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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

Las mujeres de César (129 page)

BOOK: Las mujeres de César
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—Eso es.

—¿Quién es?

Décimo Bruto se puso a picar de un plato de comida.

—El custodio de un colegio de encrucijada en Subura. Y un gran amigo de César, según dice Lucio Decumio, que jura que le cambiaba los pañales a César e hizo toda clase de diabluras con él cuando César era niño.

—¿Y qué? —preguntó Décimo Bruto en tono escéptico.

—Que conocí a Lucio Decumio y me cayó bien. Y yo también le caí bien a él —dijo Clodio, y bajando la voz hasta hablar en un conspiratorio susurro añadió—: Por fin he hallado el camino para introducirme en las filas de los humildes… o por lo menos en el segmento de los humildes que pueden sernos útiles.

Los otros dos se olvidaron de la comida y se inclinaron hacia adelante.

—Lo único que ha demostrado Bíbulo este año es hasta qué punto la constitucionalidad puede ser una mofa —continuó Clodio—. En nombre de la ley ha puesto al triunvirato fuera de ella. Toda Roma se da cuenta de que lo que ha hecho en realidad ha sido utilizar un truco religioso, pero ha funcionado. Las leyes de César están en peligro. ¡Pues bien, pronto yo haré que esa clase de trucos sea ilegal! Y una vez que lo haga, no habrá ningún impedimento para que yo promulgue mis leyes legalmente.

—Eso si convences a la plebe para que las apruebe primero —dijo con desprecio Décimo Bruto—. ¡Puedo nombrarte a una docena de tribunos de la plebe frustrados por ese factor! Por no hablar del veto. Hay por lo menos otros cuatro hombres en tu colegio a los que les encantará vetarte.

—¡Ahí es donde Lucio Decumio va a sernos de extraordinaria utilidad! —exclamó Clodio con evidente excitación—. ¡Vamos a conseguir entre los humildes tal número de seguidores que intimidarán a nuestros oponentes en el Senado y en el Foro hasta el punto de que nadie tendrá el valor suficiente para interponer el veto. Ninguna ley que a mí me interese promulgar dejará de aprobarse!

—Saturnino intentó eso y fracasó —dijo Décimo Bruto.

—Saturnino consideró a los humildes como una multitud, nunca supo cómo se llamaba ninguno de ellos ni bebió en su compañía —explicó Clodio con paciencia—. Dejó de hacer precisamente lo que un demagogo de éxito debe hacer: ser selectivo. Yo no quiero ni necesito enormes multitudes de humildes. Lo único que quiero son algunos grupos de auténticos granujas. Cuando le eché una mirada a Lucio Decumio me di cuenta de que había encontrado a un verdadero granuja. Nos fuimos a una taberna de la vía Nova y estuvimos charlando. Principalmente acerca de su resentimiento por haber sido descalificado corno colegio religioso. Afirmó que había sido un asesino en su juventud, y yo le creí. Pero lo que a mí me resulta más inoportuno es que dejó escapar que bastantes colegios de encrucijada, incluido el suyo, han estado dirigiendo una especie de montaje de protección durante… ¡oh, durante siglos!

—¿Un montaje de protección? —preguntó Fulvia sin acabar de comprender.

—Venden protección contra robos y atracos a comerciantes y fabricantes.

—¿Protección contra quién?

—¡Contra ellos mismos, desde luego! —dijo Clodio riéndose—. Si no pagan, les dan una paliza. Si no pagan, les roban la mercancía. Si no pagan, les destruyen la maquinaria. Es perfecto.

—Estoy fascinado —dijo con voz pausada Décimo Bruto.

—Es muy simple, Décimo. Nosotros usaremos las hermandades de encrucijada como nuestras tropas. No hay necesidad de llenar el Foro con inmensas multitudes. Lo único que necesitamos es tener bastantes allí presentes en todo momento. Doscientos o trescientos a lo sumo, creo yo. Por eso tenemos que averiguar cómo están reunidos, dónde y cuándo se agrupan. Luego tenemos que organizarlos como un pequeño ejército: con listas y todo.

—¿Cómo les pagaremos? —preguntó Décimo Bruto. Era un joven astuto y capaz en extremo, a pesar de su aspecto de idiota vicioso; la idea de trabajar para hacerles la vida difícil a los
boni
y a todos los demás que tuvieran aburridas inclinaciones conservadoras le resultaba inmensamente atrayente.

—Les pagaremos comprándoles el vino con nuestro propio dinero. Una cosa que he aprendido es que un hombre sin educación hará cualquier cosa por ti si le pagas las copas.

—No basta —dijo con énfasis Décimo Bruto.

—Me doy buena cuenta de ello —dijo Clodio—. También les pagaré legislando dos cosas. Una: legalizar de nuevo todos los colegios, cofradías, clubs y fraternidades. Dos: imponer un subsidio para que obtengan el grano gratis. —Besó a Fulvia y se levantó—. Ahora vamos a aventurarnos por Subura, Décimo, donde veremos al viejo Lucio Decumio y empezaremos a establecer nuestros planes para cuando yo asuma el cargo el décimo día de diciembre.

César promulgó la ley para impedir las extorsiones de los gobernadores en las provincias durante el mes de
sextilis
, lo suficientemente después de los acontecimientos acaecidos el mes anterior como para que los ánimos se hubieran calmado. Incluido el suyo.

—No actúo por espíritu de altruismo ni le pongo objeciones a que un gobernador capaz se enriquezca de una manera aceptable —le dijo a la Cámara, que estaba medio llena—. Lo que hace esta
lex Iulia
es impedir que un gobernador le haga trampas al Tesoro y proteger al pueblo de esa provincia de la rapacidad. Durante más de cien años el gobierno de las provincias en las provincias ha sido una deshonra. Se vende el derecho a la ciudadanía. Se venden exenciones de pagar impuestos, aranceles y tributos. El gobernador se lleva consigo a medio millar de parásitos para desangrar aún más los recursos de las provincias. Se libran guerras por el único motivo de asegurar un desfile triunfal al regreso del gobernador a Roma. Si se niegan a entregar a una hija o un campo de grano, a aquellos que no son ciudadanos romanos se les somete al azote de espinos, y a veces se les decapita. No se realiza el pago de las provisiones y del material militar. Se fijan los precios de manera que beneficien al gobernador, a sus banqueros o a sus secuaces. Se alienta la práctica de la usura. ¿Tengo que seguir? —César se encogió de hombros—. Marco Catón dice que mis leyes no son legales debido a las actividades de mi colega consular, que se dedica a contemplar el cielo. No he dejado que Marco Bíbulo se interpusiera en mi camino y tampoco dejaré que lo haga en este proyecto de ley. Sin embargo, si este cuerpo se niega a darle un
consultum
de aprobación, no lo llevaré ante el pueblo. Como podéis ver por el número de cubos que tengo a mis pies, es un cuerpo de ley enorme. Sólo el Senado tiene la fortaleza necesaria para leerlo con detenimiento, sólo el Senado aprecia la difícil situación que atraviesa Roma en lo concerniente a sus gobernadores. Esta es una ley senatorial, debe recibir la aprobación del Senado. —Sonrió mirando en dirección a Catón—. Podríais decir que le estoy entregando un regalo al Senado… Si lo rechazáis, el Senado morirá.

Quizás fuera que
quintilis
había actuado como catarsis, o quizás que el grado de rencor y rabia había sido tal que la pura intensidad de la emoción no podía mantenerse ni un momento más; fuera por el motivo que fuese, la ley de César contra la extorsión encontró aprobación universal en el Senado.

—Es magnífica —dijo Cicerón.

—No tengo ninguna queja ni con la más pequeña subcláusula —opinó Catón.

—Hay que felicitarle —reconoció Hortensio.

—Es tan exhaustiva que durará para siempre —fue la opinión de Vatia Isáurico.

Así que la
lex lulia
repetundarum
fue a la Asamblea Popular acompañada de un
senatus consultum
de consentimiento, y se promulgó como ley a mitad de setiembre.

—Estoy complacido —le dijo César a Craso en medio del torbellino del Macellum Cuppedenis, lleno a rebosar de visitantes procedentes del campo que estaban en la ciudad para los
ludi Romani
.

—No es para menos, Cayo. Cuando los
boni
no pueden encontrar nada malo, debería uno exigir que se le concediera un nuevo tipo de triunfo sólo por haber hecho una ley perfccta.

—Los
boni
tampoco pudieron encontrar nada malo en mi ley de tierras, pero eso no impidió que se me opusieran a ella —le recordó César.

—Las leyes de tierras son diferentes. Hay demasiadas rentas y contratos de alquiler en juego. La extorsión por parte de los gobernadores en sus provincias encoge los ingresos del Tesoro. Me parece, sin embargo, que no debías haber limitado tu ley contra la extorsión solamente a la clase senatorial. Los caballeros también se dedican a la extorsión en las provincias.

—Pero sólo con el consentimiento de los gobernadores. Sin embargo, cuando yo sea cónsul por segunda vez promulgaré una ley dirigida a los caballeros. Es un proceso demasiado largo el de redactar leyes contra la extorsión como para poder hacer más de una por consulado.

—¿Es que piensas ser cónsul por segunda vez?

—Desde luego: ¿Tú no?

—Pues en realidad no me importaría —dijo Craso con aire pensativo—. Todavía me encantaría ir a la guerra contra los partos y ganarme por fin mi triunfo. Pero no podré hacerlo a menos que sea cónsul otra vez.

—Lo serás.

Craso cambió de tema.

—¿Te has decidido ya acerca de la lista completa de legados y tribunos para la Galia? —le preguntó a César.

—Más o menos, aunque no del todo.

—Entonces, ¿querrías llevarte a mi Publio contigo? Me gustaría que aprendiera contigo el arte de la guerra.

—Me encantará contar con él.

—Tu elección de legado con condición de magistrado más bien me tiene atónito… ¿Tito Labieno? Nunca ha hecho nada.

—Excepto ser mi tribuno de la plebe, es lo que me estás dando a entender —dijo César con ojos chispeantes—. ¡No te creas que poseo esa clase de estupidez, mi querido Marco! Conocí a Labieno en Cilicia cuando Vatia Isáurico era gobernador. Le gustan los caballos, cosa que es bastante rara en un romano. Necesito un comandante de caballería realmente capacitado, porque las tribus que van a caballo son muy numerosas allí donde voy. Labieno será un comandante de caballería muy bueno.

—¿Todavía tienes intención de marchar Danubio abajo hacia el Euxino?

—Cuando yo termine, Marco, las provincias de Roma llegarán hasta Egipto. Si tú ganas contra los partos cuando seas cónsul por segunda vez, Roma poseerá el mundo entero desde el océano Atlántico hasta el río Indo. —Dejó escapar un suspiro—. Supongo que eso significa que también tendré que someter a la Galia Transalpina en un momento u otro.

Craso pareció golpeado por un rayo.

—¡Cayo, estás hablando de algo que necesitará de diez años para llevarse a cabo, no cinco!

—Ya lo sé.

—¡El Senado y el pueblo te crucificarán! ¿Librar una guerra de agresión durante diez años? ¡No lo ha hecho nunca nadie!

Mientras estaban parados hablando, la multitud pasaba en remolinos a su alrededor, en una masa siempre cambiante y muchos saludaban alegremente a César, quien respondía con una sonrisa y a veces hacía alguna pregunta para interesarse por algún miembro de la familia, por un empleo o por un matrimonio. Aquello nunca había dejado de fascinar a Craso. ¿A cuántas personas de Roma conocía César? No siempre eran romanos. Esclavos con gorros de libertos, judíos que llevaban el solideo, frigios con turbante, galos de cabello largo, sirios con la cabeza rapada. Si toda aquella gente tuviera voto, César nunca dejaría el cargo. Pero César siempre trabajaba dentro de las formas tradicionales. ¿Sabrán los
boni
qué parte de Roma tiene César en la palma de la mano?. No, no tienen ni la menor idea. Si lo supieran, Bíbulo no se habría dedicado a contemplar el cielo. Aquella daga que Bíbulo le había enviado a Vetio habría sido utilizada. César estaría muerto. ¿Pompeyo Magnus? ¡Nunca!

—¡Estoy harto de Roma! —gritó César—. Durante casi diez años he estado encarcelado aquí… ¡estoy impaciente por marcharme! ¿Diez años en el campo de batalla? ¡Oh, Marco, ésa es una perspectiva deliciosa! Hacer algo que es mucho más natural para mí que ninguna otra cosa, recogiendo una cosecha para Roma, ensalzando mi
dignitas
, y no tener que aguantar los gimoteos y las críticas de los
boni
. En el campo de batalla soy yo el que tiene la autoridad, nadie puede contradecirme. ¡Es maravilloso!

Craso se echó a reír entre dientes.

—Menudo autócrata estás hecho.

—Igual que tú.

—Sí, pero la diferencia es que yo no quiero gobernar el mundo entero, sólo la parte económica. Las cifras son tan concretas y exactas que los hombres se asustan sólo de verlas a menos que tengan un auténtico talento para ello. Mientras que la política y la guerra son muy difuminadas. Todo hombre piensa que si tiene suerte puede ser el mejor en cualquiera de ellas. Yo no me meto con la
mos maiorum
y dos tercios del Senado tienen mi misma clase de autocracia, así de simple.

Pompeyo y Julia regresaron a Roma con carácter más o menos permanente a tiempo de ayudar a Aulo Gabinio y a Lucio Calpurnio Pisón a hacer campaña para las elecciones curules el decimoctavo día de octubre. Como César no había visto a su hija desde que se casó con Pompeyo, se sorprendió un poco. Aquélla era una joven matrona confiada, vital, chispeante e ingeniosa, no la dulce y gentil adolescente que conservaba en su imaginación. Su compenetración con Pompeyo era asombrosa, aunque César no sabía quién era el responsable de aquello. El antiguo Pompeyo había desaparecido; el nuevo Pompeyo era un hombre muy instruido que se embelesaba con la literatura, que hablaba con mucha erudición de este pintor o de aquel escultor, y que no mostró el más mínimo interés en interrogar a César acerca de sus propósitos militares para los próximos cinco años. ¡Y encima Julia era la que mandaba! Por lo visto, y sin avergonzarse de ello lo más mínimo, Pompeyo se había rendido a la dominación femenina. ¡Nada de prisiones entre severos bastiones picentinos para Julia! Si Pompeyo iba a alguna parte, Julia también iba. ¡Como las sombras de Fulvia y Clodio!

—Voy a construir un teatro de piedra para Roma en un terreno que he comprado situado entre las
saepta
y las cuadras para carros —dijo el Gran Hombre—. Este asunto de instalar teatros temporales de madera cinco o seis veces al año siempre que hay juegos importantes es una absoluta locura, César. No me importa que la
mos maiorum
diga que el teatro es decadente e inmoral, el hecho es que Roma se vuelca para asistir a las representaciones, y cuanto más groseras mejor. Julia dice que el mejor monumento en memoria de mis conquistas que yo podría dejarle a Roma sería un enorme teatro de piedra con un precioso peristilo y una columnata adyacente, y una cámara lo bastante grande como para dar cabida al Senado en uno de los extremos. Así, dice ella, puedo saltarme la
mos
maiorum
: un templo inaugurado para el Senado en uno de los extremos, y justo encima del auditorio un delicioso templito dedicado a Venus Victrix. Bueno, tiene que ser a Venus, puesto que Julia es descendiente directa de Venus, pero ella sugirió que sea la Venus victoriosa en honor a mis conquistas. ¡Qué pollita más inteligente! —terminó amorosamente Pompeyo al tiempo que acariciaba la mata de pelo de su esposa, que lucía un peinado muy a la moda. Y que estaba, pensó César muy divertido, insufriblemente orgullosa de sí misma.

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