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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (70 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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Martel parecía reaccionar con mayor lentitud de la que Sparhawk recordaba en él. Sus propias acometidas, reconoció, tampoco debían de tener la vivacidad de la juventud. Estaban envejeciendo, y un duelo prolongado con un hombre de igual vigor y habilidad tiene el efecto de sumar años a quien se presta a él.

Repentinamente entendió, y la comprensión se convirtió al instante en acción. Dirigió repetidos ataques por lo alto a la cabeza de Martel, y éste hubo de protegerse con la espada y el escudo. Entonces Sparhawk remató la frenética amenaza a la cabeza con la tradicional estocada en el cuerpo. Martel lo previo, como era natural, pero no pudo mover con suficiente rapidez el escudo para protegerse. La punta de la espada de Sparhawk le horadó la armadura en la parte baja del pecho y penetró profundamente en sus entrañas. Martel se quedó rígido y luego tosió, vomitando un gran chorro de sangre por las rendijas de la visera. Intentó débilmente mantener el escudo y la espada en alto, pero las manos le temblaban con violencia y las piernas le cedieron. La espada se deslizó en su mano y el escudo cayó a un lado. Tosió otra vez, produciendo un desgarrador sonido de gorgoteo. La sangre volvió a brotar de la visera, y él se vino abajo, despacio, y quedó tendido de cara al suelo.

—Acabad, Sparhawk —dijo con voz entrecortada.

Sparhawk lo puso boca arriba con el pie. Alzó la espada y enseguida la bajó y se arrodilló junto al moribundo.

—No es necesario —respondió quedamente, abriéndole la visera.

—¿Cómo lo habéis conseguido? —preguntó Martel.

—Ha sido esa nueva armadura que lleváis. Es demasiado pesada. Os habéis cansado y habéis perdido la rapidez de movimiento.

—En cierto modo me está bien empleado —reconoció Martel, tratando de no respirar hondo para que la sangre que iba inundándole los pulmones no lo atragantara de nuevo—. Me ha matado mi propia vanidad.

—Creo que eso es lo que finalmente acaba con todos nosotros.

—Ha sido una buena pelea, no obstante.

—Sí. Lo ha sido.

—Y al fin hemos averiguado quién de los dos era el mejor. Tal vez sea hora de ser sinceros. Yo nunca tuve dudas al respecto.

—Yo sí.

Sparhawk permaneció de rodillas, escuchando la respiración, cada vez más superficial, de Martel.

—Lakus falleció —le dijo en voz baja—, y Olven.

—¿Lakus y Olven? No lo sabía. ¿Tuve yo algo que ver con ello?

—No. Fue por otros motivos.

—Es un pequeño consuelo. ¿Podéis llamar a Sephrenia, Sparhawk? Querría despedirme de ella. Sparhawk levantó el brazo, solicitando la presencia de la mujer que los había entrenado a ambos. La estiria tenía los ojos anegados de lágrimas cuando se arrodilló junto al cuerpo de Martel frente a Sparhawk.

—¿Sí, querido? —dijo al agonizante.

—Siempre dijisteis que acabaría mal, pequeña madre —comentó Martel con voz susurrante—, pero os equivocasteis. Esto no está tan mal. Es casi como un lecho de muerte ceremonial. Me marcho de este mundo en presencia de las dos únicas personas que de veras he amado en la vida.

¿Me otorgaréis vuestra bendición, pequeña madre?

La mujer le puso las manos sobre la cara y habló suavemente en estirio. Después se inclinó, sollozante, y le besó la pálida frente.

Cuando alzó la cabeza, ya había muerto.

Capítulo 30

Sparhawk se levantó y ayudó a Sephrenia a ponerse en pie.

—¿Estáis bien, querido? —susurró ésta.

—Lo suficiente. —Sparhawk dirigió la mirada a Otha.

—Mis felicitaciones, caballero —dijo irónicamente Otha con su voz cavernosa y la calva reluciente de sudor—, y gracias. Llevo tiempo ponderando el problema de Martel. Él pretendía, me parece, enaltecer su condición, y a mí dejó de serme útil desde el momento en que vos y vuestros compañeros me trajisteis el Bhelliom. Me alegro de haberme librado de él.

—Podéis considerarlo un regalo de despedida, Otha.

—¡Oh! ¿Acaso os vais?

—No, pero vos sí.

Otha emitió una repugnante carcajada.

—Tiene miedo, Sparhawk —musitó Sephrenia—. No está seguro de que no podáis traspasar la barrera en que se escuda.

—¿Es ello cierto?

—Yo tampoco estoy segura. No obstante, él se halla en una posición muy vulnerable ahora, porque Azash está totalmente distraído por ese rito.

—Es un buen punto de inicio entonces. —Sparhawk hizo acopio de aire y se encaminó hacia el hinchado emperador de Zemoch.

Otha se encogió y dirigió una rápida señal a los descalzos y embrutecidos porteadores que lo rodeaban, quienes cargaron la litera y comenzaron a descender las gradas hacia el nivel inferior, donde los desnudos oficiantes, temblorosos y pálidos por la extenuación, proseguían con su obsceno ritual. Annias, Arissa y Lycheas lo acompañaron, temerosos, cuidando de distanciarse lo menos posible de él para permanecer dentro del dudoso refugio que proporcionaba el reluciente nimbo de su escudo protector. Al llegar al negro piso de abajo, Otha gritó a los sacerdotes de verdes hábitos y éstos se precipitaron hacia adelante, con expresión de ardiente devoción, extrayendo armas de debajo de las vestiduras.

Sparhawk oyó a sus espaldas un repentino grito de frustración. Los soldados que corrían a socorrer al emperador acababan de topar con la barrera de Sephrenia.

—¿Resistirá? —preguntó a la mujer.

—A menos que alguno de los soldados sea más fuerte que yo.

—Es harto improbable. En ese caso sólo tendremos que habérnoslas con los sacerdotes. —Miró a sus amigos—. Bien, caballeros —les dijo—. Formemos en torno a Sephrenia y abrámonos paso. Los sacerdotes de Azash no llevaban armadura y manejaban con torpeza las armas. Eran en su mayoría estirios, y la súbita aparición de hostiles caballeros de la Iglesia en el centro sagrado de su religión los había sobresaltado y llenado de espanto. Sparhawk recordó algo que en una ocasión había dicho Sephrenia. Los estirios, le había comentado, no reaccionan bien ante las sorpresas, pues lo imprevisto tiende a confundirlos. Mientras bajaba con sus amigos los amplios escalones, notó un tenue hormigueo que le indicó que algunos de los sacerdotes estaban intentando dar forma a un encantamiento. Emitió un agresivo grito de guerra elenio, un ronco bramido henchido de sed de sangre y violencia, y notó cómo desaparecía el hormigueo.

—¡Haced mucho ruido, caballeros! —gritó a sus amigos—. ¡Desconcertadlos para que no puedan recurrir a la magia!

Los caballeros de la Iglesia siguieron descendiendo, vociferando y blandiendo las armas. Los religiosos se echaron atrás, pero ya los caballeros arremetían contra ellos.

Berit adelantó a Sparhawk, con los ojos encendidos de entusiasmo y el hacha de Bevier presta para combatir.

—Reservad las fuerzas, Sparhawk —dijo bruscamente, tratando de emitir una voz más profunda y masculina.

Avanzó resueltamente delante del perplejo Sparhawk e irrumpió entre las filas de verdes hábitos, agitando el hacha como si fuera una guadaña.

Sparhawk se dispuso a hacerlo volver atrás, pero Sephrenia le puso la mano en la muñeca.

—No, Sparhawk —aconsejó—. Esto es importante para él, y no se halla en peligro.

Otha había llegado al reluciente altar situado delante del ídolo y observaba con evidente espanto los encarnizados combates.

—¡Acercaos, Sparhawk! —vociferó—. ¡Mi dios está impacientándose!

—Lo dudo mucho, Otha —replicó Sparhawk—. Azash desea el Bhelliom, pero no quiere que sea yo quien se lo entregue, porque no sabe qué voy a hacer con él.

—Muy bien, Sparhawk —aprobó Sephrenia—. Valeos de vuestra ventaja. Otha contagiará a

Azash la incertidumbre que éste perciba en él.

Los amigos de Sparhawk iban dando sistemática cuenta de los sacerdotes de verdes hábitos y en el templo resonaban el entrechocar de las armas, los chillidos y los gruñidos. Al fin llegaron al pie de la primera grada, al nivel dominado por el altar.

Sparhawk se sentía, a pesar de todo, exultante. No había esperado llegar tan lejos y el hecho de haber sobrevivido a tantas asechanzas lo imbuía de la eufórica sensación de ser invencible.

—Bien, Otha —dijo, alzando la mirada hacia el inflado emperador—, ¿por qué no despertáis a

Azash? Así descubriremos si los dioses mayores saben perecer igual que los hombres.

Otha lo miró boquiabierto y luego bajó trabajosamente de la litera y se desplomó en el suelo, traicionado por sus endebles piernas.

—¡Arrodillaos! —instó con voz aguda a Annias—. ¡Arrodillaos y rogad para que nuestro dios nos libre del peligro! —Era manifiesto el temor que le inspiraba la idea de que sus soldados no pudieran entrar en el templo.

—Kalten —indicó Sparhawk a su amigo—, acabad con los sacerdotes y después vigilad que esos soldados no se abran paso y nos ataquen por la espalda.

—No es necesario, Sparhawk —observó Sephrenia.

—Lo sé, pero es mejor no arriesgarse. —Respiró hondo—. Allá vamos. —Se quitó los guanteletes, guardó la espada bajo el brazo y desató la bolsa de malla del cinto. Tras deshacer el nudo del alambre que la cerraba, extrajo el Bhelliom y lo agitó en la mano. La joya parecía muy caliente, y entre sus pétalos hervía una ondulante luz semejante a los relámpagos que provoca el calor en una noche de verano—. ¡Rosa Azul! —invocó Sparhawk con insistencia—. ¡Debéis hacer lo que os ordene!

Otha, medio de hinojos y medio en cuclillas, balbuceaba una plegaria a su dios que el miedo volvía ininteligible. Annias, Lycheas y Arissa, también arrodillados, tenían los ojos fijos en el repelente rostro del ídolo que se erguía sobre ellos, con patentes expresiones de horror que parecían aumentar de intensidad a medida que se profundizaba su percepción de la realidad de la deidad que habían elegido libremente adorar.

—¡Venid, Azash! —imploraba Otha—. ¡Despertad! ¡Escuchad la plegaria de vuestros siervos! Los hundidos ojos del ídolo, que hasta entonces habían permanecido cerrados, se abrieron lentamente, despidiendo un ardiente resplandor verde. Sparhawk sintió las funestas oleadas de malevolencia que emanaban de ellos y quedó inmóvil, casi aturdido por la titánica presencia de un dios.

¡El ídolo se movía! Su cuerpo fue plegándose en ondas y los brazos se alargaron con la sinuosidad de un tentáculo... en dirección a la rutilante piedra que Sparhawk tenía en la mano, impulsados por el ansia de poseer el único objeto en el mundo que ofrecía el restablecimiento y la libertad.

—¡No! —La voz de Sparhawk sonó discordante como un chirrido. Puso en alto la espada sobre el Bhelliom—. ¡Lo destruiré! —amenazó—. ¡Y a vos junto con él!

El ídolo pareció arredrarse, y sus ojos expresaron perplejidad y estupor.

—¿Por qué habéis traído ante mí a este ignorante salvaje, Sephrenia?

—La cavernosa voz resonó en el templo y también en la cabeza de Sparhawk.

El caballero sabía que la mente de Azash era capaz de destruirlo en un abrir y cerrar de ojos, pero, inexplicablemente, Azash temía descargar su poder sobre el impetuoso hombre que permanecía de pie amenazando la Rosa de Zafiro con una espada desenvainada.

—Me limito a obedecer los dictados de mi destino —respondió con toda calma Sephrenia—. Yo nací para traer a Sparhawk a este lugar para que se enfrentara a vos.

—¿Pero qué hay de la suerte de Sparhawk? ¿Sabéis qué está destinado a cumplir él? —Había una nota de desesperación en la voz de Azash.

—No existe hombre ni dios que lo sepa, Azash —le recordó—. Sparhawk es Anakha, y todos los dioses sabían y temían que un día Anakha llegaría y recorrería el mundo con una finalidad que nadie puede prever. Yo soy la sierva de mi destino, sea cual sea éste, y lo he traído aquí para que pueda cumplir ese fin.

El ídolo se puso rígido, y entonces lanzó, restallante, un irresistible mandato, abrumador e insistente, y no lo dirigió a Sparhawk.

Sephrenia emitió una exclamación y pareció marchitarse como una flor ante las primeras gélidas ráfagas del invierno. Sparhawk percibía cómo su determinación se venía abajo, tambaleándose ante la fuerza mental de Azash, que iba despojándola de todas sus defensas.

Tensó el brazo y alzó más la espada. Si Sephrenia cedía, estarían perdidos, y no sabía si tendría tiempo de asestar el último golpe fatal después de su desmoronamiento. Se concentró en la imagen del rostro de Ehlana y apretó aún más vigorosamente la empuñadura.

El sonido era inaudible para los demás. Lo sabía: sólo él lo percibía. Era el insistente e imperioso son de una flauta pastoril, cuyas notas impregnaba una manifiesta irritación.

—¡Aphrael! —dijo con repentino alivio.

Ante su cara apareció una pequeña centella de luz.

—¡Bueno, por fin! —espetó la enojada voz de Flauta—. ¿Por qué habéis tardado tanto, Sparhawk? ¿No sabéis que tenéis que llamarme?

—No, no lo sabía. Ayudad a Sephrenia.

No se produjo ningún roce, ningún movimiento, ningún ruido, pero Sephrenia se enderezó, acariciándose la frente, y los ojos del ídolo se clavaron, ardientes, en aquella chispa, que brillaba cual luciérnaga.

—Hija mía —la interpeló la voz de Azash—. ¿Vas a compartir tu suerte con estos mortales?

—No soy hija vuestra, Azash —replicó vivamente Flauta—. Yo misma forjé mi existencia, al igual que mis hermanos y hermanas, cuando vos y vuestros parientes desgarrasteis el tejido de la realidad con vuestra infantil contienda. Únicamente soy vuestra hija a través de vuestra culpa. Si vos y los vuestros hubierais cejado en vuestra imprudente actitud que todo lo habría destruido, no habría habido necesidad de que naciéramos nosotros.

—¡El Bhelliom será mío! —bramó la cavernosa voz con la violencia del trueno y de los terremotos, agitando los propios cimientos de la tierra.

—¡Ello no ocurrirá! —lo contradijo sin miramientos Flauta—. Fue para denegaros a vos y a vuestros parientes la posesión del Bhelliom que yo y los míos cobramos existencia. El Bhelliom no pertenece a este lugar y no debe ser esclavizado por vos, ni por mí, ni por los dioses troll ni por ninguna otra deidad de este mundo.

—¡Será mío! —gritó con voz aguda Azash.

—No. Anakha lo destruirá antes, y con su destrucción pereceréis vos.

—¡Cómo osáis! —musitó, conmovido—. ¿Cómo os atrevéis siquiera a expresar en palabras tal horror? En la muerte de uno de nosotros yace la semilla de la muerte de todos.

—Que así sea pues —replicó con indiferencia Aphrael. Su cristalina vocecilla adquirió un tono de crueldad—. Dirigid vuestra furia a mí, Azash, y no a mis hijos, pues fui yo quien utilizó el poder de los anillos para castraros y recluiros para la eternidad en ese ídolo de barro.

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