Read La isla de las tres sirenas Online

Authors: Irving Wallace

La isla de las tres sirenas (61 page)

BOOK: La isla de las tres sirenas
4.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Mary dio las gracias a Nihau, con un simple movimiento de cabeza, sin apartar la vista de las dos esculturas vivientes.

Mr. Manao asió por el codo a la joven llamada Poma y la condujo hasta cosa de un metro de la primera fila de alumnos. Su compañero Huatoro, el atleta, quedó en segundo término, sentado en la esterilla y en espera de que llegase su turno.

Sin soltar el codo de Poma, el instructor se dirigió a la clase.

—Empezaremos por la hembra —dijo—. Si bien todas las partes del cuerpo se hallan relacionadas con el placer sexual y la procreación, especialmente ciertas zonas sensitivas, al principio nos dedicaremos tan sólo al aparato genital, externo e interno. —Soltó el codo de la joven, dio un paso atrás y se volvió para mirarla—. Cuando quieras, Poma.

Mary, que miraba desde la última fila, no daba crédito a lo que sus ojos veían. Cerró fuertemente los puños, que tenía en el regazo de su vestido veraniego. Poma se llevó ambas manos atrás y de pronto el faldellín de hierbas se apartó a un lado, como una pantalla. Luego lo tiró al suelo y quedó completamente desnuda, con su amplia figura erguida, los brazos pendiendo a los costados y la vista perdida sobre las cabezas de los alumnos. Como el faldellín de hierbas le había protegido la región pelviana del sol, tenía la tez más clara desde la cintura a la parte superior de los muslos.

Aquella descarada exhibición llenó a Mary de una desazón infinita. En su patria, ella y sus amigas se desnudaban en los vestidores del gimnasio y cuando dormían juntas, sin darle mayor importancia a la cosa. Hasta entonces, Mary nunca había visto a una joven desnuda ante un público mixto. Sentía menos vergüenza por la propia Poma que por sí misma y por su propia feminidad, que se reflejaba tan sin tapujos frente a los alumnos masculinos, en especial el que tenía al lado. ¿Qué vería en ella la próxima vez que la mirase?

A Mary le dolía la espalda, en la base del cogote, y trató de darse masaje con la mano.

Como si viniese de muy lejos, oyó la voz del profesor que se dirigía a la clase. Se dio cuenta entonces de que su oído no había captado las palabras preliminares de su descripción y que su vista había permanecido posada en el suelo. Haciendo un esfuerzo, alzó la mirada. Vio fugazmente lo que allí sucedía: Poma, de pie, tan indiferente como la modelo de un artista, Mr. Manao, indicando con el índice a guisa de puntero, mientras designaba y explicaba aquella parte de la anatomía femenina. A Mary le daba vueltas la cabeza. ¡Era increíble!

Apartó de nuevo la mirada, pero en sus tímpanos resonaba el impacto de las palabras científicas y las frases descriptivas de los órganos femeninos, términos y expresiones que ella había encontrado en sus lecturas, pero que muy raramente había oído pronunciar. Pero allí estaban las implacables frases de Mr. Manao, que indicaban con precisión, con insoportable detalle, las causas, las finalidades, el funcionamiento, el uso de todas y cada una de las partes… ¿Oh, si pudiese ser sorda por unos momentos!

Con terquedad se esforzó por hacerse impermeable a la explicación.

Lo consiguió unos instantes, pero el esfuerzo fue demasiado grande para ella y finalmente la voz atravesó sus defensas. Por fortuna, adivinó que Mr. Manao casi había terminado de describir la anatomía más íntima de Poma.

Oyó su monótona voz:

—En otras partes del mundo, el diminuto órgano que se encuentra sobre el órgano principal posee dimensiones muy reducidas, durante toda la vida de la mujer. Sé que esto os parecerá increíble, pues así la excitación de esta zona se hace mucho más difícil. Entre nosotros es costumbre, como saben las chicas de esta clase, desarrollar y alargar su superficie durante la infancia, lo cual es garantía de plena satisfacción en la edad adulta. Lo que podéis observar en Poma en cuanto al desarrollo de esta parte, es típico de todas las jóvenes de la isla. Y ahora vamos a continuar, para que todo quede claro, los jóvenes sepan lo que tienen que esperar y las muchachas comprendan cómo funciona su propio mecanismo del placer…

Mary mantuvo la vista baja, pero el oído avizor, durante esta última y descarnada revelación. Muy resuelta a dominarse, adoptó una actitud de aparente atención y tranquilidad. Trató muy especialmente de mantener esta actitud cuando Mr. Manao hizo aquella observación acerca de las mujeres de "otras partes del mundo", comparándolas a las de Las Tres Sirenas.

Imaginó que los ojos de todos estaban posados en ella, pues era la única que tenía algo "increíble", ella era la extranjera, el fenómeno. Aquellas palabras constituyeron un calvario para ella. Temió el momento en que se hallaría sometida a las miradas de todos, durante el recreo.

Levantó la vista para observar a sus compañeros. Todos los ojos estaban concentrados en el espectáculo que tenían delante. Nadie podía impedirle que cerrase los ojos y se taponase los oídos, pero no se atrevía a hacerlo, aunque nadie lo advertiría. Su mirada volvió a fijarse en la espalda desnuda del chico que tenía enfrente. Luego, apelando a unas fuerzas ignoradas, consiguió que la voz de Mr. Manao se convirtiese en un murmullo monótono y seguido, que la arrulló hasta sumirla en un estado de somnolencia.

Cuando la voz del maestro cesó, ella levantó la cabeza, aliviada, preguntándose si al fin habría llegado la hora del recreo. El desnudo femenino ya no se exhibía a los alumnos y sólo vio al maestro en actitud de espera.

De pronto el atleta, Huatoro, penetró en su campo de visión, mientras tiraba a un lado un trapo blanco. Acto seguido se volvió hacia ella. Mary contuvo el aliento al ver lo que hasta entonces nunca había visto. Desobedeciendo a todos los censores de su cerebro, miró como hipnotizada. Sólo cuando Mr. Manao señaló a Huatoro para proseguir tranquilamente la clase, sólo entonces, ella bajó la cabeza, esforzándose en defenderse de nuevo ante la intrusión de sus palabras, pero éstas corrían hacia ella, precisas, científicas e indiferentes. Sintió deseos de levantarse y echar a correr; casi empezó a hacerlo, pero no lo hizo, porque entonces el espectáculo hubiera sido ella, y no el joven indígena que se exhibía desvergonzadamente.

Cuando terminó la clase, ella se puso en pie sin ver nada. No quería ver a nadie, ni quería que nadie la viera. Se sentía desnuda, todos estaban desnudos y aquello estaba muy mal hecho en público. Su único deseo consistía en ocultarse.

Saliendo al luminoso exterior, pensó en huir. Deseaba interponer la mayor distancia posible entre ella y aquella indecente casa. Los alumnos que la habían precedido y formaban grupos en el césped anejo a la escuela, le imposibilitaban la fuga. Con la mayor rapidez posible, y rehuyendo las miradas de todos, Mary zigzagueó entre sus compañeros, para dirigirse a toda prisa hacia el poblado.

Al irse de aquella manera, comprendió que Nihau la echaría de menos.

Durante los últimos quince días se habían encontrado durante los dos recreos, por acuerdo tácito e informulado. Si ella salía de la clase antes que él, le esperaba al pie de un árbol y a los pocos segundos el muchacho aparecía puntualmente, sonriendo con timidez y con sus sólidas facciones más encogidas que nunca, trayéndole en la mano dos medios cocos llenos de zumo de frutas. Entonces se sentaban a la sombra del árbol, a veces en compañía de otros alumnos, y hablaban de lo que habían tratado en clase o evocaban recuerdos de sus jóvenes vidas. Mas por primera vez, ella no lo esperaría bajo el árbol. ¿Qué pensaría Nihau?

Aunque en realidad, poco le importaba lo que él o los demás pudiesen pensar. La sorprendente fealdad de lo que acababa de ver en la escuela, había acallado la voz de la razón. Sólo deseaba hallarse lejos de aquello, para poder respirar libremente.

Descendió la cuesta con paso presuroso, perdió de vista el patio de la escuela cubierto de hierba y, por último, echó a correr. Al llegar al borde del poblado, se detuvo, jadeante, sin saber hacia dónde dirigirse. Si se iba a su choza, su madre, su padre o ambos se encontrarían allí y conocerían su agitación. Al saber que volvía de la escuela, le harían preguntas y se vería obligada a revelarles la existencia de la clase que tan celosamente les había ocultado. Y en aquellos momentos no se sentía capaz de hacerlo.

—¡Mary!

Al oír su nombre se volvió y vio a Nihau que bajaba corriendo en pos de ella. Al llegar a su lado, vio que el rostro sensitivo del muchacho estaba serio y lleno de preocupación.

—Yo no estaba muy atrás cuando salimos de la clase —dijo—. Y vi que tú te ibas a toda prisa. ¿No te encuentras bien?

—Ahora no tengo ganas de hablar.

—Lo siento… lo siento mucho… no deseo molestarte… ni ofenderte…

Su aspecto era tan suplicante que a ella se le ablandó el corazón.

—Desde luego, no creo que haya para tanto, Nihau. Lo que pasó es que… —Miró a su alrededor—. ¿No podríamos sentarnos por aquí?

El indicó a la izquierda.

—Allí, cerca de la Choza Sagrada.

Se alejaron en aquella dirección, por el borde del poblado sin pronunciar palabra. Cuando hubieron penetrado en el bosquecillo él indicó el primer claro en semicírculo, rodeado de umbrosos árboles.

—¿No te parece bien ahí? —preguntó.

—No quiero retenerte —dijo Mary—. Llegarás tarde a la clase siguiente.

—No importa.

Se sentaron en la fresca hierba, pero Mary no supo qué decir. Cruzó sus dedos y empezó a balancearse, con expresión apurada en sus juveniles y límpidas facciones.

—Me molesta tener que confesarlo —dijo—. Me vas a tomar por un crío.

—¿De qué se trata, Mary?

—De lo que acabamos de ver en clase… nunca había visto una cosa así.

Sólo muy lentamente la comprensión se hizo en la mente de Nihau.

—¿Te refieres a Poma y Huatoro?

—Sí.

—Pero sin duda ya has visto otras personas desvestidas. A niños. A tus amigas. A tus padres.

—Pero eso es distinto. Lo de hoy ha sido tan… tan… crudo…

—Tiene que empezar de algún modo, Mary. Todos tenemos que aprenderlo.

—No sé, acaso no sepa explicarme —dijo ella—. Quizás he vivido demasiado recluida y soy demasiado… romántica. Pero la manera como lo han hecho… quitándose las prendas frente a un grupo de chicos y chicas, de día, para señalar después sus… a todas las partes… no sé. Me pareció que de pronto todo lo que se refiere a eso perdía todo su atractivo. Era como si me lo impusiesen a la fuerza. Es lo mismo que te dije al hablarte de mi pandilla… de mis amigos y amigas de Alburquerque. Yo soy una de las que aún se mantienen apartadas, hasta cierto punto, porque… verás, no creo que haya que ver o hacer ciertas cosas sólo porque es necesario verlas o hacerlas. Para mí, lo primero es desearlas. Hay que hacer las cosas cuando se desea hacerlas, en el momento adecuado. ¿Me entiendes, Nihau? No, ya veo que no. Estoy hecha un verdadero lío. Quiero decir que esas cosas, vistas así, de sopetón, más bien echan a perder el amor.

Se sintió aliviada después de pronunciar aquel largo párrafo. ¿La habría entendido, él? Nihau permanecía inmóvil, mirándose las manos y analizando aquella importante emoción.

Al cabo de un momento levantó la cabeza.

—Comprendo tus sentimientos —dijo—. Tiene que ser difícil pasar de un sitio donde las cosas se mantienen ocultas a otro donde todo se expone claramente. Es natural que te sientas confusa. Nosotros estamos preparados para recibir esas enseñanzas, pero tú no. A mí, a todos los de la clase nos han criado en este ambiente, en que nada se oculta. Yo estoy cansado de ver hombres y mujeres de todas las edades sin una sola prenda encima.

He visto con frecuencia cómo hacen el amor. Para todos nosotros, la visión de Poma y Huatoro desnudos no fue ninguna novedad. Manao nos los mostró como en tu escuela el profesor descolgaría un mapa de la pared o enseñaría un esqueleto. Deseaba enseñarnos con la mayor exactitud lo que nosotros encontraríamos más tarde, en la vida, y explicárnoslo de manera precisa. —Meditó antes de proseguir—. Comprendo que, si esto es nuevo para ti, tenga que haberte asustado. Lamento que creas que puede echar a perder el amor. No es así, Mary. Lo que puede echar a perder el amor es la vergüenza, el temor y la ignorancia. Ver lo que has visto y aprender lo que aprenderás no echará a perder nada, el día que estés verdaderamente enamorada. Entonces el hombre que hayas escogido será para ti como el primer hombre que hayas visto o conocido jamás. Si eres juiciosa y no tienes miedo, gozarás más con él y lo contentarás más, y ser más feliz desde el principio, pues vuestra unión habrá comenzado bien.

Nihau le ofreció una visión tan distinta de aquello, que se sintió confortada. En su mente aparecían ya más difusas, retocadas y menos duras, las fotografías de Poma y Huatoro desnudos, lo mismo que las vívidas descripciones que Mr. Manao había hecho de su anatomía. Y por último, las fotografías terminaron por ser atractivas.

Nihau permanecía pendiente de sus palabras, como si de sus labios tuviera que surgir una decisión trascendental.

La sonrisa de Mary se tornó al fin tan pudorosa como la del joven.

—Gracias, Nihau. Ahora, será mejor que vuelvas a la escuela.

El vaciló.

—¿Y tú?

De pronto sintió que todo se había arreglado, los misterios iban en vías de disiparse y ella sería pronto una mujer hecha y derecha, juiciosa, confiada, superior y más sana a todos los de su grupo de Alburquerque. El temor y la vergüenza se habían disipado. Esperaba con impaciencia el momento de ser una mujer adulta. Sintió deseos de echar a correr hacia la casa.

¡Ojalá que todos los días de aprendizaje se pudiesen condensar en uno solo, para saberlo todo de la noche a la mañana!

—Hoy no, Nihau —dijo—. Prefiero quedarme aquí sentada, pensando. Pero mañana, sí… mañana nos veremos en la escuela.

Durante más de una hora, Harriet Bleaska, vestida con su inmaculado uniforme blanco de enfermera, permaneció de pie bajo el sol abrasador del principio de la tarde, asistiendo a los funerales de Huata sin verter una lágrima.

Antes de asistir a la ceremonia, Harriet se sentía muy preocupada por la invitación, pese a que Maud le había asegurado que aquellos ritos funerarios eran muy sencillos en casi todas las islas de la Polinesia. Los ritos que se celebraban en Las Tres Sirenas, explicó Maud, consistían principalmente en la ceremonia destinada a separar el alma de Huata de su alojamiento terrenal y purificarla antes de su ascenso al Walhalla, para reunirse con el Sumo Espíritu.

Harriet fue la única persona de la misión norteamericana invitada a la ceremonia. Ella esperaba hallar a algunos de sus compañeros, pero no fue así, y Harriet se encontró sola frente a la choza de Huata, situada en la cuesta, a cincuenta metros de la enfermería. La rodeaban veintitantos habitantes del poblado, todos ellos parientes del muerto. Respondió a las breves inclinaciones de cabeza del jefe Paoti y su esposa, Moreturi, Tehura y otros varios conocidos. Supuso que el rollizo y anciano caballero y la mujer de facciones ajadas situados en primer término del duelo eran los padres de Huata.

BOOK: La isla de las tres sirenas
4.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Flying Affair by Carla Stewart
Baby, It's You by Jane Graves
How to Be Black by Baratunde Thurston
Jo Beverley by Forbidden Magic
Resilience by Elizabeth Edwards