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Authors: Oriana Fallaci

Tags: #Ensayo, Política

La rabia y el orgullo (12 page)

BOOK: La rabia y el orgullo
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Bueno. Lo intentaré igualmente, en la forma más rápida posible. La Italia, por ejemplo, de los ex comunistas que durante cuarenta años (pero, considerando que empezaron cuando yo era jovencísima, debería decir cincuenta) han cubierto de moratones mi alma. Me han ofendido con su prepotencia, su presunción, su terrorismo intelectual. O sea, con el escarnio reservado a todos los que no pensaban como ellos, de manera que, si no eras comunista, debías de ser considerado un reaccionario, un cretino, un troglodita, un siervo de los americanos. (Escrito amerikanos…). Esos curas rojos que me trataban como una Infiel (madre mía, cuántos curas he tenido que soportar en mi vida) y que tras la caída del Muro de Berlín cambiaron inmediatamente el tono. Espantados como polluelos que no pueden refugiarse más bajo las alas de la mamá clueca, o sea de la Unión Soviética, improvisaron una comedia intitulada «Examen de conciencia». Asustados como párrocos que temen perder su parroquia y, con su parroquia, los privilegios adquiridos; con los privilegios adquiridos, el sueño de conseguir la púrpura cardenalicia, se pusieron a charlar como liberales: a dar incluso lecciones (¡ellos!) de liberalismo. Y hoy desempeñan el papel de «buonisti», buenistas: peculiar adjetivo que deriva del peculiar sustantivo «buenismo». Sustantivo que, en sus cabezas, significa benevolencia, indulgencia, clemencia, mansedumbre, cortesía, jovialidad, caridad, etcétera. (¿Ocurre lo mismo en los países europeos donde el rojo se convirtió en rosa y luego en blanco o verde, etcétera? Quiero decir: ¿ocurre lo mismo en España, en Francia, en Portugal, en Alemania, en Holanda, en Hungría, etcétera? Seguramente, sí…). Les gusta también dar a su partido y a los partidos de sus aliados nombres inofensivos, de carácter floral o vegetal. La Encina, el Olivo, la Margarita. Así que ahora las encinas y los olivos y las margaritas, dos árboles y una flor muy amados por mí, me inspiran una profunda antipatía. Durante algún tiempo han utilizado también la imagen del asno: un animal acostumbrado a rebuznar más que a simbolizar la inteligencia, a dar coces más que a personificar la inocencia. Y, en lugar de ir a Moscú, hoy vienen a Nueva York donde se compran camisas en Brooks Brothers, sábanas en Bloomingdale's pues al regresar celebran congresos a la sombra de un mote americano. Un mote que parece el eslogan en un detergente: «I care». Y paciencia si los obreros que ondeaban los ríos de banderas rojas, los lagos de banderas rojas, no hablan inglés. Paciencia si mi carpintero que es un viejo y honesto comunista florentino no entiende qué significa «I care». El lee «Icare» y cree que se trata de Ícaro, el griego al cual le gustaba volar pero que, cuando volaba, se le derritieron las alas de cera y todo confundido me pregunta: «¡¿Señora Fallaci, qué tiene que ver Ícaro?!». Entonces tengo que explicarle que «I care» no significa Ícaro: es un verbo angloamericano que significa me-importa, y él se enfada. «¡Me gustaría saber quién es el gili-pollas que ha inventado esta gilipollez!». Desde que las hoces y los martillos han desaparecido para convertirse en olivos y encinas y margaritas, no me tratan ni siquiera de reaccionaria y cretina (pero después de este libro lo harán de nuevo). A veces dicen incluso cosas que yo decía cuando me trataban de troglodita, sierva de los americanos escrito amerikanos. (Pero después de este libro lo harán de nuevo). Y su diario llamado «Unidad» no me dedica más los vituperios vulgares, las perfidias gratuitas, las vergonzosas calumnias que durante cuarenta o mejor cincuenta años vomitó sobre mí en la fascista columna «El hueco del día», luego «El dedo en el ojo». (Pero en breve lo harán de nuevo). Los semanarios de las parroquias buonistas, lo mismo. (Paréntesis doloroso. Después del viaje a Hanoi, o sea cuando arriesgaba mi vida en Vietnam, una periodista de un conocido semanario comunista me dedicó una serie de artículos malvados. ¿Y sabes por qué? Porque había escrito que en Vietnam del Norte el estalinismo sojuzgaba a sus súbditos hasta en la intimidad cotidiana. Por ejemplo, obligándolos a hacer pipí y caca por separado y utilizando la segunda (no mezclada con la orina), como abono en agricultura. Había escrito también que el régimen comunista de Hanoi perseguía con ferocidad a los que no eran comunistas, y que un día un viejo Viet-minh de Dien-Bien-Phu se había puesto a llorar en mi hombro: «Madame, vous ne savez pas comme nous sommes traités ici, Madame…». ¿Y sabes cómo tituló, esa noble dama, la serie de artículos? «La señorita Snob se va a Vietnam». Paréntesis cerrado). No, al menos en este momento no lo hacen. Y todos se han olvidado de que lo hacían. Pero yo no me he olvidado, no, y llena de indignación pregunto: «¿Quién me restituye aquellos cuarenta o mejor cincuenta años de morados sobre mi alma, de ultrajes a mi honor?». Hace tiempo se lo pregunté a un ex comunista de la ex Federación Juvenil Comunista Italiana: la agencia de colocación (así le llamó) de la cual salieron todos o casi todos los ministros o primeros ministros o alcaldes de izquierdas que entristecen o han entristecido al país. Le recordé que el fascismo no es una ideología, es una actitud, y le pregunté: «¿Quién me restituye esos cuarenta, cincuenta años?». Puesto que hoy interpreta con gran soltura el papel de liberal, de auténtico progresista, esperaba que se excusase. Esperaba que con el corazón en la mano me respondiese: «Perdona». Al contrario se carcajeó y respondió: «¡Presenta una demanda judicial!». Palabras de las cuales deduzco que verdaderamente el lobo pierde el pelo, no el vicio, y que la Italia de esa gente no es, ni nunca será, la mía.

* * *

No es ni siquiera la Italia de sus adversarios: entendámonos bien. A sus adversarios yo no los voto y, de hecho, desde hace muchos años yo no voto a nadie. Confesión, la segunda, a la cual me constriño con mucha angustia porque el no voto es un voto, sí: un voto legal, legítimo, un voto para decir váyanse-todos-al-Infierno. Pero es también el voto más trágico, más triste, que existe. El voto desgarrador del ciudadano que no se reconoce en nadie, que no se fía de nadie, que no puede encargar a nadie que lo represente, y que, en consecuencia, se siente abandonado defraudado solo. Solo como yo. Yo sufro mucho cuando en Italia hay elecciones. No hago más que fumar, blasfemar, repetirme: «¡Por Dios, hemos estado en la cárcel, hemos muerto, para recuperar el voto! Nuestros compañeros fueron fusilados o eliminados en los campos de concentración para devolvemos el voto. Y yo no voto… Sufro y maldigo mi rigidez, mi inflexibilidad, mi soberbia. Casi envidio a quien sabe amoldarse, adaptarse a las necesidades, ceder ante un compromiso y votar a alguien que le parezca menos malo que los otros. (Cuando hay un referéndum, al contrario, voto. Porque en los referéndums no tengo que favorecer a hombres o mujeres en los que no me reconozco, por los cuales no quiero ser representada: en un referéndum el proceso democrático se desarrolla sin intermediarios. “¿Quieres la monarquía?”. “No”. “¿Quieres la república?”. “Sí”. “¿Quieres que cerca de tu casa los cazadores maten a los pajaritos?”. “No, Cristo, no”. “¿Quieres que una ley proteja tu privacidad?”. “Sí, Cristo, sí”)». Y, dicho esto, deja que le dirija un discursito al líder de esos adversarios.

Discursito. Egregio Primer Ministro de mi país, yo sé que oyéndome hablar contra sus adversarios Usted engorda. Se regocija como una esposa feliz. Pero no sea impaciente, le ruego. Hay algo para Usted también. Le he hecho esperar tanto, le he tenido en ascuas, sólo porque Usted no pertenece a mis cuarenta o, mejor, cincuenta años de dolor. En este sentido Usted es sin duda inocente. Además no lo conozco a Usted tan bien como a los comunistas y ex comunistas y compagnons-de-route. Usted es un novato, una novedad. Exactamente cuando de política (palabra para mí sagrada, espero que lo haya comprendido) no quería oír ni hablar, Usted apareció. Surgió como ciertas plantas que indeseadas brotan en el huerto o en el jardín, hasta que uno las mira confuso y se pregunta: «¿Qué tipo de planta es? ¿Un rábano? ¿Una ortiga?». Desde ese día lo observo con curiosidad y perplejidad, sin poder determinar si es Usted un rábano o una ortiga, y pensando que, si es un rábano, no es un gran rábano. Si es una ortiga no es una gran ortiga. Por lo demás Usted también parece alimentar esa duda: no tomarse demasiado en serio. Al menos con la boca (con los ojos mucho menos), Usted ríe siempre. Ríe hasta cuando no hay motivo alguno para reírse. Ríe como si supiese que su éxito en política es una extravagante e inmerecida casualidad, una broma de la Historia, una excéntrica aventura de su afortunadísima vida. Y dicho esto, permítame (utilizo su lenguaje, como ve) exponer lo que no me gusta de Usted.

No me gusta, por ejemplo, su falta de buen gusto y de agudeza. El hecho, por ejemplo, de que adore ser llamado Cavaliere. No se trata de un título raro e importante, créame: Italia produce más caballeros y comendadores que cazurros y chaqueteros. Una vez en ese montón, un presidente de la República quería meterme también a mí y, para impedírselo, tuve que decirle: «Señor Presidente, si me hace cavaliere yo le pongo una querella por difamación». Sin embargo Usted lleva ese título con mucho orgullo, como si fuese una medalla de oro o un escudo feudal. Y dado que también Mussolini se enorgullecía, dado que Usted respeta la libertad, ese «cavaliere» me parece un error político. Me parece incluso un error cómico, y un jefe de gobierno no puede permitirse ser cómico. Si lo es, pone en ridículo al país. No me gusta tampoco su falta de tacto, o sea la ligereza con la que ha elegido el nombre de su partido. Fuerza Italia. Un nombre que evoca los berridos de los encuentros internacionales de fútbol. Y eso me ofende, me apena, como me ofendían y me apenaban las maldades de los comunistas. Incluso más, puede ser. Porque esta vez la herida no es infligida contra mí personalmente, es infligida a mi Patria. Usted no tiene ningún derecho a utilizar para su partido el nombre de mi Patria, señor. La Patria es la patria de todos, incluso de sus rivales y de sus enemigos. No tiene ningún derecho a identificar Italia con los equipos de fútbol, con los estadios. Por un abuso tal mi tatarabuelo Giobatta lo habría desafiado a duelo con la espada de Curtatone y Montanara. Mis tíos, con las bayonetas del Carso. Mi padre le habría roto la nariz, mi madre le habría quitado los ojos. En cuanto a mí, la sangre se me sube a la cabeza. ¿Quién se lo ha sugerido, por Dios? ¿Su camarero, su chófer?

Y luego, tampoco me gusta la falta de seriedad que demuestra con su manía de contar chascarrillos. Yo odio los chascarrillos. Dios, cuánto los odio. Y pienso que un jefe de gobierno no debe contar chascarrillos, hacer política con los chascarrillos. Señor cavaliere, ¿sabe qué significa la palabra Política? ¿Sabe de dónde viene? Viene del griego ΠOΔITIKH y significa Ciencia del Estado, Arte de Gobernar, Arte de Administrar el Destino de una Nación. ¡¿Le parece que eso encaja con los chascarrillos?! Cuando oigo los suyos, yo sufro casi más de lo que sufro cuando escucho la vocecita melosa y las tarantelas anguilosas de Chirac. Me enfado, y pienso: «¡Cristo! ¿No lo entiende, este Cavaliere, que el pueblo lo ha votado por desesperación? ¿No lo entiende, este señor que está donde está porque los italianos no podían más con sus predecesores porque estaban hartos de ser objeto de sus burlas? ¿No comprende que debería encender una vela a la Virgen María, comportarse seriamente, hacer de todo para mostrarse digno del regalo que le ha caído sobre su cabeza?». Por último, no me gustan algunos de los aliados que ha escogido. Los camisas verdes de mi-sun-lum-bard que no saben ni siquiera cuáles son los colores de la tricolor, y los sobrinitos de los que llevaban las camisas negras. Ellos dicen que ya no son fascistas y quizá sea la verdad. Pero si yo no me fío de quien viniendo del partido comunista dice que ya no es comunista, entonces tampoco me fío de aquellos que, viniendo de un partido neofascista, dicen que no son fascistas. Y ahora pasemos a lo concreto.

Habrá notado, señor Cavaliere, que no le reprocho su riqueza. No me pongo con los que ven en su riqueza su mayor culpa. Oh, no. Yo creo que negarle a un hombre rico que entre en política es antidemocrático, demagógico, ilegal. En Italia, además, es profundamente estúpido. Sobre ese asunto, pienso como Alekos Panagulis que, cuando un líder o un jefe de gobierno era rico, decía: «¡Mejor! Así no roba. No tiene necesidad de robar». Por lo demás, los mismos y tan elogiados Kennedy eran y son escandalosamente ricos. Mire: yo no le reprocho ni siquiera el detalle de poseer tres canales de televisión. Al contrario juzgo ridículas las preocupaciones que sus adversarios tienen sobre ese asunto. Ante todo porque el canal impúdica y patéticamente devoto a Usted no me parece un peligro. Y el que intenta imitarlo, lo mismo. Luego porque el tercero, es decir, aquel bien hecho y justamente de gran éxito, lo maltrata de un modo tan descarado que no parece pertenecerle a Usted sino a los partidos con nombres vegetales y florales. En todo caso, sus adversarios aprietan tanto en un puño el mundo de la prensa y de la televisión, su propaganda facciosa influye tan escandalosamente en el juicio del pueblo, que sobre este asunto deberían tener el pico cerrado. No, no: la culpa que le reprocho es otra, señor Primer Ministro de mi país. Y aquí está. He visto que, aunque de manera desordenada e inadecuada, Usted me ha precedido en la defensa de la cultura occidental. Pero apenas las cigarras le han saltado al cuello, racista-racista, ha ido marcha atrás. Ha hablado de equívoco, de error, ha ofrecido humildemente sus excusas a los hijos de Alá, ha engullido el agravio de su rechazo, ha soportado sin rechistar las hipócritas reprimendas de sus colegas europeos y los pescozones de Blair. En definitiva, ha tenido miedo. Y eso no va bien. Si yo hubiese sido el jefe del gobierno, se lo aseguro, me los habría comido a todos con la mostaza y el señor Blair no habría osado decir lo que ha osado decirle a Usted. (Do you hear me, Mister Blair? I did praise you and praise you again for standing up to the Osamas bin Ladens as no other European leader has done. But if you play the worn-out games of diplomacy and shrewdness, if you separate the Osamas bin Ladens from the world they belong to, if you declare that our civilization is equal to the one which imposes the chador yet the burkah and forbids to drink a glass of wine, then you are not better than the Italian cicadas. If you don’t defend our culture, my culture and your culture, my Leonardo da Vinci and your Shakespeare, if you don’t stand up for it, then you are a cicada yourself and I ask: why do you choose my Tuscany, my Florence, my Siena, my Pisa, my Uffizi, my Tirrenean Sea for your Summer vacations? Why don’t you rather choose the empty deserts of Saudi Arabia, the desoíate, rocks of Afghanistan? I had a bad feeling when my Prime Minister received your scolding. The feeling that you will not go very far with this war, that you will withdraw as soon as it will no longer serve your political interest).

BOOK: La rabia y el orgullo
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