La rosa de zafiro (76 page)

Read La rosa de zafiro Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La rosa de zafiro
9.82Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ninguno de ellos lo había comprendido todo, recordó Sparhawk, y el sueño había afectado a más personas de las que él había imaginado. ¿Pero por qué había incluido Aphrael a Ehlana?

—Así acababa más o menos ese sueño —continuó la joven—, y ya conocéis el contenido del otro.

—¿Sí?

—Me lo acabáis de describir —aseveró—, hasta el último detalle. Soñé todo lo que había sucedido en el templo de Azash de Zemoch. Tenía la sangre helada en las venas mientras me lo contabais.

—Yo no me preocuparía mucho por ello —le dijo Sparhawk, afectando desenvoltura—. Estamos muy unidos, y no es tan raro que percibierais lo que estaba pensando.

—¿Lo decís en serio?

—Desde luego. Ocurre muy a menudo. Preguntad a alguna mujer casada, y os dirá que siempre sabe lo que barrunta su marido.

—Bueno —dijo dubitativamente—, puede que sí. —Se arrimó más a él—. No estáis siendo muy atento conmigo esta noche, amor mío —le reprochó—. ¿Es porque estoy poniéndome gorda y fea?

—Por supuesto que no. Os halláis en lo que se llama una «condición delicada». Mirtai no ha parado de recomendarme que tuviera cuidado. Me clavaría un cuchillo en el hígado si creyera que os he hecho daño.

—Mirtai no está aquí, Sparhawk.

—Pero, de todas formas, es la única persona que tiene una llave de esa puerta.

—Oh, no, no es la única, Sparhawk —le aseguró con aire satisfecho su reina, poniendo la mano bajo la almohada—. La puerta se cierra por los dos lados, y no se abre a menos que se haga girar la llave por dentro y por fuera. —Le entregó una voluminosa llave.

—Una puerta muy servicial. —Sonrió—. ¿Por qué no voy a la otra habitación y la cierro por dentro?

—¿Por qué no? Y no os perdáis de camino de regreso a la cama. Mirtai os ha recomendado prudencia, de manera que deberíais dedicar un buen tiempo a practicar.

Más tarde —un buen rato más tarde, de hecho —Sparhawk salió de la cama y se encaminó a la ventana para contemplar la lluviosa noche. Todo había terminado. Ya no se levantaría más antes de la salida del sol para observar a la mujer de Jiroch de rostro velado que se dirigía al pozo con la plomiza luz gris del alba, ni cabalgaría por caminos desconocidos de lejanas tierras con la Rosa de Zafiro reposando cerca del corazón. Había regresado por fin, más viejo sin duda y más triste e infinitamente menos seguro sobre muchos aspectos que antes había aceptado siempre sin cuestionarlos. Había vuelto por fin, sin más guerras a que acudir, confiaba, ni más viajes que realizar. Lo llamaban Anakha, el hombre que forja su propio destino, y decidió solemnemente que todo su destino se hallaba allí en aquella fea ciudad con la pálida y hermosa mujer que dormía a tan corta distancia de él.

Era agradable haber dejado definitivamente zanjada aquella cuestión, y fue con esa sensación de haber obtenido algún logro que regresó al lecho, junto a su mujer.

Epílogo

La primavera llegó a regañadientes aquel año, y una helada tardía despojó a los árboles frutales de su flor, borrando toda posibilidad de obtener frutos de ellos. El verano fue húmedo y nuboso, y la cosecha escasa.

Los ejércitos de Eosia Occidental volvieron a casa desde Lamorkand para sumirse en la ingrata tarea de cuidar los tercos campos en donde solamente los cardos crecían en abundancia. En Lamorkand estalló una guerra civil, lo cual no tenía nada de extraordinario; hubo una rebelión de siervos en Kelosia, y la cantidad de mendigos que pedían limosna cerca de las iglesias y las puertas de las ciudades aumentó de forma alarmante en todo Occidente.

Sephrenia recibió con asombro la noticia del embarazo de Ehlana. La innegable realidad de su preñez la desconcertó, y el desconcierto la hizo actuar con mal genio, casi con mordacidad. Transcurrido el tiempo debido Ehlana dio a luz su primer hijo, una niña a quien ella y Sparhawk pusieron por nombre Danae. Sephrenia examinó con detenimiento a la infanta y Sparhawk tuvo la impresión de que su tutora se había casi ofendido por el hecho de que la princesa Danae fuera completamente normal y estuviera asquerosamente sana.

Mirtai modificó con habilidad la agenda de la reina para añadir la lactancia a las otras obligaciones reales de Ehlana. Tal vez deberíamos mencionar de paso que las damas de honor de Ehlana odiaban unánimemente a Mirtai y tenían celos de ella, a pesar de que la gigante jamás había agredido físicamente ni había hablado con dureza a ninguna de ellas.

La Iglesia renunció a sus grandes designios en el este, concentrando en su lugar la atención en el sur para aprovechar la oportunidad que se presentaba allí. El enrolamiento en el ejército de Martel de los más fervientes eshandistas y su consiguiente derrota en Chyrellos habían diezmado las filas de aquella secta, con lo que Rendor había quedado en disposición de ser reasimilada en la congregación de los creyentes. Aun cuando Dolmant mandó a sus sacerdotes a aquel país con un espíritu de amor y de reconciliación, dicha actitud no duró en la mayoría de los misioneros más tiempo que el que tardaron en perder de vista la basílica. Las misiones que llegaron a Rendor fueron vengativas y punitivas, y los rendoreños reaccionaron de manera previsible. Después de que un buen número de los más estridentes y agresivos misioneros fueran asesinados, se enviaron al reino sureño destacamentos cada vez mayores de caballeros de la Iglesia para proteger al importuno clero y a sus reducidas congregaciones de conversos. Los sentimientos eshandistas cobraron nueva fuerza y pronto volvieron a circular rumores de arsenales de armas escondidos en el desierto.

El hombre civilizado cree que sus ciudades son la corona de su cultura y parece incapaz de comprender el hecho de que los cimientos de cualquier reino se encuentran en la tierra que lo sustenta. Cuando la agricultura de una nación se tambalea, su economía comienza a degradarse, y los gobiernos, faltos de ingresos, inevitablemente recurren a la forma más regresiva de recaudación de impuestos, agravando la de por sí pesada carga que ya sufrían. Sparhawk y el conde de Lenda mantuvieron largas y cada vez más agrias discusiones al respecto y con frecuencia dejaron de dirigirse la palabra.

La salud de lord Vanion fue deteriorándose constantemente con el transcurso de los meses. Sephrenia lo cuidó en sus múltiples enfermedades con todos los medios a su alcance, pero al fin una ventosa mañana de otoño, unos meses después del nacimiento de la princesa Danae, los dos desaparecieron, y, cuando un estirio de blanco sayo se presentó en la casa madre pandion de Demos anunciando que venía a sustituir a Sephrenia, se confirmaron las peores sospechas de Sparhawk Pese a sus protestas y a su alusión a compromisos anteriores, no tuvo más remedio que asumir las obligaciones de su amigo como preceptor provisional, un nombramiento que Dolmant deseaba convertir en permanente, aun cuando Sparhawk se resistiera tenazmente a ello.

Ulath, Tynian y Bevier acudían de tanto en tanto a palacio a visitarlos, y sus informes sobre lo que ocurría en sus países de origen no eran más alentadores que las noticias que Sparhawk recibía de las diferentes regiones de Elenia. Platimo expuso gravemente que los informantes de que disponía en los más remotos reinos habían llegado a la conclusión de que la situación próxima a la hambruna, las epidemias y la agitación civil era casi universal.

—Malos tiempos, Sparhawk —decía el obeso ladrón con un filosófico encogimiento de hombros—. Por más que nos esforcemos por mantenerlos a raya, los malos tiempos regresan de vez en cuando.

Sparhawk puso a los cuatro hijos mayores de Kurik en el noviciado de los pandion, haciendo caso omiso de las objeciones de Khalad. Dado que Talen era todavía un poco joven para recibir entrenamiento militar, le ordenaron servir como paje en el palacio donde Sparhawk pudiera mantenerlo vigilado. Stragen, tan imprevisible como siempre, iba a menudo a Cimmura. Mirtai cuidaba de Ehlana, la regañaba cuando era necesario, y rehusaba ahogada en risas las repetidas propuestas de matrimonio de Kring, el cual parecía hallar toda clase de excusas para recorrer a caballo todo el continente desde Kelosia a Cimmura.

Los años se sucedían y la situación no mejoraba. A aquel primer año de lluvia excesiva siguieron tres de sequía. Los alimentos eran siempre escasos y los gobiernos de Eosia disponían de exiguos recursos. En el pálido y hermoso rostro de Ehlana iba dejando su huella el agobio de las inquietud, a pesar de que Sparhawk hacía cuanto estaba en sus manos por cargar sobre sí todo el peso que podía aligerar al de ella.

Fue en una clara y glacial tarde de finales de invierno cuando al príncipe consorte le ocurrió algo de gran trascendencia. Había pasado la mañana discutiendo violentamente con el conde de Lenda acerca de un nuevo impuesto que éste proponía, y Lenda lo había acusado a gritos de desmantelar sistemáticamente el gobierno con su excesiva preocupación por el bienestar del consentido y holgazán campesinado. Sparhawk había salido ganando al final, aun cuando ello no le reportara ningún placer en especial, puesto que cada victoria ahondaba el abismo que estaba abriéndose entre él y su viejo amigo.

Estaba sentado cerca del fuego en los aposentos reales, afectado por una especie de melancólico descontento, observando distraídamente las actividades de su hija de cuatro años, la princesa Danae. Su esposa había salido a hacer unas compras en la ciudad en compañía de Mirtai y Talen, de modo que Sparhawk y la pequeña princesa estaban solos.

Danae era una niña seria y grave de reluciente pelo negro, grandes ojos oscuros como la noche y una boquita parecida a un capullo de rosa. A pesar de la seriedad de su porte, era cariñosa y solía colmar a sus padres de besos espontáneos. En aquel momento, se encontraba cerca de la chimenea realizando importantes actos en los que participaba una pelota.

Fue el hogar lo que desencadenó los acontecimientos y cambió para siempre la vida de Sparhawk. Danae calculó mal el lanzamiento y la pelota rodó directamente hasta el interior de la chimenea. Sin pensarlo dos veces, la pequeña se encaminó allí y, antes de que su padre pudiera detenerla o gritar siquiera, puso la mano en las llamas y recuperó su juguete. Sparhawk se levantó de un salto con un grito estrangulado y corrió hacia ella. La tomó en brazos y le observó atentamente la mano.

—¿Qué pasa, padre? —le preguntó con voz calmada la princesa. Danae era una niña precoz que había comenzado a hablar muy pronto y que a su edad casi hablaba como una persona mayor.

—¡La mano! ¡Te la has quemado! Sabes que no debes poner la mano en el fuego.

—No me he quemado —protestó la niña, levantándola y moviendo los dedos—. ¿Lo veis?

—No vuelvas a acercarte al fuego —ordenó.

—No, padre. —Se revolvió para que la dejara en el suelo y entonces se fue con la pelota a proseguir con sus juegos en un seguro rincón.

Sparhawk regresó turbado a su sillón. Uno puede poner la mano en el fuego y retirarla sin quemarse, pero le había parecido que Danae no la había movido tan deprisa. Sparhawk se puso a observar con más detenimiento a su hija. Como había estado muy ocupado los últimos meses, apenas la había mirado y en su lugar había aceptado simplemente el hecho de que ella estaba allí. Danae se encontraba en una edad en la que las transformaciones se suceden con gran velocidad, y en ese caso, al parecer, habían tenido lugar delante de la poco atenta mirada de Sparhawk. Al contemplarla ahora, no obstante, sintió una repentina opresión en el corazón. Aunque fuera increíble, se percataba por primera vez de algo: él y su esposa eran elenios, y su hija no.

Contempló durante largo rato a su hija estiria y entonces elaboró la única posible explicación.

—¿Aphrael? —dijo con tono de estupefacción. Danae sólo se parecía un poco a Flauta, pero Sparhawk no veía otra posibilidad.

—¿Sí, Sparhawk? —Su voz no traslució la más mínima sorpresa.

—¿Qué has hecho con mi hija? —gritó, casi poniéndose en pie a causa de la agitación.

—No seáis ridículo, Sparhawk —respondió con calma—. Yo soy vuestra hija.

—Eso es imposible. ¿Cómo...?

—Sabéis que lo soy, padre. Estabais presente cuando nací. ¿Creíais que soy una niña cambiada por otra? ¿Algún estornino plantado en vuestro nido para suplantar a vuestro propio polluelo? Esa es una insensata superstición elenia, lo sabéis bien. Nosotros no hacemos nunca eso.

Comenzó a recobrar el control sobre sus emociones.

—¿Piensas explicarme esto? —preguntó en el tono más apacible que pudo utilizar—. ¿O se supone que debo adivinarlo?

—No seáis malo, padre. Queríais hijos, ¿verdad?

—Bueno...

—Y madre es una reina. Debe dar a luz a un sucesor, ¿no es cierto?

—Desde luego, pero...

—No lo habría tenido.

—¿Cómo?

—El veneno que le dio Annias la volvió estéril. No os formaréis idea de lo que me costó superar ese inconveniente. ¿Por qué creéis que Sephrenia se enojó tanto al descubrir que madre estaba embarazada? Ella conocía los efectos del veneno, por supuesto, y se enfadó mucho conmigo por intervenir..., seguramente más porque madre es elenia que por otra razón. Sephrenia es muy estrecha de miras a veces. Oh, sentaos, Sparhawk. Estáis ridículo encorvado de esa manera. Sentaos o poneos de pie, pero no os quedéis en el medio.

Sparhawk volvió a hundirse en el sillón, aquejado de vértigo.

—Pero ¿por qué? —preguntó.

—Porque os amo a vos y a madre. Ella estaba destinada a no tener hijos y yo tuve que modificar un poco su destino.

—¿Y también habéis transformado el mío?

—¿Cómo podría haberlo hecho? Sois Anakha, ¿recordáis? Nadie sabe cuál es vuestro destino. Siempre habéis representado un problema para nosotros. Muchos eran de la opinión de que no debíamos permitir que nacierais. Tuve que discutir durante siglos para convencer a los otros de que en verdad os necesitábamos. —Bajó la mirada hacia sí misma—. Voy a tener que prestar atención al proceso de crecimiento, supongo. Antes fui estiria, y los estirios saben tomarse estas cosas muy bien. Los elenios sois más excitables y la gente comenzaría sin duda a hablar si conservara el físico de niña durante siglos. Supongo que deberé hacerlo correctamente esta vez.

—¿Esta vez?

—Por supuesto. He nacido decenas de veces. —Hizo girar los ojos—. Me ayuda a mantener la juventud. —Su pequeña cara adoptó un aire de seriedad—. Fue terrible lo que ocurrió en el templo de Azash, padre, y tenía que ocultarme por un tiempo. El útero de madre fue un escondrijo perfecto, cómodo y seguro.

Other books

Kill Me Again by Maggie Shayne
After the Storm by Maya Banks
Juggling Fire by Joanne Bell
The Faerion by Jim Greenfield
Asking For Trouble by Kristina Lloyd
Scorpio Sons 1: Colton by Nhys Glover
No Immunity by Susan Dunlap
The Element of Fire by Martha Wells