Pergolo permanecía en silencio, pero Cugel no pudo descansar; la presencia de Iucounu flotaba en el aire. ¿Era posible que el Mago Reidor estuviera observándole desde algún lugar secreto, esforzándose por contener sus carcajadas mientras le preparaba alguna nueva broma pesada?
Cugel registró Pergolo con todo cuidado, pero no descubrió ningún indicio significativo excepto el anillo con un ópalo que Cugel llevaba en su pulgar, y que halló en la fuente, entre las escamas; finalmente, Cugel llegó al convencimiento de que Iucounu había desaparecido.
A un extremo de la mesa se sentaba Cugel; al otro, Bazzard. Disserl, Pelasias, Archimbaust y Vasker se alineaban a ambos lados. Las partes robadas habían sido recuperadas de las bóvedas y devueltas a sus correspondientes lugares, para satisfacción general.
Seis silfos servían el banquete, el cual, pese a la ausencia de los extraños condimentos e improbables yuxtaposiciones de la «nueva cocina» de Iucounu, era disfrutado en su totalidad por los comensales.
Fueron propuestos varios brindis: por la ingeniosidad de Bazzard, por la fortaleza de los cuatro magos, por los valientes trucos y engaños de Cugel. Le preguntaron a Cugel, no una sino varias veces, dónde iban a llevarle ahora sus ambiciones; a cada ocasión respondió con un melancólico agitar de cabeza.
—Con Iucounu desaparecido, no hay nada que me guíe. No miro en ninguna dirección y no tengo ningún plan.
Tras vaciar su vaso, Vasker expresó una generalización:
—Sin ninguna meta imperiosa, la vida es insípida.
Disserl alzó también su vaso, luego respondió a su hermano:
—Creo que este pensamiento ha sido enunciado ya antes. Un crítico pesimista hubiera empleado la palabra «banalidad».
Vasker respondió en tono llano:
—Esas son las ideas que la auténtica originalidad redescubre y renueva, en beneficio de la humanidad. ¡Mantengo mi observación! ¿Estás de acuerdo, Cugel?
Cugel indicó a los silfos que hicieran buen uso de las botellas.
—Este juego intelectual me desconcierta; me siento completamente perdido. Ambos puntos de vista parecen convincentes.
—Quizá quieras regresar con nosotros a Llaio para que te expliquemos con todo detalle nuestras filosofías.
—Tendré en cuenta vuestra invitación. Durante los próximos meses voy a estar atareado en Pergolo, ocupándome de los asuntos de Iucounu. Un cierto número de sus espías han presentado ya reclamaciones y facturas que casi con toda seguridad son falsificadas. Los he despedido de inmediato.
—¿Y cuando todo esté en orden? —preguntó Bazzard—. ¿Qué, entonces? ¿La cabaña rústica junto al río?
—Una cabaña así, sin nada que hacer excepto contemplar el avanzar de la luz del sol, me atrae. Pero me temo que muy pronto empezaré a sentirme inquieto.
Bazzard aventuró una sugerencia:
—Hay regiones lejanas en el mundo dignas de ser vistas. Se dice que la ciudad flotante de Jehaz es espléndida. Y también está la región de las Damas Pálidas, que tal vez te interese explorar. ¿O piensas pasar el resto de tus días en Almery?
—El futuro es incierto como un paisaje en la niebla.
—Lo mismo puede decirse para todo el resto de nosotros —declaró Pelasias—. ¿Por qué hacer planes? El sol puede apagarse mañana mismo.
Cugel hizo un gesto extravagante.
—¡Ese pensamiento debe ser arrojado fuera de nuestras mentes! ¡Esta noche estamos sentados aquí, bebiendo vino púrpura! ¡Dejemos que la noche dure eternamente!
—¡Esto es también lo que yo pienso! —dijo Archimbaust—. ¡El ahora es el ahora! No hay nada más que experimentar excepto este único «ahora», que vuelve a intervalos de exactamente un segundo de duración.
Bazzard frunció el ceño.
—¿Y qué hay del primer «ahora» y del último «ahora»? ¿Tienen que ser considerados como una misma entidad?
—Bazzard, tus preguntas son demasiado profundas para la ocasión —dijo Archimbaust con un tono un tanto severo—. Las canciones de tus peces musicales tal vez fueran más adecuadas.
—Sus progresos son lentos —dijo Bazzard—. Tengo ya un tenor y un contralto, pero la armonía aún no es perfecta.
—No importa —dijo Cugel—. Esta noche nos pasaremos sin ellos. Iucounu, estés donde estés, en el submundo, en el sobremundo o en ningún mundo, ¡bebemos a tu memoria de tu propio vino! ¡Esta es la broma final, y, por débil que pueda parecer, es a tus expensas, así que disfruta de la compañía! Silfos, ¿qué pasa con esas botellas? ¡Llenad de nuevo los vasos! Bazzard, ¿has probado ya este excelente queso? Vasker, ¿otra anchoa? ¡Que siga la fiesta!
[1]
Traducción torpe y aproximada de la más sucinta
Anfangel Dongobel
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[2]
Laharq
: criatura de costumbres particularmente malignas, nativa de las tundras al norte de Saskervoy.
Keak
: horrible híbrido de demonio y anguila colmilluda de las profundidades
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[3]
Los mermelants, por pura vanidad, se refieren a sus dueños como «caballerizos» y «sirvientes». Amistosos por naturaleza, son muy aficionados a la cerveza, y cuando están ebrios se alzan sobre sus patas traseras muy abiertas para mostrar sus vientres estriados de blanco. En esa circunstancia la más ligera provocación hace que caigan en paroxismos de rabia, y entonces emplean su gran fuerza en destruir todo lo que se les pone por delante.
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[4]
En los banquetes castilliones es colocado un gran tonel en un balcón alto sobre el gran salón. Tubos flexibles descienden de él hasta cada comensal. El invitado se sienta, fija uno de esos tubos a la canilla que ha practicado en su mejilla, y así puede beber sin pausa mientras cena, evitando la molestia de abrir botellas, llenar vasos o jarras, alzarlos, inclinarlos y beber su contenido, con el consiguiente peligro de derramar el liquido o romper el vaso o jarra. Mediante este proceso puede también comer ó beber más eficientemente, y así ganar tiempo para dedicarlo a las canciones.
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John Holbrook Vance, conocido por su pseudónimo Jack Vance, nació en San Francisco el 28 de agosto de 1916. Creció en San Francisco y, posteriormente, en una granja cerca de Oakley, en el delta del río Sacramento. Abandonó temprano sus estudios para trabajar en una conservera y en una draga, pero los retomó para estudiar Ingeniería, Física, Periodismo e Inglés en la Universidad de Berkeley. Durante este periodo trabajó como electricista en los astilleros de Pearl Harbour.
En 1940 comienza a escribir sus primeros libros. Se graduó en 1942 y sirvió durante la guerra en la marina mercante. En 1946 se casa con Norma Ingold y viven con su hijo en una casa construida por Vance. Realizaron numerosos viajes alrededor del mundo, viviendo en sitios como Tahití, Italia o una casa-barco en Cachemira.
Gran amigo de Frank Herbert y Poul Anderson, los tres compartieron una casa-bote en el delta del río Sacramento. Los Vance y los Herbert vivieron juntos en Mexico una temporada.
Trabajó como marino, tasador, ceramista y carpintero antes de poder dedicarse por completo a la escritura en 1970.