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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La espada encantada (6 page)

BOOK: La espada encantada
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¿Cómo podría estar donde estás tú? Si crees que estoy allí... no, aquí, trata de tocarme.

Vacilando, Carr extendió la mano. Aparentemente, debía tocar el hombro desnudo de la joven, pero no encontró nada palpable.

—No comprendo nada de esto —dijo con obstinación—. Estás aquí y no estás aquí. Puedo verte, y eres un espectro. Dices que te llamas Calista, pero ése es un nombre de mi mundo. Todavía creo que estoy loco y hablando solo, pero me encantaría saber cómo puedes explicar todo esto.

La muchacha-espectro emitió un sonido parecido a una risa infantil.

—Yo tampoco lo comprendo —respondió con suavidad—. Como ya he procurado explicarte, no intentaba llegar a ti, sino a mis parientes y amigos. Pero no están en ningún sitio donde los busco. Es como si sus mentes hubieran desaparecido de este mundo. Durante mucho tiempo, vagué por lugares oscuros, hasta que me encontré mirando tus ojos. Creí reconocerte, aunque jamás te había visto antes. Y entonces, algo en ti hizo que yo volviera. En alguna parte, no en este mundo, nos hemos tocado. Yo no soy nada para ti, pero te puse en peligro, así que procuré salvarte. Y vuelvo porque... —por un momento pareció a punto de llorar— estoy muy sola, y hasta un desconocido es mejor que no tener ninguna compañía. ¿Quieres que me vaya?

—No —contestó Carr rápidamente—, quédate conmigo, Calista. Pero sigo sin entender nada en absoluto.

Ella permaneció en silencio, como si reflexionara.
Dios
, pensó Carr,
qué real parece.
Llegaba a distinguir su respiración, la leve elevación y caída de su pecho debajo del vestido liviano y roto. Tenía un pie sucio... no, herido, enrojecido y manchado de sangre.

—¿Estás herida?

—En realidad, no. Me preguntaste cómo podía estar allí contigo. Ya sabrás que vivimos bajo más de una forma, y que el mundo en el que te encuentras ahora es el mundo sólido, el mundo de las cosas, de los cuerpos tangibles y de las creaciones físicas. Pero en el mundo donde yo estoy, dejamos atrás nuestros cuerpos como si fueran ropa que se nos ha quedado pequeña o como la muda de piel de una serpiente, y lo que llamamos «lugar» no tiene existencia real. Estoy acostumbrada a este mundo, he sido entrenada para recorrerlo, pero de alguna manera me mantienen en una parte de él donde no puedo alcanzar la mente de mi gente. Mientras vagaba por esa llanura lisa y gris, tus pensamientos tocaron los míos y te sentí con claridad, como si nos estrecháramos las manos en un lugar oscuro.

—¿Estás en la oscuridad?

—Donde tienen mi cuerpo, estoy en la oscuridad, sí. Pero en el mundo gris puedo verte, tal como tú puedes verme a mí. Por eso pude ver cómo se estrellaba tu máquina voladora y supe que caería en el abismo. Y te vi perdido en la tormenta de nieve y supe que estabas cerca de esta cabaña de pastores. Ahora vine para mostrarte dónde encontrarás comida guardada, si no has dado ya con ella.

—Sí, la he encontrado —dijo Carr—. No sé qué decir. Creí que eras un sueño y ahora estás actuando como si fueras real.

Otra vez su risa suave.

—Oh, te aseguro que soy tan real y sólida como tú mismo. Y daría lo que fuera por acompañarte en este frío y oscuro refugio de pastores, ya que está tan sólo a unos pocos kilómetros de mi hogar, y en cuanto la tormenta cediera, estaría libre y caliente junto a mi propia chimenea. Pero yo...

En mitad de una palabra, desapareció de golpe, borrada como un suspiro. Por alguna extraña razón, esto convenció a Carr mucho más de que de todo lo que le había contado era verdad. Si ella era sólo una quimera, si la mente subconsciente de Andrew la había imaginado, tal como los hombres solos y en peligro imaginan a desconocidos surgidos de sus deseos más profundos, la hubiera mantenido con él aquí, o al menos le hubiera permitido terminar lo que estaba diciendo. El hecho de que hubiera desaparecido en mitad de una frase no sólo indicaba que ella realmente había estado allí, sino también que había un tercero con un poder superior sobre sus idas y venidas.

Estaba asustada y triste.
Estoy muy sola, y hasta un desconocido es mejor que no tener ninguna compañía.

Frío y solitario en un mundo extraño y poco familiar, Andrew Carr podía entender a la perfección este sentimiento. Era exactamente lo mismo que él sentía.

No porque ella hubiera sido en absoluto una mala compañía, si estuviera aquí de forma tangible...

No se obtiene demasiada satisfacción de una compañera que no se puede tocar. Y sin embargo... aunque no pudiera ponerle una mano encima, había algo muy atractivo en aquella chica.

El había conocido a muchísimas mujeres, al menos en el sentido bíblico. Había conocido los cuerpos, un poco de sus personalidades y lo que buscaban en la vida. Pero jamás se había acercado lo suficiente a alguna de ellas como para sentirse mal cuando llegaba el momento de tomar la dirección opuesta.

Enfrentémoslo. Desde el momento en que vi a esta muchacha en la bola de cristal, fue tan real para mí que me dispuse a cambiar toda mi vida sólo por la remota posibilidad de que fuera algo más que un sueño. Y ahora sé que es real. Me ha salvado la vida una vez, no, dos veces. Yo no hubiera durado demasiado en medio de esa tormenta. Y está en problemas. La tienen en la oscuridad, dice, y ni siquiera sabe con precisión dónde se encuentra.

Si salgo de ésta con vida, voy a encontrarla, aunque eso me lleve el resto de mi vida

Tendido, arropado en su abrigo de piel y en la manta, sobre una olorosa pila de heno, Carr comprendió de golpe que el cambio producido en su vida, el cambio que había empezado cuando vio a la joven en la bola de cristal y había abandonado su trabajo y su vida para permanecer en este planeta, era completo. Había encontrado una nueva dirección que le conducía hacia la chica. Su chica. Su mujer, ahora y para el resto de la vida. Calista.

Era lo bastante cínico como para burlarse de sí mismo. Sí. No sabía dónde podía encontrarla, ni quién era; podía estar casada y tener seis hijos (bien, eso era difícil a su edad); podía ser una espantosa bruja... ¿quién sabía cómo eran las mujeres de este mundo? Todo lo que sabía de ella era...

Todo lo que sabía de ella era que de alguna manera lo había tocado, había llegado más cerca de él que cualquier otra mujer. Sabía que estaba sola, que era desdichada y tenía miedo, que no podía ponerse en contacto con su propia gente, que por alguna razón le necesitaba. Todo lo que sabía de ella era cuanto necesitaba saber: le necesitaba. Por alguna razón, no tenía a nadie más, y si Calista le pedía la vida, se la daría. El la buscaría de algún modo, la liberaría de quien la estuviera reteniendo en la oscuridad, de quien la estuviera hiriendo o asustando. Él la liberaría. (

, se burló su cínico otro yo,
todo un héroe, matando dragones por tu bella dama
, pero bruscamente acabó con la burla). Y después, cuando ella estuviera libre y feliz...

Después de eso, bien, ya veremos cuando estemos ante la cuestión
, se dijo con firmeza, y se dispuso a dormir otra vez.

La tormenta duró cinco días, en la medida en que él podía calcularlo (su reloj con toda evidencia se había estropeado en el accidente y no había vuelto a funcionar). Al tercer o cuarto día se despertó en la penumbra y distinguió la sombra inmóvil de la joven, durmiendo junto a él; aún desorientado, intensamente excitado por la proximidad física de ella... rotunda, adorable, ataviada solamente con la liviana prenda desgarrada que parecía ser todo lo que tenía... Extendió los brazos para atraerla hacia sí; entonces, con aguda desilusión, advirtió que no había nada qué tocar. Como si la intensidad de sus pensamientos la hubieran rozado, la conciencia se desplegó sobre el rostro dormido y ella abrió sus grandes ojos grises. Lo miró con sorpresa.

—Lo siento —murmuró—. Me has sobresaltado...

Carr sacudió la cabeza, tratando de orientarse.

—Ha sido culpa mía —dijo—. Creía que estaba soñando y que no importaba. No quise ofenderte.

—No estoy ofendida —contestó ella, mirándole directamente a los ojos—. Si yo estaba aquí a tu lado, tenías todo el derecho a esperar... Sólo quise decir que lamento haber despertado un deseo que no puedo satisfacer. No lo hice a propósito. Tal vez estaba pensando en ti en sueños, extranjero. No puedo seguir llamándote sólo «extranjero» —observó Calista, mientras una rápida expresión divertida pasaba por su rostro.

—Me llamo Andrew Carr —dijo, y oyó cómo repetía el nombre con suavidad.

—Andrew. Lo siento, Andrew. Seguramente estaba pensando en ti en sueños y por eso llegué hasta ti sin despertarme. —Sin otros signos de apuro o de rubor, se arregló con más cuidado la ropa sobre los pechos desnudos y alisó los diáfanos pliegues de la falda alrededor de sus muslos redondeados. Sonrió, y el rostro adquirió ahora una expresión casi traviesa—. ¡Ah, qué situación tan triste! ¡La primera vez que me acuesto con un hombre y no puedo disfrutarlo! Pero no debo burlarme de ti. Por favor, no pienses que soy mal educada.

Profundamente conmovido, tanto por el intento de ella de convertir aquella situación en una broma como por todo lo demás, Andrew intervino con amabilidad:

—No tengo ninguna queja de ti, Calista. Sólo querría... —y para su propia sorpresa sintió que se le quebraba la voz—, sólo querría poder ofrecerte algún consuelo.

Calista extendió una mano —casi como si también ella, pensó Andrew con sorpresa, hubiera olvidado que la presencia física era una ilusión— y la posó sobre la muñeca de él. Andrew podía verse la muñeca a través de la delicada imagen de los dedos de la muchacha, pero de algún modo el espejismo resultó muy consolador.

—Supongo que de algo sirve que puedas ofrecer compañía y... —la voz de Calista vaciló, empezó a sollozar— sensación de calor humano a alguien que está solo en la oscuridad.

Él la vio llorar, desgarrado por aquellas lágrimas. Cuando observó que se recobraba un poco, le preguntó:

—¿Dónde estás? ¿Puedo ayudar de algún modo?

Ella sacudió la cabeza.

—Ya te lo expliqué. Me tienen en la oscuridad. Si supiera exactamente dónde estoy, podría huir. Como no lo sé con precisión, sólo puedo abandonar este sitio en espíritu: mi cuerpo se ve obligado a permanecer en el lugar donde ellos lo han confinado, y deben de saberlo. ¡Malditos sean!

—¿Quiénes son ellos, Calista?

—Tampoco lo sé con certeza, pero sospecho que no son hombres, ya que no me han hecho ningún daño físico, salvo golpes y puntapiés. Es lo único que puede agradecer una mujer de los Dominios cuando se halla en manos de otra gente... al menos en este caso no debo temer una violación. Durante los primeros días, me pasé noche y día aterrada ante el pensamiento de que me violaran; cuando eso no ocurrió, supe que no estaba en manos humanas. Cualquier hombre de estas montañas sabría cómo conseguir que no pudiera resistirme... en tanto los otros no tienen más recursos que sacarme todas las joyas, por si alguna de ellas fuera una piedra estelar, y mantenerme en la oscuridad para que no pueda dañarlos con la luz del sol o las estrellas.

Andrew no comprendía nada. ¿No en manos humanas? Entonces, ¿quiénes eran sus captores? Formuló otra pregunta.

—Si estás en la oscuridad, ¿cómo puedes verme?

—Te veo en la supraluz —respondió ella suavemente, sin explicarle nada en absoluto—. Como tú a mí. No a la luz de este mundo... Mira; tú sabes, supongo, que las cosas que llamamos sólidas son sólo apariencias, diminutas partículas de energía encadenadas que giran muy rápido, y entre las que hay mucho más espacio vacío que sustancia sólida.

—Sí, lo sé. —Era una extraña manera de explicar la energía molecular y atómica, pero resultaba comprensible.

—Bien, entonces. Unidos a tu cuerpo sólido por medio de esas redes de energía se encuentran otros cuerpos, y con adiestramiento puedes aprender a usarlos en el mundo de ese nivel. ¿Cómo decirlo? Del nivel de solidez donde te encuentras. Tu cuerpo sólido camina por este mundo, por este planeta sólido que gira debajo de tus pies sólidos, y en este ámbito necesitas la luz sólida de nuestro sol. Recibe las órdenes de tu cerebro sólido, y el cerebro sólido envía mensajes que hacen que muevas brazos y piernas. Tu mente también proporciona energía a los cuerpos más livianos, cada uno de los cuales posee su propia red eléctrica nerviosa de energía. En el mundo de la supraluz, donde nos hallamos ahora, no existe nada parecido a la oscuridad, porque la luz no procede de un sol tangible. Procede de la red energética del sol, que puede brillar... ¿cómo explicarlo?, que puede brillar a través de la red energética del planeta. El cuerpo sólido del planeta puede eliminar la luz del sol sólido, pero no la luz de su red energética. ¿Entiendes?

—Supongo que sí —murmuró él, tratando de asimilarlo. Sonaba como la vieja historia de la división en cuerpo y planos astrales con una terminología distinta, que él suponía estaba llegando a su mente directamente desde la mente de ella—. Lo importante es que puedas venir aquí. A veces he deseado salir de mí mismo y dejar el cuerpo atrás.

—Oh, lo haces —manifestó ella sin darle importancia—. Todo el mundo lo hace en sueños, cuando las redes energéticas pierden fuerza. Pero no has sido entrenado para hacerlo a voluntad. Algún día, tal vez pueda enseñártelo. —Se rió con un poco de pena—. Es decir, si logramos sobrevivir. Si ambos logramos sobrevivir.

4

Más allá de los gruesos muros de la gran casa de Armida, la blanca tormenta rugía, aullando y relinchando en torno a las cumbres como si la animara una furia personal contra las paredes de piedra que la dejaban en el exterior. Incluso dentro, en el gran salón, las ventanas se veían grises y el viento llegaba a ellas como un rugido sordo. Inquieta y preocupada, Ellemir cruzaba el salón de un lado a otro. Lanzó una mirada nerviosa a la tormenta que se debatía en el exterior.

—¡Con este tiempo ni siquiera podemos buscarla! Y es posible que a cada hora que pasa, ella esté cada vez más lejos. —Se volvió hacia Damon como una furia—. ¿Cómo puedes permanecer aquí sentado tan tranquilo, calentándote los pies, mientras Calista está en algún lugar, en medio de esta tormenta?

Damon alzó la cabeza con tranquilidad.

—Ven y siéntate, Ellemir. Podemos estar razonablemente seguros de que, esté donde esté, Calista no se halla ahí fuera, en medio de la tormenta. Quien se haya tomado el trabajo de raptarla, no la dejará morir expuesta al frío de las montañas. En cuanto a buscarla, aunque el tiempo fuera mejor, no podemos recorrer todas las Kilghard Hills a caballo, gritando su nombre a través de los bosques.

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