—Y ahora, mi paladín —finalizó Ehlana, tal vez con un exceso de dramatismo—, partid con vuestros bravos compañeros, y no olvidéis que nuestras esperanzas, nuestras oraciones y toda nuestra fe cabalgan con vos. ¡Esgrimid la espada, esposo y adalid mío, y defendedme a mi, a nuestra fe y a nuestros amados hogares de las viles hordas de los paganos zemoquianos! —Y entonces lo abrazó y le dio un somero beso en los labios.
—Bonito discurso, amor mío —la felicitó él.
—Lo escribió Emban —confesó la reina—. Es un entrometido por naturaleza. Tratad de hacerme llegar noticias vuestras de tanto en tanto, esposo mío, y, por el amor de Dios, tened cuidado.
La besó suavemente en la frente y después él y sus amigos se encaminaron resueltamente a los caballos que los aguardaban al pie de las escalinatas en señal de despedida. Los preceptores de las órdenes militantes, que los acompañarían un trecho, salieron tras ellos. Kring y sus jinetes keloi ya estaban esperando en la calle. Antes de emprender la marcha, Kring se acercó a donde estaba Mirtai, y su caballo ejecutó una genuflexión ritual ante ella. Aun que ninguno de los dos habló, Mirtai dio muestras de haber quedado ligeramente impresionada.
—Bueno,
Faran
—dijo Sparhawk al montar—, puedes darte el gusto de exhibirte un poco. El grande y feo ruano irguió ansiosamente las orejas e inició la marcha pavoneándose con descaro entre la comitiva de guerreros que se dirigía a la Puerta del Este.
Cuando hubieron traspuesto ésta, Vanion se apartó de Sephrenia y condujo a su caballo al lado de
Faran
.
—Manteneos alerta, amigo mío —aconsejó—. ¿Lleváis el Bhelliom en un lugar de donde podáis sacarlo rápidamente en caso de apremiante necesidad?
—Está debajo de la sobreveste —le respondió Sparhawk. Observó con mayor detenimiento a su amigo—. No os lo toméis a mal —dijo—, pero parecéis decididamente pachucho esta mañana.
—Estoy más que nada cansado, Sparhawk. Wargun nos tuvo corriendo sin parar allá en Arcium. Cuidaos mucho, amigo mío. Quiero ir a hablar con Sephrenia antes de separarnos.
Sparhawk suspiró mientras Vanion retrocedía a lo largo de la columna para reunirse con la menuda y hermosa mujer que había introducido a varias generaciones de pandion en los secretos de Estiria. Aun cuando Sephrenia y Vanion jamás habían confesado nada abiertamente, ni siquiera entre sí, Sparhawk sabía los sentimientos que se profesaban, y también sabía cuan imposible era aportar un desenlace a su situación.
—¿Y bien, cómo ha ido la noche de bodas? —preguntó con ojos brillantes Kalten, situándose junto a él.
Sparhawk le asestó una larga e impasible mirada.
—Intuyo que no quieres hablar de ello.
—Es algo más bien privado.
—Somos amigos desde niños, Sparhawk, y nunca hemos tenido secretos uno para el otro.
—Ahora sí. Falcan unas setenta leguas para Kadach, ¿no es cierto?
—Aproximadamente. Apurando el paso, podríamos llegar allí en cinco días. ¿Parecía preocupado Martel cuando hablaba con Annias allá en ese sótano? Lo que quiero decir es, ¿piensas que le inquietará tanto que lo persigamos como para llevar de manera constante una marcha apresurada?
—De lo que no cabe duda es de que quería marcharse de Chyrellos.
—Entonces es probable que esté forzando los caballos, ¿no te parece?
—Es una suposición acertada.
—Sus monturas se fatigarán si las apremia demasiado, con lo cual todavía tendríamos la posibilidad de alcanzarlo dentro de unos días. No sé cómo te sentirás tú respecto a él, pero a mí me encantaría atrapar a Adus.
—Es algo a tener en cuenta, de acuerdo. ¿Cómo es el terreno que media entre Kadach y Moterra?
—Llano. Tierras de cultivo principalmente, con algunos castillos y aldeas diseminados. Se asemeja mucho a Elenia Oriental. —Kalten emitió una carcajada—. ¿Te has fijado en Berit esta mañana? Le cuesta un poco acostumbrarse a la armadura. Parece que no le encaja del todo bien.
Berit, el huesudo y joven novicio, había sido promovido a un rango raras veces utilizado por las órdenes militantes. Ahora era un aprendiz de caballero, lo cual le permitía llevar su propia armadura, pero no le daba derecho a recibir el tratamiento de «sir».
—Se acostumbrará —aseguró Sparhawk—. Cuando nos detengamos para pasar la noche, llévatelo aparte y enséñale a almohadillar los puntos expuestos, no sea que comience a sangrar por las junturas. Pero hazlo de un modo discreto. Si no recuerdo mal, un joven se siente muy orgulloso y algo susceptible cuando se pone por primera vez una armadura. Luego se le pasa, al reventarse las primeras ampollas.
Cuando llegaron a la cima de un cerro situado a varios kilómetros de Chyrellos, los preceptores volvieron grupas. Los consejos y las advertencias ya estaban dados, de modo que sólo quedaba intercambiar apretones de manos y expresiones de buenos deseos. Sparhawk y sus amigos observaron con cierto ánimo sombrío cómo sus dirigentes regresaban a la Ciudad Sagrada.
—Bien —dijo Tynian—, ahora que estamos solos...
—Antes hablemos un poco —propuso Sparhawk. Alzó la voz—: domi—llamó—, ¿querríais reuniros con nosotros, por favor?
Kring ascendió la colina con semblante interrogador.
—Veamos —comenzó a exponer Sparhawk—, Martel piensa, al parecer, que Azash desea que realicemos el viaje sin topar con impedimentos, pero puede que Martel esté equivocado. Azash tiene muchos servidores, y cabe la posibilidad de que les ordene atacarnos. Lo que quiere es el
Bhelliom, no la satisfacción que pudiera reportarle un enfrentamiento personal. Kring, creo que será mejor que dispongáis una avanzadilla de exploradores para que no nos encontremos con sorpresas.
—Lo haré, amigo Sparhawk —prometió el domi.
—Si por azar encontráramos a alguno de los siervos de Azash, quiero que todos os retiréis y dejéis que yo me enfrente con ellos. Yo tengo el Bhelliom y en principio la ventaja está de mi parte. Kalten ha planteado la cuestión de que tal vez alcancemos a Martel. Si así fuera el caso, intentad apresar a Martel y Annias con vida. La Iglesia quiere someterlos a juicio. Dudo que Arissa o Lycheas ofrezcan gran resistencia, de modo que prendedlos también.
—¿Y Adus? —inquirió Kalten lleno de ansiedad.
—Adus apenas sabe hablar y por consiguiente tendría poco valor delante de un tribunal. Puedes quedarte con él... como regalo personal mío.
Habrían recorrido poco más de otro kilómetro cuando encontraron a Stragen sentado debajo de un árbol.
—Pensé que tal vez os hubierais perdido —comentó el esbelto ladrón arrastrando las palabras.
—¿Intuyo bien tomándoos como voluntario? —sugirió Tynian.
—En absoluto, mi viejo amigo —contestó Stragen—, Nunca he tenido ocasión de visitar Zemoch, y me parece que prefiero dejarlo así. En realidad, me hallo aquí como mensajero y enviado personal de la reina. Cabalgaré con vosotros hasta la frontera con Zemoch, si así me lo permitís, y después regresaré a Cimmura para presentarle mi informe.
—¿No estáis pasando demasiado tiempo apartado de vuestros propios negocios? —le preguntó Kurik.
—Mis negocios en Emsat funcionan por sí solos. Tel atiende mis intereses allí. De todas formas, necesito unas vacaciones. —Se tentó el jubón en diversos puntos—. Oh, sí, aquí está. —Sacó una hoja plegada de pergamino—. Una carta para vos de vuestra esposa, Sparhawk —anunció, tendiéndosela—. Es la primera de las diversas que se supone que debo entregaros cuando lo dicte la ocasión.
Sparhawk se alejó de los demás y rompió el sello de la misiva de Ehlana.
«Amado:
»Hace solamente unas horas que os habéis ido y ya os añoro desesperadamente. Stragen lleva consigo otras misivas para vos, misivas que espero que os inspiren cuando las cosas no vayan bien. En ellas también os haré partícipe de la firmeza de mi amor y mi fe en vos. Os quiero, mi Sparhawk.
Ehlana»
—¿Cómo nos habéis tomado la delantera? —estaba preguntando Kalten cuando Sparhawk volvió con ellos.
—Vos lleváis armadura, sir Kalten—repuso Stragen-, y yo no. Os sorprendería ver lo rápido que puede llegar a correr un caballo cuando no va cargado con ese exceso de hierro.
—¿Bien? —inquirió Ulath a Sparhawk—. ¿Lo enviamos de vuelta a Chyrellos?
—Está cumpliendo órdenes de la reina y en su actuación hay un mandato implícito que me atañe también a mí. Vendrá con nosotros.
—Recordadme que nunca acepte el cargo de paladín real —pidió el caballero genidio—. Por lo visto, implica toda suerte de compromisos y complicaciones políticas.
El cielo fue nublándose conforme avanzaban hacia el noreste siguiendo el camino de Kadach, pese a lo cual no llovió como lo había hecho la última vez que habían pasado por allí. El terreno cercano a la frontera suroriental de Lamorkand tenía un carácter que lo identificaba más con Kelosia que con Lamorkand, con sus castillos que coronaban las colinas circundantes. Debido a su proximidad con Chyrellos, no obstante, el paisaje estaba salpicado de monasterios y conventos, el sonido de cuyas campanas resonaba melancólicamente en los campos.
—Las nubes están desplazándose en la mala dilección—observó Kurik mientras ensillaba los caballos la segunda mañana desde que habían dejado Chyrellos—. El viento del este en otoño trae malas noticias. Me temo que nos espera un duro invierno, y eso no va a ser del agrado de las tropas que van a acampar en los llanos de Lamorkand Central.
Montaron y siguieron cabalgando hacia el noreste, y, hacia media mañana, Kring y Stragen se adelantaron para reunirse con Sparhawk a la cabeza de la columna.
—El amigo Stragen estaba contándome algunas cosas sobre la mujer tamul, Mirtai —comentó Kring—. ¿Tuviste oportunidad de hablarle de mí?
—Más o menos rompí el hielo sobre ese asunto —respondió Sparhawk.
—Me lo temía. Algunas de las cosas que me ha explicado Stragen me están haciendo replantear mis intenciones.
—¡Oh!
—¿Sabíais que lleva cuchillos atados a las rodillas y a los codos?
—Sí.
—Tengo entendido que sobresalen cuando dobla uno de los brazos o piernas.
—Creo que ésa es la idea, sí.
—Stragen me ha contado que en una ocasión, cuando era joven, tres rufianes la atacaron y que ella dobló el codo y acuchilló a uno en la garganta, hincó la rodilla en la entrepierna del segundo y derribó al tercero de un puñetazo y luego lo apuñaló en el corazón. No estoy muy seguro de que me convenga una mujer así por esposa. ¿Qué os dijo? Cuando le hablasteis de mí, me refiero.
—Se echó a reír.
—¿Se echó a reír? —Kring parecía indignado.
—Deduzco más o menos que no sois exactamente de su gusto.
—¿Que se rió? ¿De mí?
—De todas formas, creo que vuestra decisión es acertada, amigo Kring —aprobó Sparhawk—. Me parece que no os llevaríais bien.
—¿Se rió de mí, eh? —Kring seguía enfurecido, con mirada desorbitada—. ¡Bueno, pues ya veremos cómo acaba esto!
Dicho lo cual volvió grupas y fue a reunirse con sus hombres.
-Todo habría salido a pedir de boca si no le hubierais contado que se rió —observó Stragen—. Ahora hará todo lo posible para perseguirla. Me cae bien y no me gusta pensar en lo que puede hacerle Mirtai si insiste demasiado.
—Tal vez podamos disuadirlo —apuntó Sparhawk.
—Yo no pondría grandes esperanzas en ello.
—¿Qué estáis haciendo realmente aquí, Stragen? —preguntó Sparhawk al rubio thalesiano—. En los reinos sureños, quiero decir.
Stragen posó la mirada en un monasterio cercano, con expresión ausente.
—¿Queréis saber la auténtica verdad, Sparhawk? ¿O preferiríais concederme un momento para que invente una historia?
—¿Por qué no comenzamos por la verdad? Si no me gusta, siempre podéis idear otra explicación.
—De acuerdo —convino Stragen, dedicándole una radiante sonrisa—. Allá, en Thalesia, soy un falso aristócrata mientras que aquí soy uno genuino... o algo muy semejante. Tengo relación con reyes y reinas, la nobleza y el alto clero casi en calidad de igual. —Alzó una mano—. No estoy engañándome a mí mismo, amigo mío, de modo que no os inquietéis por mi salud mental. Sé lo que soy, un ladrón bastardo, y soy consciente de que mi proximidad a la aristocracia en estas tierras es algo temporal, enteramente basado en los servicios en que me hallo en condición de prestar. Soy un personaje tolerado, aunque no realmente integrado. Mi ego, sin embargo, es grande.
—Ya me había fijado en ello —señaló Sparhawk con amable sonrisa.
—No os propaséis, Sparhawk. El caso es que estoy dispuesto a aceptar esta pasajera y superficial igualdad aun cuando sólo sea por la oportunidad de mantener una conversación refinada. Las prostitutas y los ladrones no son una compañía muy estimulante, ¿comprendéis?, y su único tema de conversación son los negocios. ¿Habéis escuchado alguna vez a un grupo de prostitutas hablando de negocios?
—No, nunca.
—Es absolutamente terrible. —Stragen se estremeció—. Uno aprende cosas sobre los hombres... y sobre las mujeres... que más le convendría ignorar.
—Esto no va a durar. Lo sabéis, ¿verdad, Stragen? Llegará el día en que la situación vuelva a su cauce normal, y la gente empezará a cerraros las puertas de nuevo.
—Supongo que estáis en lo cierto, pero es divertido vivir un tiempo en la irrealidad. Y, cuando todo haya concluido, tendré aun más motivos para despreciaros a los hediondos aristócratas. —Stragen hizo una pausa—. No obstante, vos me caéis bastante bien Sparhawk..., al menos por el momento.
A medida que avanzaban en dirección noreste, comenzaron a encontrar grupos de hombres armados. Los lamorquianos, que siempre estaban en un estado de alerta cercano a la movilización, se hallaban en condiciones de responder con presteza a la llamada de su rey y acudir a la guerra. En una melancólica reiteración de los sucesos acaecidos cinco siglos antes, los hombres de todos los reinos de Eosia Occidental se trasladaban para confluir en un campo de batalla de Lamorkand. Sparhawk y Ulath se entretenían conversando en troll. Sparhawk no tenía claras perspectivas de hablar en troll en un futuro, pero, ya que había aprendido el idioma —aun cuando fuera mediante magia—, le parecía una pena dejar que la falta de práctica lo sumiera en el olvido.
Llegaron a Kadach al final de un deprimente día, cuando el crepúsculo teñía las nubes de poniente con un relumbre anaranjado que recordaba el incendio de un distante bosque. El viento del este soplaba con fuerza, transportando consigo los primeros fríos que anunciaban la vecindad del invierno. Kadach era una ciudad amurallada, gris y rígida y carente de toda belleza. Sentando precedente a lo que se convertiría en una costumbre, Kring les deseó las buenas noches y, atravesando la ciudad, salió con sus hombres por la puerta este para instalar su campamento en los campos de las afueras. Los keloi se sentían incómodos enclaustrados en ciudades con frivolidades tan urbanas como paredes, habitaciones y techos. Sparhawk y el resto de sus amigos encontraron una acogedora posada cerca del centro de la ciudad, se bañaron, se mudaron de ropa y se reunieron en el comedor para ingerir una cena consistente en jamón hervido y verduras variadas. Sephrenia, como era ya habitual, declinó el jamón.