Era media tarde cuando llegaron al exterior, inundado por un sol que les pareció muy intenso después de la oscuridad de la caverna. Sparhawk respiró hondo y se llevó la mano bajo la túnica.
—Todavía no, Sparhawk —aconsejó Sephrenia—. Queremos derrumbar el techo de la cueva, pero no nos interesa que el saliente del peñasco nos caiga en la cabeza. Regresaremos al lugar donde están los caballos y lo haremos desde allí.
—Tendréis que enseñarme el hechizo —señaló mientras atravesaban la hondonada atestada de zarzas que se extendía frente a la boca de la cueva.
—No hay ningún encantamiento. Tenéis la joya y los anillos. Lo único que debéis hacer es ordenar. Os enseñaré de qué modo cuando lleguemos abajo.
Bajaron a gatas por el rocoso barranco hacia la herbosa meseta donde habían instalado su campamento la noche anterior, y ya era casi el crepúsculo cuando llegaron al par de tiendas y los caballos atados a estacas.
Faran
dobló las orejas hacia atrás y enseñó los dientes al acercársele Sparhawk.
—¿Qué te pasa? —preguntó el caballero a su nervioso caballo de guerra.
—Percibe la proximidad del Bhelliom —explicó Sephrenia— y no le gusta. Permaneced alejado de él durante un tiempo. —Miró con ojo crítico la abertura por donde acababan de salir—. Desde aquí será seguro —decidió—. Sacad el Bhelliom y sostenedlo con ambas manos de forma que los anillos lo toquen.
—¿Tengo que hacerlo de cara a la cueva?
—No. El Bhelliom sabrá lo que le pedís que haga. Ahora, recordad el interior de la caverna: su aspecto, la sensación que produce e incluso su olor. Después imaginad el techo derrumbándose. Las rocas se desmoronarán, rebotarán, rodarán y se apilarán una encima de otra. Habrá un ruido tremendo. Una gran nube de polvo y un fuerte viento saldrán trepidando por la boca de la cueva. La loma que la corona se vendrá abajo al tiempo que el techo de la galería, y posiblemente se producirán avalanchas. No dejéis que ello os distraiga. Mantened firmemente las imágenes en la mente.
—Es un poco más complicado que un hechizo normal, ¿verdad?
—Sí, aunque esto no es un hechizo propiamente dicho. Desencadenaréis una forma de magia elemental. Concentraos, Sparhawk. Cuanto más detallada sea la imagen, con más fuerza responderá el Bhelliom. Cuando la tengáis bien afianzada en la cabeza, decidle a la joya que lo convierta en realidad.
—¿Tengo que hablar en la lengua de Ghwerig?
—No estoy segura. Probad primero con el elenio. Si no surte efecto, lo intentaremos en troll. Sparhawk recordó la boca de la cueva, la antecámara inmediata y la larga galería que descendía en espiral hasta la cámara del tesoro de Ghwerig.
—¿Debería hacer caer también el techo donde está la cascada? —preguntó.
—Me parece que no. Ese río probablemente sale a la superficie más abajo y, si lo cegáis, alguien podría reparar en que ya no discurre por el mismo lugar e iniciar indagaciones. Además, ese recinto en concreto es muy especial, ¿no es así?
—Sí, lo es.
—Cerrémoslo pues y protejámoslo para siempre.
Sparhawk imaginó el techo de la cueva viniéndose abajo con un estruendoso y chirriante rugido y una ondulante nube de polvo de piedra.
—¿Qué digo? —inquirió.
—Llamadla «Rosa Azul». Así es como la llamaba Ghwerig, por lo que es posible que reconozca el nombre.
—Rosa Azul —dijo Sparhawk en tono conminatorio—, haz que la cueva se derrumbe. La rosa de zafiro se oscureció y en su centro aparecieron violentos destellos rojos.
—Está resistiéndose —explicó Sephrenia—. Ésta es la parte sobre la que os he prevenido. La cueva es el lugar donde nació y no quiere destruirla. Obligadla, Sparhawk.
—¡Hazlo, Rosa Azul! —conminó Sparhawk, presionando con cada fibra de su voluntad la joya que asía.
Entonces notó una oleada de increíble poder y el zafiro pareció palpitar en sus manos. Sintió de pronto una desenfrenada exaltación al desatar el poderío de la piedra, algo que distaba mucho de la mera satisfacción y que casi rozaba el éxtasis físico.
Se oyó un grave y tétrico fragor procedente de las profundidades de la tierra, y la tierra se estremeció. Rocas que se hallaban enterradas bajo ellos comenzaron a estallar y resquebrajarse con la fuerza del terremoto que rompía una tras otra las capas de roca subterránea. Encima del barranco, el saliente rocoso que se proyectaba sobre la boca de la cueva de Ghwerig fue desmoronándose y luego, desgajado de su base, se desplomó sobre la cuenca infestada de malas hierbas. El estruendo de la caída del acantilado los ensordeció incluso a aquella distancia, al tiempo que una gran nube de polvo se elevaba en remolino de los escombros para escamparse hacia el noroeste azotada por el viento que barría aquellas montañas. Entonces, tal como había percibido en la cueva, algo se movió en el límite de la visión de Sparhawk: algo oscuro e impregnado de malévola curiosidad.
—¿Cómo os sentís? —preguntó Sephrenia, mirándolo con fijeza.
—Un poco raro —admitió—. Muy fuerte.
—Mantened la mente alejada de tal noción y concentraos en su lugar en Aphrael. No penséis siquiera en el Bhelliom hasta que se disipe esa sensación. Volved a apartarlo de la vista y no lo miréis.
Sparhawk devolvió el zafiro al interior de su túnica.
Kurik alzó la vista hacia la gran pila de detritos que llenaba la hondonada que se había extendido frente a la entrada de la cueva de Ghwerig.
—Parece definitivo —dijo pesarosamente.
—Lo es —le confirmó Sephrenia—. La caverna está segura ahora. Desplacemos el pensamiento a otros asuntos, caballeros. No insistamos en lo que acabamos de hacer o cabe la posibilidad de que cedamos a la tentación de revocarlo.
Kurik irguió sus fornidos hombros y miró en derredor.
—Encenderé fuego —anunció.
Regresó a la entrada del barranco para recoger leña mientras Sparhawk revolvía los fardos de equipaje en busca de utensilios de cocina y algo apropiado para cenar. Después de comer, se sentaron alrededor del fuego con semblantes abatidos.
—¿Cómo ha sido, Sparhawk? —preguntó Kurik—. ¿Utilizar el Bhelliom, me refiero? —Lanzó una ojeada a Sephrenia—. ¿Es prudente hablar de eso ahora?
—Veremos. Adelante, Sparhawk. Contádselo.
—Ha sido algo que no puede compararse a nada de lo que había experimentado —respondió el corpulento caballero—. De pronto he sentido como si tuviera veinticinco metros de altura y no hubiera nada en el mundo que no pudiera conseguir. Incluso me he sorprendido mirando alrededor en busca de algo en qué usarlo... Una montaña que despeñar, quizá.
—¡Sparhawk! ¡Basta! —lo atajó con vehemencia Sephrenia—. El Bhelliom está entrometiéndose en vuestros pensamientos. Está tratando de induciros a utilizarlo. Cada vez que lo hacéis, se fortalece su influencia sobre vos. Pensad en otra cosa.
—¿Como en Aphrael? —sugirió Kurik—. ¿O es también peligrosa?
—Oh, sí —repuso Sephrenia, sonriendo—, muy peligrosa. Capturará vuestra alma aún más deprisa que el Bhelliom.
—Vuestro aviso llega tarde, Sephrenia. Creo que ya lo ha hecho. La echo de menos.
—No tenéis por qué. Todavía está con nosotros.
—¿Dónde? —inquirió tras mirar en torno a sí.
—En espíritu, Kurik.
—Eso no es precisamente lo mismo.
—Hagamos algo al respecto del Bhelliom ahora —propuso con aire pensativo la mujer—. Su influjo es incluso más poderoso de lo que había imaginado.
Se levantó y se dirigió a un pequeño paquete que contenía sus efectos personales y, tras rebuscar en él, cogió una bolsa de lona, una aguja gruesa y un ovillo de hilo rojo. Después tomó la bolsa y empezó a coser en ella un dibujo peculiarmente asimétrico, con expresión absorta bajo la rojiza luz y los labios en constante movimiento.
—No coincide, pequeña madre —señaló Sparhawk—. Este lado es diferente del otro.
—Así es como debe ser. Por favor, no me habléis ahora, Sparhawk. Estoy intentando concentrarme. —Continuó cosiendo un rato y luego se clavó la aguja en la manga y suspendió la bolsa sobre el fuego. Habló atentamente en estirio, y el fuego se elevó y cayó, danzando rítmicamente al compás de sus palabras. Después las llamas se alargaron de improviso, como si trataran de llenar la bolsa—. Veamos, Sparhawk —dijo, tendiéndosela—. Poned el Bhelliom aquí adentro. Sed inquebrantable porque probablemente volverá a ofrecer resistencia.
Aunque desconcertado, el caballero sacó la piedra preciosa de debajo de la túnica y trató de introducirla en la bolsa. Le pareció oír un chillido de protesta, y la joya realmente se calentó en su mano. Sintió como si intentara presionar con ella una roca maciza y su mente se arredró, gritándole que lo que pretendía hacer era imposible. Apretó las mandíbulas y empujó más fuerte y entonces, con un gemido casi audible, la rosa de zafiro se deslizó en el interior de la bolsa, y Sephrenia tiró con fuerza de la cuerda que la cerraba. Luego ató los cabos con un intrincado nudo, tomó la aguja y entrelazó sobre él el hilo rojo.
—Ya está —dijo, cortando el hilo con los dientes—. En principio ayudará.
—¿Qué habéis hecho? —preguntó Kurik.
—Es una clase de oración. Aphrael no puede hacer que disminuya el poder del Bhelliom, pero es capaz de confinarlo de manera que no pueda influir a los demás. Aunque no es perfecto, es lo mejor que podemos hacer por el momento. Más adelante le aplicaremos un sistema más definitivo. Guardadlo, Sparhawk. Tratad de interponer la cota de mallas entre la bolsa y vuestra piel. Creo que eso servirá de algo. Aphrael me dijo en una ocasión que el Bhelliom no soporta el contacto con el acero.
—¿No os estáis excediendo en las precauciones, Sephrenia? —inquirió Sparhawk.
—No lo creo, Sparhawk. Nunca hasta ahora había tratado con algo parecido al Bhelliom y no puedo siquiera comenzar a imaginar los límites de su poder. No obstante, sé lo suficiente como para tener la certeza de que es capaz de corromper cualquier cosa..., incluso al dios elenio o a los dioses menores de Estiria.
—A todos salvo Aphrael —corrigió Kurik.
—Incluso Aphrael fue tentada por el Bhelliom cuando nos lo traía ascendiendo el abismo —reconoció la mujer, sacudiendo la cabeza.
—¿Por qué no se quedó con él entonces?
—Por amor. Mi diosa nos ama a todos y nos cedió por propia voluntad el Bhelliom movida por ese afecto. El Bhelliom jamás comprendería el amor. En fin de cuentas, es posible que ésa sea nuestra única defensa contra él.
Sparhawk se revolvió inquietamente bajo las mantas esa noche, con el sueño turbado. Kurik estaba de guardia cerca del límite del círculo que trazaba la luz del fuego, de manera que Sparhawk hubo de bregar con sus pesadillas a solas. Veía la rosa de zafiro suspendida en el aire ante sus ojos, irradiando su seductor brillo azulado, y del centro de ese resplandor salió un sonido, una canción que atraía la totalidad de su ser. Acechando a su alrededor, tan cerca que casi le rozaban los hombros, había sombras; más de una, sin duda, pero menos de diez, o eso le parecía. Las sombras no eran seductoras, sino todo lo contrario. Parecían embargadas por un odio que tenía su origen en una desmedida frustración. Más allá del reluciente Bhelliom se erguía el grotesco y obsceno ídolo de barro de Azash, el mismo que había destruido en Ghasek, el ídolo que había reclamado el alma de Bellina. El rostro del busto se movía, componiendo horribles expresiones de las más elementales pasiones: lujuria, codicia, odio y un desmesurado desdén que parecía provenir de la certidumbre de su absoluto poder.
Sparhawk forcejeaba en sueños, arrastrándose hacia un lado y después a otro. El Bhelliom tiraba de él; y también lo reclamaban las repulsivas sombras. El poder de ambos era irresistible, y su mente y su cuerpo parecían casi despedazarse a causa de aquellas titánicas fuerzas encontradas.
Trató de gritar y entonces se despertó. Se incorporó y, advirtiendo que sudaba copiosamente, profirió una maldición. Estaba exhausto, pero un sueño plagado de pesadillas no iba a remediar aquella profunda fatiga. Porfiadamente, se acostó con la esperanza de sumirse en un vacío no perturbado por los sueños.
El ciclo se inició de nuevo, no obstante. Una vez más mantenía en sueños un pulso con el
Bhelliom, con Azash y con las odiosas sombras que se cernían sobre él.
—Sparhawk —lo llamó al oído una voz conocida—, no os dejéis amedrentar por ellos. No pueden haceros daño. Solamente pueden intentar asustaros.
—¿Por qué lo hacen?
-Porque os tienen miedo.
—Eso no tiene sentido, Aphrael. Yo sólo soy un hombre.
La risa de la diosa fue como el tañido de una campanilla de plata.
—¡Sois tan inocente a veces, padre! Sois distinto de todos los hombres que han vivido. De una manera un tanto peculiar, sois más poderoso que los propios dioses. Dormid ahora. No permitiré que os molesten.
Notó un suave beso en la mejilla y un par de pequeños brazos que parecieron abrazarlo con una extraña ternura maternal. Las terribles imágenes de pesadilla temblaron para acabar desvaneciéndose.
Debieron de haber transcurrido varias horas cuando Kurik entró en la tienda y lo zarandeó para despertarlo.
—¿Qué hora es? —preguntó Sparhawk a su escudero.
—Sobre la medianoche —repuso Kurik—. Llevaos la capa. Hace frío allá afuera.
Sparhawk se levantó y, después de vestirse con la cota de mallas y la túnica y ceñirse la espada al cinto, situó la bolsa bajo la sobreveste.
—Que duermas bien —deseó a su amigo, cogiendo su capa de viaje antes de salir de la tienda. Las estrellas brillaban y la luna creciente acababa de asomarse por encima de la cresta de las montañas que se elevaban por el este. Sparhawk se alejó del rescoldo del fuego para adaptar la visión a la oscuridad y se detuvo más allá, con el aliento visible en el gélido aire de la montaña.
El sueño aún lo perturbaba, a pesar de que su recuerdo ya no era tan vivo y de que guardaba con toda claridad en la memoria la sensación del suave contacto de los labios de Aphrael en la mejilla. Cerró resueltamente la puerta de la cámara donde almacenaba sus pesadillas y centró la mente en otras cuestiones.
Sin la pequeña diosa y su capacidad de alterar el tiempo, probablemente tardarían una semana en llegar a la costa, donde tendrían que encontrar un barco que los llevara a la ribera deirana de los estrechos de Thalesia. A aquellas alturas el rey Wargun habría alertado sin lugar a dudas a todas las naciones de los reinos elenios de su huida.