—Aquí no, sir Ulath —se pronunció con cierto pesar—. Las alfombras, ¿comprendéis?
—El rey Wargun quería ahorcarlo —aseguró Kalten. Dirigió la mirada hacia arriba—. Tenéis un elevado techo muy adecuado aquí, Majestad, y vigas sólidas. No tardaré ni un minuto en conseguir una cuerda. Podemos tenerlo bailando en el aire en un santiamén, y la horca no es ni la mitad de engorrosa que la decapitación.
—¿Qué os parece, querido? —preguntó Ehlana a Sparhawk—. ¿Deberíamos colgar a mi primo? Sparhawk estaba profundamente conmovido por la frialdad con que ella se había expresado.
—Ah..., él conoce una gran cantidad de información que podría sernos de utilidad, mi reina —observó.
—Podría ser cierto —reconoció la reina—. Decidme, Lycheas, ¿tenéis información que querríais compartir con nosotros mientras reflexiono sobre esto?
—Diré cuanto queráis, Ehlana —gimoteó el bastardo. Ulath le propinó un guantazo en la nuca.
—Su Majestad —apuntó.
—¿Cómo?
—A la reina se le da el trato de «Su Majestad» —explicó Ulath, volviendo a golpearlo.
—S... Su Majestad —tartamudeó Lycheas.
—Hay otra cuestión a tomar en cuenta, mi reina —continuó Sparhawk—. Como recordaréis, Lycheas es el hijo de Annias.
—¿Cómo lo habéis averiguado? —exclamó Lycheas.
—No os estaba hablando a vos —le hizo ver Ulath, dándole un nuevo cogotazo—. Hablad cuando os dirijan la palabra.
—Como decía —prosiguió Sparhawk—, Lycheas es el hijo de Annias, y podría ser una pieza útil para negociar en Chyrellos cuando vayamos allí a impedir que Annias acceda al trono del archiprelado.
—Oh —aceptó la reina, malhumorada—, estoy de acuerdo, supongo, pero, en cuanto acabéis con él, devolvedlo a sir Ulath y sir Kalten. Estoy segura de que encontrarán la manera de decidir cuál de ellos se encarga de él.
—¿A los palillos? —preguntó Kalten a Ulath.
—O podríamos jugárnoslo a los dados —propuso a su vez Ulath.
—Mi señor de Lenda —dijo entonces Ehlana—, ¿por qué no os lleváis vos y Vanion a este infortunado a otro sitio y lo interrogáis? Me pongo enferma sólo de verlo. Llevaos a sir Kalten y sir Ulath con vosotros. Su presencia podría animarlo a mostrarse más amable.
—Sí, Su Majestad —repuso Lenda, reprimiendo una sonrisa.
Cuando se hubieron llevado a Lycheas de la habitación, Sephrenia miró directamente a la cara a la reina.
—No estaríais planteándooslo en serio, ¿verdad? —le preguntó.
—Oh, por supuesto que no... No demasiado en serio, en todo caso. Sólo quiero hacer sudar un poco a Lycheas. Creo que me lo debe. —Suspiró fatigadamente—. Creo que me gustaría descansar un poco ahora. Sparhawk, sed amable y llevadme a la cama.
—Eso raya lo indecoroso —replicó rígidamente el interpelado.
—Oh, dejaos de tonterías. De todas formas ya podéis ir acostumbrándoos a pensar en mí y en las camas a la vez.
—¡Ehlana!
La joven se echó a reír y le tendió los brazos. Mientras se inclinaba para levantar en brazos a su reina, percibió fugazmente la cara que ponía Berit. El joven novicio lo miraba con odio inconfundible. Eso podría acarrear problemas, previo Sparhawk, que resolvió sostener una larga conversación con Berit tan pronto como se presentara la oportunidad. Trasladó a Ehlana a la otra habitación y la metió en un gran lecho.
—Habéis cambiado mucho, mi reina —observó gravemente—. No sois la misma persona que dejé hace diez años. —Era hora de airear aquella cuestión para que ambos dejaran de andarse con rodeos al respecto.
—Os habéis dado cuenta —replicó ella con malicia.
—Acabáis de dar una muestra de ello —señaló el caballero, volviendo a adoptar un aire profesional—. Sólo tenéis dieciocho años, Ehlana. No os favorece adoptar las maneras mundanas de una mujer de treinta y cinco. Yo recomiendo fervientemente una actitud pública más inocente.
Se retorció por la cama hasta quedarse tumbada boca abajo con la cabeza en el lugar opuesto a donde debía estar. Luego apoyó la barbilla en las manos y, con ojos bien abiertos y expresión ingenua, pestañeó y dio pataditas con un pie a la almohada.
—¿Así? —inquirió.
—Parad de hacer tonterías.
—Sólo pretendo complaceros, prometido mío. ¿Había algo más de mí que querríais modificar?
—Os habéis vuelto dura, chiquilla.
—Ahora os toca a vos dejar de hacer algo —dijo con firmeza—. No volváis a llamarme «chiquilla», Sparhawk. Dejé de serlo el día en que Aldreas os mandó a Rendor. Podía ser una niña mientras estabais aquí para protegerme, pero, cuando os hubisteis ido, no pude permitírmelo más.
—Se sentó con las piernas cruzadas en la cama—. La corte de mi padre era un lugar muy inhóspito para mí, Sparhawk —explicó con seriedad—. Me vestían de gala y me exhibían en funciones de la corte donde podía ver a Annias sonriendo afectadamente. Todos los amigos que tenía eran apartados de mí, o asesinados, con lo cual me vi obligada a distraerme escuchando los insustanciales cotilleos de las doncellas. Como grupo, las doncellas tienden a ser libertinas. En una ocasión tracé un diagrama... Vos me enseñasteis a ser metódica, como recordaréis. No daríais crédito a lo que ocurre en el sitio donde se encuentra la servidumbre. Mi diagrama indicaba que una agresiva e insignificante lagarta casi había superado a la propia Arissa en sus conquistas. Su disponibilidad era casi legendaria. Si a veces doy la impresión de ser «mundana»... ¿no era ésa la palabra?... podéis achacar la culpa a los tutores que se hicieron cargo de mi educación cuando os marchasteis. Al cabo de pocos años, dado que cualquier muestra de amistad que yo diera a los caballeros y damas de la corte era motivo inmediato de exilio o de algo peor, deposité mi confianza en los criados. Como los criados esperan recibir órdenes, yo doy órdenes. Ahora es una costumbre. Sin embargo, fue algo que me sirvió. Nada sucede en el palacio de lo que no se enteren los sirvientes, y no pasó mucho tiempo hasta que me lo contaron todo. Utilizaba esa información para protegerme de mis enemigos, y todos los de la corte salvo Lenda eran enemigos míos. No fue una infancia digna de tal nombre, Sparhawk, pero me preparó mucho mejor que las horas vacías dedicadas a hacer girar aros o desperdiciando afecto en muñecas o animalitos de trapo. Si parezco dura, es porque crecí en un ambiente hostil. Puede que tardéis años en suavizar esas asperezas, pero no me cabe duda de que yo apreciaré los esfuerzos que hagáis en ese sentido.—Esbozó una encantadora sonrisa que no alcanzó a disipar una especie de aire defensivo patente en sus ojos.
—Mi pobre Ehlana —dijo Sparhawk, con el corazón en un puño.
—En absoluto, querido Sparhawk. Ahora os tengo a vos y eso me convierte en la mujer más rica del mundo.
—Tenemos un problema, Ehlana —anunció gravemente.
—Yo no veo ninguno. No ahora.
—Creo que me habéis interpretado mal cuando os he dado el anillo por error. —Lamentó al instante haberlo dicho, pues la reina abrió los ojos como si acabara de abofetearla—. Por favor, no os lo toméis a mal —se apresuró a añadir—. Es que soy demasiado viejo para vos, eso es todo.
—No me importa la edad que tengáis —declaró con tono desafiante—. Sois mío, Sparhawk, y nunca os dejaré ir. —Su voz sonaba con convicción tan férrea que él casi se encogió al oírla.
—Tenía la obligación de hacéroslo ver —enmendó, tratando de suavizar la espantosa herida que le acababa de provocar—. Es el deber, comprendedlo.
A lo cual la reina le sacó la lengua.
—De acuerdo, ahora que ya habéis rendido honores a la cuestión del deber, no volveremos a mencionarlo nunca. ¿Para cuándo os parece que fijemos la boda? ¿Antes o después de que os vayáis con Vanion a Chyrellos para matar a Annias? Personalmente, prefiero que sea lo antes posible. He oído toda clase de comentarios sobre lo que ocurre cuando un marido y una esposa están a solas y realmente siento muchísima curiosidad.
Sparhawk se puso rojo como la grana ante el desparpajo de aquella confesión.
—¿Está dormida?—preguntó Vanion cuando Sparhawk salió del dormitorio de Ehlana.
Sparhawk asintió con la cabeza.
—¿Os ha dicho Lycheas algo de interés? —inquirió. —Unas cuantas cosas que en su mayor parte corroboran lo que ya sospechábamos —respondió Vanion. El preceptor tenía la expresión turbada, y la carga de las espadas de los caballeros fallecidos aún era evidente en él, pese a que recobraba el vigor a ojos vista—. Mi señor de Lenda —dijo—, ¿son seguros los apartamentos de la reina? Preferiría que algunas de las cosas que nos ha revelado Lycheas no pasaran a ser del dominio público.
—Las habitaciones son bastante seguras, mi señor —afirmó Lenda—, y la presencia de vuestros caballeros en los corredores disuadirá probablemente a cualquiera que arda de curiosidad.
Kalten y Ulath entraron con maliciosas sonrisas en la cara.
—Lycheas está pasando un malísimo día. —Kalten sonrió afectadamente—. Ulath y yo estábamos rememorando una serie de espeluznantes ejecuciones que habíamos presenciado mientras lo escoltábamos de vuelta a las mazmorras. Ha encontrado particularmente angustiante la perspectiva de arder en una pira.
—Y casi se ha desmayado cuando hemos apuntado la posibilidad de torturarlo en el potro hasta la muerte. —Ulath rió entre dientes—. Oh, por cierto, hemos pasado por la puerta de palacio cuando regresábamos. Los soldados eclesiásticos que hemos capturado están reparándola. —El alto caballero genidio dejó el hacha en un rincón—. Algunos de vuestros pandion se han ido a pasear por las calles, lord Vanion. Por lo visto, un buen número de ciudadanos de Cimmura han pasado a mejor vida.
Vanion lo miró con desconcierto.
—Tienen motivos para estar un poco nerviosos —explicó Kalten—. Annias llevaba bastante tiempo controlando la ciudad, y algunas personas, tanto nobles como plebeyas, que siempre se desviven por aprovechar las oportunidades, salieron del recto camino para complacer al buen primado. Sus vecinos saben quiénes son y se han producido unos cuantos... incidentes, ya me entendéis. Cuando se produce un repentino relevo en el poder, mucha gente quiere demostrar su lealtad al nuevo régimen de manera bien visible. Ha habido, al parecer, varias ejecuciones espontáneas en la horca y muchas casas están ardiendo. Ulath y yo hemos sugerido a los caballeros que pusieran fin a todos estos desmanes, porque, como ya sabéis, los incendios tienden a propagarse.
—Me encanta la política, ¿a vosotros no? —se regocijó Tynian.
—El gobierno de las masas debe reprimirse siempre —se pronunció críticamente el conde de Lenda—. Las turbas son el enemigo de cualquier gobierno.
—Por cierto —preguntó Kalten a Sparhawk, lleno de curiosidad—, ¿de veras has propuesto matrimonio a la reina?
—Ha sido un malentendido.
—Estaba seguro de que era eso. Nunca me pareciste el tipo de hombre casadero. Pero ella va a hacerte cumplir, ¿verdad?
—Estoy trabajando en ese sentido.
—Os deseo toda la suerte del mundo, pero, con franqueza, no albergo grandes esperanzas por ti. Me fijé en algunas de las miradas que te dirigía cuando era una niñita. Te han pescado para un montón de tiempo, creo. —Kalten sonreía abiertamente.
—Es muy reconfortante tener amigos.
—De todas formas, ya era hora de que sentaras cabeza, Sparhawk. Estás haciéndote demasiado viejo para ir recorriendo el mundo y enzarzarte en peleas con la gente.
—Tú tienes la misma edad que yo, Kalten.
—Ya lo sé, pero mi caso es distinto.
—¡Habéis decidido vos y Ulath quién se hará cargo de Lycheas? —preguntó Tynian.
—Todavía estamos discutiéndolo. —Kalten asestó una mirada cargada de suspicacia al corpulento thalesiano—. Ulath ha estado intentando endosarme un juego de dados.
—¡Endosaros? —protestó sin mucha convicción Ulath.
—He visto uno de esos dados, amigo mío, y tiene dos caras con seis.
—Eso es un montón de seises —observó Tynian.
—En efecto. —Kalten exhaló un suspiro—. Para seros sinceros, no obstante, no creo realmente que Ehlana nos vaya a dejar matar a Lycheas. Es un bobo tan patético que no me parece que ella tenga las agallas. Oh, bueno —agregó—, siempre nos queda Annias.
—Y Martel —le recordó Sparhawk.
—Oh, sí. Siempre nos queda Martel.
—¿Hacia dónde se fue cuando Wargun lo echó de Larium? —preguntó Sparhawk—. Me gusta seguirle la pista a Martel. No querría que se metiera en problemas.
—La última vez que lo vimos, se dirigía al este —respondió Tynian, con un encogimiento de hombros que levantó las pesadas planchas de su armadura deirana.
—¿Al este?
—Así es —asintió Tynian—. Pensábamos que se encaminaría rumbo sur hacia Umanthum, pero más tarde averiguamos que había desplazado su tropa a Sarinium después del incendio de Coombe..., seguramente porque Wargun tiene barcos patrullando el estrecho de Arcium. Lo más probable es que a estas alturas ya esté en Rendor.
Sparhawk emitió un gruñido y, tras deshacer la hebilla del cinto de la espada, la dejó en la mesa y tomó asiento.
—¿Qué os ha dicho Lycheas? —preguntó a Vanion.
—Unas cuantas cosas. Era patente que no estaba al corriente de todo lo que Annias se traía entre manos, pero, sorprendentemente, se las arregló para reunir una gran cantidad de información. Es más listo de lo que parece.
—Así tenía que ser —sentenció Kurik—. Talen —dijo a su hijo—, no hagas eso.
—Sólo estaba mirando, padre —protestó el muchacho.
—No. Podrías tener tentaciones.
—Lycheas nos ha confesado que hace muchos años que su madre y Annias son amantes —les refirió Vanion—, y que fue Annias quien propuso que Arissa intentara seducir a su hermano. Había descubierto un misterioso retazo de doctrina eclesiástica que parecía permitir el matrimonio entre ambos.
—La Iglesia jamás permitiría tamaña obscenidad —declaró sin paliativos sir Bevier.
—La Iglesia ha hecho muchas cosas en el transcurso de su historia que no se ajustan a la moralidad contemporánea, Bevier —indicó Vanion—. En una época en que su influencia era débil en Cammoria y en que los matrimonios incestuosos eran tradicionales en la casa real de dicho reino, dio su autorización para poder continuar su catequización allí. Sea como fuere, Annias había llegado a la conclusión de que Aldreas era un rey sin carácter y que Arissa sería la verdadera dirigente de Elenia en caso de casarse con él. Entonces, dado que Annias más o menos tenía bajo su control a Arissa, él sería quien tomaría las decisiones. En un principio parecía que aquello colmaría sus ambiciones, pero después éstas ensancharon sus horizontes y él comenzó a poner sus miras en el trono del archiprelado de Chyrellos. Eso fue hace veinte años, tengo entendido.