condujo a una serie de aposentos con grandes ventanales cubiertos con gruesas cortinas como protección contra el frío. Una de las habitaciones daba a un gran cuarto de baño con una enorme bañera de piedra, profundamente hundida en el piso. El vapor se elevaba desde una fuente que se hallaba en medio de la habitación.

—Toma un baño caliente, y envuélvete en una manta o en algo —aconsejó Damon—. Despertaré a otros criados y buscaré algunas ropas adecuadas para ti. ¿Quieres que te envíe a alguien para que te ayude con el baño, o puedes arreglarte solo? Ellemir tiene pocos criados, pero estoy seguro de poder encontrar uno para que te atienda.

Andrew aseguró a Damon que estaba acostumbrado a bañarse sin ayuda, y el darkovano se retiró. Carr tomó un prolongado baño, hundiéndose hasta el cuello en el agua caliente (
¡Y yo pensé que este lugar era primitivo, buen Dios!
), mientras se preguntaba qué sistema usarían para calentarla. Los antiguos romanos y cretenses contaban con los baños más complicados de la historia, ¿por qué no habría de tenerlos también esta gente? Abajo había un fuego de leña, pero, ¿por qué no? Las chimeneas se consideraban el colmo del lujo incluso en algunas sociedades que no las necesitaban. Tal vez utilizaran manantiales naturales calientes. De todos modos, el agua caliente era agradable y se demoró allí, desprendiéndose de la rigidez y la tensión de haber pasado varios días durmiendo sobre suelos de piedra y caminando entre las montañas. Al fin, sintiéndose increíblemente recuperado, salió de la profunda bañera, se secó y se envolvió en una manta.

Al cabo de un rato, Damon regresó. El también parecía haber aprovechado el tiempo para darse un baño y cambiarse de ropa; parecía más joven, menos agotado y demacrado. Le dio unas cuantas ropas y dijo, en tono de disculpa:

—Son pobres prendas para ofrecer a un huésped; es el traje de gala del mayordomo.

—Al menos están limpias y secas —observó Andrew—, de modo que dale las gracias en mi nombre.

—Baja al salón cuando hayas acabado. Para entonces, la comida estará servida.

A solas, Andrew se puso «el traje de gala del mayordomo». Consistía en una camiseta y calzoncillos largos hasta la rodilla, de rústico lino, pantalones como de gamuza, un poco acampanados, una camisa finamente bordada, de mangas largas y anchas fruncidas en los puños, y un chaleco de cuero. Había también unos calcetines de punto que se ceñían en la rodilla, y sobre ellos, botas bajas de fieltro forradas de piel. Con este atuendo, que le resultó más cómodo de lo que al principio había supuesto, se sintió abrigado y cálido por primera vez en muchos días. También tenía hambre, y cuando abrió la puerta para bajar, sólo tuvo que rastrear el aroma a comida que ascendía desde la planta baja. Se preguntó, un poco tarde, si ese olor no lo llevaría hasta las cocinas en lugar de al salón, pero la escalera terminaba en un pasillo desde donde divisaba la puerta del gran salón en el cual le habían recibido.

Damon y Ellemir estaban sentados ante una mesa pequeña, y al lado había una tercera silla, vacía. Damon alzó la cabeza en señal de bienvenida.

—Discúlpanos por no haberte esperado. He estado despierto toda la noche, y tenía hambre. Únete a nosotros.

Andrew ocupó la tercera silla. Ellemir lo observó con sorpresa cuando se sentó.

—Con esta ropa casi pareces uno de nosotros. Damon me ha contado un poco acerca de tu gente de la Tierra. Yo creía que los hombres de otro mundo serían muy diferentes de nosotros, más parecidos a los no humanos de las montañas. ¿Eres humano en todos los aspectos?

Andrew rió.

—Bien, me parece que yo me considero bastante humano. A mí me parecería más racional preguntar si también
tu
pueblo es humano. La mayoría de los mundos del Imperio están habitados por gente que parece más o menos humana, al menos según el juicio de un observador casual. Casi todos creen que todos los planetas fueron colonizados por una misma especie humana, hace algunos millones de años. Se ha producido mucha adaptación al entorno, pero en los planetas parecidos a la Tierra el organismo humano ha permanecido bastante estable. No soy biólogo, de modo que no puedo hablar de cromosomas ni de cosas así, pero antes de venir aquí me explicaron que la raza dominante de Cottman IV era básicamente humana, aunque había un par de especies inteligentes que no eran humanas.

De golpe, recordó lo que le había confesado Calista, que se hallaba en poder de no humanos. Seguramente ella desearía que sus parientes lo supieran. Pero ¿debía estropearles el desayuno? Ya tendría tiempo de explicárselo más tarde.

Damon le acercó una fuente, y él se sirvió algo que parecía una tortilla, y luego comprobó que también el sabor coincidía. Tenía hierbas y condimentos extraños, pero sabía bien. Había frutas análogas a las manzanas y a las ciruelas, y una bebida que ya había probado en la Ciudad Comercial, parecida a chocolate amargo.

Advirtió, mientras comía, que Ellemir lo contemplaba con disimulo. Se le ocurrió que quizá sus hábitos eran muy distintos de las costumbres del planeta, o tal vez se trataba de algo peor.

Ellemir todavía lo desconcertaba. Se parecía muchísimo a Calista, y sin embargo era sutilmente distinta. Observaba cada rasgo de su rostro sin advertir diferencia alguna con Calista: la ancha y alta frente, donde el pelo crecía en pequeños rizos, demasiado corto para ser recogido en las pulcras trenzas; los pómulos altos y la pequeña nariz recta salpicada de pecas color ámbar; el labio superior corto y la boca pequeña y decidida; el mentón pequeño y redondeado. Calista había sido la primera mujer de este planeta a quien había visto con ropa liviana, salvo a las mujeres que trabajaban en las oficinas del espaciopuerto, que tenían calefacción central; y ésas eran mujeres del Imperio.

Sí, ésa era la sutil diferencia. Cada vez que había visto a Calista, estaba definitivamente desnuda, con su harapiento camisón azul. El ya había contemplado casi todo lo que había por ver. Si cualquier otra mujer se hubiera exhibido vestida de esa manera... bien, Carr siempre había sido de los que toman el placer donde se le ofrece, sin preocuparse demasiado. Y sin embargo, cuando despertó y halló a Calista durmiendo a su lado, y todavía medio dormido había intentado alcanzarla, se había sentido avergonzado y había compartido la incomodidad de ella. Simplemente, no la quería en esas condiciones. No, no era eso exactamente; por supuesto que la quería. Parecía lo más natural del mundo que la deseara, y ella lo había aceptado así. Pero lo que deseaba era algo más. Deseaba conocerla, comprenderla. Quería que ella hiciera lo mismo, que se preocupara por él. Ante la sola idea de que ella tuviera motivos para temer alguna aproximación cruda o desagradable por su parte, Andrew se había sentido muy mal, como si por su propia torpe reacción hubiera estropeado algo muy dulce y precioso, muy perfecto. Incluso ahora, que recordaba el pequeño chiste de ella («¡Ah, qué situación tan triste! ¡La primera vez en mi vida que me acuesto con un hombre, y no puedo disfrutarlo!»), se le hacía un nudo en la garganta, una ternura inmensa y completamente desconocida para él.

Por esta muchacha, Ellemir, no sentía nada parecido. Si se hubiera despertado y la hubiera encontrado dormida en su cama, Andrew la hubiera tratado como a cualquier otra chica bonita en una situación parecida, a menos que ella hubiera puesto alguna objeción, en cuyo caso probablemente no habría llegado hasta su cama. Pero no hubiera significado nada más para él, y después, no la habría recordado más que a todas las demás mujeres a las que había conocido y gozado durante algún tiempo. ¿Cómo era posible que dos gemelas fueran tan sutilmente distintas? ¿Acaso era simplemente ese rasgo intangible conocido como
personalidad
? Pero él apenas si sabía nada de Ellemir.

Entonces, ¿por qué Calista le provocaba ese enorme e incalificado

, esa absoluta entrega, y Ellemir tan sólo un encogimiento de hombros?

Ellemir dejó la cuchara.

—¿Por qué me miras de ese modo, extranjero?

—No me daba cuenta —murmuró Andrew, bajando la mirada.

Ella se sonrojó hasta la raíz de los cabellos.

—Oh, no te disculpes. También yo te observaba. Supongo que la primera vez que oí hablar de hombres que venían de otro planeta, casi esperaba que fueran extraños, pavorosos, como las extrañas criaturas de las historias de horror, seres con cuernos y cola. Y aquí estás tú, tan parecido a un hombre cualquiera del valle más próximo. Pero soy tan sólo una campesina, y no estoy tan acostumbrada a las novedades como la gente de la ciudad. Así que te miro como lo haría un campesino cualquiera, que nunca ha visto otra cosa fuera de sus propias vacas y ovejas.

Por primera vez, Andrew percibió una leve, levísima semejanza con Calista: esa amabilidad directa, esa honestidad evidente, sin coquetería ni astucia. Eso hizo que de algún modo la joven le resultara más simpática, a pesar de toda la hostilidad que le había demostrado antes.

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