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Authors: Camilla Läckberg

Las hijas del frío (10 page)

BOOK: Las hijas del frío
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—¿Qué hacen aquí? —preguntó con voz aún ronca tras varios días de alternar entre el llanto y el silencio.

Miró a Niclas, que se encogió de hombros indicando que tampoco él sabía nada.

—Queríamos esperar a que llegase antes de… —explicó Patrik torpemente al tiempo que buscaba la mejor manera de exponer lo que tenía que decir.

Por suerte, Ernst no dijo nada y dejó que Patrik se encargase de todo.

—Hemos recibido nueva información en relación con la muerte de Sara.

—¿Algo sobre el accidente? ¿Qué? —preguntó Lilian alterada.

—Parece que no fue un accidente.

—¿Cómo que parece? ¿Fue o no fue un accidente? —inquinó Niclas con un tono de manifiesta frustración.

—No, no fue un accidente. Sara murió asesinada.

—¿Asesinada? ¿Cómo? Pero si se ahogó… —Charlotte estaba desconcertada y Erica le agarró la mano

Maja seguía durmiendo en el regazo de su madre, ignorante de lo que sucedía a su alrededor.

—La ahogaron, pero no en el mar. El forense no encontró agua del mar en sus pulmones, tal y como era de esperar, sino agua dulce, seguramente de una bañera.

El silencio que se apoderó de la estancia fue como una explosión. Patrik miró nervioso a Charlotte mientras Erica buscaba inquieta su mirada.

Patrik comprendió que la familia se hallaba en estado de absoluta conmoción y comenzó a hacer preguntas para, poco a poco, devolverlos a la realidad, pues pensaba que era lo mejor en aquellos momentos. O, al menos, así lo esperaba. En cualquier caso, era su trabajo y se veía obligado, tanto por Sara como por su familia, a iniciar el interrogatorio.

—En fin, el caso es que necesitamos revisar los datos de que dispongan en relación con el horario de todo lo que hizo Sara aquella mañana. ¿Quién de ustedes la vio por última vez?

—Yo —respondió Lilian—. Yo fui la última en verla. Charlotte estaba en el sótano descansando y Niclas se había ido a trabajar, así que yo me quedé con los niños un rato. Poco después de las nueve, Sara dijo que se iba a casa de Frida. Ella misma se puso el abrigo y se despidió antes de salir —refirió Lilian en un tono vacío y mecánico.

—¿Podría precisar algo más ese «poco después de las nueve»? ¿Eran las nueve y veinte? ¿Las nueve y cinco? ¿Más o menos cerca de las nueve? Cada minuto puede ser importante —advirtió Patrik.

Lilian hizo memoria

—Creo que eran más o menos las nueve y diez, pero no puedo asegurarlo.

—De acuerdo, comprobaremos con los vecinos si alguno la vio por si podemos precisar la hora —dijo mientras anotaba algo en su bloc. Luego prosiguió—. Y a partir de aquel momento, ninguno de ustedes la vio.

Todos negaron sin decir nada.

Ernst irrumpió bruscamente con una pregunta:

—¿Qué estaban haciendo los demás a esa hora?

Patrik lanzó para sí una maldición por los métodos tan poco diplomáticos del colega.

—Ernst quiere decir que, por pura rutina, hemos de preguntarles lo mismo a usted, Niclas, y también a Charlotte. Pura rutina, ya digo, sólo para poder descártales de la investigación lo antes posible.

A juzgar por la reacción general, su intento de parecer algo más suave que el colega surtió efecto. Tanto Niclas como Charlotte respondieron sin la menor alteración de ánimo, tras aceptar la explicación de Patrik a una pregunta tan incómoda.

—Yo estaba en el centro médico —aclaró Niclas—. Empecé a trabajar a las ocho.

—¿Y Charlotte? —preguntó Patrik.

—Como ha dicho mi madre, estaba abajo, en el sótano, descansando. Tenía migraña —respondió Charlotte con asombro, como si le sorprendiese que, un par de días antes, la migraña le hubiera parecido un gran problema en su vida.

—Stig también estaba en casa. Estaba durmiendo arriba. Lleva un par de semanas guardando cama —puntualizó Lilian, que parecía seguir ofendida por el hecho de que Patrik y Ernst se hubiesen atrevido a preguntar qué estaban haciendo los miembros de su familia cuando desapareció la pequeña.

—Ah, sí, Stig. También tendremos que hablar con él más adelante, aunque por ahora puede esperar —dijo Patrik, que se vio obligado a admitir que había olvidado por completo al marido de Lilian.

Se hizo un largo silencio interrumpido por el llanto de un niño, procedente de una de las habitaciones. Lilian se levantó para ir a buscar a Albin que, como Maja, llevaba todo el rato durmiendo. El pequeño estaba aún medio adormilado y llegó a la cocina con su habitual expresión de gravedad, en brazos de Lilian. La abuela volvió a sentarse y dejó que el niño jugase con la cadena de oro que llevaba puesta.

Ernst hizo amago de volver a preguntar, pero una mirada amenazadora de Patrik lo frenó y Patrik continuó con la misma discreción.

—¿Hay alguien, cualquiera que sea, que se les ocurra que pudiera querer dañar a Sara?

Charlotte lo miró atónita y preguntó a su vez, con la voz siempre ronca:

—¿Quién habría querido hacerle daño a Sara? ¡Sólo tenía siete años! —en este punto se le quebró la voz, pero logró dominarse con un visible esfuerzo.

—O sea, que no se les ocurre ningún móvil, nadie que deseara perjudicarles, nada por el estilo…

La última pregunta movió a Lilian a pronunciarse de nuevo. Las manchas rojas de ira que salpicaban su rostro cuando los policías llegaron volvieron a aflorar.

—¡Alguien que quiera perjudicarnos! Desde luego que sí. Sólo hay una persona que encaje en esa descripción: nuestro vecino Kaj. Odia a nuestra familia y lleva años haciendo todo lo posible por convertir nuestra existencia en un infierno.

—Mamá, no seas tan simple —la reconvino Charlotte—. Kaj y tú lleváis muchos años de desavenencias, pero ¿por qué iba él a querer hacerle daño a Sara?

—Ese hombre es capaz de cualquier cosa. Es un psicópata, que lo sepas. Y si no, fíjate en su hijo Morgan. No está bien de la cabeza y la gente como él puede hacer cosas inimaginables. Mira la que están organizando todos esos locos que han soltado de los manicomios. Si aquí hubiese alguien con sentido común, él también debería estar encerrado.

Niclas posó una mano en su brazo para calmarla, aunque sin el menor éxito. Albin gimoteaba inquieto al oír el tono de sus voces.

—Kaj me odia sólo porque, por fin, ha dado con alguien capaz de contradecirlo. ¡Se cree muy importante porque ha sido director ejecutivo y porque tiene dinero, y por eso cree que él y su mujer pueden mudarse aquí a que los tratemos como una especie de personajes de la realeza! ¡Y, además, no tiene la menor consideración, así que a mí no me extraña nada de lo que pueda ocurrírsele a ese hombre!

—Déjalo ya, mamá —intervino Charlotte con la voz firme y recriminando a su madre con la mirada—. ¡No es el momento de dar un espectáculo!

La irrupción de su hija la hizo callar, aunque con los labios apretados de indignación. Sin embargo, no osó contradecir a Charlotte.

—En fin —terció Patrik vacilante y algo impresionado por el estallido de Lilian—. Aparte de su vecino, ¿no conocen a nadie que tenga nada contra su familia?

Todos dijeron que no y Patrik cerró el bloc.

—Bien, en ese caso, no tenemos más preguntas por el momento. De nuevo, siento mucho lo ocurrido y lamento su pérdida.

Niclas asintió y se levantó para acompañar a los policías a la puerta. Patrik se volvió hacia Erica.

—¿Te quedas o quieres que te llevemos?

Sin apartar la mirada de Charlotte, le respondió:

—Me quedaré aquí un rato más.

Ya fuera de la casa, Patrik lanzó un hondo suspiro.

Oía las voces, cuyo volumen subía y bajaba en la primera planta. Se preguntaba quién o quiénes serían. Como de costumbre, nadie se molestó en informarle de lo que sucedía. Aunque quizá fuese mejor. A decir verdad, no estaba seguro de tener fuerzas para enfrentarse a todos los detalles de lo ocurrido. En cierto modo, era más agradable estar allí acostado, como en una concha, y dejar que el cerebro procesara tranquilamente todos los sentimientos que había desatado en él la muerte de Sara. Su enfermedad, curiosamente, hacía que le resultara más fácil enfrentarse a ese dolor. El padecimiento físico reclamaba su atención en todo momento, relegando parte del sufrimiento del alma.

Stig se dio la vuelta en la cama con mucho esfuerzo y clavó la mirada perdida en la pared. Amaba a aquella niña como si hubiese sido su propia nieta. Claro que su carácter podía resultar difícil, pero nunca cuando iba a verlo a él. Era como si, de forma instintiva, la pequeña intuyese la enfermedad que lo aniquilaba poco a poco y le mostrase respeto por ello. Seguramente, ella era la única que sabía lo grave que era. Ante los demás, siempre se esforzaba por no mostrar hasta qué punto sufría. Tanto su padre como su abuelo paterno habían arrastrado una muerte deplorable y humillante en una habitación abarrotada de hospital, un destino que él pensaba hacer lo imposible por evitar. De ahí que, ante Lilian y Niclas, se las arreglase siempre para reunir las últimas reservas de energía y exhibir una fachada más o menos temperada. Y se diría que la enfermedad colaboraba para ayudarle a mantenerse lejos del hospital. De vez en cuando se recuperaba, tal vez algo más cansado y débil de lo normal, pero del todo capaz de funcionar en el día a día. Luego recaía otra vez y tenía que guardar cama un par de semanas. Niclas se mostraba cada vez más preocupado, pero por suerte Lilian había logrado convencerlo de que estaba mejor en casa.

Su mujer era, en verdad, un regalo divino. Claro que habían tenido sus enfrentamientos durante los seis años largos que llevaban casados y que podía ser una mujer muy dura, pero era como si lo más dulce y lo mejor de su persona saliese a relucir cuando lo atendía y lo cuidaba a él. Desde que enfermó, vivieron una relación de perfecta simbiosis. A ella le encantaba cuidarlo y a él que ella lo cuidase. Ahora le costaba creer que hubiesen estado a punto de tomar caminos separados. Aunque no había mal que por bien no viniese, solía decirse a sí mismo. Pero eso fue antes de que les sobreviniese el peor de todos los males posibles. En la desgracia presente, no podía hallar ningún beneficio.

La pequeña había comprendido cuál era su estado. Aún podía sentir el calor de su dulce mano en la mejilla. Solía sentarse al borde de la cama y charlar sobre lo que le había sucedido durante el día, y él iba asintiendo atento a su discurso. No la trataba como a una niña, sino como a un igual. Y ella lo agradecía.

No alcanzaba a comprender que ya no estuviese. Cerró los ojos y dejó que el dolor lo transportase sobre una nueva y poderosa ola.

Capítulo 6

Strömstad, 1923

Resultó un otoño extraño. Jamás se había sentido tan exhausto, pero tampoco tan lleno de energía. Era como si ella le infundiese ánimos, y Anders se preguntaba en ocasiones cómo había logrado que su cuerpo funcionase antes de que ella apareciese en su vida.

A partir de aquella primera noche en la que Agnes se armó de valor para presentarse ante su ventana, su existencia cambió por completo. El sol empezaba a brillar cuando ella llegaba y se apagaba cuando se separaban. El primer mes sólo intentaron tímidos acercamientos. Ella era tan recatada, tan retraída, que aún lo llenaba de asombro que se hubiese atrevido a dar el primer paso. Aquella audacia era tan ajena a su personalidad que le enternecía pensar que Agnes se hubiese apartado hasta tal punto de sus principios sólo por él.

Al principio tuvo sus dudas, lo admitía. Avistaba los problemas en el horizonte y sólo pudo ver lo imposible de toda aquella historia, pero era tan fuerte su sentimiento que, sin saber cómo, había logrado convencerse a sí mismo de que al final todo se arreglaría. Y ella se mostraba tan llena de confianza… Cuando apoyaba la cabeza en su hombro y posaba su frágil mano en la de él, se sentía capaz de mover montañas por ella.

No tenían muchas oportunidades de verse. Él no llegaba a casa de la cantera hasta muy tarde y debía levantarse muy temprano por la mañana para volver al trabajo, pero ella siempre encontraba una solución, y él la adoraba por ello. Daban largos y numerosos paseos por las afueras del pueblo, al abrigo de la oscuridad y, pese al crudo frío otoñal, siempre encontraban algún lugar seco en el que sentarse a besarse. Cuando por fin sus manos se atrevieron a buscar bajo la ropa, ya estaba mediado noviembre y él sabía que habían llegado a una encrucijada.

Sacó a relucir el tema del futuro con cautela. No quería que ella cayese en desgracia, la amaba demasiado; pero al mismo tiempo era como si todo su cuerpo le gritase que eligiese el camino que condujera a la unión de ambos. Pero ella interrumpía con un beso sus intentos de hablar de aquella angustia.

—No hablemos de eso —le dijo besándolo otra vez—. Mañana por la noche, cuando vaya a verte, no salgas, déjame entrar.

—Pero, ¿y si la viuda…? —le advirtió él antes de que ella volviese a interrumpirlo con otro beso.

—Shhh. Vamos a guardar silencio—recomendó—, como dos ratones. —Le acarició la mejilla, antes de proseguir—. Dos ratoncitos callados que se aman.

—Pero imagínate que… —insistía él inquieto y exaltado a un tiempo.

—No imagines tanto —le replicó ella sonriente—. Vivamos el momento. Quién sabe, mañana podríamos estar muertos.

—¡Uf, no digas eso! —contestó Anders abrazándola con todas sus fuerzas

Y Agnes tenía razón. Él pensaba demasiado.

—Bueno, mejor será acabar con esto de una vez —aseguró Patrik con un suspiro.

—No comprendo de qué iba a servir —masculló Ernst—. Lilian y Kaj llevan enfrentados desde siempre, pero me cuesta creer que ese hombre matase a una niña por ese motivo.

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