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Authors: Bernard Werber

Tags: #Fantasía, #Ciencia

Las hormigas (20 page)

BOOK: Las hormigas
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Comprender. Comprender ¿qué? Que hay asesinos super-organizados en el seno mismo de la Ciudad, y que éstos pretenden salvarla eliminando a unos machos que han visto «cosas cruciales para la supervivencia del Nido».

La coja consiente en explicarse. Y de lo que dice se desprende que las guerreras con aroma de rocas son «soldados anti mala fatiga». Hay buenas fatigas que hacen que el Nido progrese y luche. Y hay malas fatigas que hacen que el Nido se autodestruya. No toda información debe conocerse. Hay algún tipo de información que provoca angustias «metafísicas», que aún no tienen solución. Y entonces el Nido se intranquiliza, pero se encuentra inhibido, incapaz de reaccionar…

Eso es muy malo para todos, el nido empieza a producir toxinas que lo envenenan. La supervivencia del Nido «a largo plazo» es más importante que el conocimiento de la realidad «a corto plazo». Si unos ojos han visto algo y el cerebro sabe que eso es peligroso para todo el resto del organismo, más vale que el cerebro acabe con esos ojos…

La hormiga corpulenta se une a la coja para resumir de esta manera consideraciones tan sabias:

Hemos cerrado el ojo,

Hemos cortado el estímulo nervioso,

Hemos contenido la angustia.

Las antenas insisten, precisando que todos los organismos están provistos de ese mecanismo de seguridad paralela. Los que no lo tienen mueren de miedo o se suicidan para no hacer frente a la angustiosa realidad.

56 queda bastante sorprendida aunque no se descompone. ¡Gran feromona en verdad! Si quieren ocultar la existencia del arma secreta, ya es demasiado tarde para ello. Todo el mundo sabe que La-chola-kan fue víctima suya, aunque el misterio se mantenga por entero desde un punto de vista tecnológico…

Las dos soldados, siempre tan flemáticas, no relajan la presa. En cuanto a La-chola-kan, todo el mundo se ha olvidado ya de eso; la victoria ha acabado con la curiosidad. Y, por otra parte, basta con olfatear por los corredores, no queda el más mínimo olor de toxinas. Todos están tranquilos en estas vísperas de la celebración del Renacimiento.

Pues entonces, ¿qué quieren de ella? ¿Por qué siguen teniéndola atrapada por la cabeza?

Durante la persecución por los niveles inferiores, la coja ha descubierto una tercera hormiga. Una soldado. ¿Cuál es su número de identificación?

¡Así que por eso no la han matado inmediatamente! Como respuesta, la hembra hinca profundamente los extremos de sus antenas en los ojos de la más corpulenta, y el hecho de que ésta sea ciega de nacimiento no le evita sentir un gran dolor. Y la coja, por su parte, atónita, relaja un tanto su presa. La hembra corre y vuela para ir más de prisa. Sus alas levantan una nube de polvo que ciega a sus perseguidoras. Se apresura para llegar a la cúpula.

Acaba de ver la muerte de cerca. Y ahora va a iniciar otra vida.

Extracto del discurso contra los juguetes-hormiguero pronunciado por Edmond Wells ante la Comisión investigadora de la Asamblea Nacional:

«Vi ayer en las tiendas esos nuevos juguetes que se les ofrecen a los niños en la Navidad. Son unas cajas de plástico transparente y llenas de tierra con seiscientas hormigas en su interior y una reina fecunda garantizada.

»Se las ve trabajar, excavar, correr.

»Para un niño es algo fascinante. Es como si le regalasen una ciudad. Aparte de que sus habitantes son minúsculos. Son como centenares de muñequitos móviles y dotados de autonomía.

»Para no ocultar nada, he de decir que yo mismo tengo de mi propiedad dos hormigueros. Y eso sencillamente porque, en el marco de mi trabajo como biólogo, me he dedicado a estudiarlos. Los he instalado en acuarios cubiertos con cartón agujereado.

»Sin embargo, cada vez que me encuentro ante mis hormigueros, experimento una extraña sensación. Como si fuese omnipotente ante su mundo. Como si fuese su Dios…

»Si quiero privarlas de alimento, todas mis hormigas morirán; si se me ocurre crear lluvia, me basta verter con la regadera el contenido de un vaso de agua sobre la ciudad; si decido que suba la temperatura ambiente, sólo tengo que instalarlo sobre el radiador; si quiero raptar a una de ellas para examinarla al microscopio, sólo tengo que tomar las pinzas e introducirlas en el acuario; y si me da el capricho de matarlas, no encontraré resistencia ninguna por su parte. Ni siquiera comprenderán lo que les pasa.

«Señores, éste es un poder exorbitante que nos ha sido dado sobre estos seres, sólo porque son de morfología reducida.

»Yo no abuso de eso. Aunque imagino a un niño… y él también puede hacer cualquier cosa con ellas.

»A veces se me ocurre una idea tonta. Al ver esas ciudades de arena, me pregunto: ¿y si fuese nuestra propia ciudad? ¿Y si nosotros también estuviésemos instalados en un acuario-prisión, vigilados por otra especie de gigantes?

»¿Y si Adán y Eva hubiesen sido dos cobayas experimentales depositados en un decorado artificial, para que se les pudiese ver?

»¿Y si el destierro del paraíso del que habla la Biblia no hubiese sido más que un cambio de acuario-prisión?

»¿Y si el diluvio, después de todo, no hubiese sido más que un vaso de agua vertido por un Dios negligente o curioso?

»Me dirán ustedes que eso es imposible. Vaya usted a saber… La única diferencia pudiera ser que mis hormigas están encerradas entre paredes de cristal, y nosotros por una fuerza física: la atracción de la Tierra.

»En todo caso, mis hormigas consiguen perforar el cartón, y muchas de ellas ya se han escapado. Y asimismo nosotros hemos conseguido lanzar cohetes que escapan a la atracción gravitacional.

«Volvamos a las ciudades del acuario. Acabo de decirles que soy un dios magnánimo, misericordioso, e incluso un tanto supersticioso. Nunca hago sufrir a mis súbditos. No les hago lo que a mí no me gustaría que me hiciesen.

«Pero los millares de hormigas vendidas en Navidad transformarán a los niños en otros tantos diosecitos. ¿Serán tan magnánimos y misericordiosos ellos como yo?

»Lo más seguro es que la mayoría comprenda que son responsables de una ciudad y que eso les da unos derechos, pero también unos deberes divinos: alimentarlas, mantenerlas a una temperatura adecuada, y no matarlas por capricho.

»Sin embargo, los niños, y pienso especialmente en los que son muy pequeños y aún no son responsables, experimentan contrariedades: fracasos escolares, regañinas de sus padres, peleas con los compañeros. En un acceso de cólera pueden muy bien olvidar sus deberes de "jóvenes dioses" y no me atrevo a imaginar entonces la suerte que correrán sus administradas.

»No les pido que voten esta ley que prohíbe los hormigueros-juguete en nombre de la piedad hacia las hormigas o de sus derechos como animales. Los animales no tienen ningún derecho: los hacemos nacer para sacrificarlos en aras de nuestro consumo. Les pido que la voten teniendo en cuenta que quizá nosotros mismos somos estudiados y vivimos prisioneros de una estructura gigante. ¿Quisieran ustedes que la Tierra se le regalase un día como regalo de Navidad a un joven dios irresponsable?».

El sol está en el cénit.

Los retrasados, machos y hembras, se apresuran por las arterias que afloran a la piel de la Ciudad. Unas obreras les empujan, les lamen, les dan ánimos.

La hembra 56 se sumerge a tiempo en esa multitud festiva en la que se confunden todos los olores pasaporte. Aquí nadie llegará a identificar sus efluvios. Dejándose llevar por la oleada de sus hermanas, sube cada vez más arriba, recorriendo sectores desconocidos hasta ese momento.

De repente, tras el ángulo de un corredor, encuentra algo que aún no había visto nunca. La luz del día. Al principio no es más que un halo en las paredes, pero pronto se convierte en una claridad cegadora. Ahí está por fin esa fuerza misteriosa que le habían descrito las nodrizas. La cálida, suave, hermosa luz. La promesa de un nuevo mundo fabuloso. A fuerza de absorber fotones en sus globos oculares, se siente ebria. Como si hubiese abusado del melado fermentado del nivel treinta y dos.

La princesa 56 sigue avanzando. El suelo está salpicado de manchas de un blanco intenso. Chapotea en los cálidos fotones. Para alguien que ha pasado su infancia bajo tierra el contraste resulta violento.

Otro giro. Una pincelada de pura luz la golpea, crece hasta ser un círculo deslumbrante y luego un velo de plata. El bombardeo de luz la obliga a retroceder. Siente que los granos luminosos le entran en los ojos, le queman los nervios ópticos, le arañan los tres cerebros. Tres cerebros… antigua herencia de los ancestros gusanos que tenían un ganglio nervioso en cada anillo y un sistema nervioso para cada parte del cuerpo.

Sigue adelante contra el viento de fotones. A lo lejos ve las siluetas de sus hermanas que se dejan abrazar por el astro solar. Son como fantasmas.

Sigue avanzando. Su quitina se vuelve tibia. Esa luz que han tratado mil veces de describirle está más allá de cualquier lenguaje, hay que vivirla. Dedica un pensamiento a todas las obreras de la subcasta de las «porteras» que permanecen toda su vida encerradas en la Ciudad y nunca sabrán lo que es el exterior y su sol.

Entra en el muro luminoso y se siente proyectada al otro lado, fuera de la Ciudad. Sus ojos facetados se van habituando poco a poco, aunque la hembra experimenta los pinchazos del aire salvaje. Un aire frío, movedizo y perfumado, todo lo contrario de la atmósfera controlada del mundo en el que ha estado viviendo.

Sus antenas se agitan. Le cuesta orientarlas a su voluntad. Una corriente de aire más rápida se las pega a la cara. Sus alas restallan.

Allá arriba, en lo más alto de la cúpula, la reciben unas obreras. La toman por las patas, la levantan, la empujan adelante entre un tumulto de sexuados, centenares de machos y hembras que hormiguean y se amontonan sobre una estrecha superficie. La princesa 56 comprende que está en la pista de despegue del vuelo nupcial, pero que hay que esperar a que la meteorología sea mejor.

Entonces, mientras el viento sigue haciendo de las suyas, un grupo de unos diez gorriones descubre a los sexuados. Excitados por lo que se les ofrece, revolotean cada vez más cerca. Cuando se acercan demasiado, las artilleras situadas en círculo alrededor de la cúpula les envían chorros de ácido.

Y he aquí que uno de los gorriones prueba su suerte, y se lanza sobre el grupo, atrapa a tres hembras y remonta de nuevo el vuelo. Antes de que al audaz haya tomado altura, es abatido por las artilleras; se revuelca sobre la hierba penosamente, con la boca todavía llena, con la esperanza de limpiar el veneno de sus alas.

¡Que les sirva de ejemplo a todos! Y de hecho los gorriones retroceden un poco… Pero nadie se confía. No tardarán en volver y probar otra vez la defensa antiaérea.

Depredador.
¿Qué hubiese sido de nuestra civilización humana si no se hubiese desembarazado de sus depredadores mayores, como los lobos, los leones y los licaones?

Sería una civilización inquieta, en perpetuo replanteamiento.

Los romanos, para experimentar un estremecimiento en medio de sus libaciones, hacían que se les presentase un cadáver. Todos recordaban así que no hay nada conseguido y que la muerte puede llegar en cualquier momento.

Pero en nuestros días el hombre ha aplastado, eliminado, introducido en los museos todas las especies capaces de comérselo. Hasta tal punto que ya no quedan más que los microbios, y quizá las hormigas, que puedan inquietarle.

La civilización mirmeciana, por el contrario, se ha desarrollado sin conseguir eliminar a sus depredadores más importantes. Resultado: este insecto vive en constante replanteamiento. Sabe que no ha hecho más que la mitad del camino, ya que incluso el animal más estúpido puede destruir con un solo golpe milenios de experiencia.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

El viento se ha calmado, las corrientes de aire disminuyen, la temperatura sube. A los 22° de tiempo, la Ciudad decide lanzar a sus hijos.

Las hembras hacen que sus cuatro alas zumben. Están dispuestas, más que dispuestas. Todos esos olores de machos maduros han llevado al colmo su apetito sexual.

Las primeras vírgenes despegan con gracia. Se elevan un centenar de cabezas… y los gorriones acaban con ellas. Ni una sola se libra.

Hay consternación abajo, aunque no van a renunciar por eso. Cuatro hembras de cien consiguen franquear la barrera de picos y plumas. Los machos salen en persecución de las hembras en grupo cerrado. A ellos les dejan pasar, son muy poca cosa para interesar a los gorriones.

Una tercera oleada de hembras se lanza al asalto de las nubes. Más de cincuenta pájaros se encuentran ya en su camino. Hay una carnicería. No queda ninguna superviviente. Los volátiles, por su parte, son cada vez más numerosos, como si se hubiesen pasado aviso unos a otros. Ahora hay aquí arriba gorriones, mirlos, petirrojos, pinzones, palomas… Hay un intenso piar. Para ellos también hay celebración.

Una cuarta oleada despega. Y de nuevo ni una sola hembra logra pasar. Los pájaros disputan entre sí por el mejor bocado.

Las artilleras se ponen nerviosas. Disparan verticalmente con toda la potencia de sus glándulas de ácido fórmico. Pero los depredadores vuelan demasiado alto. Las gotas mortales vuelven a caer en forma de lluvia sobre la ciudad, causando muchos destrozos y heridas.

Las hembras renuncian, horrorizadas. Consideran que es imposible pasar y prefieren bajar para copular a cubierto, en compañía de otras princesas accidentadas.

La quinta oleada se eleva, dispuesta al sacrificio supremo. ¡Hay que franquear a toda costa esa muralla de picos! Diecisiete hembras pasan, seguidas de cerca por cuarenta y tres machos.

Sexta oleada: ¡doce hembras pasan!

Séptima: ¡treinta y cuatro!

La 56 agita sus alas. Aún no se atreve a lanzarse. La cabeza de una hermana acaba de caer a sus pies, seguida suavemente por un poco de plumón de siniestro augurio. ¿No quería saber lo que era el gran Exterior? ¡Ah, ahora se ha quedado inmóvil!

¿Se lanzará con la octava oleada? No… Y hace bien, porque ésta queda totalmente aniquilada.

La princesa tiene miedo. Vuelve a hacer zumbar sus cuatro alas y se eleva un poco. Bueno, por lo menos eso funciona, no hay ningún problema, sólo que la cabeza… La invade el miedo. Hay que mantenerse lúcida. Hay muy pocas posibilidades de que lo consiga.

BOOK: Las hormigas
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