—La fuerza de un buen dirigente reside en su capacidad de hacer que lo evidente parezca innovador —sentenció Stragen.
—Además, deberíamos salir más a menudo, querida —dijo Sparhawk a su mujer—. Podemos tomarnos unas breves vacaciones, y lo único de que deberemos preocuparnos realmente es de si Lenda pone a una docena de parientes suyos en la nómina pública durante nuestra ausencia.
—Os deseo toda la diversión del mundo, amigos míos —declinó Platimo—, pero soy una persona bondadosa y me apena ver cómo un caballo hecho y derecho se viene abajo y gime cada vez que lo monto. Me quedaré aquí y vigilaré a Lenda.
—Podéis viajar en el carruaje —le dijo Mirtai.
—¿Qué carruaje es ése, Mirtai? —preguntó Ehlana.
—En el que vais a ir vos para no enfriaros.
—No necesito ningún carruaje.
—¡Ehlana! —espetó Mirtai, sacando chispas por los ojos—. ¡No repliquéis!
—Pero...
—¡A callar, Ehlana!
—Sí, Mirtai —suspiró, sumisa, la reina.
Iniciaron la salida con un aire festivo que incluso captó
Faran
, el cual, como contribución al festejo, consiguió pisarle a Sparhawk los dos pies a la vez mientras éste intentaba montar.
El tiempo pareció quedar en suspenso tras su partida. Las nubes que encapotaban el cielo no eran tan espesas y el penetrante frío que había caracterizado el invierno cedió paso a una temperatura, si no cálida, al menos soportable. No había siquiera un soplo de brisa, lo cual hizo rememorar con inquietud a Sparhawk aquel interminable momento que el dios troll Ghnomb había paralizado a petición suya al este de Paler.
Dejaron Cimmura atrás y siguieron el camino de Lenda y Demos. La decisión tomada por Mirtai de que la pequeña princesa debía quedarse en palacio a cargo de su niñera porque el tiempo no era el adecuado para que viajara ahorró a Sparhawk la perturbadora posibilidad de ver a su hija en dos lugares a la vez. Sparhawk preveía un titánico enfrentamiento de voluntades pendiente en el futuro. Llegaría el momento en que Mirtai y Danae librarían un férreo pulso, cuyo desarrollo, por otra parte, sentía curiosidad por observar.
No lejos del lugar donde habían topado con el Buscador, encontraron a Sephrenia y Vanion sentados junto a una pequeña hoguera, y a Flauta, según su costumbre, sentada en la rama de un roble cercano. Vanion, mucho más rejuvenecido y con mejor aspecto del que había presentado desde hacía años, se levantó para saludar a sus amigos. A Sparhawk no le sorprendió ver que Vanion llevaba un sayo estirio y no iba armado.
—Confío en que os haya ido bien —deseó el alto pandion al desmontar.
—Tolerable, Sparhawk. ¿Y vos?
—No tengo motivo de queja, mi señor.
Y entonces abandonaron aquella impávida actitud y se abrazaron con cierta torpeza mientras los demás se reunían en torno a ellos.
—¿A quién han elegido para sustituirme como preceptor? —preguntó Vanion.
—Hemos estado presionando a la jerarquía para que nombre a Kalten, mi señor —le respondió Sparhawk con afabilidad.
—¿Cómo?—Vanion tenía una expresión apesadumbrada.
—Sparhawk —reprochó Ehlana a su marido-, sois cruel.
—Sólo intenta hacerse el gracioso, Vanion —declaró agriamente Kalten—. A veces tiene el humor tan retorcido como la nariz. En realidad es él quien ocupa el cargo.
—¡Loado sea Dios! —exclamó fervientemente Vanion.
—Dolmant ha estado tratando de convencerlo para que acepte un nombramiento definitivo, pero nuestro amigo aquí presente no para de hacerse el remilgado aduciendo no sé qué tonterías de que ya tiene demasiado trabajo.
—Si me obligáis a dedicarme a tantas actividades, me voy a quedar en los huesos —se quejó Sparhawk.
Ehlana había estado observando con cierta reverencia a Flauta quien, como de costumbre, estaba sentada en la rama de un árbol con los pies manchados de hierba cruzados sobre los tobillos y el caramillo en la boca.
—Tiene exactamente el mismo aspecto que tenía en aquel sueño —murmuró a Sparhawk.
—No cambia nunca —repuso Sparhawk—. Bueno, no demasiado, en todo caso.
—¿Está permitido hablarle? —La reina tenía un poco cara de susto.
—¿Por qué os quedáis ahí plantada susurrando, Ehlana? —le preguntó Flauta.
—¿Qué forma de tratamiento debo darle? —consultó nerviosamente la reina a su marido.
—Llamadla Flauta —indicó, encogiéndose de hombros—. El otro nombre que tiene es un tanto ceremonioso.
—Ayudadme a bajar, Ulath —ordenó la niña.
—Sí, Flauta —respondió automáticamente el thalesiano. Se encaminó al árbol y, tomando en brazos a la pequeña divinidad, la depositó en la parda hierba invernal.
Flauta se aprovechó descaradamente del hecho de que como Danae ya conocía a Stragen, Platimo, Kring y Mirtai, aparte de su madre, y se dirigió a ellos con una abierta familiaridad que no hizo más que aumentar la admiración que los embargaba. Mirtai en particular parecía bastante afectada.
—¿Y bien, Ehlana —dijo al fin la niña—, vamos a quedarnos aquí de pie mirándonos? ¿No vais a darme siquiera las gracias por el espléndido marido que os proporcioné?
—Estáis haciendo trampa, Aphrael —la regañó Sephrenia.
—Ya lo sé, querida hermana, pero es tan divertido...
Ehlana no pudo menos que echarse a reír y tendió los brazos. Flauta gritó con entusiasmo y corrió hacia ella. Flauta y Sephrenia acompañaron a Ehlana, Mirtai y Platimo en el carruaje. Justo antes de ponerse en marcha, la pequeña diosa sacó la cabeza por la ventana.
—Talen —llamó con voz dulce.
—¿Qué? —contestó éste con tono receloso.
Sparhawk sospechó que Talen había tenido una de aquellas escalofriantes premoniciones que asaltan a los jóvenes y a los ciervos casi de idéntica forma al intuir que alguien trata de cazarlos.
—¿Por qué no venís con nosotros en el carruaje? —sugirió Aphrael con voz melindrosa. Talen miró con cierta aprensión a Sparhawk.
—Adelante —le dijo éste. Talen era su amigo, de eso no había duda... pero Danae era, en fin de cuentas, su hija.
Volvieron a ponerse en marcha. Tras recorrer varios kilómetros, Sparhawk comenzó a experimentar una vaga inquietud. A pesar de haber viajado por el camino de Cimmura a Demos desde su juventud, ahora éste se le antojaba repentinamente extraño. Había colinas en lugares donde no debiera haberlas, y pasaron junto a una extensa y próspera granja que no había visto antes. Comenzó a consultar su mapa.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Kalten.
—¿Es posible que nos hayamos desviado por donde no debíamos?
Llevo viajando por este camino, de ida y vuelta, durante más de veinte años y de repente las marcas habituales del terreno se han esfumado.
—Oh, estupendo, Sparhawk —exclamó sarcásticamente Kalten. Se volvió y miró por encima del hombro a los demás—. Nuestro glorioso líder se las ha compuesto para llevarnos por un camino equivocado —anunció—. Lo hemos seguido ciegamente cruzando medio mundo y ahora va y se pierde a menos de cinco leguas de casa. No sé vosotros, pero yo estoy notando un bajón en la confianza depositada en él.
—¿Prefieres guiar tú? —le preguntó sin rodeos Sparhawk.
—¿Y perderme la ocasión de quedarme ahí atrás, quejándome y criticando? No seas idiota.
Era evidente que no llegarían a ningún destino reconocible antes de que anocheciera, y no habían salido preparados para acampar a la intemperie. La alarma de Sparhawk crecía por momentos.
—¿Qué sucede, Sparhawk? —preguntó Flauta, asomándose a la ventana del carruaje.
—Vamos a tener que encontrar algún sitio para pasar la noche —respondió—, y hace más de quince kilómetros que no nos cruzamos con ninguna clase de edificio.
—Limitaos a seguir cabalgando, Sparhawk —le indicó.
—Va a oscurecer dentro de poco, Flauta.
—Entonces mayor motivo para aligerar el paso. —Desapareció de nuevo en el interior del vehículo.
Remontaron una colina con el crepúsculo y divisaron un valle que de ningún modo podía hallarse donde estaba. La tierra descendía en suaves ondulaciones, cubierta de abundante hierba y salpicada de trecho en trecho de bosquecillos de abedules de blanco tronco. En medio de la ladera había una casa baja de techo de paja de cuyas ventanas emanaba una cálida luz de velas.
—Quizá nos den hospedaje —sugirió Stragen.
—Deprisa, caballeros —los animó Flauta desde el carruaje—. La cena está esperando y no conviene que se enfríe.
—Disfruta haciéndole eso a la gente, ¿verdad? —comentó Stragen.
—Oh, sí —convino Sparhawk—, probablemente más que con cualquier otra cosa que hace. Si hubiera sido más pequeña, la casa habría podido recibir el nombre de choza, pero las habitaciones eran espaciosas y muy numerosas. El mobiliario era rústico pero bien hecho, había velas por todas partes y cada chimenea, escrupulosamente limpia, tenía una alegre hoguera encendida. Había una larga mesa en la sala central, en la que hallaron servido lo que sólo podía definirse como un banquete. En el edificio no había, no obstante, ni un alma.
—¿Os gusta? —preguntó Flauta con expresión ansiosa.
—¡Es preciosa! —exclamó Ehlana, abrazando impulsivamente a la pequeña.
—Lo siento muchísimo —se disculpó Flauta—, pero no he podido superar mis escrúpulos y ofreceros jamón. Sé que a todos los elenios os encanta, pero... —Se estremeció.
—Me parece que nos conformaremos con lo que hay allí, Flauta —le aseguró Kalten, vigilando la mesa con ojos encendidos—, ¿no os parece, Platimo?
—Oh, por Dios que sí, Kalten —acordó con entusiasmo el gordo ladrón, mirando casi con reverencia la comida—. Es perfecto.
Todos comieron más de lo que era conveniente y después permanecieron sentados, suspirando con el más placentero de los malestares.
Berit rodeó la mesa y se inclinó sobre el hombro de Sparhawk.
—Está volviendo a hacerlo, Sparhawk —murmuró el joven caballero.
—¿Haciendo qué?
—Los fuegos han estado ardiendo desde que llegamos aquí y todavía no hay que añadirles leña, y las velas no están derritiéndose lo más mínimo.
—Es su casa, supongo. —Sparhawk se encogió de hombros.
—Lo sé, pero... —Berit parecía incómodo—. No es natural —sentenció al fin.
—Berit —señaló Sparhawk, sonriendo bondadosamente—, acabamos de recorrer cabalgando un paraje de localización imposible para llegar a una casa que no se encuentra realmente aquí y dar cuenta de un banquete que nadie ha preparado, ¿y vos os preocupáis por menudencias tales como velas que arden perpetuamente y chimeneas que no necesitan leña?
Berit se echó a reír y volvió a sentarse.
La niña diosa se tomó muy en serio sus obligaciones de anfitriona. Incluso parecía ansiosa cuando los acompañó a sus habitaciones y les explicó minuciosamente detalles que bien hubiera podido omitir.
—Es una criatura encantadora, ¿verdad? —dijo Ehlana a Sparhawk cuando se quedaron solos—. Parece tan sumamente preocupada por la comodidad y el bienestar de sus huéspedes...
—Los estirios son un poco más despreocupados en estas cuestiones —explicó Sparhawk—. Flauta no está del todo acostumbrada a los elenios, y la ponemos nerviosa. —Sonrió—. Está esforzándose mucho por causar una buena impresión.
—Pero ¡si es una diosa!
—De todas formas se pone nerviosa.
—¿Son imaginaciones mías, o se parece mucho a nuestra Danae?
—Todas las niñas son similares, supongo —respondió prudentemente—, igual que los niños.
—Tal vez —concedió Ehlana—, pero parece incluso que desprende el mismo olor que Danae, y a las dos les gusta mucho que las besen. —Hizo una pausa y entonces se le iluminó el semblante—. Deberíamos presentarlas. Se llevarían muy bien y serían magníficas amigas. Sparhawk casi se atragantó al escuchar tal propuesta.
El ritmo del repiqueteo de cascos le era familiar, y fue ello más que otra cosa lo que despertó a
Sparhawk a la mañana siguiente. Murmuró una imprecación y se sentó en la cama.
—¿Qué ocurre, querido? —preguntó Ehlana con voz soñolienta.
—
Faran
se ha soltado —contestó con tono irritado—. De alguna manera ha conseguido librarse de la cuerda que lo ataba.
—No se escapará, ¿verdad?
—¿Y perderse la diversión que le proporcionará el hecho de pasar toda la mañana justo fuera de mi alcance? Desde luego que no.
Sparhawk se puso una bata y se dirigió a la ventana. Únicamente entonces oyó el sonido del caramillo de Flauta.
El cielo estaba encapotado sobre aquel misterioso valle, como lo había estado todo el invierno. Unas nubes sombrías y de mal agüero, extendidas de uno a otro horizonte, corrían en lo alto barridas por las ráfagas de viento.
Faran
avanzaba a calmoso trote trazando una trayectoria circular en un amplio prado cercano a la casa. No llevaba silla ni brida, y su andar tenía algo de gozoso. Flauta estaba tumbada de espaldas sobre su lomo con el caramillo en los labios, la cabeza cómodamente apoyada entre los hombros, las rodillas cruzadas y un piececillo suelto con el que marcaba el compás en las ancas del gran ruano. La escena le resultó tan conocida a Sparhawk que sólo acertó a seguir mirando.
—Ehlana —llamó al cabo—, me parece que te interesará ver esto.
—¿Qué demonios está haciendo? —exclamó la reina al mirar por la ventana—. Id a pararlos, Sparhawk. Se caerá y se hará daño.
—No, seguro que no. Ella y
Faran
ya han jugado otras veces de este modo. Él no dejaría que se cayera... si es que ello fuera posible.
—¿Qué están haciendo?
—No tengo la más remota idea —admitió, si bien ello no era del todo cierto—. Sin embargo, creo que es algo importante —añadió.
Se asomó a la ventana y miró primero a la izquierda y luego a la derecha. Los demás estaban todos pegados a los cristales, observando con expresión de asombro a su pequeña anfitriona.
El racheado viento zozobró y a poco amainó del todo, en tanto Flauta seguía interpretando su cadenciosa melodía y la hierba reseca del patio dejó de producir el sonido de su roce de materia muerta.
Los gozosos trinos de la canción de la niña diosa se elevaron hacia el cielo mientras
Faran
continuaba dando incansables vueltas por el prado. En la opresiva lobreguez que cubría la tierra se abrió un claro que fue ensanchándose, y en él apareció un cielo de intenso azul salpicado de aborregadas nubes doradas por el sol del amanecer.