Read La pesadilla del lobo Online

Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

La pesadilla del lobo (29 page)

BOOK: La pesadilla del lobo
12.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Vale. —Bryn se puso de pie frunciendo el ceño—. Te dejaré tranquila —añadió y siguió a Mason y a Nev.

—¿Nos concedes un momento, Ethan? —pregunto Connor, que permanecía acuclillado a mi lado.

—Claro —repuso, observando a Sabine, que se había puesto de pie y se alejaba lentamente de nosotros. Pero a diferencia de Bryn, no siguió a los otros lobos; sino que trastabilló hasta el borde del techo. Ethan la siguió, conservando una distancia respetuosa.

—Monroe me dijo que tú y Ren mantenías una relación muy estrecha —dijo Connor, observándome atentamente.

Tenía un nudo doloroso en la garganta pero logré asentir con la cabeza. Esto no podía ponerse peor; me parecía que no soportaba más preguntas sobre Ren y yo.

—Oíste lo que dijo Emile —continuó diciendo en voz baja—. Justo antes de que… —Se interrumpió y desvió la vista. Observé cómo se tragaba su pena.

—Sí —repuse, sin saber qué importancia tenía.

Antes de proseguir, Connor tuvo que carraspear un par de veces.

—Te ruego que no digas nada antes de que haya hablado con Adne.

¿Que no diga nada sobre qué? Ren estaba perdido. Y también Monroe. La mitad de la manada se había pasado al bando de los Guardas. Los lobos que habíamos salvado consideraban que nuestras bajas eran culpa mía, pero ¿qué podía hacer para cambiarlo? Al fin de cuentas, era verdad.

—La gente lo sabe —prosiguió Connor—. Y aunque no lo sepa, habla. No es ningún secreto que Monroe amaba a Corrine. Pero nadie sabía lo del niño.

El niño.

Cuando comprendí la verdad, creí que el corazón se me partía en mil pedazos: las interminables preguntas de Monroe acerca de Ren. El riesgo tremendo que había corrido al tratar de salvarlo. La manera en la que había dejado las armas en el suelo ante el lobo que avanzaba.

El hecho de que Ren no guardaba ningún parecido con Emile, pero sí con Monroe. Pero eso el Guía siempre me había resultado familiar cuando hablaba con él: cabellos oscuros como el café, rasgos finamente cincelados…

«Sabes que no le haré daño al muchacho.»

Monroe era el padre de Ren. Corrine le había rogado que la matara porque le habían ordenado que tuviera un hijo. Y ella se había enamorado de Monroe durante los meses en los que planearon la rebelión… una época en la que su cuerpo no estaba sometido a los hechizos de los Guardas.

—Dios mío —susurré, y las lágrimas se derramaron por mis mejillas—. Ren.

Era hijo de Monroe, no de Emile, y sin embargo era un Vigilante. «Al parecer, la esencia de la madre siempre predomina y determina la naturaleza del hijo.»

—Ahora no podemos hacer nada por él —dijo Connor—. Ojalá no fuera así, pero Monroe quería que Adne supiera la verdad. Incluso si no lograba regresar sano y salvo. Se la diré, pero ahora no es el momento.

Me tragué el nudo que se había formado en mi garganta.

—Pero… ¿cómo? ¿Y qué pasa con la madre de Adne?

—Ocurrió antes de que yo naciera. —Connor siguió hablando en voz baja—. Pero he oído ciertas cosas. Tras la alianza, cuando los Buscadores sufrieron una emboscada y Corrine murió, las cosas se pusieron feas. Muy feas. Y el que peor lo llevaba era Monroe. Estaba al borde del abismo, creo que bebía mucho. Actuaba con temeridad en las misiones. Parecía querer que lo mataran.

—¿Qué cambió? —pregunté. Imaginar cuán culpable se habían sentido Monroe no resultaba difícil.

—Tras el desastre de Vail hubo tantas bajas que muchos cambiaron de puesto —dijo—. Diana, la madre de Adne, era una nueva Segadora destinada a Haldis. Se hizo amiga de Monroe… era la única que logró comunicarse con él y lo salvó. Y con el tiempo nació Adne.

—¿Conociste a Diana? —Traté de imaginar una mujer con el mismo cabello color caoba de Adne y los mismos ojos brillantes y ambarinos intercambiando estocas con Monroe y riendo.

Connor sacudió la cabeza.

—Yo fui quien la reemplazó —dijo, y dirigió la mirada hacia Adne, que permanecía al borde del techo con la cabeza gacha—. Supongo que nunca sabremos si Monroe le habló de Ren.

Después volvió a mirarme.

—¿Puedes guardar un secreto?

Asentí, abrumada por las catastróficas revelaciones que no dejaba de escucha; cada nuevo secreto convertía al mundo en un caos.

—Gracias —murmuró él. Se puso de pie y me pregunté cómo se las ingeniaría para decirle a Adne que tenía un hermano al que nunca había conocido, y al que quizá nunca conocería, salvo para matarlo.

Cuando Connor se alejó, las voces de Ethan y Sabine llamaron mi atención.

Ethan se apartaba del brazo tendido de Sabine.

—He dicho que no.

—No seas niño —dijo Sabine y noté que la sangre goteaba de su brazo.

—No pienso beber tu sangre. —Ethan trató de retroceder, pero su brazo destrozado se lo impedía.

—Ten en cuenta que estas heridas tardarán una eternidad en curarse y que será muy doloroso —dijo ella—. Esto lo arreglará de inmediato, y además no tendrás cicatrices.

—Las cicatrices no me molestan —gruñó Ethan.

—Ya lo sé, tío duro. —Sabine rio—. Pero por más macho que seas, no podrás luchar si tienes que llevar el brazo en cabestrillo durante un mes.

—Pero yo… —tartamudeó Ethan.

—Y sé que también te sigue sangrando el hombro —dijo Sabine—. ¿Por qué no dejas que te ayude?

—Déjame en paz —dijo en tono petulante y apartó la cara.

—Lo haré —dijo ella—. Después.

Se colocó detrás de él, le rodeó el pecho con un brazo y lo inmovilizó.

—¡Eh! —gritó Ethan con expresión alarmada. Pero no pudo seguir hablando porque ella presionó el antebrazo ensangrentado contra su boca.

Luchó por zafarse, pero Sabine echó mano de sus fuerzas de vigilante e impidió que se moviera. Siguió presionando el brazo contra los labios de Ethan mientras unas gotas de sangre se deslizaban por la mandíbula del muchacho, que volvió a debatirse; después no le quedó más remedio que tragar. Vi que su rostro expresaba una mezcla de temor y asombro.

Era una escena demasiado familia y un temblor me recorrió el cuerpo. Era como observar una imagen borrosa de día en que obligué a Shay a beber mi sangre. La misma expresión de desconcierto se había asomado a los ojos de Shay. Ethan cogió la muñeca de Sabine y, en vez de apartarle el brazo, lo presionó contra su boca con más fuerza, cerró los ojos y bebió, extasiado.

Connor, que había observado la escena en silencio, soltó un grito cuando la carne desgarrada del brazo de Ethan empezó a cicatrizar. Los músculos se reconstituyeron, las heridas se cerraron sin dejar ni una solo cicatriz. Los ojos de Ethan permanecían cerrados, estaba sumido en la sensación causada por la sangre de Sabine circulando por sus venas.

Una vez que las heridas cicatrizaron, Sabine lo agarró del hombro y separó el brazo de su rostro.

—Tranquilo, tigre —murmuró—. O harás que me desmaye.

Al oír su voz, Ethan volvió a la realidad: el techo, la fría noche y los cinco pares de ojos que lo miraban fijamente.

Se apartó de Sabine y se puso de pie temblando.

—Eso…

Luego le lanzó una mirada acusadora y retrocedió.

—No quería eso.

—No hay de qué —dijo ella y una ráfaga de aire helado en su piel desnuda hizo que tiritara.

La mirada de Ethan no había perdido su dureza, pero se quitó el abrigo y se lo arrojó.

—Comprobaré que no haya espectros abriéndose paso a través de las salidas de incendio.

Espectros. Bryn soltó un aullido. Al mirarla, comprobé que a excepción de Sabine, ella y el resto de la manada habían vuelto a convertirse en lobos. Nev y Mason la hociqueaban con el morro, temblando. Me estremecí. Resultaba muy fácil imaginar el tormento al que habían sido sometidos, el recuerdo del temor y del dolor que no los abandonaría pese a que ahora eran libres. Inspiré lentamente, tratando de tranquilizarme. Por suerte, los únicos que nos habían tendido una embocada eran los Vigilantes y logramos rechazar el ataque.

«Por suerte…»

—Despejado —dijo Ethan, regresando al grupo—. Nadie nos ha seguido, ¿Adne está dispuesta a abrir la puerta?

—Lo está —dijo Adne, regresando de su puesto solitario. En su rostro aún se veían los rastros de las lágrimas—. ¿Estás seguro de que nadie nos sigue los pasos? Antes estaban allí fuera; por eso acabé aquí arriba.

—¿Qué sucedió? —preguntó Connor—. ¿Cómo llegaste hasta nosotros?

—Tras unos veinte minutos después de que os marcharais hubo un gran ajetreo en la calle delante de la discoteca; coches que aparcaban, gritos y movimiento —dijo—. Docenas de Vigilantes entraron a través de la puerta lateral. Quería evitar que me descubrieran, así que cerré el portal y abrí otro en este techo. Aguardé hasta comprender que os habíais metido en problemas.

—¿Por qué abriste el portal en el interior de Edén? —preguntó Ethan.

—Observé la discoteca desde el borde del techo —dijo ella—. Los Vigilantes no dejaban de aparecer. Había tantos y había trascurrido tanto tiempo que supe que estabais atrapados y decidí que tenía que arriesgarme.

—Te lo agradezco —dijo Ethan—. Si no lo hubieras hecho, todos hubiéramos sido devorados.

—Los Vigilantes no devoran a las personas —dije, frunciendo el entrecejo—. Nunca.

—Ya sabes a qué me refiero. —Ethan sonrió.

—Menos mal que presté atención cuando tu hermano describió la prisión —dijo Adne y me lanzó una breve sonrisa—. Esos fueron los detalles que aproveché para tejer el portal.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Sabine, arrebujándose en el abrigo de Ethan—. Nunca he visto nada igual.

—Adne utiliza la magia para conectar un lugar con otro —dije, procurando ofrecerle una explicación sencilla—. Es la manera en la que ellos se desplazan.

—Genial. —Nev se había convertido en humano—. ¿Y los Guardas no os siguen?

—Los Guardas son incapaces de crear portales —añadí rápidamente—. Os lo explicaré más adelante. —Consideré que éste no era el momento de decirles a mis compañeros de manada que para los buscadores éramos un atentado contra la naturaleza. Además, no dejaba de oír las palabras de Ethan. Nadie nos había perseguido. ¿Por qué? Estábamos ocultos, pero no tanto. Hubiera sido razonable que los Guardas registraran las calles y los techos en busca de nosotros.

Reprimí algo más que el nerviosismo y alcé la voz.

—Es incompresible.

—¿Qué es incompresible?

—Que hayamos logrado escapar —dije—. Fue demasiado fácil.

—¿Demasiado fácil? —siseó Adne—. ¡Mi padre está muerto!

Una oleada de tristeza me azotó. Bajé la cabeza, pensando en Monroe, en Ren. En que un padre había estado a punto de recuperar al hijo que le habían robado. Me pregunté si Bryn, Mason, Nev y Sabine sufrirían el mismo tormento que mi hermano. Ahora parecían estar perfectamente, pero ¿acaso el subidón de adrenalina causado por recuperar la libertad se trocaría en pena cuando comprendieran que su vida jamás volvería a ser la misma? ¿Habíamos salvado a alguien, de verdad? El arrepentimiento ahogó mi inquietud y me arrojó a un abismo de desesperación.

—Un momento, Adne —dijo Connor y le apoyó una mano en el hombro—. No creo que pretendiera ofenderte. ¿De qué estás hablando, Cala?

Sacudí la cabeza, no quería sumirme en un pozo aún más profundo donde las dudas y la pena me asfixiarían.

—No —dijo Ethan—. Dínoslo. Tú conoces a los Guardas. ¿Qué es lo que te preocupa?

La fuerza de su voz me arrancó de mi autocompasión. Traté de recordar quién era, o al menos quién había sido. Una líder. Una guerrera.

—Era una trampa —dije.

—Evidentemente. —Ethan asintió y frunció el ceño—. Y una bastante buena.

—Pero no todo lo buena que podría haber sido —dije.

—Prosigue —dijo él.

—Espectros —me limité a decir.

Connor se apartó de Adne y se acercó a mí.

—¿Qué pasa con ellos?

—¿Por qué no había ningún espectro presente? —Luché por hablar en tono confiado, a pesar de que un temor nuevo y desagradable me roía las entrañas.

Nadie dijo nada, pero todos me miraban.

—Considerarlo —dije—. Sabían que vendríamos, pero solo luchamos contra Vigilantes. No vi a ningún Guarda, y sin Guardas no hay espectros.

—¿Adónde quieres ir a parar? —preguntó Ethan.

—¿Dónde estaban los Guardas? —repuse—. ¿Por qué no participaron en la emboscada?

—No querían ensuciarse las manos —refunfuñó Connor.

—No —dijo Ethan, y una sombra le atravesó el rostro—. Tiene razón. ¿Por qué no utilizaron la más eficaz de sus armas si querían asegurarse de que no escapáramos?

—A lo mejor estaban por ahí, pero no en el edificio —dijo Adne, secándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Es la primera vez que abro un portal en el interior de un edificio. Puede que hayan estado esperando que atravesáramos el portal una vez que abandonamos la discoteca.

—Quizá —dije, pero el temor seguía rondándome—. Pero en ese caso, ¿por qué no están aquí, buscándonos?

Nadie respondió.

—Quedarse aquí esperando para averiguarlo es inútil —dijo Connor—. Adne, abre un portal. Regresemos a Denver.

—Bien —dijo Adne—. Cumple con tu tarea. Como si nada hubiera pasado.

Le dio la espalda y se puso de morros. Una mala señal. Cada vez me sentía más inquieta. Teníamos que salir de aquí y la pena de Adne nos estaba retrasando. Puede que fuera muy talentosa para su edad, pero no dejaba de ser joven y ahora se notaba. Connor la agarró de los hombros y la hizo girar, le cogió la barbilla con la mano y se inclinó hacia ella.

—Tú no eres la única que ha perdido a alguien hoy, Adne —murmuró y apoyó la frente contra la de ella—. Yo también amaba a tu padre. Al igual que Ethan.

Desvié la mirada, no me habían invitado a participar de este momento de intimidad.

—Pero tú eres la única que puede sacarnos de aquí —oí que decía Connor.

Les eché un vistazo de soslayo. Adne se había apartado de él y desenvainado los estiletes.

—Lo sé —dijo, y empezó a tejer.

Bryn se convirtió en humana y se acercó a mí.

—Es asombroso —susurró, observando la puerta que surgía de la luz.

Asentí con la cabeza.

Bryn me cogió la mano.

—Lamento haberme apartado de ti, Cala. Pero han pasado tantas cosas…

—No te disculpes. Todo es culpa mía.

—No, no es verdad —replicó y el tono duro de su voz me sorprendió—. Los otros, los que se quedaron en la discoteca son unos tontos. Y no es culpa tuya.

BOOK: La pesadilla del lobo
12.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Walking Dead: Invasion by Robert Kirkman
The Start of Everything by Emily Winslow
Book of Lost Threads by Tess Evans
When Honey Got Married by Kimberly Lang, Anna Cleary, Kelly Hunter, Ally Blake
A Street Divided by Dion Nissenbaum
What a Girl Needs by Kristin Billerbeck