La llave del abismo (51 page)

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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

BOOK: La llave del abismo
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—Quedamos nosotros tres —puntualizó Maya—, y la Verdad.

Daniel y Darby se volvieron hacia ella. En el rostro del hombre biológico reapareció la preocupación, como un viejo amigo que nunca se hubiese marchado del todo.

—Yilane dijo que estaba con nosotros, y yo le creo —añadió Maya—. Además, se afirma que la Verdad es creyente profundo del Decimocuarto, el Último Capítulo. ¿Sabes lo que eso significa, Héctor?

Darby asintió. Su rostro había perdido color.

—Es capaz de apoderarse de las mentes de otros —dijo.

Daniel recordó a Mitsuko y tragó saliva.

—Podemos ser cualquiera de nosotros tres... —continuó la muchacha, impasible—. Puede estar controlándonos ahora mismo sin que los demás lo sepan.

—Pero, si es así... —Darby la miró angustiado—. ¿Cómo vamos a saber quién es antes de que decida actuar?

Ni Maya ni Daniel respondieron. Durante un instante solo se escucharon sus respiraciones y los chirridos metálicos de las profundidades de la
Llave.
A Daniel le hacían pensar en el gemido quejumbroso de alguna criatura.

—Por lo pronto, tenemos que asegurarnos de que no puede ser nadie más —dijo Maya. Mientras hablaba se colgó del cinto dos fundas de armas—. Anja y Meldon están muertos, pero existen formas de que una mente ajena resida temporalmente dentro de un cadáver. Hay incineradores en el nivel inferior. Debemos quemar sus cuerpos y disolver las cenizas en ácido, o expulsarlas al exterior. Podemos ir a por Anjali y luego llevarnos a ambos abajo...

—Yo tendré que quedarme a supervisar la recopilación de datos —dijo Darby.

—No quiero que vengas —concedió Maya—. Te quedarás con el transmisor abierto. Si oímos algo raro, o tú oyes algo raro, nos reuniremos de inmediato. Cuando nos libremos de los dos cadáveres, podremos irnos...

Darby y Daniel aceptaron el plan. Repartieron las armas que quedaban. Maya guardó la pistola de dos cañones de Svenkov, que aún contaba con munición, Daniel se quedó con la de ráfagas de Yilane y a Darby le entregaron la de Rowen. Se movían de manera afanosa. Solo las manos de la muchacha ciega no temblaban.

Cuando estuvieron preparados, Maya y Daniel se dirigieron a la rampa, pero ella, que iba delante, se detuvo de repente.

—Otra cosa más. Nuestro enemigo es muy especial. No debemos dudar en disparar si uno de nosotros hace cualquier cosa que despierte nuestras sospechas, y eso me incluye a mí, por supuesto: no nos concederá otra posibilidad. —Hizo una pausa, como para que los dos hombres asimilaran aquellas palabras, y agregó:— La Verdad es una gran mentirosa, no lo olvidéis.

Sin esperar respuesta, continuó subiendo por la rampa.

_____ 14 _____
Último

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14.1
• •

Daniel reprimió un escalofrío al contemplar el cadáver de Anjali Sen. La rigidez había provocado que las bandas que lo mantenían fijo al lecho se tensaran. Cuando Maya desató la banda del pecho, el cuerpo descendió pesadamente sostenido solo por la cintura, y sus piernas se separaron. Luego, Maya descubrió el rostro, y los ojos de la creyente, dos ónices engastados en una horrible expresión, parecieron observar a Daniel desde más allá de la muerte.

—Pobre Anja —dijo la muchacha acariciando el vientre moreno del cadáver—. El crimen de Yilane fue espantoso: destruyó a la persona que más amaba en el mundo. Pero no fue él quien realmente lo hizo... —Tras una pausa sacudió la cabeza y convirtió otra vez sus manos en herramientas—. Ayúdame con estos cables...

Dos cables enganchados al techo mantenían la cama funeraria en la posición casi vertical requerida. Daniel movió un asiento y se subió encima. Logró desenganchar el cable de su lado mientras Maya hacía lo propio con el suyo. Entonces la muchacha procedió a hacer descender el lecho. Daniel, sentado en el respaldo, la contemplaba.

—Explícame cómo puede una mente invadir a otra incluso muerta —dijo.

—Es cuestión de creencia —repuso ella al tiempo que guiaba el lecho hacia el suelo—. Se basa en el Último Capítulo, que trata de una mujer que invade la mente de un hombre y ocupa su cuerpo, mientras la mente de él se introduce en el cadáver de ella... En el Capítulo se explica, metafóricamente, cómo realizar esa transferencia...

—La Verdad puede hacer eso —dijo Daniel, estremecido, pensando en Mitsuko.

Maya asintió. Estaba agachada junto a Anjali y abría la última banda que la sujetaba por las ingles.

—Es hechicería —comentó—. A los que lo hacen se les llama «nigromantes». Son brujos que utilizan los poderes del Último. Con ellos es posible crear blasfemias como una mente viva dentro de un cuerpo muerto, o un cadáver animado por la fuerza del espíritu que lo ocupa... Ya está... —Se quedó un instante en la misma postura, el rostro inclinado hacia Anjali—. Nos lo llevaremos. Puedo cargarla yo. Antes, rastrearemos los camarotes en busca del resto del equipo y cogeremos algo para transportar los cuerpos... Unas cuantas sábanas servirán.

Dejaron en el suelo a Anjali y bajaron a la zona de camarotes. Todo estaba en silencio. El transmisor, colgado del cinturón de pequeñas anillas metálicas de Maya, ronroneaba con zumbidos remotos. De vez en cuando se oía toser o hablar por lo bajo a Héctor Darby: «De acuerdo...», y «Eso es...» eran sus frases preferidas. Maya le preguntó si todo iba bien, y el hombre biológico contestó afirmativamente.

Al llegar a los camarotes se dividieron la tarea. Daniel entró en su habitación y se acuclilló junto a la repisa donde había dejado parte del agua y los alimentos para el regreso. Lo agrupó todo, y mientras lo hacía notó algo.

Miró a su alrededor, aún en cuclillas, pero no encontró el origen de aquella sensación. Era como si le llamara la atención un detalle que no lograba precisar.

Se incorporó y recogió la sábana. A su espalda, la puerta se abrió.

—¿Has terminado? —dijo la muchacha.

Maya ya había registrado los camarotes de Rowen y Darby. Buscaron en el de Yilane sin hallar nada más y retornaron a la sala principal. Maya cargó el cadáver de Anjali y Daniel hizo acopio de dos bolsas de sábanas y el equipo que habían conseguido reunir. Se dirigieron de nuevo a la escalera, descendieron hasta el cilindro inferior y cruzaron la escotilla para acceder a la
Llave.

Para entonces, la sensación de que algo iba realmente mal se había hecho muy intensa en Daniel.

• •
14.2
• •

—¿Cómo va? —preguntó Maya Müller. Había dejado el cuerpo de Anjali en el suelo y lo estaba envolviendo en las sábanas.

—Lento —repuso Darby, lacónico.

A pesar de que habían estado en todo momento comunicados, el hecho de regresar a la sala azul y comprobar que Darby se encontraba bien, y tan abstraído como siempre ante las pantallas, constituyó una tranquilidad para Daniel. Sin embargo, aún no se había librado de aquella creciente inquietud.

Apoyó en el suelo las bolsas del equipo y utilizó las demás sábanas para envolver a Rowen. El cuerpo del empresario estaba frío y la rigidez empezaba a atenazarlo. Una oleada de tristeza anegó a Daniel, que deseó en silencio que el espíritu de Rowen se reuniera con el de Anjali en la ribera verde del Primer Capítulo.

Las luces se apagaron durante aquella fúnebre tarea, y en la oscuridad la alarma de Daniel se intensificó. Tocaba la piel gélida del cadáver de Rowen y escuchaba los comentarios de Darby, pero de repente todo eso se disolvió y se halló en otro lugar: una habitación bañada por una luz tan blanca que, paradójicamente, le impedía vislumbrar los detalles. Frente a él estaba la Verdad, como lo había estado en las fosilizadas alturas de la Vieja Torre de Tokio o el oscuro cilindro metálico de la casa de Svenkov, hablándole a través de... ¿de
quién,
en esta ocasión?

La luz le cegaba, no lograba ver su rostro, pero escuchaba su voz y sentía el infinito pavor de su presencia.
Soy lo último que verás antes de morir...

Cuando la energía retornó, aquella especie de visión pareció ocultarse como tras una nube. Sin embargo, su inquietud no menguaba.

—Acabemos con esto —dijo Maya.

Daniel no podía apresurarse más, y la muchacha dejó su propia carga para ayudarlo. La mano de Maya, cortada en varios puntos por el pelo de Turmaline y aún vendada, se mostraba un poco torpe. Sin embargo, seguía pareciendo la más fuerte y preparada de los tres.

Cuando estuvieron listos, cargaron con los cadáveres, se despidieron de Darby e iniciaron el descenso por la rampa.

La bajada se reveló mucho más difícil de lo que Daniel había supuesto. El peso del cuerpo de Rowen sobre su hombro era considerable, y el suelo húmedo y resbaladizo le obligaba a ir muy despacio. La vasta oscuridad, plagada de crujidos que se reflejaban con ecos en el alto techo, no contribuía a facilitar las cosas. Daniel empezó a pensar que los ruidos se habían hecho más frecuentes e intensos, como si en la eterna pugna mantenida durante eones entre la presión del mar y el armazón de la
Llave,
este último estuviera empezando a claudicar.

La muchacha tampoco parecía encontrarse bien. Daniel la oía jadear mientras cojeaba llevando a cuestas el cuerpo de Anjali. Una mano morena del cadáver era visible bajo el borde de la sábana balanceándose a la luz de la linterna de Daniel, que era la única que estaba encendida.

Atravesaron los niveles vacíos, fantasmagóricos, haciendo pausas durante las cuales se limitaban a respirar. Solo en una de ellas Daniel rompió el silencio.

—¿Qué haremos si no funcionan? Los incineradores, me refiero.

La muchacha alzó la cabeza. Sus cabellos, de ordinario revueltos, habían terminado formando un mazacote rubio de mechones pegados al rostro. Daniel recordó lo distinta que parecía en Sentosa, aquella tarde en que habían cabalgado juntos.

—Deberían funcionar —dijo—. Pero si fuera preciso, quemaremos los cadáveres nosotros mismos.

Llegaron a los laboratorios y los cruzaron, introduciéndose entre las apretadas filas de mesas con incubadoras y vitrinas, hasta alcanzar un gran espacio despejado. Entonces ella se detuvo bruscamente.

—Descríbeme lo que hay delante.

—Una pared. —Daniel apuntó la luz hacia ella: ríos de agua bajaban por su superficie como si se tratase de una piel desangrándose—. Y una puerta cerrada.

Maya resopló y se agachó, depositando el cuerpo de Anjali en el suelo inundado. Luego pasó una mano por el agua y se la llevó a la boca.

—No es salobre, por suerte. —Su voz resonó con fuerza en la vasta cámara—. Quizá provenga de la misma avería de las salas inferiores. Los mecanismos de seguridad han sellado automáticamente las entradas, entre ellas, al parecer, la del pasillo de los incineradores. No podemos continuar... —Se quedó en la misma postura, la rodilla sana en alto, como si hubiera perdido de repente todo el ánimo.

—¿Qué hacemos ahora? —jadeó Daniel inclinándose para dejar a su vez el cadáver de Rowen junto al de Anjali. Lo invadía una vaga impresión de que algo no cuadraba.

La muchacha se puso en pie y cojeó hacia la pared. Sus botas de lazos chapoteaban en la laguna.

—Tendremos que encontrar otra entrada, o intentar desbloquear esta. ¿Por qué no examinas esa otra pared? Quizá haya algún dispositivo de apertura...

—No creo que debamos separarnos...

—No vamos a separarnos. Yo buscaré aquí y tú allí. Estamos muy cerca...

Daniel terminó por aceptar y se alejó en dirección a la pared indicada, abriéndose paso con los pies descalzos en el agua. Al apuntar hacia aquel extremo con la linterna comprendió qué era lo que le había parecido incongruente.

—Nos hemos equivocado —dijo en voz alta—. La entrada hacia los incineradores está en este pasillo, lo recuerdo bien...

De repente solo escuchaba los retumbos de su propia voz. Había dejado de oír los pasos de Maya y los chisporroteos del transmisor que ella llevaba.

Algo iba
realmente
mal.

—¿Maya? —Se giró sosteniendo la linterna.

El haz de luz reveló agua en el suelo, un par de botas rojas, unas piernas desnudas, una cintura, un torso y los dos cañones del arma de Svenkov apuntándole.

En ese momento los cañones dispararon.

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14.3
• •

Cuando el atronador eco se extinguió, Daniel supo dos cosas: que se hallaba ileso y que la muchacha no podía haber errado el tiro a aquella distancia. Tenía que tratarse de un fallo voluntario, aunque no entendía por qué ella había querido fallar (ni dispararle) y no tenía tiempo para entenderlo.

Los cañones seguían apuntándole, pero solo uno humeaba. De algún modo intuyó que, en el siguiente disparo, Maya no fallaría.

Si es que se trataba de Maya.

Puede dominar las mentes a voluntad.

Tenía varias posibilidades: eligió, quizá de manera incoherente, llevar la mano a su propia pistola.

—Suelta el arma, Daniel —se limitó a decir ella desde las sombras.

Daniel no obedeció. Alzó la pistola y en ese momento se percató de que la muchacha se había movido condenadamente rápido y ya no estaba frente a él. Apuntó a un lado y a otro, pero descubrió que él tampoco quería disparar. Al menos contra ella.

Sin bajar el arma, se introdujo de espaldas en el pasillo de los incineradores. En ese momento otro proyectil arrancó centellas al marco de metal de la entrada del pasillo.

Entonces la vio, acuclillada junto a una de las mesas del salón inundado, recargando la pistola con gestos veloces.

—¡Daniel, suelta el arma! —repitió ella. Su voz sonó como un grito.

Fue ese grito lo que le impidió contestar al fuego. Retrocedió por el pasillo sin atreverse a dejar de mirar hacia la entrada, con la pistola en la mano y la linterna bailando en su pecho. Decidió que solo dispararía si ella lo seguía hasta aquel túnel.

Pero ¿adonde iría? Escuchaba un confuso rumor de maquinaria desde algún sitio de la sala. Quizá podría ocultarse, intentar despistarla. Tenía que escapar, eso estaba claro. Frente a Maya Müller, o a la Verdad que ahora controlaba su cuerpo, carecía de posibilidad alguna de contraataque.

Mientras pensaba eso vio la sombra de la muchacha recortada en la embocadura del pasillo. Tensó el dedo, y cuando se disponía a efectuar el disparo la figura de su perseguidora pareció hundirse en la tierra. Apuntó con la linterna y observó el frenético intento de ella por ponerse en pie mientras su cinturón de anillas repiqueteaba contra el suelo. Sin duda, sus botas habían resbalado en el metal húmedo. Daniel no vio que llevara la pistola de Svenkov encima, quizá había rodado fuera de su alcance. En todo caso, no podía quedarse a comprobarlo. Echó a correr por el pasillo hasta llegar al recodo. Temía resbalar igual que Maya, pero ir descalzo le otorgaba ventaja.

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