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Authors: Gaston Leroux

Tags: #Misterio, Intriga

La muñeca sangrienta (4 page)

BOOK: La muñeca sangrienta
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Estas palabras han sido pronunciadas en la trastienda de la señorita Barescat, la paquetera. He ido allí con una excusa cualquiera, para ver a la señora Langlois. La conversación de estas dos mujeres me parece terrible para los demás…

La señorita Barescat escucha a la señora Langlois moviendo la cabeza y acariciando a su gato… Por nada del mundo accedería la señorita Barescat a separarse de su gato. Sólo la muerte podrá desunirles; pero la ausencia no los separará nunca. Reciben juntos todas las confidencias, acompañan a las personas hasta la puerta y, cuando se quedan solos, traman pequeños, complots que pueden llevar a las personas más tranquilas al trastorno o al suicidio.

De todos modos, procuro tranquilizarme; lo que se dice en casa de la paquetera no va más allá de lo que suele ir la chismorrería. Finalmente, hago una declaración destinada en mi espíritu a tranquilizar las inquietudes de la señora Langlois.

—La imaginación es una gran cosa, señora Langlois, porque adorna las inteligencias más rústicas y da, concretándome a la conversación de usted, un carácter que me gusta, porque siempre he sido aficionado a los cuentos un poco temerosos. Desde ese punto de vista continúo siendo muy niño. Así es que no me cansaré de oírle hablar del viejo Norbert, de su sobrino y de su hija, como también de la rara vida que llevan. Además, tampoco he de negarle que se debe en gran parte a sus cuentos que yo haya penetrado tan bruscamente en el jardín prohibido y que haya subido con tanta prisa la escalera que conduce al misterioso estudio. Pero, la verdad, señora Langlois, me obliga a decirle que en casa de los Norbert no he encontrado nada que pueda justificar los escrúpulos con que usted mira a esas personas. El estudio es vulgarísimo; he visto lo menos veinte iguales.

—Entonces —objetó ella dirigiendo a la señorita Barescat una mirada maliciosa—, ¿por qué se rodean de tanto misterio que llegan a no querer que yo vaya a pasar la escoba?

—Los artistas tienen manías —repuse.

—¡Ya, ya! Y entre ellas tienen la de que les agrade el polvo… La cosa es tanto más extraña cuanto que la guapa de Cristina es más limpia que los chorros del oro… Tengo la seguridad de que no es ella la que barre… Antes de usted sólo he visto entrar en el estudio a un hombre, descontando, por supuesto, al viejo Norbert y a su sobrino.
De ello hace dos meses…
Ya se lo dije a la señorita Barescat… ¡
Qué tipo!… Llevaba una capa que le envolvía de los pies a la cabeza y llevaba botas…

—¿Ve usted cómo reciben a gente de fuera de casa? —dije, procurando darle a mi voz el tono más natural, aun cuando me encontrase singularmente emocionado por la última declaración de la asistenta.

—¿De fuera?… Quizá sí… Lo parecía… No viste como por aquí… Llevaba un sombrero negro como los que se ven en las películas del tiempo de la Revolución… Se le podía tomar por cómico… Y era guapo, aunque, a la verdad, no tuve tiempo de verle bien… Era una tarde, en que me presenté por casualidad. Y como no me esperaban…, le hicieron salir en seguida… Estaba sentado en el jardín… La señorita Cristina se lo llevó callandito al taller… El sobrino les siguió… En cuanto al viejo, me había agarrado de la muñeca y me llevaba a la tienda. Nunca se me irá del oído el tono con que me dijo: «¿Qué quiere usted, señora Langlois?» ¡Ay, qué miradas!

«Yo le contesté:

»—¡Perdone que le haya molestado, señor Norbert!… No sabía que tuviera visita.

«Gruñó no sé qué entre dientes, le dije lo que tenía que decirle y me fui… ¿Lo recuerda, señorita Barescat?»

¡Claro está que lo recordaba! También el gato parecía recordarlo. Ronronearon ambos en señal de asentimiento, mientras la mujer acariciaba al felino.

—Esperamos que saliera… ¡Pero no salió! —añadió la señora Langlois—. Y nunca he vuelto a ver a ese hombre.

—En cuanto a mí, ni tan siquiera le vi entrar —manifestó la paquetera echándose las gafas a la frente y mirándome con sus ojos color de polvo.

Entonces dije:

—¡Ya sé, ya, de quién queréis hablar!… Es un amigo de la familia… Yo le he visto entrar algunas veces, y recuerdo perfectamente que le vi salir hace unos dos meses, hacia las diez de la noche…

¡Oh, miento, miento!… ¡Me hago cómplice de ellos!… ¡Quiero salvarla, aunque ella, aunque ellos hayan hecho cualquier barbaridad!…

El fin de la jornada lo paso bastante mal… Procuro proyectar mi pensamiento en torno al drama de que he sido testigo, procuro iluminarlo con algunos resplandores de las conversaciones oídas en la paquetería…

¿Conque hace dos meses ya estaba Gabriel en casa del relojero?… ¡Y yo no sabia nada!… ¡Y a su alrededor estaba toda la familia!… ¿Conque Cristina no le recibía a escondidas?… No, no… De todos modos, lo tenía oculto en el armario… ¡Eso es evidente!…

Los demás creían que se había marchado, ¡y estaba en el arca!…

Todo eso es muy extraordinario, porque… ¡no estaría dos meses en el mueble cuando lo asesinaron!…

¿Cómo ha escapado a la atención sostenida, al constante espionaje de la paquetera, de la asistenta y de mi, siempre al acecho tras las cortinas?

Cuando recuerdo la tan atroz escena, me veo obligado a apreciar que los dos hombres no parecieron completamente sorprendidos del hecho…

Las palabras del padre, que desde entonces cantan en mi oído una música singular, a la que inútilmente me esfuerzo en dar un sentido, prueban cuando menos que no se sorprendió mucho al encontrar a su hija en compañía del misterioso visitante:


¡No me obedecía! Y tenías la culpa tú. ¡Debí recelarlo!

Pero el caso es que el viejo lo mató… ¿Por qué? ¿Por qué?… ¿Porque lo había encontrado con su hija?… ¿Porque no le obedecía?… Tal vez por ambas cosas… Pero ¿en qué no le obedecería?… ¿Qué exigiría el viejo al desgraciado joven a quien he visto asesinar con una furia tan súbita?…

En cuanto al prometido, también debía de saber de qué se trataba, porque conservó una perfecta sangre fría.

Norbert, luego de haber matado, parecía un loco. Cristina suspiraba como si fuera a morirse. Pero Jaime Contentin había recogido el cadáver sin esfuerzo aparente y se lo había llevado al taller sin decir una palabra…

¿Qué harán ahora con el cadáver?… Aún no lo han enterrado en el jardín… Quizá lo dejen para esta noche. La pasaré en la guardilla… ¡Presiento que esta noche veré algo!… Los dos hombres parecen muy preocupados. Adivino lo que les preocupa… «La roja gota de sangre pesa más que el mar enfurecido…» Lady Macbeth lo ha experimentado antes que mis vecinos de la Ile-Saint-Louis…

Aquella noche… Aquella noche pesará mucho en mi memoria. ¡Noche pesada, con sus nubes de hollín, su agua de plomo, porque ha llovido un poco, ha llovido lágrimas ardientes, y sus fulgores de azufre!

Aquella noche la «Virgen» se levantó también y se me apareció nuevamente con su armonioso dolor.

Hablo de Cristina. ¿Por qué no continuar llamándola la «Virgen»? Porque mis ojos han visto. ¿Y qué han visto? ¿Acaso sé lo que mis ojos han visto? ¿Acaso lo saben ellos?

En fin de cuentas, se puede tener escondido a un hombre en un baúl y permanecer pura… ¡Me gusta esta consideración!… Encuentro a Boubouroche sublime y más interesante que los Sganarelles que ríen… Me place que el horrible drama —del cual lo ignoro todo— no haya rebajado a mi divinidad…

¡Atención, atención!… Yo también tengo mi drama, del cual lo ignoro todo asimismo… Es un drama que me oprime con sus tentáculos invisibles, que poco a poco acabarán absorbiéndome el pensamiento; un drama al fin del cual,—si el azar lo quiere, quizá se halle el patíbulo… Y, sin embargo, ¡también yo soy puro!…

¡No juzguemos a nadie, Señor!… Temamos las formas que toman las cosas al rozarnos y no digamos en voz alta, con el triste orgullo del ser que no tiene los sentidos cabales, «esto es» o «esto no es»… ¡Desconfiemos, desconfiemos!… El universo es como una inmensa celada a nuestro alrededor… Otros, antes que yo, han pronunciado la palabra «farsa»…

Yo no llegaré a esa palabra mientras crea en Cristina.

Tan pesada es la noche y tan densa la oscuridad alrededor de la isla, que ésta parece más separada que nunca de la ciudad.

Parece una campana que me ahoga.

Apenas puedo respirar…

De pronto he oído la voz que llenaba todo el silencio horripilante.

Es la primera vez que oigo su voz a esta distancia. Y a lo mejor solamente me figuro haberla oído… ¡No, no! Quien ha pronunciado estas palabras ha sido ella… Yo no hubiera podido inventarlas… Quiero decir que no tenía ninguna razón para inventarlas… Eran palabras muy sencillas. Decía:

—¡Adiós, Gabriel!

No se movía. Estaba en el balcón. Su voz llenaba solemnemente el aire tan pesado, la noche sulfúrea… Y ante ella pasó el cortejo, formado por el viejo Norbert y su sobrino, que llevaban el cadáver arrollado en una manta…

El cofre quedaba abierto… Por lo tanto, yo había adivinado… Cuando yo subí al taller, ¡aún estaba el cadáver allí!

¿Es sobrehumana Cristina?… ¡No, no eres una muñeca sin corazón, oh celestial criatura!…

Ahora que ya he oído tu voz de oro en esta horrible noche de silencio, tu voz, que decía «adiós» a los sangrientos despojos de uno de los más bellos hijos de los hombres, he comprendido tu impasibilidad de estatua… ¿Acaso estarás decidida a reunirte con él en el fondo de ese elemento incógnito donde hay promesa de unión de las almas, pero donde quizá reina también el gran Pan de antaño, revestido con su piel de leopardo, de pagana Cristina?…

Desaparece, pues, y yo también desapareceré de esta tierra en cuyo seno tengo ansia de depositar mi abominable carroña.

Quisiera ser el cadáver que lloras… y que bajan al jardín…

No has querido ver más, te has incorporado en la noche amarilla y has desaparecido mientras se hundían en el pozo de sombras…

Pero en el fondo de las sombras nada se mueve… Si abriesen una fosa vería yo sus gestos negros…

La planta baja del pabellón siempre ha sido para mí algo oscuro y mal definido. Tres puertas estrechas y con arco de medio punto dando al jardín y no abriéndose jamás, completamente forradas de metal. Dos ventanas, una a cada lado, ocultas por persianas. Durante mi acecho, dos o tres veces ha habido una especie de resplandor interno, atravesando todo aquello, como una chispa eléctrica, vislumbrada por los intersticios de tabiques mal unidos… Pero luego todo volvía a la oscuridad…

Allí trabaja el sobrino cuando no está encerrado arriba con Cristina y el viejo Norbert… Seguramente se dedicará a experimentos de radiografía… En nuestros días no hay médico ni cirujano sin electricidad… También sé (chismorrerías de la señora Langlois) que a la derecha de esa planta baja hay un gran hornillo con toda clase de instrumentos, retortas y globos de cristal, como los que el cinematógrafo presentaba en los laboratorios de los antiguos hechiceros.

Y esta noche, el resplandor a través de las persianas viene de la parte derecha… Pero no es un chispazo eléctrico, sino un resplandor de llama ardiente que parece lamer por dentro las paredes y que luego se apaga súbito…, para renacer de pronto y extinguirse otra vez… Combustión extraña, desordenada, activada seguramente por el caño de algún líquido inflamable.

Y luego, repentinamente, sobre el techo, en la noche lívida y plomiza, hierve un torbellino sombrío, espeso, fúnebre, que vacila ante la dirección a seguir y, finalmente, se extiende sobre la isla, derrama sus escorias en los desiertos muelles, los envuelve con un velo de siniestro luto al mismo tiempo que con una atmósfera inquietante en que persiste un hedor imposible a más no poder.

¡Oh, qué imprudentes!…

5. TE SIENTAS Y LANZAS MIRADAS ZALAMERAS

Miércoles.
—¡Bueno! ¡Cristina no ha muerto de desesperación! Está en mi taller y nada muerta, por cierto. ¡Doy fe de ello! Realmente, ha sido una gentileza suya esto de venir a tranquilizarme… Porque esta vez, si ha traspuesto el umbral, ha sido por mí y como adivinando que sólo su presencia podía calmar mi angustia, como adivinando que yo sabía…

Ha venido, sí; pero ¿adónde quiere llegar, adónde?

Está llena de gracias y viste de modo encantador un nuevo vestido primaveral, que seguramente se ha confeccionado ella misma con sus dedos de artista que no preveían el luto…

¡Oh, lo que una joven bonita puede hacer con linón blanco y azul y unos bordados!…

Claro está que no se ha hecho el vestido por mí, pero no me cabe duda de que por mí se lo ha puesto.

De estar su cuerpo verdaderamente enlutado, ¡muy temible es su vestido de claridad!… ¿Qué designio abrigará Cristina para ser coqueta con el monstruo?

Procuro no perder de vista semejante pregunta, para pisar tierra firme en la nueva revuelta de la inexplicable aventura. Pero luego abandono la pregunta, prescindo de todo y me siento dar vueltas en el fondo del abismo, horriblemente feliz al verme hundido por ella, bajo su mirada que me sonríe, que me necesita… Porque si no me necesitara, no estaría aquí con toda su coquetería… ¡Me necesita para su crimen!…

¡Que haga de mí cuanto quiera!… ¡Estoy presto a cargar con todas las responsabilidades!…

No puedo concebir que el menor peligro amenace a esta muchacha admirable, cuyas manos desnudas revolotean entre las páginas de Verlaine.

Durante más de dos años he visto pasar a esta duquesa despreciativa. Y para que su gracia zalamera venga a sentarse ante mí, ante mi mostrador, ha de haberse producido algo fabuloso.

¡Bendito se el crimen… y el horrible hedor que esta noche me desgañitaba bajo el techo, el maldito hedor del holocausto que había de perseguirme toda la vida!… Ya no lo noto, porque ha venido el perfume de ella…

¡Oh, el olor de su carne viva y desnuda bajo los linones con bordados!

¡La vida es más fuerte que la muerte!

¡Habla, mujer!

Espera un poco. Primero voy a enviar a un recado al aprendiz, que anda al olisque por el fondo del taller… Y luego voy a cerrar la puerta para que la calle no entre en mi casa. ¿Comprendes?… Esto será tema de conversación en las veladas de la isla… El hocico de la señorita Barescat ha avanzado entre los vidrios inquietantes de sus gafas y bajo el arco de triunfo de su gorro planchado; la cara chata de la señora Langlois refleja una puesta de sol en el horizonte limitado por la salchichería… Tras los cristales tiemblan las cortinillas bajo dedos ágiles…

—Me acerco a usted como a un amigo…

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