La rosa de zafiro (14 page)

Read La rosa de zafiro Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La rosa de zafiro
8.63Mb size Format: txt, pdf, ePub

Lenda expresó su asentimiento con la cabeza.

—Todo esto aún no ha resuelto el problema que se nos presenta, caballeros —señaló Bevier—. Es harto posible que el mensajero que enviemos a Wargun no esté más que a un día de camino de aquí cuando nos llegue la noticia de la muerte del archiprelado y ello nos sitúa de nuevo en la posición del principio. Sparhawk deberá convencer a una reina reacia a abandonar su capital sin un peligro evidente en perspectiva.

—Sopladle en la oreja —aconsejó Ulath.

—¿Cómo?

—Suele dar resultados —arguyo Ulath—, al menos así ocurre en Thalesia. En una ocasión le soplé en la oreja a una muchacha en Emsat, y me siguió por todas partes durante días.

—Eso es repugnante —dijo, enojada, Sephrenia.

—Oh, no lo sé —replicó sin mucha convicción Ulath—. A ella pareció gustarle.

—¿Le disteis palmaditas en la cabeza y le rascasteis la barbilla como lo habríais hecho con un perrito?

—Nunca se me ocurrió hacerlo —admitió Ulath—. ¿Creéis que habría funcionado? La mujer se puso a proferir juramentos en estirio.

—Estamos saliéndonos del tema —observó Vanion—. No podemos obligar a la reina a que abandone Cimmura y no hay modo de tener la certeza de que dispondrá de una fuerza lo bastante numerosa como para defender las murallas antes de que nosotros debamos irnos.

—Yo creo que la fuerza ya está aquí, lord Vanion —se mostró en desacuerdo Talen que, vestido con el elegante jubón y las calzas que Stragen le había regalado en Emsat, ofrecía un aspecto que no distaba mucho del de un joven aristócrata.

—No interrumpas, Talen —lo reprendió Kurik—. Estas son cuestiones serias y no tenemos tiempo para bromas de chicos.

—Dejadlo hablar, Kurik —aconsejó vivamente el conde de Lenda—. Las buenas ideas surgen a veces de los sitios más insospechados. ¿Cuál es exactamente esa fuerza que mencionabas, joven?

—El pueblo —repuso simplemente Talen.

—Eso es ridículo, Talen —criticó Kurik—. No están entrenados.

—¿Cuánto entrenamiento se necesita para arrojar brea ardiendo sobre las cabezas de los soldados de un ejército sitiador? —replicó Talen.

—Es una idea muy interesante ésta, joven —apreció Lenda—. Hubo, de hecho, una profusión de soporte popular hacia la reina Ehlana después de su coronación. Es muy posible que el pueblo de Cimmura, y el de las ciudades y pueblos de los alrededores, acudiera en su ayuda. El problema, no obstante, es que carecen de dirigentes. Una multitud de gente arracimada en la calle sin nadie que la oriente no constituiría una defensa apropiada.

—Existen dirigentes, mi señor.

—¿Quiénes son? —preguntó Vanion al muchacho.

—Platimo, por ejemplo —propuso Talen—, y, si Stragen todavía sigue aquí, seguramente también sería idóneo para el cargo.

—Ese Platimo es una especie de canalla, ¿no? —inquirió dubitativamente Bevier.

—Sir Bevier —le hizo ver Lenda—, yo he servido en el consejo real de Elenia muchos años, y puedo aseguraros que, no sólo la capital, sino la totalidad del reino ha estado en manos de canallas desde hace décadas.

—Pero... —se disponía a protestar Bevier.

—¿Es el hecho de que Platimo y Stragen son canallas oficiales lo que os molesta, sir Bevier? —preguntó alegremente Talen.

—¿Qué opináis, Sparhawk? —inquirió Lenda—. ¿Creéis que ese Platimo podría realmente dirigir algún tipo de operación militar?

—Sin duda —respondió Sparhawk después de reflexionar unos instantes—, en especial si Stragen aún está aquí para ayudarlo.

—¿Stragen?

—Mantiene una posición similar a la de Platimo entre los ladrones de Emsat. Stragen es un personaje singular, pero es extremadamente inteligente y ha recibido una excelente educación.

—También pueden valerse de antiguas deudas—señaló Talen—. Platimo puede traer hombres de Vardenais, Demos, las ciudades de Lenda y Cardos..., por no mencionar las bandas de salteadores que actúan en el campo.

—La perspectiva no es defender la ciudad durante un período de tiempo muy prolongado —musitó Tynian—, sino sólo hasta que llegue el ejército elenio, y buena parte de lo que habrán de hacer consistirá en mera intimidación. No es probable que el primado Annias vaya a poder permitirse alejar de Chyrellos más de un centenar de soldados eclesiásticos para causar problemas aquí, y, si las almenas de las murallas de la ciudad están ocupadas por una fuerza superior, dichos soldados se mostrarán reacios a atacar. ¿Sabéis, Sparhawk? Me parece que el chico ha ideado un plan extraordinariamente bueno.

—Me aturdís con vuestra confianza, sir Tynian —dijo Talen con una extravagante reverencia.

—También hay veteranos aquí en Cimmura —añadió Kurik—, antiguos militares que pueden ayudar a dirigir a los obreros y campesinos en la defensa de la ciudad.

—Todo es terriblemente contra natura —observó sarcásticamente el conde de Lenda—. El objetivo casi exclusivo del gobierno ha sido siempre mantener al vulgo bajo control y enteramente al margen de la política. El único sentido que tiene la existencia de la plebe es trabajar y pagar impuestos. Cabe la posibilidad de que hagamos algo que lamentemos toda nuestra vida.

—¿Tenemos otra alternativa, Lenda? —inquirió Vanion.

—No, Vanion, no creo que la tengamos.

—Pongámonos manos a la obra, pues. Mi señor de Lenda, me parece que tenéis correspondencia que poner al día y, Talen, ¿por qué no vas a ver a ese Platimo?

—¿Puedo llevarme a Berit, mi señor Vanion?—preguntó el chico, mirando al joven novicio.

—Supongo que sí, pero ¿para qué?

—Soy una especie de enviado oficial de un gobierno a otro. Debería disponer de una escolta de algún tipo que encareciera mi importancia. Esta clase de cosas impresionan a Platimo.

—¿De un gobierno a otro? —inquirió Kalten—. ¿De veras consideras a Platimo como un cabeza de estado?

—Bueno, ¿no lo es?

Mientras sus amigos abandonaban la estancia, Sparhawk tiró ligeramente de la manga a Sephrenia.

—Necesito hablar con vos —anunció en voz baja.

—Desde luego.

—Tal vez debería haberos hablado de esto antes, pequeña madre —Dijo después de cerrar la puerta—, pero todo parecía tan inocuo al principio... —Se encogió de hombros.

—Sparhawk —lo amonestó—, no sois tan ingenuo. Debéis contármelo todo. Yo decidiré lo que es inocuo o no.

—De acuerdo. Creo que están siguiéndome. La mujer entornó los ojos.

—Tuve una pesadilla justo después de que le arrebatáramos el Bhelliom a Ghwerig. Azash aparecía en ella y también el Bhelliom. Había asimismo otra cosa..., algo a lo que no puedo dar nombre.

—¿Podéis describirlo?

—Sephrenia, ni siquiera puedo verlo. Da la impresión de ser una especie de sombra, algo oscuro que percibo justo en el límite de la visión, como un amago de movimiento a un costado y ligeramente detrás de mí. Tengo la sensación de que no le inspiro simpatía.

—¿Sólo se os presenta en sueños?

—No. También lo veo de tanto en tanto cuando estoy despierto. Por lo visto, aparece siempre que saco el Bhelliom de su bolsa. Ello también ocurre en otras circunstancias, pero casi puedo contar de antemano en percibirlo cada vez que abro la bolsa.

—Hacedlo ahora, querido —le indicó—. Veamos si yo también puedo percibirlo.

Sparhawk sacó de debajo del jubón la bolsa y la abrió. Luego extrajo la rosa de zafiro y la sostuvo en la mano. El parpadeo de oscuridad hizo al instante aparición.

—¿Lo veis? —preguntó. Sephrenia escrutó la habitación.

—No —admitió—. ¿Notáis algo que emane de la sombra?

—Noto que no le inspiro buenos sentimientos. —Volvió a guardar el Bhelliom en la bolsa—. ¿Alguna idea?

—Podría ser algo conectado con el propio Bhelliom —sugirió dubitativamente la estiria—. Pero, para seros sincera, no conozco demasiado el Bhelliom. A Aphrael no le gusta hablar de ello. Creo que los dioses le tienen miedo. Sé un poco respecto a su uso, pero eso es todo.

—Ignoro si guarda alguna relación —musitó Sparhawk—, pero no cabe duda de que alguien está interesado en liquidarme. Primero fueron esos hombres en las afueras de Emsat, luego ese barco que Stragen sospechó que nos seguía y después esos bandidos que estaban buscándonos en el camino de Cardos.

—Por no mencionar el hecho de que alguien trató de mataros por la espalda con una ballesta cuando nos dirigíamos a palacio —agregó la mujer.

—¿Podría ser tal vez otro Buscador? —apuntó.

—Algo parecido, puede ser. En cuanto el Buscador toma bajo su control a alguien, éste se convierte en una herramienta que no piensa por sí misma. Estos atentados contra vuestra vida dan la impresión de ser más racionales.

—¿Podría Azash disponer de alguna criatura capaz de lograrlo?

—¿Quién sabe qué clase de criaturas puede invocar Azash? Yo conozco aproximadamente una docena de variedades, pero sin duda se cuentan por montones.

—¿Os ofendería si probara a aplicar la lógica?

—Oh, supongo que podéis hacerlo... si sentís la necesidad. —Le dedicó una sonrisa.

—Bien. Para empezar, sabemos que Azash me quiere muerto desde hace mucho tiempo.

—De acuerdo.

—Ahora debe de ser más importante para él porque tengo el Bhelliom y sé cómo utilizarlo.

—Estáis haciendo afirmaciones obvias, Sparhawk.

—Lo sé. La lógica es así a veces. Pero dichos intentos de matarme suelen producirse poco tiempo después de que haya sacado el Bhelliom y percibido esa sombra.

—¿Pensáis que está relacionado?

—¿No es posible?

—Casi todo es posible, Sparhawk.

—Bueno. Si la sombra es algo similar al damork o al Buscador, probablemente proviene de Azash. Este «probablemente» resta solidez a la lógica, pero es algo a tener en cuenta, ¿no os parece?

—En las presentes circunstancias casi estoy por convenir con vos.

—¿Qué hacemos entonces? Es una hipótesis provisional que no tiene en cuenta la posibilidad de la mera coincidencia, pero ¿no deberíamos adoptar medidas por si acaso existe alguna conexión?

—No veo que podamos permitirnos lo contrario, Sparhawk. Creo que lo primero que se impone es mantener el Bhelliom dentro de esa bolsa. No lo saquéis a menos que no os quede más remedio.

—Una propuesta juiciosa.

—Y, si tenéis que extraerlo, poneos en guardia en previsión de un atentado contra vuestra vida.

—De todas formas es algo que hago automáticamente... de forma continuada. Tengo una profesión que mantiene los nervios en tensión.

—Y me parece que será mejor que esto quede entre nosotros. Si esa sombra la manda Azash, puede volver a nuestros amigos en contra nuestra. Cualquiera de ellos podría desarrollar una actitud hostil hacia vos de un momento a otro. Si los hacemos partícipes de nuestras sospechas, la sombra... o lo que quiera que sea... podría quizá leerles el pensamiento. No pongamos sobre aviso a Azash de que sabemos lo que está haciendo.

Sparhawk hubo de hacer acopio de fuerzas para decirlo y, con todo, cuando lo hizo, hubo de vencer una gran renuencia.

—¿No lo resolveríamos todo si destruyéramos el Bhelliom aquí y ahora? —preguntó.

—No, querido —negó la mujer—. Puede que todavía lo vayamos a necesitar.

—Era una simple pregunta.

—De veras, no, Sparhawk. —Su sonrisa era desapacible—. No sabemos a ciencia cierta la clase de fuerza destructiva que podría desencadenar el Bhelliom. Podríamos perder algo muy importante.

—¿Como por ejemplo?

—La ciudad de Cimmura... o la totalidad del continente eosiano, por lo que yo sé.

Capítulo 6

Era casi el crepúsculo cuando Sparhawk abrió silenciosamente la puerta del dormitorio de su reina y se quedó mirándola. Su cara estaba enmarcada por los abundantes cabellos rubios desparramados en la almohada, que reflejaban la dorada luz de la vela que ardía al lado de la cama. Tenía los ojos cerrados y el rostro sereno y apacible. El caballero había descubierto en el transcurso de las últimas jornadas que una adolescencia pasada en la corrupta corte dominada por el primado Annias había dejado en su semblante la marca de un recelo defensivo y una férrea determinación. Cuando dormía, no obstante, su expresión adquiría la misma luminosa dulzura que tanto lo había prendado cuando era una niña. Para sus adentros, y ahora sin reservas, reconocía que amaba a esa pálida muchacha-niña, a pesar de que todavía le costaba hacerse a la idea de que Ehlana ya era toda una mujer y no una niña. Con una imprecisa punzada de dolor, Sparhawk admitió para sí que no era realmente digno de ella. Aunque sentía la tentación de aprovechar su enamoramiento de chiquilla, sabía que no sólo era reprobable moralmente, sino que, asimismo, podría causarle a ella muchos sufrimientos en el futuro. Decidió que en modo alguno cargaría a la mujer que amaba con los achaques que pronto le traería la edad.

—Sé que estáis ahí, Sparhawk. —Sin abrir los ojos, la joven esbozó una sonrisa—. ¿Sabéis? Siempre me encantó esto cuando era niña. A veces, sobre todo cuando comenzabais a darme clase de teología, me quedaba dormida... o fingía estarlo. Entonces continuabais hablando un rato y luego os limitabais a seguir sentado, mirándome. Me hacía sentir tan protegida, tan segura y tan al margen de peligros... Esos momentos fueron probablemente los más felices de mi vida. Y pensar que, cuando nos hayamos casado, contemplaréis cada noche cómo me duermo en vuestros brazos, y yo sabré que nada en el mundo puede hacerme daño porque siempre estaréis cuidándome. —Abrió sus calmados ojos grises—. Venid aquí y besadme, Sparhawk —le dijo, alargándole los brazos.

—No es correcto, Ehlana. No estáis vestida del todo, y estáis en la cama.

—Estamos prometidos, Sparhawk. Disponemos de una cierta libertad en estas cuestiones. Además, yo soy la reina y yo decidiré lo que es correcto y lo que no lo es.

Sparhawk cedió y la besó. Como había notado antes, Ehlana había dejado atrás, sin margen de duda, la niñez.

—Soy demasiado viejo para vos, Ehlana —volvió a recordarle con suavidad, deseoso de interponer firmemente entre ellos aquel razonamiento—. Sabéis que estoy en lo cierto.

—Tonterías. —Todavía le rodeaba el cuello con los brazos—. Os prohíbo que envejezcáis. Ya está, ¿no queda solucionado?

—Esto sí que carece de sentido. Es lo mismo que si ordenarais que cesasen las mareas.

—Eso no lo he probado todavía, Sparhawk, y, hasta que lo haga, no sabemos de fijo si obtendría resultado, ¿no es verdad?

Other books

In the Land of Armadillos by Helen Maryles Shankman
Godless by James Dobson
Savage: Iron Dragons MC by Olivia Stephens
The Parthian by Peter Darman
The Slynx by Tatyana Tolstaya
All Men Are Rogues by Sari Robins
Sizzle All Day by Geralyn Dawson