—En lo que sea, Aslade.
—Necesito hablar con Talen.
Sparhawk no estaba seguro de en qué acabaría todo aquello cuando llamó con una señal al joven ladrón.
—Talen —dijo Aslade.
—¿Sí?
—Estamos muy orgullosos de ti, ¿sabes?
—¿De mí?
—Vengaste la muerte de tu padre. Tus hermanos y yo compartimos la misma pena. El muchacho se quedó mirándola fijamente.
—¿Estáis diciendo que ya lo sabíais? ¿Lo de Kurik y yo, quiero decir?
—Desde luego que sí. Hace mucho que lo sé. Esto es lo que vas a hacer... y, si no lo haces, Sparhawk te dará unos azotes. Vas a ir a Cimmura y vas a traer a tu madre aquí.
—¿Cómo?
—Ya me has oído. Me he reunido con tu madre unas cuantas veces. Fui a Cimmura a visitarla poco antes de que nacieras. Quería hablar con ella para decidir entre fas dos cuál sería la mejor para tu padre. Es una buena chica... Un poco delgaducha, quizá, pero yo la engordaré en cuanto la tenga aquí. Nos llevamos bastante bien, y vamos a vivir todos juntos aquí hasta que tú y tus hermanos entréis en el noviciado. Después, las dos nos haremos compañía.
—¿Queréis que yo viva en una granja? —preguntó el chiquillo sin poder creerlo.
—Tu padre lo hubiera querido, y no dudo que tu madre también lo desee así, y lo mismo opino yo. Eres un chico demasiado bueno para decepcionarnos a los tres.
—Pero...
—No me discutas, por favor, Talen. Está decidido. Ahora entremos. He preparado la cena y no quiero que se enfríe.
Al día siguiente, al mediodía, enterraron a Kurik bajo un gran olmo en una colina desde la que se dominaba su granja. En el cielo, que había estado encapotado toda la mañana, se abrió un claro que dejó pasar los rayos de sol cuando los hijos de Kurik subían el cadáver de su padre por la ladera. Sparhawk no tenía tan buen ojo como su escudero para predecir el tiempo, pero la súbita aparición de un retazo de cielo azul y de brillante luz del sol suspendida justo encima de la granja sin afectar a ninguna otra parte de Demos le pareció más que sospechosa.
El funeral fue sencillo y emotivo. El párroco, un anciano casi chocho, había conocido a Kurik desde la infancia, y sus palabras no fueron tanto expresión de pesar como de amor. Concluida la ceremonia, el hijo mayor de Kurik, Khalad, se acercó a Sparhawk y descendió con él el cerro.
—Me honra que me hayáis juzgado digno de devenir un pandion, sir Sparhawk —agradeció—, pero me temo que habré de declinar el ofrecimiento.
Sparhawk dirigió una acerada mirada al fornido joven de anodino rostro cuya negra barba apenas comenzaba a despuntar.
—No se trata de nada personal, sir Sparhawk —le aseguró Khalad—. Es simplemente que mi padre tenía otros planes para mí. Dentro de unas semanas, cuando ya hayáis tenido tiempo de instalaros, me reuniré con vos en Cimmura.
—¿Ah, sí? —Sparhawk quedó sorprendido por el tono decidido del muchacho.
—Desde luego, sir Sparhawk. Tomaré a mi cargo las responsabilidades de mi padre. Es una tradición familiar. Mi abuelo sirvió al vuestro... y a vuestro padre, y mi padre trabajó para vuestro padre y para vos, de modo que yo lo sustituiré en su servicio.
—Ello no es realmente necesario, Khalad. ¿No quieres ser un caballero pandion?
—Lo que yo desee carece de importancia, sir Sparhawk. Tengo otras obligaciones. Dejaron la granja a la mañana siguiente, y Kalten situó su caballo junto al de Sparhawk.
—Un agradable funeral —observó—, si a uno le complace asistir a los entierros. Personalmente, prefiero conservar a los amigos.
—¿Querríais ayudarme a resolver un problema? —le preguntó Sparhawk.
—Pensaba que ya habíamos matado a cuantos se habían de liquidar.
—¿Puedes dejar de bromear un momento?
—Eso es pedir mucho, Sparhawk, pero lo intentaré. ¿Cuál es ese problema?
—Khalad insiste en ser mi escudero.
—¿Y qué? Es el tipo de cosas que hacen los chicos campesinos: proseguir las actividades de su padre.
—Quiero convertirlo en un caballero pandion.
—Sigo sin ver el problema. Hazlo armar caballero.
—No puede ser escudero y caballero a la vez, Kalten.
—¿Por qué no? Fijaos en vos, por ejemplo. Sois un caballero pandion, miembro del consejo real, paladín de la reina y príncipe consorte. Khalad tiene una robusta complexión y soportará bien el peso de ambos cargos.
Cuanto más pensaba en aquella posibilidad, más le gustaba.
—Kalten —dijo riendo—, ¿qué haría yo sin ti?
—Embrollarte, sin duda. Complicas demasiado las cosas, Sparhawk. Deberías tratar de simplificarlas.
—Gracias.
—De nada.
Llovía. Una menuda y plateada llovizna rezumaba del cielo de la tarde y envolvía las achaparradas atalayas de la ciudad de Cimmura. Un jinete solitario se aproximaba a la ciudad, embozado en una oscura y pesada capa de viaje, a lomos de un caballo ruano de enmarañado pelambre, largo hocico y aspecto de resabiado.
—Parece que siempre regresamos a Cimmura con lluvia,
Faran
—comentó el jinete a su montura.
Faran
agitó las orejas.
Sparhawk se había separado de sus amigos aquella mañana y había emprendido camino a solas.
Como todos sabían cuál era el motivo, nadie había formulado la más mínima objeción.
—Podemos hacer llegar la noticia a palacio, si lo deseáis, príncipe Sparhawk —ofreció uno de los guardias de la Puerta Este.
Por lo visto, Ehlana se había empeñado en poner en uso su nuevo título, y ello incomodó a
Sparhawk, que sabía que tardaría bastante en acostumbrarse a él.
—Gracias de todas formas, compadre —respondió Sparhawk al guardia—, pero me gustaría darle una sorpresa a mi esposa. Todavía es lo bastante joven como para disfrutar con los imprevistos.
El vigilante le sonrió.
—Volved a entrar en la caseta, compadre —le aconsejó Sparhawk—. Cogeréis frío aquí en la intemperie.
Entró cabalgando en Cimmura. Las herraduras de acero de
Faran
resonaron en los adoquines de las calles, que el mal tiempo mantenía casi solitarias.
Sparhawk desmontó en el patio de palacio y entregó las riendas de
Faran
a un mozo de cuadra.
—Tened un poco de cuidado con el caballo, compadre —le advirtió el caballero—. Tiene mal genio. Dadle heno y grano y cepilladlo, si sois tan amable. Ha hecho un duro viaje.
—Me ocuparé de ello, príncipe Sparhawk. —Otra vez. Sparhawk decidió sostener una pequeña conversación al respecto con su esposa.
—
Faran
—recomendó a su caballo—, pórtate bien. El gran ruano le dedicó una mirada hostil.
—Ha sido un buen viaje—dijo Sparhawk, apoyando una mano en el musculoso cuello de
Faran
—. Descansa un poco. —Después se volvió y subió las escalinatas de palacio—. ¿Dónde está la reina? —preguntó a uno de los soldados apostados a la puerta.
—En la sala del consejo, me parece, mi señor.
—Gracias. —Sparhawk comenzó a andar por un largo pasillo iluminado por velas. La gigante tamul Mirtai salía de la sala del consejo cuando él llegó a la puerta.
—¿Por qué habéis tardado tanto? —le preguntó, sin mostrar señales de sorpresa.
—Surgieron algunos inconvenientes. —Se encogió de hombros—. ¿Está aquí adentro?
—Sí, con Lenda y los ladrones. Están hablando de arreglar las calles. —Hizo una pausa—. No la saludéis con demasiado entusiasmo, Sparhawk —le avisó—. Está embarazada.
Sparhawk se quedó mirándola con estupefacción.
—¿No era más o menos eso lo que os proponíais la noche de la boda? —Calló de nuevo un instante—. ¿Qué fue de aquel hombre de piernas combadas que se afeita la cabeza?
—¿Kring? ¿El domi?
—¿Qué significa «domi»?
—Jefe. Es el dirigente de su pueblo. Sigue vivo y en perfecto estado de salud por lo que yo sé. La última vez que lo vi, estaba elaborando un plan para atraer a los zemoquianos a una trampa y así poder liquidarlos.
Los ojos de la mujer despidieron de improviso un cálido brillo.
—¿Por qué lo preguntáis? —se interesó el caballero.
—Por nada. Simple curiosidad.
—Oh, comprendo.
Entraron en la cámara del consejo y Sparhawk se desató el cuello de la chorreante capa. La reina de Elenia estaba de espaldas a la puerta, inclinada, al igual que el conde de Lenda, Platimo y Stragen, sobre un gran mapa desplegado en la mesa.
—He recorrido ese barrio de la ciudad —decía con tono insistente—, y no creo que tenga remedio. Las calles se encuentran en tan mal estado que no servirá de nada repararlas. Vamos a tener que cambiar todo el pavimento.
A pesar de estar discutiendo asuntos tan pedestres, su sonora y vibrante voz conmovió a
Sparhawk. Sonrió y dejó la mojada capa en una silla próxima a la puerta.
—Hay que tener en cuenta que no podremos comenzar hasta la primavera, Su Majestad —señaló Lenda—, e incluso entonces tendremos una gran escasez de trabajadores hasta que el ejército regrese de Lamorkand y... —El anciano calló de improviso, observando, atónito, a Sparhawk.
El príncipe consorte se llevó un dedo a los labios al acercarse a la mesa.
—Siento mostrarme en desacuerdo con Su Majestad —dijo Sparhawk con tono impasible—, pero creo que deberíais dedicar más atención al estado de los caminos que al de las calles de Cimmura. Las malas condiciones del empedrado de éstas son una molestia para los ciudadanos, pero, si los granjeros no pueden traer sus cosechas al mercado, nos hallaremos ante un verdadero problema más que un inconveniente.
—Ya lo sé, Sparhawk —repuso la reina, todavía mirando el mapa—, pero... —Alzó el perfecto y joven rostro, con estupefacción pintada en los grises ojos—. ¿Sparhawk? —Su voz apenas era más que un susurro.
—De veras pienso que Su Majestad debería concentrarse en los caminos —prosiguió éste con toda seriedad—. El que viene de Demos a aquí se halla en un estado realmente... —Eso fue cuanto pudo opinar sobre aquel tema en concreto.
—Con cuidado —le advirtió Mirtai cuando Ehlana se arrojó a sus brazos—. Recordad lo que os he dicho afuera.
—¿Cuándo habéis vuelto? —preguntó Ehlana.
—Ahora mismo. Los demás vienen más rezagados. Yo me he adelantado... por varios motivos. La reina sonrió y volvió a besarlo.
—Bien, caballeros —sugirió Lenda a Platimo y Stragen—, me parece que quizá debamos proseguir más tarde con las deliberaciones. —Sonrió—. No creo que podamos conseguir que Su Majestad nos preste gran atención esta tarde.
—¿Os importaría mucho? —preguntó Ehlana con voz de chiquilla.
—Por supuesto que no, hermanita —aseguró Platimo. Sonrió a Sparhawk—. Me alegra teneros de nuevo aquí, amigo mío. Tal vez podáis distraer a Ehlana para que no fisgonee en los detalles de ciertos proyectos de obras públicas en los que estoy interesado.
—Hemos ganado, presumo —infirió Stragen.
—Más o menos —respondió Sparhawk, acordándose de Kurik—. Al menos, Otha y Azash no volverán a molestarnos.
—Eso es lo importante —aseveró el rubio rufián—. Ya nos contaréis más tarde cómo fue. —Observó el radiante rostro de Ehlana—. Mucho más tarde, imagino —añadió.
—Stragen —dijo Ehlana con firmeza.
—¿Sí, Su Majestad?
—Afuera. —Señaló imperiosamente la puerta.
—Sí, señora.
Sparhawk y su esposa se trasladaron al poco rato a los aposentos reales, acompañados tan sólo por Mirtai. Sparhawk no estaba muy seguro de cuánto tiempo pensaba quedarse con ellos la gigante tamul. No quería ofenderla, pero...
Mirtai, no obstante, era toda una profesional. Impartió un buen número de tajantes instrucciones a las doncellas de la reina, relacionadas con baños calientes, cenas, intimidad y cuestiones similares, y luego, cuando todo estuvo a la altura de sus exigencias en los apartamentos reales, se dirigió a la puerta, sacando una gran llave de debajo del cinto.
—¿Eso es todo por hoy, Ehlana? —preguntó.
—Sí, Mirtai —respondió la reina—, y muchas gracias por todo.
—Cumplo con mi obligación. No olvidéis lo que os he dicho, Sparhawk. —Dio unos sonoros golpecitos a la puerta con la llave—. Os abriré mañana por la mañana —dijo.
Después salió y, cerrando la puerta tras ella, hizo girar estrepitosamente la llave en el cerrojo.
—Es una auténtica tirana. —Ehlana rió con cierta desesperanza—. No me hace el menor caso cuando le doy alguna orden.
—Os viene bien tener cerca una persona así, amor mío. —Sparhawk sonrió—. Os ayuda a mantener la objetividad.
—Id a bañaros, Sparhawk —ordenó Ehlana—. Oléis a herrumbre. Después me contaréis todo lo ocurrido. Oh, por cierto, querría que me devolvierais ahora el anillo, si no os importa.
—¿Cuál es? —preguntó, alargando las manos—. Soy incapaz de distinguirlos.
—Es éste, por supuesto. —Señaló la sortija de la mano izquierda.
—¿Cómo lo sabéis? —inquirió, quitándoselo y deslizándolo en uno de sus dedos.
—Todo el mundo puede verlo, Sparhawk.
—Si vos lo decís. —Se encogió de hombros.
Sparhawk no estaba acostumbrado a bañarse en presencia de jóvenes damas, pero Ehlana no parecía dispuesta a perderlo de vista, de modo que inició el relato de sus aventuras todavía en el baño y continuó con él mientras cenaban. Aunque había algunos pasajes que Ehlana no comprendía y otros que interpretaba mal, se hallaba en condiciones de aceptar la mayor parte de lo sucedido. Lloró al conocer la noticia de la muerte de Kurik y escuchó con expresión feroz la descripción de la suerte que habían corrido Annias, su tía y su primo. Hubo muchos incidentes que resumió y otros que no mencionó para nada. Encontró muy útil en varias ocasiones el uso de evasivas del tipo
«Deberíais haber estado allí». Puso especial cuidado en omitir cualquier mención de la depresión casi universal que se había abatido sobre el mundo desde la destrucción de Azash, porque no le parecía un tema adecuado para exponerlo a una joven en los meses iniciales de su primer embarazo.
Y luego, cuando yacían juntos en la acogedora oscuridad, Ehlana le refirió los sucesos acaecidos en Occidente durante su ausencia.
Quizá se debiera a que se encontraban en la cama, donde suelen producirse tales cosas, pero por algún motivo surgió el tema de los sueños.
—Fue tan extraño, Sparhawk —dijo Ehlana, acurrucándose en el lecho a su lado—. La totalidad del cielo estaba cubierta por un arco iris, y estábamos en una isla, el lugar más hermoso que he visto nunca. Había árboles, muy antiguos, y una especie de templo de mármol con graciosas columnas blancas, y yo estaba allí esperándoos a vos y a vuestros amigos. Y entonces llegasteis, cada uno conducido por un bello animal blanco. Sephrenia aguardaba conmigo, y parecía muy joven, casi una muchacha, y había una niña que tocaba una flauta de pastor y bailaba. Era como una pequeña emperatriz a la que todos obedecían.—Emitió una risita—. Incluso os llamó oso refunfuñón. Después se puso a hablar sobre el Bhelliom. Era muy denso y sólo entendí parte de lo que dijo.