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Authors: Irving Wallace

La isla de las tres sirenas (75 page)

BOOK: La isla de las tres sirenas
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Claire observaba sin emoción alguna, sintiéndose muy por encima de aquella lucha, como si viese pequeños muñecos de cuerda que compitieran en una bañera.

Se dio cuenta de que Courtney tocaba con el índice el vidrio de su cronómetro.

—Quince minutos y aún no han cubierto un kilómetro —dijo—. De todos modos, es un tiempo excelente. Tenía usted razón. Su hombre nada muy bien.

Mi nombre, pensó Claire por último. Y la frase le resonó en el cerebro.

—¡Mire cómo aún conserva la delantera! —exclamó Courtney.

Ella miraba sin ver y entonces se esforzó por obedecer a su compañero. Era verdad. El mar abierto se extendía entre Marc y la pareja de nadadores indígenas. Les llevaba unos veinte metros de ventaja. Claire contempló al blanco, al gran amante blanco, al hombre superior perteneciente a una raza de señores, superior también y que realizaba aquella simbólica exhibición de virilidad. Y de nuevo surgieron en su mente las preguntas obsesionantes: ¿hacen un hombre los modales masculinos y las hazañas viriles? ¿Es un hombre Marc? Hasta que no lo sepa, ¿cómo sabré si yo soy verdaderamente una mujer?

—¡Qué orgullosa debe de estar!

Era una emocionada voz femenina que se dirigía a ella. Claire vio que la bella Tehura acababa de arrodillarse entre Courtney y ella. Los ojos de la joven indígena brillaban y lucía su blanca dentadura.

Claire asintió en silencio, sin sonreír, y Courtney, zumbón, dijo a la muchacha:

—Tu amigo Huatoro no está acostumbrado a mirar los pies de otro.

—Yo no tengo favorito —dijo Tehura, circunspecta—. Huatoro es mi amigo, pero Moreturi es mi primo y Marc Hayden es mi… —vaciló buscando en su limitado vocabulario, hasta que dijo—:… es mi mentor de lejanas tierras. —Señaló hacia abajo—. ¡Mira, Tom! ¡Huatoro ha pasado al pobre Moreturi!

Sin hacer caso de la carrera, Claire miró intrigada a la joven indígena. Siempre la había considerado como una de tantas muchachas atractivas del poblado, algo distinta de las demás porque la tuvo al lado durante el rito de aceptación de la primera noche. Pero a pesar de ello, comprendió por primera vez que existía una relación más íntima entre la joven indígena, Marc y ella. Marc era su "mentor", y ella era la "informante" de Marc. Durante casi quince días seguidos, Marc había pasado diariamente varias horas con ella. Era probable que aquella muchacha hubiese visto más a su esposo, durante todo aquel tiempo, que la propia Claire. ¿Qué pensaría de Marc, de aquel hombre extraño, ceñudo, casi cuarentón y que procedía de la remota California? ¿Pensaría en él como en un hombre? ¿Y cómo podía pensarlo ella, que tanto sabía, si Claire, que sabía tan poco, no estaba segura? Pero estas preguntas quedarían sin respuesta. Tehura no conocía a Marc en absoluto. Conocía a un etnólogo que le hacía preguntas y tomaba notas. Conocía a un hombre blanco y musculoso que nadaba mejor que sus compañeros de la aldea. Pero no conocía al puritano que insultó su propio faldellín de hierbas, que Claire se puso la noche anterior, en un impulso de esposa enamorada.

Claire vio que Courtney, Tehura y todos cuantos los rodeaban, se hallaban absortos en la lucha que se desarrollaba en el mar. Con un suspiro, se inclinó hacia delante. Desde la última vez que miró, el dibujo que los nadadores formaban en las aguas verdes se había alterado. Unos minutos antes, los comparó a una larga cuerda de espuma, en la que se veían nudos a intervalos, y estos nudos eran las cabezas y los hombros de los contendientes. La cuerda de espuma había desaparecido y en su lugar el dibujo formado en el agua recordaba un triángulo acutángulo que avanzaba hacia la rocosa costa que se extendía a sus pies. En la punta del triángulo se encontraba Marc, cuyos brazos blancos y mojados salían del agua para entrar de nuevo en ella, como las ruedas de un vapor fluvial del Misisipi. Detrás de él, a su izquierda y en diagonal, muy cerca de Marc, avanzaba el indígena de anchos hombros llamado Huatoro. También en diagonal, pero a la derecha y más retrasado, estaba Moreturi. Después, más cerca que antes, seguía el resto del triángulo formado por los otros nadadores morenos, que braceaban sin cesar, mientras sus pies golpeaban el agua y se tumbaban de costado para respirar ruidosamente.

Oyó que Courtney decía a Tehura:

—Lo están alcanzando. Mira, ahí va Huatoro. No creí que aún le quedasen arrestos…

—Es muy fuerte —comentó Tehura.

Claire escuchó el creciente clamor de los espectadores, que de pronto se convirtió en un verdadero pandemónium. Como impulsados por el estallido de doscientas gargantas que gritaban al unísono, Courtney y Tehura se levantaron de un salto.

—¡Míralos… míralos! —gritó Courtney. Se volvió a medias—. Claire, no se pierda el final…

Claire asintió a regañadientes. Los nadadores habían desaparecido por un instante de su campo visual, pero cuando se acercó al punto elevado donde se hallaban Courtney y Tehura, volvió a verlos.

Marc acababa de llegar al pie del gran farallón escalonado y se izaba fuera del mar, chorreando agua como una gran foca blanca. Fue el primero en salir del agua y se incorporó para sacudirse la que aún le cubría el cuerpo. Luego se volvió para mirar a un lado y vio al vigoroso Huatoro poniendo también el pie en tierra.

Espoleado por la proximidad del indígena, Marc empezó a trepar por el acantilado, llevando cinco metros de ventaja a su rival. El farallón era abrupto y empinado y en él no había camino alguno. Era necesario trepar entre las rocas, aprovechando todos los salientes y presas. A veces la roca formaba peldaños naturales, pero otras veces había que contener el aliento y efectuar una verdadera escalada. Marc fue ascendiendo por las terrazas pétreas, con Huatoro pisándole los talones, mientras el grueso de los nadadores llegaba al pie del acantilado.

Marc y Huatoro se encontraban a la mitad de la escalada. Los jueces, de rodillas los contemplaban desde lo alto, gesticulando, llamándolos y profiriendo gritos de aliento. Cuando les faltaban una tercera parte para alcanzar la cumbre, Claire comprendió que Marc empezaba a desfallecer. Después de izarse mediante contracción sobre los sucesivos salientes de roca y erguirse de nuevo, tardaba cada vez más tiempo en coronar el siguiente escalón. Hasta entonces, había ascendido con la misma regularidad que una máquina, pero entonces parecía como si la máquina se hubiese atascado y empezase a fallar. El ascenso de Marc se hizo lento, lentísimo, como una película en movimiento retardado. Daba pena verlo. Sus pausas cada vez eran más largas, como si apenas le quedasen fuerzas.

A menos de cinco metros de la cumbre se detuvo en una estrecha repisa, tambaleándose sobre unas piernas que ya no querían llevarle, más blanco que antes, casi deformado por la fatiga. Fue allí donde Huatoro le dio alcance, trepando a una cornisa paralela que estaba a menos de un metro de distancia. Claire, que hasta entonces sólo había contemplado a su marido, pudo ver entonces por primera vez a su rival. Huatoro se colocó al lado de Marc con el vigor de un toro joven. Vaciló sólo una décima de segundo para mirar a su adversario y entonces levantó un musculoso brazo, luego el otro y se izó tras ellos con los hombros y el torso bañados de sudor.

Claire vio que Marc movía la cabeza enérgicamente, como un gladiador que, acabado de levantar de la arena, se esforzase por ordenar a sus inseguras piernas que se pusiesen en movimiento. El siguiente reborde estaba próximo y Marc trepó a él casi sin ayudarse con las manos. Huatoro ya le llevaba unos pasos de ventaja. Desesperado, Marc, trató de alcanzarlo. Así siguieron trepando, cada vez más cerca de la meta, efectuando contracciones, saltando, deteniéndose, escalando, arrastrándose, parándose y así sucesivamente hasta que ambos llegaron al mismo saliente de roca, pero ya Huatoro llevaba la delantera, subiendo sin cesar, mientras Marc se tambaleaba, a punto de desplomarse, doblando las rodillas, otra vez como el gladiador abatido, no por un golpe sino por agotamiento y porque la voluntad lo había abandonado.

Resonó de nuevo en los oídos de Claire el clamoroso griterío de los espectadores con el que se mezclaron los chillidos de Tehura, que zarandeaba a Courtney por el brazo, gritando:

—Mira… mira… oh, no puede ser…;no!

Claire se volvió para ver el final. Marc estaba de pie, frente a la cornisa inmediata, que Huatoro acababa de escalar. Pero en vez de trepar sobre la roca, la mano de Marc se cerró en torno al tobillo de Huatoro. El indígena, que se disponía a reanudar la marcha, se encontró de pronto retenido por una pierna. Estupefacto, quizás encolerizado (sus facciones no podían verse con claridad), Huatoro gritó algo a Marc, sacudiendo unas dos y tres veces la pierna sujeta por su rival, hasta librarse de Marc, como si hubiese alejado de un puntapié a un perrillo importuno.

Por fin libre, Huatoro ascendió rápidamente hasta alcanzar la cumbre y la victoria, mientras Marc permanecía a gatas donde el otro lo derribó a puntapiés, inmovilizado por la fatiga y la humillación pública que acababa de sufrir. Pero ésta no había terminado, porque mientras permanecía postrado y agobiado bajo el peso de la derrota, Moreturi llegó junto a él, le dirigió una mirada y continuó ascendiendo hacia la cumbre. Después llegaron los demás, los jóvenes tenaces y robustos. El primero de ellos pasó junto a Marc para llegar el tercero a la meta, y después otro y otro, hasta que por último Marc, se incorporó, tembloroso, y, como un tullido, con movimientos agarrotados y lentos, ascendió las últimas rocas, sin ver las manos que se tendían hacia él, para alcanzar finalmente la cúspide. Huatoro y Moreturi, con otros dos o tres, se aproximaron a él, con la evidente intención de hablarle, pero él se apartó y, resollando fuertemente, se dirigió a un lado, para recuperar sus fuerzas y su orgullo herido.

El griterío se convirtió en animado rumor de conversaciones. Claire dio media vuelta y se volvió de espaldas a la escena. Pero entonces notó que Courtney la estaba observando.

No trató de sonreír ni de encogerse de hombros. Con voz queda, en la que había una leve nota de ironía, recitó:

—"Cuando el Gran árbitro apunta el resultado junto a tu nombre, no escribe que has ganado o has perdido, sino cómo jugaste la partida".

Courtney la miró, frunciendo el entrecejo:

—Yo no creo eso, Claire; no creo que intentase de verdad retener a Huatoro. Quería trepar sobre la cornisa y por pura casualidad… no sabía lo que hacía… sujetó el tobillo de Huatoro y lo retuvo… por puro instinto de conservación.

—Gracias por dorarme la píldora, Tom, pero no lo necesito —estalló Claire, súbitamente encolerizada—. Conozco muy bien al paciente. Cometió una estupidez al participar en la prueba, y otra aún mayor al tratar de ganarla con malas mañas. Existen medios mejores y distintos para que un hombre demuestre su valía. Gracias, pero hoy no quiero más píldoras, Tom.

Tehura se acercó a ella con una extraña expresión inquisitiva en el rostro. Miró a Claire de hito en hito.

—¿Usted lo cree así realmente, Ms. Hayden? Pues yo no, la verdad.

—Tras una pausa, dijo, poniéndose muy tiesa—: Yo creo que lo hizo muy bien.

Hizo una leve inclinación de cabeza y se alejó.

Claire enarcó las cejas sorprendida, viendo alejarse a la joven indígena. Luego se volvió hacia Courtney y se encogió de hombros.

—Bien, cuando llegue el Gran árbitro, creo que hará bien en darse antes una vueltecita por Las Tres Sirenas… Gracias por su compañía Tom. Creo que lo mejor que puedo hacer ahora es volver a la choza, para derramar un bálsamo sobre la virilidad herida de mi héroe… —Parpadeó viendo su rostro inexpresivo y añadió—: Habrá que hacer acopio de fuerzas para ese festival.

Pocos minutos después de las ocho, la oscuridad ya se extendía por los alrededores del poblado, acentuando aún más la enorme y decorativa bola de luz que se alzaba en el mismo centro del poblado.

La bola luminosa era en realidad la yuxtaposición de tres círculos de antorchas encendidas que rodeaban la gigantesca plataforma que había sido construida aquella misma mañana. Las antorchas se elevaban desde el suelo como las velas que adornan un pastel de cumpleaños de altura descomunal. Primero venía el círculo exterior de antorchas, roto en dos partes por el arroyo y plantado en la tierra, entre los grupos de indígenas. Las llamas se elevaban verticalmente, sin oscilar ni temblar en la noche sin viento, como si el Sumo Espíritu no jadease ni respirase fuertemente al contemplar a sus hijos, sino que se sentase tranquilo y sereno entre ellos, para compartir sus placenteras diversiones sin pensar en el trabajo. El segundo círculo luminoso estaba formado por las antorchas sujetas a los escalones de madera que rodeaban la plataforma, a poco más de medio metro sobre el césped y también a medio metro bajo el estrado. Por aquella escalera subirían los participantes en la representación. Sobre la plataforma propiamente dicha se extendía el círculo más elevado de luces, formado por antorchas más gruesas y brillantes, que hacían las veces de candilejas, pero sobre los cuatro lados curvados del escenario.

Courtney explicó a los Hayden que la plataforma ovalada medía casi doce metros de longitud por seis de ancho y las tablas que la formaban se utilizaban en todos los festivales anuales, con el resultado de que su superficie estaba lisa y pulimentada por los innumerables pies que habían bailado sobre ellas.

En aquellos momentos el escenario estaba vacío salvo por la presencia de los siete indígenas que componían la orquesta. Eran jóvenes atezados y entusiastas, dos de los cuales tocaban tambores hechos con troncos de árbol ahuecados, uno, la flauta, dos, varillas de bambú que golpeaban rítmicamente y otros dos que se limitaban a batir palmas.

Los miembros del equipo norteamericano ocupaban los puestos de honor, una serie de asientos de primera fila situados a menos de cinco metros del estrado. En realidad estaban sentados en la hierba, frente a hilera tras hilera de indígenas, que se perdían en las tinieblas. Claire estaba al extremo de la fila, con aspecto muy tranquilo y descansado en su blusa de dacrón blanco sin mangas y falda de hilo azul marino que le cubría las rodillas. Sus pies calzados con sandalias estaban discretamente recogidos bajo la falda. Permanecía muy quieta con las manos cruzadas en el regazo. Oyó que Orville Pence, arrodillado junto a Rachel DeJong y Maud, que estaban a su lado decía:… y los músicos se empeñan en afirmar que incluso sus instrumentos son antiguos símbolos sexuales; el tambor hueco representa a la hembra y la flauta de madera, naturalmente, el macho. Todo esto forma parte del programa del festival. Así, si pensamos que… Claire no quiso seguir oyendo el resto. Estaba cansada de escuchar siempre interpretaciones freudianas. Por una parte esto y por la otra Boas, Kroeber y Benedict, sin olvidar a Malinowski, claro, y desde luego Cora Dubois y la isla de Alors, y tarde o temprano se abordaría el tema de la psicodinámica. Para Claire, aquellos eran unos intrusos, unos invitados indeseables, que analizaban, que lo explicaban todo, que desmontaban y volvían a montar lo que veían, que despellejaban la primitiva belleza, para dejarle únicamente el deforme meollo, desfigurado por completo.

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