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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, policíaco

La estancia azul (53 page)

BOOK: La estancia azul
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—¿Crees que se halla en el edificio de Productos Informáticos de San José? —preguntó Gillette—. Quizá ha podido volver a entrar después de que lo precintaseis.

—O tal vez está en algún sitio cercano: allí hay un montón de viejos almacenes. Estoy en la UCC, lo tengo sólo a diez minutos —dijo el detective—. Voy para allá ahora mismo. Mierda, ojalá supiéramos qué aspecto tiene Shawn.

A Gillette se le ocurrió una idea. Tal como le sucedía cuando programaba, empleó esta hipótesis contra los hechos conocidos y contra las leyes de la lógica.

—Tengo algo al respecto —dijo.

—¿Sobre Shawn?

—Sí. ¿Dónde anda Bob Shelton?

—En casa.

—Llama para averiguarlo.

—Vale. Te telefoneo cuando esté en el coche.

Unos minutos más tarde sonaba el teléfono de los Papandolos y Gillette contestaba. Frank Bishop llamaba otra vez mientras se dirigía a toda velocidad hacia Winchester por San Carlos.

—Bob tendría que estar en casa —dijo Bishop—, pero no está. Nadie contesta. Aunque si crees que Bob es Shawn te equivocas.

Mientras por la ventana se veía pasar un nuevo coche patrulla seguido de un furgón militar, Gillette contestó:

—No, Frank. Escúchame: Shelton asegura que no sabe nada de ordenadores, que los odia, pero en casa tiene esa CPU.

—¿Ésa qué?

—Ese disco duro que vimos: es un tipo de hardware que sólo usaba la gente que sabía de programación o que llevaba tablones de anuncios en la red.

—No sé —replicó Bishop—. Quizá sea una prueba de algún caso o algo así.

—¿Ha trabajado con anterioridad en algún caso que tuviera que ver con la informática?

—Bueno, la verdad es que no…

Bishop no dijo nada más y Gillette prosiguió:

—Y desapareció un buen rato mientras tú hacías una redada en la casa de Phate en Los Altos. Tuvo tiempo de enviar ese mensaje sobre el protocolo de asalto y de dar tiempo a Phate para que escapara. Y no olvides que fue gracias a él que Phate pudo meterse en ISLEnet y obtener las direcciones y las órdenes tácticas del FBI. Shelton dijo que se había conectado on–line para informarse sobre mí. Pero ¿y si en realidad estaba dejándole a Phate la contraseña y la dirección del ordenador de la UCC para que éste pudiera infiltrarse en ISLEnet?

—Pero Bob no es un tipo que ande con ordenadores.

—Dice que no lo es. Pero ¿puedes estar seguro de ello? ¿Te pasas mucho por su casa?

—No.

—¿Qué es lo que hace por las noches?

—Suele quedarse en casa.

—¿No sale nunca?

—No —respondió Bishop.

—Eso es comportamiento de hacker.

—Mira, lo conozco desde hace tres años.

—Ingeniería social.

—Imposible. Espera, tengo una llamada por la otra línea.

Mientras estaba en llamada en espera, Gillette husmeó por la ventana. Aparcado cerca de allí podía ver lo que parecía un camión de movimiento de tropas. En los arbustos al otro lado de la calle se advertía movimiento. Policías vistiendo ropas de camuflaje corrían de una hilera de setos a otra. Daba la impresión de que fuera había más de cien policías.

Bishop volvió a ponerse.

—Pac Bell ha localizado el lugar desde el que Shawn ha pirateado al FBI. Está otra vez en el edificio de Productos Informáticos de San José. Ya casi he llegado allí. Te llamaré cuando haya entrado.

Frank Bishop llamó pidiendo refuerzos y luego aparcó el coche en el aparcamiento al otro lado de la calle; el almacén parecía no tener ventanas pero Bishop no quería exponerse a que Shawn pudiera advertir su presencia allí.

Agazapado, avanzó tan rápido como pudo hasta llegar al almacén, sintiendo un dolor inmenso en las sienes y en la nuca.

No se creía la deducción de Gillette sobre Bob Shelton. Pero, al mismo tiempo, tenía que considerar si podía ser cierta o no. Shelton había sido el compañero de Bishop más hermético: no sabía nada de él. El enorme policía pasaba todas las noches en casa, eso era cierto. Como también lo era el que no se relacionaba con otros policías. Y aunque Bishop poseía conocimientos básicos sobre ISLEnet, no podría haber efectuado el tipo de búsqueda sobre Gillette que Shelton había llevado a cabo. Y rememoró que Shelton se había presentado voluntario en este caso; y Bishop recordó haberse preguntado por qué querría este caso antes que el MARINKILL.

Pero nada de esto importaba en ese momento. Tanto si Bob Shelton como cualquier otro era Shawn, a él sólo le quedaban nueve minutos antes de que Mark Little y el equipo federal de operaciones especiales hicieran su entrada. Empuñó su pistola, se pegó a la pared cercana a la plataforma de carga y se detuvo a escuchar. No se oía nada dentro. Vio que la cinta de precintado de la policía seguía puesta, pero también podía haber sucedido que Shawn entrara por cualquiera de las otras puertas.

Abrió la puerta con violencia y se adentró por el pasillo, la oficina y hasta el mismo interior del almacén. Estaba oscuro y parecía desocupado. Se topó con un montón de luces en lo alto y fue encendiendo los interruptores con la zurda mientras su mano derecha sostenía la pistola. La severa iluminación alcanzó a la totalidad del espacio y pudo ver con claridad que éste estaba vacío.

Salió para ver si había algún cobertizo u otro edificio que Shawn pudiera estar utilizando. Pero no había ninguna estructura que estuviera conectada al almacén. Mientras estaba a punto de volver por donde había venido se dio cuenta de un factor: el almacén parecía desde el exterior mucho más grande que de lo que era en su interior.

Siete minutos.

Otra vez dentro, observó que una pared parecía haber sido añadida en uno de los extremos del almacén: era de una construcción más reciente que el resto del edificio. Sí, seguro que Phate había añadido una nueva estancia. Y allí era donde estaba Shawn.

En un rincón oscuro del edificio encontró una puerta y probó suerte con la manilla. No estaba cerrada con llave. Respiró hondo, se secó el sudor de la mano en el faldón de la camisa y agarró la manilla de nuevo.

Todo se reduce a esto

Frank Bishop entró por la puerta con la pistola en alto.

Cayó en cuclillas oteando en busca de un enemigo, recorriendo con la vista la oscura habitación de unos cincuenta metros por veinte, en la que hacía fresco debido al aire acondicionado. No vio a nadie, sólo máquinas y equipos, utensilios y cajas de embalaje, herramientas y una grúa hidráulica que se manejaba a mano.

Estaba vacío. No había…

De pronto lo vio.

Oh, no…

Entonces Bishop se dio cuenta de que tanto Wyatt Gillette como su mujer y la familia de ella estaban condenados.

Shawn no estaba allí. La habitación sólo contenía un repetidor telefónico. Con toda probabilidad, ésa habría sido la razón por la que Phate y Shawn se decidieran a alquilar la otra parte del edificio: para infiltrarse con mayor facilidad en los sistemas telefónicos.

De mala gana, llamó a Gillette.

El hacker no tardó en contestar y en decir, con desesperación:

—Puedo verlos, Frank. Tienen armas automáticas. Esto tiene muy mala pinta. ¿Has encontrado algo?

—Wyatt, estoy en el almacén…Pero…Lo siento. Shawn no se encuentra aquí. Aquí sólo hay lo que parece ser un repetidor telefónico o algo así —describió la negra consola metálica.

—No es un repetidor telefónico —murmuró Gillette, con una voz que denunciaba mucha desesperación—. Es un router. Pero tampoco nos sirve de nada. Nos llevaría una hora rastrear la señal hasta Shawn. Nunca lo encontraremos a tiempo.

Bishop miró la caja.

—No tiene interruptores y los cables van por debajo del suelo: esto es uno de esos corrales de dinosaurios como el de la UCC. Así que no me es posible desenchufarlo.

—Y de todas formas tampoco serviría de nada. Recuerda cómo trabajan los paquetes: incluso si pudieras cerrar esa ruta, la transmisión de Shawn encontraría una distinta para acceder al FBI.

—Tal vez pueda encontrar algo aquí que nos dé alguna pista sobre su paradero —desesperado, Bishop comenzó a revolver el escritorio y las cajas—. Hay un montón de papeles y de libros.

—¿De qué se trata? —preguntó el hacker, aunque su voz era monótona, como si hubiera tirado la toalla: como si hasta su curiosidad infantil lo hubiera abandonado.

—Manuales, copias impresas, hojas de trabajo y disquetes. En su mayor parte, cosas técnicas. De Sun Microsystems, Apple, Harvard, Western Electric: de todos esos sitios donde trabajó Phate —Bishop abrió cajas, desparramó hojas—. No, aquí no hay nada. Nada de nada —Bishop miró a su alrededor, alarmado—. Trataré de llegar a tiempo a casa de Ellie, voy a intentar convencer al FBI de que envíen un negociador antes de empezar el asalto.

—Estás a veinte minutos de camino, Frank —musitó Gillette.

—Lo intentaré —respondió el detective, con suavidad—. Escúchame, Wyatt: ponte en medio del salón y tírate al suelo. Que tus manos queden a la vista. Y reza —se dispuso a salir.

—¡Espera! —oyó que de pronto le gritaba Gillette.

—¿Qué pasa?

—Esos manuales que están ahí —le inquirió el hacker—: ¿Me puedes repetir los nombres de las empresas?

Bishop miró los documentos.

—Son de aquellos lugares donde Phate trabajó y robó hardware y software: Harvard, Sun, Apple, Western Electric y…

—¡NEC! —gritó Gillette.

—Justo. ¿Cómo lo has sabido?

—No lo sabía. Me lo he imaginado por las siglas.

—¿Qué quieres decir?

—Acuérdate —le dijo el hacker—. Acuérdate de todas las siglas que usan los hackers. En cuanto a las iniciales de los sitios donde trabajó, mira: S de Sun. H de Harvard. A de Apple, Western electric, NEC…S,H,A,W,N…Ésa máquina que está ahí, a tu lado…Ni siquiera es un router. Esa caja es Shawn.

—No puede ser —se burló Bishop.

—No, ésa es la razón de que el rastreo acabe allí. Shawn es una máquina: y genera esas señales. Antes de morir, Phate la programaría para que entrara en el sistema del FBI y concertara el asalto. Y sabía de la existencia de Ellie: la mencionó por su nombre cuando entró en el ordenador de la UCC.

—Cómo demonios podría un ordenador hacer algo así…—se preguntó Bishop, temblando de frío y mirando la gran caja de color negro.

Pero Gillette lo interrumpió:

—No, no. ¿Cómo no lo habré pensado antes? Sólo podía hacerlo con un ordenador. Sólo con un ordenador se puede acceder a señales revueltas como ésas y ver en el monitor todas las llamadas telefónicas y transmisiones de radio que entraban o salían de la UCC. No es tarea de un solo ser humano: demasiado a lo que prestar atención a un mismo tiempo. Los ordenadores de la NSA lo hacen a diario cuando buscan palabras como «presidente» y «asesinar» en una misma frase. Así es como Phate pudo saber que Andy Anderson iba al Otero de los Hackers o tener noticias sobre mí: seguro que Shawn escuchó la llamada de Backle al Departamento de Defensa y envió a Phate esa parte de la transmisión. Y consiguió el código del protocolo de asalto cuando estábamos a punto de atrapar a Phate en Los Altos, y ahí fue cuando le envió el mensaje.

—Pero ¿esos correos electrónicos de Shawn a Phate?…—preguntó el detective—. Sonaban como si los hubiera escrito un ser humano.

—Uno puede comunicarse con una máquina como le venga en gana: los correos electrónicos funcionan en este sentido como cualquier otra cosa. Phate los programó para que pareciera que alguien los había escrito. Seguro que le hacían sentirse mejor, viendo que sonaban como palabras humanas. Como te dije que hacía yo con mi Trash–80.

S–H–A–W–N.

Todo reside en la ortografía

—¿Qué podemos hacer? —preguntó el detective.

—Sólo hay una cosa que podamos hacer. Tienes que…

Entonces se cortó la línea.

* * *

—Hemos cortado la línea —le dijo un técnico de comunicaciones al agente especial Mark Little, el comandante de operaciones especiales del FBI en el caso MARINKILL—. Y también los móviles. Ninguno funciona en un kilómetro y medio a la redonda.

—Bien.

Little, en compañía de su segundo, el agente especial George Steadman, estaba en una furgoneta llena de tableros de control que hacía las veces de puesto de mando. El vehículo estaba aparcado en la esquina de la casa de Ábrego donde se suponía que se escondían los delincuentes del caso MARINKILL.

Cortar las líneas telefónicas era uno de los procedimientos en curso en este tipo de operaciones. Uno suspendía las líneas cinco o diez minutos antes del asalto. Así nadie podía avisarlos del mismo.

Little tenía a sus espaldas unas cuantas «entradas dinámicas» en localizaciones parapetadas (en su mayor parte redadas antidroga en Oakland y San José) y nunca había perdido a ningún agente. Había estado trabajando en el MARINKILL desde el primer día y había leído todos los partes, incluyendo el que acababan de recibir de un informante confidencial, en el que se afirmaba que los asesinos se sabían perseguidos por la policía y el FBI y planeaban torturar a todos aquellos agentes que cayeran en sus garras. A este informe se le sumaba otro que rezaba que los asesinos preferían morir antes que ser atrapados.

«Vaya, nunca resulta fácil. Pero es que esto…

—¿Anda todo el mundo parapetado, con munición suficiente y un antibalas encima? —preguntó Little a Steadman.

—Sí. Los tres equipos y los francotiradores están listos para acceder a su posición. Las calles están bajo control. Los helicópteros de Travis están en el aire. Los bomberos están a la vuelta de la esquina.

Little asentía mientras escuchaba estas palabras. Vale, todo parecía en su sitio. Entonces, ¿por qué estaba tan preocupado?

No estaba seguro. Quizá era la desesperación de la voz de ese tipo: el que decía que era de la policía estatal. Se llamaba Bishop, o algo parecido. Chillaba que alguien había pirateado los ordenadores del FBI y había ordenado un ataque contra un grupo de inocentes.

Pero el protocolo dispuesto en Washington les había advertido de que los chicos malos se harían pasar por agentes para anunciar que toda la operación era un malentendido. El ROE había informado de que los asesinos asegurarían formar parte de la policía estatal. «Además», pensaba Little, «¿cómo van a piratear los ordenadores del FBI? Es imposible. La página web abierta al público, vale. ¿Pero el seguro ordenador de operaciones especiales? Nunca».

Miró el reloj.

Faltaban ocho minutos.

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