Read La pesadilla del lobo Online
Authors: Andrea Cremer
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—Sé que el muchacho es tu hermano, Cala, pero hasta que no hayamos descubierto la verdad, ha de ser tratado con la máxima cautela.
—Incluso si les dijo dónde estaba el escondite, estoy segura de que lo engañaron —dije—. Tú no sabes lo que le hicieron.
Anika se zafó.
—Lo sabré cuando corresponda, pero ahora no puedo ocuparme de tus problemas. Lo siento.
Les hizo un gesto a los Arietes y éstos se llevaron a Ansel.
—¡Ansel! —Me dispuse a seguirlos, pero Shay me retuvo.
—Espera.
—¡Lo tratan como a un prisionero! —grité, debatiéndome—. Esto no es culpa suya. Lo han torturado. ¡Tenemos que ayudarle!
—Lo haremos —dijo—. Te lo juro. Es necesario que Anika sepa que puede confiar en tu manada. Eso es lo primero, después lograremos convencerla de que cambie de opinión respecto a Ansel.
Anika se dirigió a Connor.
—¿Puedes explicarme que ocurrió en Vail?
—No exactamente —farfulló él y sacó un sobre de su abrigo—. Pero si no lograba regresar, Monroe me pidió que te diera esto.
—¿Emprendió una misión pensando que no regresaría? —Anika cogió el sobre—. ¿Y cómo lograste encontrar a los jóvenes Vigilantes? Creí que no podíamos localizarlos.
—Fue una urgencia, Anika. —Connor contestó sin devolver la mirada penetrante de la Flecha.
—¿Acaso me estás diciendo que Monroe encabezó un ataque contra Vail sin autorización?
—Sí.
—Y ahora está muerto. —Anika sacudió la cabeza—. Y hemos perdido Denver.
—Pero conseguimos salvar a los lobos —dijo Ethan, echando un vistazo al cuerpo inmóvil de Sabine—. Al menos a algunos.
—Esperemos que suponga una ventaja. —Antes de alejarse noté una lágrima deslizándose por su mejilla—. Necesitábamos a Monroe.
—Lo sé —dijo Connor en tono compungido.
—Los Guías nos estarán esperando —dijo Anika—. Hablaremos de esto después del traslado. Si es que salimos sanos y salvos —añadió, y se alejó.
—¿Si salimos sanos y salvos? —pregunté.
Connor no contestó.
—Cala. —Me volví y vi a Ethan que aún sostenía a Sabine en brazos—. Tal vez haya sufrido heridas internas. He de llevarla con los Elixires.
—¿Los qué? —preguntó Shay.
—Nuestros sanadores —contestó Adne—. Están en el Santuario de Eydis.
—Puede que necesite sangre de la manada —dije, escudriñando el rostro de Sabine. No sangraba ni tenía heridas superficiales, pero a veces las heridas invisibles eran las más mortíferas.
—Iré con ellos —dijo Nev, aproximándose—. Si la necesita, puede beber mi sangre.
—De acuerdo.
Bryn y Mason se acercaron cautelosamente. Ahora que ya no podía correr en pos de Ansel. Shay me soltó y yo me aparté. Sabía que su actitud era razonable, pero detestaba mi impotencia con respecto a la situación de Ansel.
—¿Y ahora, qué? —preguntó Mason.
—Vendréis con nosotros —repuso Connor.
De pronto empezó a sonar un coro de campanadas. La Academia emitía energía y el sonido aumentaba de volumen. Aunque eran agudas, las cristalinas campanadas producían una melodía hipnótica: era como si la música hiciera vibrar las paredes. Entonces me di cuenta de que en realidad vibraban. El laberinto de colores que recorrían los pasillos de mármol ondulaba al compás de cada nota.
Adne echó a correr hacia las escaleras.
—¡He de ocupar mi puesto!
—¿Qué pasa? —preguntó Bryn y me cogió de la mano, temblando.
Connor siguió a Adne, pero sin prisa, a diferencia de la Tejedora.
—Los Tejedores han de desplazar la Academia.
—¿Cómo? —preguntó Shay.
—Requiere una coordinación precisa. —Connor nos miró—. Cada Tejedor debe tirar de los mismos hilos, con el fin de abrir un único portal al unísono.
—Pero ¿cómo hacen para hacer pasar el edificio a través del portal? —preguntó Shay cuando alcanzamos la segunda planta y nos dirigimos a la escalera siguiente.
—El edificio no atraviesa el portal —dijo Connor—. Los Tejedores colocan el portal por encima del edificio.
—¿Que… hacen qué? —tartamudeé.
Connor no contestó. Nos había conducido hasta la cuarta planta. Adne estaba a mitad camino entre el sector del pasillo ocupado por nuestros dormitorios y el centro táctico de Haldis. Permanecía inmóvil, aferraba los estiletes, mantenía los ojos cerrados y respiraba lenta y rítmicamente.
—Adne… —Shay se dispuso a acercarse a ella.
—¡Chitón! —Connor alzó el brazo e impidió que avanzara—. Necesita concentrarse.
Eché un vistazo a ambos lados del pasillo y vi a una mujer situada a seis metros más allá de Adne. Al mirar en la dirección opuesta, vi a un joven separado por aproximadamente la misma distancia.
—Ésos son los otros Tejedores —dijo Connor. Los miró y después miró a cada uno de nosotros—. Será mejor que os sentéis. La primera vez resulta una experiencia un tanto intensa.
Todos lo miramos fijamente, pero ninguno se sentó.
—Como queráis. —Connor se encogió de hombros y se giró para observar a Adne.
Entonces un sonido nuevo invadió el pasillo. Bajo y profundo, como el tañido de una inmensa campana. La nota reverberó a través de la Academia y la percibí en los huesos. Me estremecí y Shay me cogió de la mano. La campana volvió a sonar y noté que Adne también se estremecía. No abrió los ojos. La campana volvió a sonar, generando diversos ecos. Los tonos profundos eran tan densos que era como si un líquido me empapara la piel.
Cuando la campana sonó por cuarta vez, Adne entró en movimiento. Se inclinó hacia delante, casi como si hiciera una elegante reverencia. Más allá del pasillo, noté que la otra Tejedora la imitaba. Adne alzó la cabeza y agitó los brazos en círculo. Entonces un sonido distinto se combinó con el tañido de la campana. Unas notas claras y tintineantes recorrieron los pasillos, como la melodía producida por un carillón. Y junto a la melodía aparecieron colores: los motivos de las paredes cobraban vida, sus tonos multicolores proyectaban arco iris en el suelo y en nuestros cuerpos.
Ahora los giros y los brincos de Adne adquirían mayor velocidad y su danza adoptaba los movimientos que yo relacionaba con el tejido de un portal. A ambos lados, los otros Tejedores imitaban los movimientos gráciles de Adne, que jadeaba y sudaba pero sin interrumpir el ritmo en ningún momento. Las notas aumentaron de volumen y perforaban mis oídos sensibles hasta tal punto que tuve que tapármelos con las manos. Los motivos irisados del suelo y las paredes empezaron a lanzar chispas que estallaban como fuegos de artificio. El brillo de los relucientes colores aumentó y me cegó. Era como si el suelo se moviera. Caí de rodillas sin dejar de cubrirme los oídos, me hice un ovillo y apreté la cabeza contra los muslos. Shay me abrazó, protegiéndome de la ensordecedora catarata de sonidos y estallidos luminosos.
Percibí el roce de un pelaje y oí un gemido y luego otro cuando Bryn y Mason, ahora convertidos en lobos, se acurrucaron contra mí, deslizaron los morros debajo de mis brazos y apretaron las frías narices contra mi mandíbula. El sonido era tan intenso que taparme los oídos resultaba inútil. Creí que soltaría un alarido.
Y de repente reinó el silencio.
Levanté la cabeza e inspire lenta y profundamente. Percibí un olor fuerte y desconocido, una mezcla de sal, hojas verdes y… ¿peces? Volví a tomar aire; el olor era el mismo, pero no logré identificarlo. Me pareció que también había olor a limones.
—¿Estáis bien? —Connor nos contemplaba.
Shay se puso de pie, enderezó los hombros y dijo:
—Me parece que sí.
—Os lo dije. —Connor sonrió—. Es una sensación intensa.
—Y que lo digas. —Adne se acercó trastabillando; sus movimientos eran vacilantes, como si estuviera borracha.
Cuando se desplomó en sus brazos, Connor evitó que cayera al suelo.
—Buen trabajo, chica. —Le rozó la frente con los labios.
—Gracias —murmuró—. Creo que dormiré durante una semana entera.
Mason se había convertido en humano y se acercó a las altas ventanas de la pared exterior. La luz que penetraba en el pasillo era de un color dorado rojizo. Oí que soltaba un grito ahogado.
—¿Qué es eso? ¿El mar?
Bryn y yo también nos acercarnos a las ventanas. Me quedé sin aliento al clavar la mirada en el sol que desaparecía detrás del horizonte. La Academia estaba posada en una escarpada ladera con bancales que se extendía hacia abajo kilómetro tras kilómetro. El paisaje estaba formado por hileras de pequeños árboles de ramas retorcidas y entre las hojas verde oscuras se vislumbraban manchas amarillas: limones.
A lo lejos divisé una aldea que sobresalía del terreno abrupto. A lo largo de la costa había otras colgadas de los acantilados como si estuvieran suspendidas por encima del mar.
El mar. Las olas rompían en la costa. E1 sol del atardecer teñía la ondulante superficie de un oscuro color violeta con ocasionales destellos rosados. Clavé la vista en el agua que se extendía más allá del horizonte y comprendí por que antaño la gente creía que el mar acaba en el borde del mundo.
Sólo cuando Shay me rodeó los hombros con el brazo me di cuenta de que estaba temblando.
—Es la primera vez que lo ves, ¿verdad? —Shay miraba por la ventana.
Asentí, aún aturdida por el choque que supuso el desplazamiento e inquieta porque este nuevo lugar parecía oprimirme el corazón.
—Sí, es el mar —dijo Adne—. A menos que hayamos aterrizado en el lugar equivocado.
El mar. Ése era el olor que no logré identificar. Nunca había olido nada igual.
—¿Dónde estamos? —preguntó Bryn, y se acercó a la ventana.
—En
Cinque Terre
—contestó Connor.
—¿Dónde? —Bryn frunció el entrecejo.
—En Italia.
27PARAÍSO
Abandonarás todas las cosas que más has amado: ésa es la primera flecha que dispara el arco del exilio.
DANTE,
Paraíso
—¿Italia? —exclamó Mason. Apretaba las manos contra el cristal. Sabía lo que sentía: la barrera que se interponía entre él y el mundo exterior hacía que fuera difícil creer que el paraíso más allá de las paredes era real.
—Lo siento. —Connor sonrió—. Sé que echarás de menos los campos de maíz.
Adne hizo girar la cabeza de un lado a otro, haciendo una mueca.
—Fue duro —dijo.
—¿Estás bien? —preguntó Connor, dejando de sonreír.
—Estoy bien —contestó—, cansada pero bien. Hemos de reunirnos en la sala principal.
—Quiero ver a Ansel —dijo Bryn de pronto—. ¿Podemos comprobar que se encuentra bien?
—Ansel está bien —repuso Connor—. El traslado resultó perfecto. Si nosotros estamos aquí, él también lo está. —Éste es un asunto de todo o nada.
—Pero…
—Verás —dijo Connor—, hemos de dejar que Anika se tranquilice antes de empezar a pedirle favores. La metedura de pata del hermanito de Cala fue considerable y tardaremos un rato en resolver el asunto.
Él y Adne intercambiaron una mirada que me hizo apretar los dientes. Ninguno de los dos creía que el problema de Ansel tenía solución. «¿Qué le pasaría a mi hermano?»
Bryn dejó caer los hombros. Mason le cogió la mano y me miró.
—Estará bien.
Asentí, pero cada vez estaba menos segura de ello.
—Os conseguiremos algo para comer —dijo Adne con el ceño fruncido—. Y después un lugar para alojaros. Seguro que tendréis ganas de asearos —añadió, echando un vistazo a Bryn y a Mason. Necesitaban una ducha. Aún llevaban la misma ropa hecha jirones de la noche en la que fueron tomados prisioneros, estaban cubiertos de sangre seca y mugre. Contemplar su aspecto desastrado fue como un puñetazo en el estómago: recordé todo por lo que habían pasado.
Guardé silencio al seguir los pasos de Connor y Adne. Cuando llegamos al descansillo de la primera planta Adne soltó un grito ahogado.
—¡Mirad! —Seguí su mirada; Mason y Bryn también contemplaban el espectáculo con aire atónito.
Nos habíamos detenido justo delante de las puertas cristaleras que daban al patio. Más allá de la barrera invisible el amplio espacio central sufría una transformación. La tierra dormida cobraba vida: hojas que se desplegaban y flores multicolores que se abrían. Entre los canteros el agua burbujeaba en las fuentes.
Connor soltó un silbido.
—Vaya, los vínculos funcionan con rapidez. Muy bonito.
—Siempre lo hacen —dijo Adne—. Pero siempre me asombra.
—¿Qué son los Vínculos? —preguntó Mason y frunció el entrecejo al ver un zarcillo que se enrollaba alrededor de la escalera de mármol al otro lado de las puertas cristaleras.
—Es una de las especialidades de la Academia —dijo Connor—. Sobre todo de Eydis y Haldis. Integran el edificio en el ecosistema local.
—¿Como los jardineros? —preguntó Bryn.
—Algunos se concentran en los jardines —contestó Connor, frotándose el vientre—. Y eso es una buena noticia. El clima mediterráneo significa que comeremos alimentos frescos mejores. Allá en Denver, en pleno invierno, comíamos demasiados tubérculos. ¿Qué te parece? La especialidad de esta región son las olivas y los limones, ¿verdad? Me parece que lo leí en el informe sobre este destino. Pero se supone que eso ocurre en primavera. Al parecer, esas plantas también crecen ahora.
—Un momento —interrumpió Mason—. ¿Cómo es posible? Esas plantas crecen a una velocidad increíble.
—Magia elemental —contestó Adne—. Eydis y Haldis: agua y tierra. Los Vínculos se conectan con la tierra, las raíces de la vida vegetal y los acuíferos naturales. Así obtenemos agua y energía geotérmica.
—Menos mal que funcionan —dijo Connor—. Sé que aún no estaban lo bastante desarrolladas para que el traslado resultara ideal.
Mason sacudía la cabeza y noté que le temblaban las manos.
—Eso es imposible. ¿Quién es capaz de hacer algo semejante?
—Nosotros —dijo Connor, dándole la espalda al patio—. Y hablando de lo imposible, ¿quién de los presentes es capaz de convertirse en lobo?
—Tiene razón —dijo Shay y me sonrió—. Eso fue lo que me hizo creer en todo este asunto.
Mason asintió de mala gana, pero mientras bajábamos a la planta inferior no dejó de mascullar en voz baja.
—Ojalá Monroe hubiera visto esto —suspiró Adne, agachó la cabeza y oí un sollozo ahogado.
—Primero asistiremos a la reunión. —Connor le rodeó los hombros con el brazo—. Después habrá tiempo para hablar de tu padre.