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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

La gaya ciencia (18 page)

BOOK: La gaya ciencia
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221. Consideración.

Los padres y los hijos tienen entre sí más consideración de las que se tienen las madres y las hijas.

222. El poeta y el mentiroso.

El poeta considera al mentiroso su hermano de sangre, a quien le quitó la leche que le estaba destinada; por eso el mentiroso no ha pasado de ser un miserable y ni siquiera ha llegado a tener la conciencia tranquila.

223. Sacristía de los sentidos.

«También tenemos ojos para oír», dijo un viejo confesor que se había quedado sordo; «en el país de los ciegos el que tiene las orejas más largas es el rey».

224. Crítica por parte de los animales.

Temo que los animales sólo consideren al hombre como un ser de su misma especie, que ha perdido el sentido común del animal de la manera más peligrosa —como el animal extravagante, el animal que ríe, el animal que llora, el animal consagrado a la desdicha—

225. Los hombres naturales.

«¡El mal ha ejercido siempre un gran efecto! ¡Y la naturaleza es mala! ¡Seamos, pues, naturales!». Así concluyen en secreto los grandes buscadores de efecto de la humanidad, a quienes tan a menudo se tiene por grandes hombres.

226. Los espíritus desconfiados y el estilo.

Decimos las cosas más fuertes con sencillez, siempre que no estemos rodeados de personas que confíen en nuestra fuerza; semejante entorno tiene la virtud de fomentar la «sencillez de estilo». Los espíritus desconfiados se expresan con énfasis y tornan enfático a su auditorio.

227. Falsa deducción.

No puede dominarse; de lo que esa mujer deduce que le será fácil dominarlo, y le lanza sus redes; la infeliz se convierte en su esclava en poco tiempo.

228. Contra los mediadores.

Quien quiera mediar entre dos pensadores convencidos no es más que un mediocre, pues no tiene ojos para discernir lo singular y único. El hecho de no ver más que semejanzas y de igualarlo todo es característico de una vista débil.

229. Obstinación y fidelidad.

Defiende una causa cuyo punto débil conoce muy bien por pura obstinación, pero a eso lo llama «fidelidad».

230. Falta de discreción.

No hay nada convincente en él. Ello se debe a que nunca se ha callado si quiera la más mínima buena obra que haya hecho.

231. Los que quieren conocer «a fondo».

Los que tardan en entender piensan que la lentitud es indispensable para el conocimiento.

232. Soñar.

Apenas soñamos, a no ser que soñemos cosas interesantes. Hay que aprender a estar despierto igual, a no estar despierto si no es de un modo interesante.

233. El punto de vista más peligroso.

Lo que ahora hago o dejo de hacer es tan importante para todo lo que ha de venir como el mayor acontecimiento del pasado. Desde esta formidable perspectiva del efecto, todos los actos son igualmente grandes y pequeños.

234. Reflexiones consoladoras de un músico.

«Tu vida no resuena en los oídos de los hombres; para ellos llevas una vida muda y toda la delicadeza de la melodía, toda resolución sutil en el acompañamiento o en el preludio permanecen ocultas para ellos. Es verdad que no vas por la calle al son de una música militar, pero no es razón para que esa buena gente diga que el movimiento de tu vida carece de música. Quien tiene oídos, oye».

235. Talento y carácter.

Muchos ho m bres alcanzan su ci m a gracias a su carácter, aunque su talento no esté a la misma altura. A muchos otros les ocurre lo contrario.

236. Para mover a la masa.

Quien quiere mover a la masa, ¿no debería ser comediante de sí mismo?, ¿convertirse antes en una figura de precisión grotesca, y presentar toda su persona y toda su causa de esta forma burda y simplificada?

237. El cortés.

«¡Es tan cortés!». Efectivamente, siempre procura tener un terrón de azúcar para dárselo al verdugo, y es tan miedoso que todo el mundo le parece su verdugo, incluso tú y yo… En eso consiste su «cortesía».

238. Sin envidia.

Carece totalmente de envidia, pero eso no tiene ningún mérito; quiere conquistar un país que nadie ha poseído aún, ni tan siquiera visto.

239. Sin alegría.

Alcanza con una sola persona sin alegría para infectar toda una casa y para oscurecer el ambiente. ¡Y se necesita un milagro por lo menos para que no haya siempre una persona así! La felicidad no es una enfermedad tan contagiosa. ¿Por qué será?

240. Junto al mar.

No me haría una casa (¡y tengo la suerte de no poseerla!). Pero si no tuviera más remedio, me la haría, como algunos romanos, a la orilla del mar. Es probable que tenga afinidades secretas con ese hermoso monstruo.

241. La obra y el artista.

Ese artista es ambicioso. Para decirlo todo, su obra no es sino un cristal de aumento que ofrece a quien lo considera.

242. A cada uno lo suyo.

Por grande que sea mi deseo de conocimiento, no puedo sacar de las cosas nada que yo ya no tenga, todo lo que pertenece a otros se queda en ellas. ¿Cómo puede ser un hombre ladrón y salteador?

243. Origen de las ideas de «bueno» y de «malo».

Sólo es capaz de inventar algo mejor quien sabe darse cuenta de que algo no es bueno.

244. Pensamientos y palabras.

No podemos expresar totalmente con palabras ni siquiera nuestros propios pensamientos.

245. Alabanza en la elección.

El artista elite sus temas; ese es su modo de alabar.

246. Matemáticas.

Queremos introducir a tod costa la delicadeza y el rigor de las matemáticas en toas las ciencias, siempre que podamos; no porque creamos que así conoceremos mejor las cosas, sino para establecer vuestra relación humana con ellas. Las matemáticas no son sino el medio de conocer lo humano de manera universal.

247. Hábito.

Todo hábito hace más ingeniosa nuestra mano y menos ágil nuestro ingenio.

248. Libros.

¿Para qué nos sirve un libro que ni siquiera tiene la virtud de llevarnos más allá de todos los libros?

249. El lamento del que busca el conocimiento.

«¡Ay, maldita ambición! En esta alma no existe el modo alguno la renuncia al yo, sino que mora un yo que ansía todas las cosas, que quisiera tomar con sus propias manos y ver tanto a través de muchos individuos como de sus propios ojos; un yo que recuperase también todo el pasado, que no quisiera perder nada de lo que pudiese pertenecerle. ¡Ay, llama maldita de mi ambición! ¡Si ludiera renacer en cien seres!». Quien no conozca por experiencia este lamento, no conoce tampoco la pasión del que busca el conocimiento.

250. Culpabilidad.

Aunque los jueces de brujas más ácidos y las propias brujas estuviesen convencidos del carácter culpable de la brujería, la culpabilidad ro sería menos inexistente. Lo mismo sucede en toda culpabilidad.

251. Los que sufren sin que se sepa.

Las naturalezas grandiosas sufren de modo diferente al que lo imaginan quienes los veneran; sufren más duramente las depresiones infames y mezquinas de muchos malos instantes, simplemente porque dudan de su grandeza, y no por los sacrificios y el martirio que les exige su tarea. Cuando Prometeo se apiada de los hombres y se sacrifica por ellos, es feliz y grande ante sí mismo, pero cuando envidia a Júpiter los homenajes que le rinden los mortales, ¡entonces sí que sufre!

252. Es mejor seguir siendo deudor.

«¡Es mejor seguir en deuda que pagar con una moneda que no lleve nuestra imagen!». Así lo quiere nuestra soberanía.

253. Siempre en nuestra casa.

Llega el día en que alcanzamos nuestra meta y entonces advertimos con orgullo el largo viaje que hicimos para llegar hasta allí. La verdad es que no nos habíamos dado cuenta totalmente de que estábamos viajando. Íbamos, así, tan lejos que en cada nueva etapa pensábamos estar siempre en nuestra casa.

254. Contra la perplejidad.

Quien está siempre profundamente absorto, se encuentra por encima de toda perplejidad.

255. Imitadores.

A: —¿Qué dices? ¿No quieres que te imiten?

B: —No quiero servir de ejemplo para imitar. Quiero que cada uno se proponga algo, de la misma manera que hago yo.

A:—¿Entonces…?

256. La epidermidad.

Todo hombre de las profundidades encuentra la felicidad igualando a los peces voladores y jugando en las crestas más altas de las olas. Así, considera que lo mejor que tiene el contacto de las cosas es que éstas tengan una superficie, su epidermidad, valga la expresión.

257. Por experiencia.

Más de uno ignora lo rico que es hasta que un día se da cuenta de que incluso los más ricos se vuelven ladrones cuando entran en contacto con él.

258. El que niega el azar.

Nadie que haya triunfado cree en el azar.

259. En el paraíso.

«El bien y el mal son los prejuicios de Dios», dijo la serpiente.

260. Uno por uno.

Uno solo se equivoca siempre, pero con dos empieza la verdad. Uno solo no puede demostrar nada, pero alcanza con dos para que ya no se los pueda refutar.

261. Originalidad.

¿Qué es la originalidad? Es ver algo que aún no tiene nombre, que todavía no puede denominarse, aunque esté a los ojos de todos. Los hombres suelen ser de tal modo que para ver algo necesitan antes que ello tenga un nombre. Con gran frecuencia los originales han sido quienes han puesto nombres a las cosas.

262.
Sub specie o eterni
.

A:—Cada vez te alejas más rápido de los vivos. ¡Pronto te borrarán de sus listas! B:—Es la única forma de compartir el privilegio de los muertos.

A:—¿Qué privilegio? B:—El de no morir ahora.

263. Sin vanidad.

Cuando amamos, deseamos que nuestras faltas queden ocultas, pero no por vanidad, sino para no hacer sufrir al ser amado. En realidad, al amante le gustaría parecer divino, y ello tampoco por vanidad.

264. Lo que hacemos.

Lo que hacemos nunca es atendido, sino alabado o criticado.

265.Último escepticismo.

¿Qué son, en última instancia, las verdades del hombre, sino sus errores irrefutables?

266. Donde es necesaria la crueldad.

Quien tiene grandeza es cruel con sus virtudes y con sus condiciones secundarias.

267. La virtud de una gran meta.

Una gran meta nos hace superiores incluso respecto a la justicia, no sólo a nuestros actos y a nuestros juicios.

268. ¿Qué nos hace heroicos?

Adelantamos al mismo tiempo a nuestro mayor dolor y a nuestra mayor esperanza.

269. ¿En qué crees?

En que hay que establecer de una forma nueva el peso de todo.

270. ¿Qué dice la conciencia?

«Debes llegar a ser el que eres».

271. ¿Dónde residen los mayores peligros?

En la compasión.

272. ¿Qué amas en los demás?

Mis esperanzas.

273. ¿A quién llamas malo?

Al que siempre quiere avergonzar.

274. ¿Qué consideras más humano?

Evitarle la vergüenza a alguien.

275. ¿Cuál es el signo de que se ha adquirido la libertad?

No avergonzarse ya de uno mismo.

LIBRO CUARTO

San Enero

Tú que con flamígera lanza rompes el hielo de mi alma

y la empujas bramante al mar de su esperanza suprema
,

cada vez más claro y más sano, libre, en su amante sujeción
:

por eso celebra ella tus milagros
,

¡
hermosísimo Enero
!

Génova, enero de 1882
.

276. Para el Año Nuevo.

Vivo aún, pienso aún, así que debo vivir aún, pues he de pensar aún.
Sum, ergo cogito
;
cogito, ergo sum
. Hoy se les permite a todos _expresar sus deseos, sus más queridos deseos. Pues bien, diré yo también lo que hoy desearía de mí mismo, y qué pensamiento ha sido el primero que ha atravesado mi corazón este año, ¡qué pensamiento debe aportarme la razón, la garantía y la dulzura de toda vida futura! Quiero aprender a considerar cada vez más la necesidad en las cosas como lo bello en sí; así seré uno de los que embellecen la cosas.
Amor fati
(amor al destino) ¡Qué sea éste mi amor en adelante! No le haré la guerra a la fealdad; no acusaré a nadie, no acusaré ni siquiera a los acusadores. ¡Qué mi única negación sea apartar la mirada! Y, sobre todo, ¡quiero no ser ya otra cosa y en todo momento que pura afirmación!

277. Providencia personal.

Hay un punto culminante en la vida; cuando lo hemos alcanzado, más allá de toda nuestra libertad y de nuestro rechazo a conceder bondad y razón providenciales al bello caos de la existencia, corremos el riesgo de caer en la mayor de las servidumbres espirituales y nos vemos obligados a afrontar nuestra prueba más dura. Efectivamente, ahora se nos presenta, invadiéndonos por entero, la idea de una providencia personal, que cuenta con el mejor portavoz, la apariencia; dado que podemos palpar que todo, absolutamente todo lo que nos sucede, redunda constantemente en beneficio muestro. La vida de cada día, a todas horas, parece no tender más que a confirmar con nuevas pruebas esta interpretación; sea lo que sea, con buen o mal tiempo, la pérdida de un amigo, una enfermedad, una calumnia, una carta que no llega, un pie que se nos dobla, un vistazo a una tienda, un argumento en contra, un libro abierto al azar, un sueño, un engaño; el acontecimiento se revela inmediatamente o poco tiempo después como algo que «no podía dejar de producirse», ¡qué está lleno de profundo sentido y de provecho precisamente para nosotros! ¿Hay seducción más peligrosa que renegar de los despreocupados y desconocidos dioses de Epicuro, para creer, en cambio, en no sé qué divinidad mezquina y puntillosa que conocería personalmente hasta el cabello más pequeño de nuestra cabeza y a la que no repugnaría mostrarse servicial de un modo tan lamentable? Pues bien, lo que quiero decir, pese a todo y dejando en paz a los dioses y también a los genios serviciales, es que debemos conformarnos con suponer que nuestra habilidad práctica y teórica para interpretar y coordinar los acontecimientos ha alcanzado su punto culminante. Pero no resumamos demasiado de esta ejecución musical de nuestra sabiduría si a veces la maravillosa armonía que surge al tocar nuestro instrumento nos llega a dejar estupefactos, pues se trata de una armonía con resonancias demasiado perfectas como para que nos atrevamos a atribuírnosla. En realidad, aquí y allá alguien toca en nosotros; el amado azar; él guía nuestra mano llegada la ocasión, y ni la providencia más sabia podría componer una música más bella que la que arranca entonces con nuestra mano insensata.

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