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Authors: Agustín Sánchez Vidal

Tags: #Intriga

La llave maestra (72 page)

BOOK: La llave maestra
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—Los AC son una representación abstracta, como también lo son los modelos matemáticos —admitió él—. Yo no pretendo que esto explique los detalles uno a uno. Para eso haría falta conocer todos los procesos físicos, químicos y biológicos. Esto que ves aquí es una forma de representar los mecanismos que están en su base, los que son comunes a la Física, la Química o la Biología. Bastaría con que en vez de cuadrículas se utilizaran átomos, moléculas, células, genes, neuronas…, para poder crear mediante él todo el Universo: los cristales de nieve, las nubes, las flores, las conchas, las manchas del jaguar, los pensamientos…

—Si esa regla es tan simple, alguien debería haberla descubierto antes que tú.

—Y seguramente ha sido así. Los AC se pueden detectar en determinadas formas y proporciones naturales, como la sección áurea. Y podrían estar en las pirámides de Egipto, en los laberintos griegos, en los mosaicos bizantinos, en los entrelazos de los manuscritos celtas, en las yeserías y azulejos árabes, en las vidrieras de las catedrales, en las alfombras y tapices…

—Pero antes no había ordenadores…

No se necesitan ordenadores, sino mucho tiempo y paciencia. Estos experimentos podrían haberse hecho hace milenios, a mano, igual que yo ahora. Bastaría con agrupar piedras de un determinado modo. Lo podría hacer un niño. Y tampoco son complicados desde el punto de vista conceptual. Esto no son matemáticas. Son modelos computacionales, reglas muy simples que se repiten una y otra vez. Pura mecánica. De modo que quizá se hayan buscado muchas veces, e incluso encontrado, y nos hayan pasado desapercibidos. Herón de Alejandría inventó la máquina de vapor en el siglo I, pero se consideró un juguete sin importancia, y no se difundió hasta el siglo XVII. ¿Qué habría sucedido si alguien hubiese sacado las consecuencias en la Antigüedad? Quizá un atajo de mil ochocientos años.

—Los caminos no tomados.

—Exactamente. Y yo tomé el menos transitado. Pues lo mismo podría haber pasado con esto. ¿Por qué no va a estar en ese pergamino? Es posible calcular la antigüedad del soporte, pero no de la información que ahí se representa. No sabemos de dónde procede.

—Por eso te parece tan importante.

—Claro —me contestó—. Alguien pudo intentar en el pasado lo mismo que yo ahora, un lenguaje universal para dejar un aviso a las gentes de otras épocas. Es pura lógica. ¿Qué mejor lenguaje universal que el que ha venido utilizando la Naturaleza para construir nuestro Universo, desde sus orígenes hasta nuestros días? La prueba es que yo estoy reconstruyendo el laberinto completo a partir de ese gajo llamado
ETEMENANKI
-La llave maestra. Eso significa que debajo del laberinto está esa clave. Sólo que alguien la tapó añadiéndole otra serie de cuadrículas, y ahora esa clave maestra anda mezclada con otra información irrelevante. Habría que separarlas para tener algo así como el Código Fuente del Universo. Ese será mi próximo paso.

—Pero es imposible que en ese laberinto esté todo eso.

—Que sea su Código Fuente no quiere decir que ahí esté todo. Para que de él surgiera el Universo que conocemos habría que desarrollar esa regla durante miles de millones de años, dejándola evolucionar e interactuar para que emergiese toda la complejidad que hoy tenemos. Y dejando que pereciesen todas las formas inviables, por su incapacidad para la supervivencia. Lo que cuenta es el tiempo. ¿Qué es lo que vale en el carbón o el petróleo? La energía solar empaquetada por las plantas a lo largo de miles o millones de años. Pero no es la única encerrada en ellos. También hay energía nuclear, que es aún más potente, y si se aprovechara toda la que hay en un pedazo de carbón se podría mover un transatlántico en su viaje de ida y vuelta entre Europa y América. Esa energía atómica es la razón por la que nos metimos en esto, para dejar un aviso a las futuras generaciones.

—Pero no creo que en el pasado se conociese la energía atómica. ¿De qué peligro tratarían de avisar con ese código?

—Hay una energía mucho más poderosa que la nuclear: la Información. La Información Pura, la verdadera materia prima del Universo. Sólo que la conocemos mezclada, diluida en la materia. Ninguno de nosotros conservamos los mismos átomos con los que nacimos, pero seguimos siendo nosotros. Y eso se debe a la Información. En cualquier organismo vivo está comprimido lo que su código genético ha logrado averiguar de su entorno a lo largo de millones de años, para pasar la prueba de la supervivencia. ¿Qué sería, entonces, si pudiéramos aprovechar la Información en estado puro? No habría energía que se le pudiera comparar. Podríamos entrar en ese esqueleto interno del Universo, movernos por ese andamiaje de Información que lo sustenta. Quizá sea ése el peligro del que tratan de prevenirnos. De que no hurguemos ahí…

Recordé entonces que en muchas tradiciones culturales existe la creencia en una escritura secreta, con la que Dios creó el mundo, y que Él quiso preservar de tal modo que llegara hasta el fin de los tiempos. Por eso la puso a la vista de todos, pero sin que nadie supiera dónde, ni en qué lenguaje. De modo que aun las cosas más pequeñas pudiesen ser espejos secretos de los más grandes misterios.

—¿Lo ves? —me dijo Pedro—. ¿Por qué no iba a encontrarse esa clave secreta en el modo en que distribuyen sus formas los cristales de nieve, o se ramifican los árboles, o despliega sus dibujos una caracola marina, o en las circunvoluciones del cerebro humano? Del mismo modo que sólo hace un siglo hemos descubierto la energía nuclear, pero eso no significa que la radioactividad exista únicamente en nuestros reactores nucleares, sino también en el mineral que llamamos radio. Pues igual puede suceder con la Información en estado más o menos puro. Quizá esos coágulos existan también en la propia Naturaleza y no sólo en los ordenadores. Es cuestión de buscarlos.

—¿Y esa clave podría esquematizarse en un simple laberinto?

—Desde luego. El laberinto es una forma perfecta, porque soluciona uno de los grandes problemas en el almacenamiento de la información: lograr el máximo de recorrido con el mínimo espacio…

Raquel interrumpió la lectura y levantó la vista para atender al comisario Bielefeld, quien se acercaba hasta la mesa de la sala de reuniones para decirle:

—Estoy preparando café. ¿Te apetece una taza?

—Gracias, John. Creo que voy a necesitar más de una taza para asimilar todo esto.

El relato de Sara continuaba. Sin embargo, Raquel ya tenía bastante, por el momento. Iba a cerrar el archivo, cuando le llamó la atención una nota a modo de coda final:

Después de este encuentro con Pedro Calderón, yo aún tenía algunos trabajos pendientes en Europa, pero cancelé los que no eran imprescindibles para regresar cuanto antes a Estados Unidos. Inmediatamente, a ver a mi padre y se lo conté todo. Creía que cambiaría de opinión. Y lo hizo. Pero su reacción fue muy distinta a la esperada. Abraham palideció, alarmado. Dijo algo sobre la violación de la Obra Divina, y se opuso con todas sus fuerzas. En cuanto a Pedro, ya se sabe lo que pasó, aunque los detalles no los conozca nadie. Sólo puedo decir que lo último en lo que estaba trabajando antes de ser internado en el hospital de la Agencia era un AC circular, con una forma que recordaba extrañamente a un cerebro. Cuando aún me dejaban visitarle, intenté averiguar algo más. Tras restringirse las visitas, le pregunté a Jonathan Lee, que también estaba ingresado. Sólo supo decirme que a menudo Pedro hablaba de un modo ininteligible. Y después, ya de regreso a Antigua, cuando se dio cuenta de que su salud se iba deteriorando, decidió bajar a los subterráneos. Me temo que había ido demasiado lejos, que estaba utilizando su propia mente como filtro para separar la información válida de la que alguien había añadido en aquel laberinto, y como consecuencia su cabeza había entrado en barrena. Aquello empezaba a darme miedo. Más tarde le pregunté a Gabriel Lazo, el conserje del Centro de Estudios Sefardíes. Me contestó que Pedro le había encargado que quemase todos sus papeles, para que no se repitiese aquella desgracia…

—Eso, al menos, sabemos que no es cierto —oyó que decían detrás de ella—. Lazo me enseñó y prestó esos papeles.

Raquel se volvió, y vio a David Calderón que le traía la taza de café.

—¿Qué tal estás? —le preguntó, tomándole de la mano.

—Bien, muy bien. Mucho mejor de lo que me encontraría si me hubierais dejado en el hospital. Además del escáner, me habrían hecho un agujero en la cabeza. No sé por qué te empeñas tanto en salvármela.

—No teníamos a mano ningún criptógrafo de repuesto. ¿Cómo va lo tuyo?

—Lo acabo de repasar por última vez y creo que ya lo tengo. Lo he podido leer.

Raquel se quedó asombrada. ¿Qué validez tenía, entonces, todo lo que acababa de ver en el CD escrito por su madre?

—¿Leer, dices? —preguntó al criptógrafo—. ¿No es un laberinto, entonces?

—Sí, pero no sólo es eso. Prefiero que lo veas con tus propios ojos. Vamos a esperar a Bielefeld.

Raquel señaló la pantalla de su ordenador y le preguntó:

—¿Por qué crees tú que mi madre no nos dice en este CD por dónde pensaba entrar en los subterráneos y lo que podemos encontrarnos ahí abajo?

—Quizá no lo supiera todavía cuando lo escribió. O quizá es que no quería que la siguiéramos. No, al menos, hasta que hubiésemos averiguado lo necesario para sobrevivir.

—¿Y ya lo sabemos?

—Sabemos bastantes cosas, pero el único modo de averiguarlo es bajar ahí. De todos modos, ella podía jugar algunas bazas de las que no disponía mi padre. Y nosotros tenemos varias con las que no contaban ninguno de los dos. Además, podemos ir juntos.

—No creo que te encuentres en condiciones —dijo Raquel.

—Claro que lo estoy. Me encuentro perfectamente. Otra cuestión será que nos deje Bielefeld. Ya sabes cómo es este hombre.

Y señaló en dirección al comisario, que se acababa de sentar junto a ellos. David tomó las fotocopias de Qasarra que la arqueóloga había entregado a Raquel, señaló la inscripción que había encima del trono del califa y dijo:

—Esto es muy fácil de leer, árabe clásico en caligrafía cursiva: «¡Dios! —tradujo—. No hay más dios que Él, el Viviente, el Eterno. Ni la somnolencia ni el sueño se apoderan de Él. Suyo es cuanto está en los cielos y en la tierra. ¿Quién intercederá ante Él si no es con su permiso? Sabe lo que está delante y detrás de los hombres, y éstos no conocen nada de su ciencia, excepto lo que Él quiere. Su Trono se extiende por los cielos y la tierra y su preservación no le fatiga. Él es el Altísimo, el Inmenso».

—¿Y eso qué es? —preguntó Bielefeld.

—He consultado las correspondencias del Corán y son unos versículos de la sura segunda, llamados la aleya del Trono. Es un pasaje muy conocido, que se recita en momentos de apuro y se utiliza en amuletos, talismanes y otros objetos protectores. Por lo que veo, le han añadido una coletilla para que haya doce versículos. Una coletilla que significa algo así como «Dios ha dicho» ó «Palabra de Dios».

—Y ahora, vamos a compararlo con el laberinto que hay en la otra fotocopia, la que tiene el mosaico situado bajo el trono del califa:

—No pretenderás que ahí dice lo mismo —le atajó Raquel.

—Por muy increíble que parezca, la respuesta es sí. Se trata del mismo texto en escritura cuadrangular.

Y fue colocando cada versículo en ambas versiones caligráficas, la una al lado de la otra:

—Desde luego, sin tener delante el texto en cursiva es absolutamente imposible reconstruir ese laberinto, ni descifrarlo —hubo de admitir David—. Sólo un ojo muy entrenado podría hacerlo. Se trata de escritura cúfica, de la variedad al bannah, que es de donde viene la palabra española albañil. El cúfreo de albañil es la caligrafía más cuadrangular, la más arquitectónica, porque se utiliza para «escribir» con ladrillos en las paredes de los edificios. De hecho, es un híbrido de las técnicas del calígrafo con las de los alarifes.

—La escritura y la arquitectura, la herencia de Babel… —observó Raquel.

—Vamos a ver, vamos a ver… —intervino Bielefeld—, explíquemelo clarito, de modo que yo lo pueda entender. ¿Qué relación hay entre todo eso de Babel, el laberinto, los farfullos y los Túneles de la Mente?

—Dicho un poco a la pata la llana, lo que ahí se contiene viene a ser la fórmula de la que procede el Universo —le contestó David—. Y dado que todo se origina a partir de ella, pues es como un paquete de información que se conserva a lo largo del proceso en cada uno de nosotros, los que poblamos este mundo. Inevitablemente, algunos han debido de descubrirla en diversos momentos a lo largo de la historia de la humanidad, y han tratado de preservarla, en los dos sentidos de la palabra: que no se pierda, y que sólo la conozcan quienes puedan hacer buen uso de ella. Esto que nosotros hemos estado persiguiendo parece proceder de la época de los babilonios. Del mito de la Torre de Babel, para entendernos. De ahí deriva este laberinto, que contiene la fórmula, y por ello puede activar el mismo paquete de información que hay en nuestros cerebros. Seguramente lo hace utilizando las conexiones más primarias en las que se basa el lenguaje, comunicándose con él aprovechando nuestros Túneles de la Mente. Y a partir de ahí ya conoce la historia.

—Y ¿cómo salió ese texto en árabe de un talismán que estaba en el tesoro de los godos?

—Debió de suceder cuando en el año 711 lo encuentran aquí en Antigua los cabecillas de la invasión de España, Tariq y Muza. Al ser llamados al pabellón de caza de Qasarra para informar al califa Al Walid I, éste debía de saber que la virtud del talismán no estaba en su soporte material, por muy opulento que fuese, sino en la información que contenía, en el diseño del laberinto. Por eso debió de ordenarles que lo dibujaran con toda fidelidad, sin moverlo ni molestarlo, evitando repetir la imprudencia cometida por don Rodrigo. Y, una vez tuvo ese diseño en su poder, encargó a un calígrafo excepcional una versión para construir un laberinto que preservara aquel lugar de Antigua de extraños e infieles. El calígrafo hizo lo más lógico, según su fe y mentalidad: ese talismán encerraba la palabra de Dios durante la creación del mundo, y la palabra de Alá sólo podía estar en árabe. Fue entonces, al trasladarla al estilo cúfico, cuando enmascaró esa clave.

—Seguramente, sin pretenderlo —terció Raquel.

—O quizá sabiendo muy bien lo que hacía, porque así conservaba la virtud del talismán pero preservaba el secreto del código que había dado origen al Universo. Y de ella salió el modelo para el mosaico de Qasarra y el laberinto de ahí abajo, donde ahora está la Plaza Mayor. Sólo los creyentes que lo recorrieran en un orden muy preciso, siguiendo la aleya del Trono del Corán, podrían llegar hasta el talismán, que de ese modo permanecería intacto y guardaría todo su poder. Un laberinto que serviría, además, para trasladar esa virtud a quien tuviera otro igual. Y que le aseguraría el dominio de la península Ibérica. Por eso mandó poner ese mosaico bajo su trono.

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