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Authors: Marcos Aguinis

La Matriz del Infierno (7 page)

BOOK: La Matriz del Infierno
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Luego desembarcó en la situación argentina local.

—¡Esos asquerosos izquierdistas pretendieron tomar el control de la DVA
(Deutscher Volksbund für Argentinien),
que había fundado la ex Legación Alemana Imperial bajo mi propia iniciativa! ¡Ardan en el infierno por cochinos! Y además, mis queridos Lobos, consiguieron el apoyo, el lógico apoyo de... —Rolf advirtió que hacía una pausa antes de precisar la denuncia—, ¡los judíos alemanes radicados aquí!

Infló su pecho y emitió una convicción irrefutable:

—Los judíos son a la vez izquierdistas, liberales, republicanos y pacifistas, además de pérfidos —extendió los cinco dedos de la mano enérgicamente separados.

En la cabeza de Rolf aparecieron Raquel y Salomón Eisenbach. Y también Edith, la traidora Edith.

—No he terminado la lista de enemigos conducidos por el demonio bolchevique.

Acarició el abultado bigote mientras paseaba su mirada filosa por el rostro de cada muchacho.

—Debo agregar —soltó el dato en forma lenta, como un acoplado que descarga pesados bultos— al influyente diario que se autoproclama independiente, pero es una mierda izquierdista, llamado
Argentinisches Tageblatt,
fundado por Juan Alemann y dirigido por su innoble hijo Ernesto, ambos Judas suizos que se escudan tras la ciudadanía argentina. ¡Merecen la hoguera, porque integran el campo de la derrota y la degeneración!

Esa primera clase terminó en forma exaltada, pero nadie se atrevió a mover un dedo ni a hacer comentarios: miraban al capitán-hechicero con ojos impregnados de fascinación. Permanecieron en sus sillas digiriendo las explosivas enseñanzas hasta que se retiró Botzen y su secretario ordenó evacuar el edificio.

En las clases sucesivas fueron atrapados por otras noticias, entre ellas los afanes de Botzen por unificar a los leales del querido Kaiser, los llamados
Kaisertreuen.
También explicó que infundía coraje, desde su inmunidad y prestigio diplomático, a la asociación monárquica
Stahlhelm.
Ahora aumentaba su capacidad de acción mediante organizaciones llamadas
Landesgruppen,
una de las cuales era precisamente este clandestino pelotón de Lobos.

Hacia fines de abril confió a sus discípulos que contaba con el apoyo político del tenor Kirchoff, contratado en forma permanente por el Teatro Colón. Botzen preguntó si importaba que un célebre cantante adhiriese a la causa de la resurrección nacional. Su rostro apuntó a Rolf, y Rolf se inquietó. Botzen, sin embargo, pedía pero no esperaba respuesta; su secretario los había instruido para que permanecieran con la boca cosida: el único que sabía y merecía ser escuchado era el capitán.

—Importa mucho —contestó a su propia pregunta—, porque Kirchoff ha sido encargado de fundar en Buenos Aires una rama del DNVP, el
Deutsch-Nationale Volkspartei,
Partido Nacional del Pueblo Alemán.

Quince pares de ojos lo miraron intrigados.

—El DNVP —explicó en tono solemne— es la nueva esperanza.

A principios de junio, tras frotar la tormenta de sus ojos reconoció que era mucho lo realizado. Pero insuficiente.

—Hay que llenarse de pasión, mucha pasión. Y de odio. ¿Tienen odio?

Rolf hubiera querido decirle que sí, porque en esas luminosas clases había tomado conciencia de las injusticias que se cometieron contra el pueblo alemán.

—El odio es un fuego sagrado. ¡Con él destruiremos a nuestros enemigos y calentaremos el gran corazón de la patria! —rugió—. ¡Que desborde nuestros pechos y cabezas!

Rolf pensó que su odio contra los maliciosos Eisenbach debía satisfacerse mejor que tirando al piso un jarrón de Sèvres. Era tiempo de tomarse un desquite más profundo. Esos judíos se habían burlado de él y de su padre con el disfraz de samaritanos. Edith, como premio a sus dolorosas confidencias, le había dibujado un retrato secreto. ¿Por qué? ¿Para qué? Para clavarle agujas, seguramente. ¿No dicen que los judíos inventaron la magia negra? Los
Landesgruppen
que organizaba el capitán pronto realizarían ataques relámpago, al estilo de la SA de Alemania. Entonces tendría la ocasión de darles su merecido. Pero ¿debía esperar tanto?

Botzen no ocultó a sus discípulos que era apreciado porque tenía mucho para ofrecer a los poderosos de la Argentina: desde asesores militares clandestinos hasta buenos negocios. Gracias a su influencia los
Landesgruppen
gozaban de vía libre para crecer y multiplicarse.

Rolf volvió a pensar en los Eisenbach. Desde febrero a junio había dejado pasar mucho tiempo. No debían permanecer impunes sus ofensas ni podía permitir que Edith siguiera clavándole agujas a su retrato. Le estalló una idea. Algo complicada, por cierto. Había concluido una trepidante clase y en su corazón galopaba el heroísmo. En pocos días la idea se perfeccionó. La vehemencia de Botzen era un combustible poderoso. Despertaba en medio de la noche y se excitaba con la idea convertida en proyecto. Por instantes reaparecían los muslos de Raquel y fantaseaba que conseguía encerrarla en el pequeño depósito donde había dormido. Le tapaba la boca con una mano y con la otra recorría su piel tibia. La imaginaba resistiéndose en forma dudosa. Pronto Raquel manifestaba entusiasmo por la hercúlea erección y la batalla terminaba con una masturbación violenta y frustrante. Rolf mordía la almohada e insultaba a esa ramera que en el extremo culminante se esfumaba haciéndole burla. Su plan no debía demorarse y decidió que al día siguiente buscaría a Edith a la salida del colegio.

Hacia fines de junio el secretario colgó un mapa de la República Argentina que se extendía del techo al zócalo. Botzen se frotó los párpados y preguntó:

—¿Cómo andan en geografía?

Silencio.

Se acercó a los expectantes Lobos. Quince muchachos se encogieron ante el capitán, que caminó tan próximo que pudieron olerle la gruesa tela del traje. Con el índice les rozó las puntas de las narices, una por una, como si las quisiera recoger. Luego fue hacia el mapa y lo apoyó sobre su lustrosa superficie.

—¡Miren!

El pelotón adelantó sus asentaderas hasta el borde de las sillas. El dedo golpeteó sobre el mapa.

—En este gigantesco territorio argentino viven doscientos cincuenta mil germano-hablantes. ¿Qué les parece? ¿No es mucho? Claro que sí. Desde el siglo pasado se han establecido en varias provincias formando colonias agrícolas. Aquí, aquí, aquí, aquí —desplazaba el índice de arriba abajo y de izquierda a derecha—. En su mayoría son germano-hablantes que provienen de la cuenca del Volga, de Ucrania, no de nuestro querido Reich. ¿Tiene eso importancia? Sí, la tiene: es la razón de su débil conciencia nacional; han estado y todavía están apartados del destino colectivo. ¿Qué debemos hacer con ellos? Pues debemos despertarlos. Tienen nuestra sangre, integran nuestro pueblo. Pero —frotó nuevamente sus párpados, y ese gesto pareció transmitir un dolor tan grande que estremeció a los discípulos— están aletargados por la ignorancia.

Corrió su índice hacia los círculos negros.

—En las grandes ciudades —señaló Córdoba, Rosario, Buenos Aires—, la conciencia nacional también flaquea entre quienes provienen del Reich propiamente dicho. Les voy a contar algo muy triste: durante la guerra muchas firmas argentinas que simpatizaban con Francia y Gran Bretaña despidieron a los empleados alemanes, y esos pobres desocupados, esos desocupados sin esperanza, comenzaron a ocultar su origen, a detestar su origen mal visto para conseguir un nuevo empleo. La desesperación los transformó en alemanes vergonzantes. ¿Imaginan cuánto deberemos luchar para recuperarlos? Pero lo más agobiante es que, escúchenme bien, es que... ¡firmas alemanas!, ¿debo repetir?, firmas alemanas cobardes también despidieron a sus empleados alemanes para contratar criollos o inmigrantes de otros países —sus ojos se humedecieron—. ¿Por qué? muy simple y muy asqueroso: para congraciarse con la opinión dominante, que estaba en contra de nuestro querido Reich.

Lo escuchaban con la boca abierta.

—Y no sólo esto —agregó—. De una manera disimulada esas mismas firmas, poderosas y traidoras, comerciaron con los enemigos del Reich. ¡Lo denuncio indignado! ¡Sobran las pruebas! —descargó tres puñetazos—. ¡Lo hicieron a costa de nuestros cadáveres y de nuestra derrota!

El aire se había electrizado.

Botzen retornó a su alto sillón. Cruzó y descruzó los brazos. Luego las piernas. Dio tiempo y silencio para que el pelotón metabolizara los horribles datos.

—Aquí no termina la tragedia —atusó el bigote, decidido a meter más brasas en los indignados jóvenes—. Mientras los bastardos amasaban dinero, nuestras colonias de germano-hablantes colapsaban; se fundieron cientos de agricultores y millares de compatriotas quedaron sin pan ni trabajo. Se convirtieron en
clochards,
como dicen los franceses, o en atorrantes y linyeras, como se dice con más propiedad en la Argentina.

Rolf unió cabos: también su padre quiso convertirse en
clochard,
viajar sobre los techos de los trenes, dormir en los caños. Siguió el modelo de otros alemanes perdidos y adoptó la miserable ruta de los vagabundos. Lo evocó sepultado por gasas y con cables de suero en las venas; quiso tenerle lástima. Pero enseguida lo ahogó el rencor: a las dos semanas de instalados en el mugriento conventillo le había pegado a Franz hasta sacarle sangre por la nariz y al mes, borracho, había querido violar a su propia mujer delante de los hijos.

Botzen lo sacó de su ensoñación.

—Para recuperar a millares de connacionales desalentados, debemos tener en cuenta el otro lado de la luna. Les pido que hagan un esfuerzo para comprenderme. Lo que voy a decirles es fundamental. No quiero que se confundan. He denunciado a firmas y empresarios alemanes traidores, cegados por la voracidad. Pero no estoy en contra de las empresas. ¡Ojo! —su índice bajó el párpado inferior derecho—, una cosa es criticar a los empresarios sin patriotismo y otra muy distinta es hablar como los bolcheviques.

Acomodó el nudo de su corbata.

—El poderío económico alemán debe crecer en todas partes, incluso en la Argentina. Pero al servicio de la monarquía y la resurrección nacional. Hace un rato les informé sobre la traición de varias firmas. Nuestro deber no consiste en destruir esas firmas, como desearían los izquierdistas, sino en impedir que repitan su traición. ¿Me han entendido?

Rolf entendió perfectamente.

—Saldremos de la miseria y de la impotencia cuando ese poderío económico se ponga al servicio incondicional de nuestra causa. Ya ocurre en la querida patria: grandes industriales, ligas agrarias, grupos
volkisch,
ligas de empleados de comercio, terratenientes, bancos y distinguidas figuras de la nobleza han decidido plegarse a la gran corriente nacional que encabeza el DNVP. Detrás de mi Partido, que es también el vuestro, marchará el DVP
(Deutsche Volkspartei,
Partido del Pueblo Alemán), que hereda a los nacional-liberales; el BVP (Bayerische Volkspartei, Partido Popular Bávaro), que arrastra a los católicos monárquicos de Baviera, y el NSDAP
(Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei,
Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores de Alemania), que muchos llaman el Movimiento de Hitler. ¡A esta maravillosa e incontenible confluencia la quiero también para la Argentina!

Rolf supuso que el capitán se había conformado con ofrecer este panorama esclarecedor. Pero faltaban los detalles provistos de dinamita.

—¿Tienen una idea sobre cuánto suman las firmas alemanas radicadas en este país? ¿Saben cuánto significan empresas como, por ejemplo —las enumeró con los dedos—, Bemberg, Staudt, Bayer, Lahusen, Heimendahl, Bunge y Tornquist? Agreguen a esa montaña dos bancos fuertes como el Alemán Transatlántico y el Germánico de América del Sur. ¿Me van siguiendo? ¿Comprenden que hablo de montos astronómicos? Ustedes son jóvenes e idealistas, pero deben tener en cuenta que el dinero mueve cordilleras. A esas firmas, mis queridos Lobos, hay que añadir las subsidiarias que vinieron aquí después de la guerra. ¿Saben cuántas son, aproximadamente? ¿No? Son muchas... Bien; lo voy a decir; escuchen y agárrense de las sillas: ¡noventa subsidiarias! Repito: ¡noventa! Entre ellas, presten atención —volvió a enumerar con los dedos—, Siemens, Thyssen Lametal, Krupp, Schering, AEG, Merck. ¿Qué les parece?

Bajo la piel de los jóvenes corría aceite hirviendo porque muchos nombres sonaban conocidos.

—Esa riqueza —insistió— debe fundirse en un haz organizado y compacto. Por las buenas o por las malas. Y ustedes, mis queridos Lobos, tendrán mucho trabajo en cuanto debamos obtenerlas por las malas.

El corazón de Rolf dio un brinco. Desde que había empezado su adoctrinamiento esperaba el prometido entrenamiento práctico. Tenía ganas de golpear, acuchillar y poner explosivos, como lo hacía con tanto éxito la SA.

—No es justo que algunos alemanes se hagan los distraídos, escondan la bolsa y vivan como en los tiempos dorados del Reich. No están a la altura de su deber. Tienen residencias fastuosas en San Isidro, Vicente López, Olivos, La Lucila, Martínez y Villa Devoto. Fundaron un Rowing Club exclusivo en el delta, un Club Hípico en Palermo y un suntuoso Club Germano en la avenida Córdoba. Llenan los transatlánticos en rumbosos viajes de placer. Y no sostienen a las instituciones que fortifican la
Deutschtum.
¡Subleva que estos alemanes ricos no manifiesten orgullo por su sangre! ¡Subleva que entreguen la iniciativa a los comunistas, los judíos y los liberales!

Levantó los brazos hacia el techo, como si invocara a los dioses.

—Nuestra comunidad germano-hablante sufre desorganización y decadencia. Marcha a la deriva como la degenerada República de Weimar. ¡Y nos toca a nosotros, a los esclarecidos nacionalistas, enderezar el rumbo, desplazar a los dirigentes corruptos y tomar posesión de las instituciones comunitarias!

Tras expresiones tan encendidas, Rolf no sabía qué hacer para inhibir sus deseos de salir a guerrear inmediatamente. Botzen les tenía reservada una sorpresa.

—Deseo informarles que hasta ahora se han comportado de acuerdo a mis expectativas. Han sido puntuales, atentos y disciplinados. En consecuencia, viene el premio: pasado mañana comenzarán su entrenamiento para-militar.

EDITH

El torrente de alumnos salía del colegio Burmeister y Edith enfiló hacia la parada del tranvía 16 que la dejaba a pocos metros de su casa. Se detuvo al reconocer el cabello de Rolf tras un plátano, en la vereda de enfrente. Pero se ocultaba como si jugase a las escondidas. Qué raro. Edith tuvo ganas de acercarse y sus piernas la alejaron. Una semana después se repitió la escena. Entonces no pudo frenar su impulso. Venía por ella, venía arrepentido.

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