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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

Las mujeres de César (131 page)

BOOK: Las mujeres de César
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Con cuatro leyes diferentes para ser discutidas durante el mes de diciembre, Clodio dejó ahí su programa legislativo… y dejó a Cicerón en la antesala del terror, muy inseguro. ¿Acusaría o no acusaría a Cicerón? Nadie lo sabía, y Clodio no lo decía.

Desde abril la ciudad de Roma no le había puesto los ojos encima al cónsul
junior
, Marco Calpurnio Bíbulo. Pero el último día de diciembre, cuando el sol se deslizaba hacia su pequeña muerte diaria, salió de su casa y fue a dejar el cargo, que apenas lo había visto tampoco.

César lo miró mientras se acercaba con su escolta de
boni
y los doce lictores, que llevaban las
fasces
por primera vez desde hacía más de ocho meses. ¡Cómo había cambiado! Siempre había sido un hombre pequeño, pero ahora parecía haber encogido y haberse encorvado, y caminaba como si algo le estuviera royendo los huesos. Su rostro, pálido y afilado, no mostraba ninguna expresión, salvo una mirada de frío desprecio que brilló en aquellos ojos plateados cuando se posaron momentáneamente en el cónsul
senior
; hacía más de ocho meses que no veía a César, y lo que vio, evidentemente, lo consternó. El había encogido. César había crecido.

—¡Todo lo que ha hecho Cayo Julio César este año es nulo y está vacío! —les gritó a los congregados en el Foso de los Comicios; pero la única respuesta que obtuvo fue que los miembros de aquella asamblea lo miraron fijamente con pétrea desaprobación. Se estremeció y no dijo nada más.

Después de las plegarias y los sacrificios, César se adelantó y prestó juramento de que había cumplido con sus deberes como cónsul
senior
lo mejor que había sabido, y que había hecho todo lo que había podido. Luego pronunció su despedida, acerca de lo cual llevaba días pensando y aún no sabía qué decir. De manera que decidió hacerlo breve y no decir nada que tuviera que ver con aquel terrible consulado que entonces terminaba.

—Soy un patricio romano de la
gens Julia
, y mis ancestros han servido a Roma desde los tiempos del rey Numa Pompilio. Yo, a mi vez, he servido a Roma: como
flamen Dialis
, como soldado, como pontífice, como tribuno de los soldados, como cuestor, como edil curul, como juez, como pontífice máximo, como
praetor urbanus
, como procónsul en Hispania Ulterior y como cónsul
senior
. Todo
in suo anno
. Me he sentado en el Senado de Roma exactamente durante un poco más de veinticuatro años, y he podido ver cómo su poder se debilitaba como inevitablemente la vida obliga a debilitarse a un hombre muy anciano. Porque el Senado es un hombre muy, muy anciano.

»La cosecha viene y va. Abundancia un año, hambruna el siguiente. De modo que he visto los graneros de Roma llenos y también los he visto vacíos. He conocido la primera dictadura auténtica de Roma. He visto a los tribunos de la plebe reducidos a meras cifras, y los he visto campando por sus fueros. He visto el Foro Romano bajo la tranquila y fría luz de la luna, blanqueado y silencioso como una tumba. He visto el Foro Romano bañado en sangre. He visto la tribuna erizada de cabezas de hombres. He visto la casa de Júpiter Optimo Máximo caer en llameantes ruinas, y la he visto volver a levantarse. Y he visto el surgimiento de un poder nuevo, el de los soldados empobrecidos, sin concesiones y sin tierras, que después de licenciarse han de mendigarle a su patria una pensión, y con demasiada frecuencia he visto cómo esa pensión se les negaba.

»He vivido momentos importantes, porque desde que nací, hace de ello cuarenta y un años, Roma ha padecido espantosas convulsiones. Las provincias de Cilicia, Cirenaica, Bitinia-Ponto y Siria se han añadido al imperio de Roma, y las provincias que ya poseía se han modificado tanto que son irreconocibles. Durante mi vida el mar Medio se ha dado en llamar el
Mare Nostrum
. Es Nuestro Mar de una punta a la otra.

»La guerra civil se ha paseado a grandes zancadas arriba y abajo de Italia, no una vez, sino siete veces. A lo largo de mi vida, por primera vez un romano condujo a sus tropas contra la ciudad de Roma, su patria, aunque Lucio Cornelio Sila no fue el último que lo hizo. Pero en toda mi vida ningún enemigo extranjero ha puesto el pie en suelo italiano. Un poderoso rey que peleó contra Roma durante veinticinco años sufrió la derrota y la muerte. Aunque le costó a Roma las vidas de cien mil ciudadanos. Aun así, no le costó a Roma tantas vidas como le han costado las guerras civiles.

»He visto morir a hombres de un modo heroico, los he visto morir desvariando, los he visto morir diezmados, los he visto morir crucificados. Pero siempre me conmueve muchísimo la aflicción de hombres excelentes y el infortunio de hombres mediocres.

»Lo que Roma ha sido, es y será depende de nosotros, los romanos. Amados de los dioses, nosotros somos el único pueblo de la historia del mundo que comprende que una fuerza se expande en dos direcciones: hacia adelante y hacia atrás, hacia arriba y hacia abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda. Así los romanos han disfrutado de una clase de igualdad con sus dioses de la que ningún otro pueblo ha gozado. Porque ningún otro pueblo lo comprende. Debemos hacer, pues, un gran esfuerzo por comprendernos a nosotros mismos, por comprender lo que nuestra posición en el mundo exige de nosotros, por comprender que las rencillas internas y los rostros vueltos obstinadamente hacia el pasado nos harán caer.

»Hoy yo paso de la cima de mi vida, el año de mi consulado, para dedicarme luego a otras cosas. Diferentes cimas, porque nada permanece igual. Yo soy romano desde el principio de Roma, y antes de que yo muera el mundo conocerá a este romano. Le rezo a Roma. Rezo por Roma. Soy romano. —Se puso sobre la cabeza el borde de la toga bordada de púrpura—. Oh, todopoderoso Júpiter Optimo Máximo… si es que quieres que me dirija a ti por ese nombre; si no, te aclamaré con cualquier otro nombre que quieras oír; tú, que tienes el sexo que prefieras, tú que eres el espíritu de Roma; te ruego que continúes llenando a Roma y a todos los romanos con tus fuerzas vitales, rezo porque tú y Roma lleguéis a ser aún más poderosos, rezo porque siempre hagamos honor a las condiciones de nuestros acuerdos con vosotros, y te suplico de todos los modos que son legales que honres esos mismos tratados. ¡Viva Roma!

Nadie se movió. Nadie habló. Los rostros estaban impasibles.

César se dirigió al fondo de la tribuna y con elegancia inclinó la cabeza ante Bíbulo.

—Juro ante Júpiter Óptimo Máximo, Júpiter Feretrio, Sol Indigeta, Telo y Jano Clusivio que yo, Marco Calpurnio Bíbulo, cumplí con mi deber como cónsul
junior
de Roma al retirarme a mi casa como indicaban los Libros Sagrados, y que allí estuve verdaderamente contemplando el cielo. Juro que mi colega en el consulado, Cayo Julio César, es nefas porque él violó mi edicto…

—¡Veto! ¡Veto! —gritó Clodio—. ¡Ese no es el juramento!

—Entonces pronunciaré mi discurso sin jurarlo —dijo a voces Bíbulo.

—¡Veto tu discurso, Marco Calpurnio Bíbulo! —rugió Clodio—. ¡Interpongo mi veto para que salgas de tu cargo sin concederte la oportunidad de que justifiques todo un año de la más completa inercia! ¡Vete a tu casa, Marco Calpurnio, y contempla el cielo! ¡El sol acaba de ponerse sobre el peor cónsul de la historia de la República! ¡Y da gracias a tus estrellas de que yo no decida legislar que se borre tu nombre de los
fasti
y se sustituya por el consulado de Julio César!

Vil, tétrico, desabrido, pensó César asqueado; dio media vuelta para marcharse, sin esperar a que nadie lo alcanzara. A la puerta de la
domus publica
pagó generosamente a sus lictores, les agradeció aquel año de leales servicios y luego le preguntó a Fabio si él y los demás estarían dispuestos a acompañarle a la Galia Cisalpina durante su proconsulado. Fabio aceptó en nombre de todos.

La casualidad hizo que Pompeyo y Craso coincidieran juntos no mucho más atrás de la alta figura de César, que desaparecía entre la penumbra de un bajo y brumoso crepúsculo.

—Bueno, Marco, a nosotros nos fue mejor cuando fuimos cónsules juntos de lo que les ha ido a César y a Bíbulo, aunque no nos caíamos muy bien —dijo Pompeyo.

—Ha tenido mala suerte al heredar a Bíbulo como colega en todas las magistraturas
senior
. Tienes razón, a nosotros nos fue mejor a pesar de todas nuestras diferencias. Por lo menos acabamos nuestro año amigablemente, y ninguno de los dos cambió como hombre. Mientras que este año ha cambiado a César enormemente. Es menos tolerante, más despiadado, más frío, y no me gusta nada ver eso.

—¿Y quién puede culparle? Había algunas personas decididas a hacerlo pedazos como fuera. —Pompeyo anduvo despacio en silencio durante un breve trecho, y luego habló de nuevo—. ¿Has comprendido su discurso, Craso?

—Creo que sí. Por lo menos superficialmente. Pero lo que hay debajo, ¿quién sabe qué es? Todo lo que expone contiene muchos significados.

—Confieso que yo no lo he entendido. Me ha parecido… oscuro. Como si nos estuviera advirtiendo. ¿Y qué quiere decir eso de que él le enseñará al mundo quién es él?

Craso volvió la cabeza y esbozó una sonrisa asombrosamente grande y generosa.

—Tengo el presentimiento, Magnus, de que algún día lo averiguarás.

En los idus de marzo las señoras de la
domus publica
celebraron una cena. Las seis vírgenes vestales, Aurelia, Servilia, Calpurnia y Julia se reunieron en el comedor dispuestas a pasar un rato muy agradable.

Haciendo el papel de anfitriona —Calpurnia nunca habría soñado con usurpar esa función—, Aurelia sirvió toda clase de exquisiteces que consideró atractivas, incluyendo golosinas pegajosas de miel con muchas nueces para las niñas. Cuando acabó la cena enviaron a Quintilia, a Junia y a Cornelia Merula a jugar fuera, en el peristilo, mientras las damas arrimaban las sillas unas a otras para tener mayor intimidad y se relajaban ahora que no había áridos oídos infantiles escuchando.

—César lleva ya dos meses en el Campo de Marte —dijo Fabia, que parecía cansada y preocupada.

—Y lo que es más importante, Fabia, ¿cómo le va a Terencia? —le preguntó Servilia—. Ya hace varios días que Cicerón huyó. —Oh, bien, tan sensata como siempre, aunque yo creo que sufre más de lo que aparenta.

—Cicerón ha hecho mal en marcharse —dijo Julia—. Ya sé que Clodio hizo aprobar esa ley que prohíbe la ejecución de ciudadanos sin un juicio, pero mi le… Magnus dice que ha sido un error por parte de Cicerón marcharse voluntariamente. El cree que si Cicerón se hubiera quedado, Clodio no habría tenido el valor suficiente para promulgar una ley específica en la que se mencionara a Cicerón. Pero como Cicerón no estaba aquí, le ha resultado fácil. Magnus no logró convencer a Clodio para que no lo hiciera.

Aurelia tenía una expresión escéptica, pero no dijo nada: la opinión que tenía Julia de Pompeyo y la de Aurelia eran demasiado diferentes para que una joven enamorada la sometiera a examen.

—¡Qué raro que saqueasen y quemasen su hermosa casa! —dijo Arruntia.

—Ese ha sido Clodio, sobre todo ahora que va con toda esa gente rara de la que, al parecer, se rodea estos días —dijo Popilia—. ¡Es tan… loco!

Servilia habló.

—He oído que Clodio va a erigir un templo en el lugar donde estaba la casa de Cicerón.

—¡Con Clodio como sumo sacerdote, sin duda! ¡Bah! —dijo con enojo Fabia.

—El exilio de Cicerón no puede durar —dijo Julia muy convencida—. Magnus ya está trabajando para que se le perdone.

Servilia reprimió un suspiro y dejó que su mirada se encontrase con la de Aurelia. Se miraron con completo entendimiento, aunque ninguna de ellas era lo bastante imprudente como para exteriorizar la sonrisa que llevaban dentro.

—¡Por qué sigue César en el Campo de Marte? —preguntó Popilia mientras se ajustaba la gran tiara de lana sobre la frente, lo que hizo ver a las demás que la presión le dejaba una marca roja en la delicada piel.

—Todavía estará allí durante bastante tiempo —le contestó Aurelia—. Tiene que asegurarse de que sus leyes permanezcan en las tablillas.


Tata
dice que Ahenobarbo y Memmio están aplastados —añadió Calpurnia mientras alisaba el pelo naranja de Félix, que dormitaba en su regazo. Recordaba lo bueno que había sido César al pedirle que fuera a alojarse con él en el Campo de Marte de vez en cuando. Aunque ella estaba demasiado bien educada y era demasiado consciente de qué clase de hombre era su marido como para estar celosa, no obstante la complacía enormemente que no hubiera invitado a Servilia al Campo de Marte ni una sola vez. Lo único que le había dado a Servilia era una estúpida perla. Mientras que Félix estaba vivo; Félix podía corresponder a su amor.

Perfectamente consciente de lo que Calpurnia estaba pensando, Servilia se aseguró de que su rostro permaneciera enigmático. Yo soy mucho mayor y sé mucho más, conozco el dolor de la separación. Yo ya me he despedido. No lo veré durante años. Pero esa pequeña marrana nunca será tan importante para él como lo soy yo. ¡Oh, César!, ¿por qué? ¿Tanto significa la
dignitas
?

Cardixa entró sin ceremonias.

—Se ha ido —dijo llanamente al tiempo que apretaba los enormes puños.

La habitación quedó en silencio.

—¿Por qué? —preguntó Calpurnia, quien se puso muy pálida.

—Han llegado noticias de la Galia Transalpina. Los helvecios están emigrando. Se ha marchado a Ginebra con Burgundo, y viajan rápidos como el viento.

—¡No me he despedido! —gritó Julia, y empezó a derramar lágrimas—. ¡Estará ausente durante tanto tiempo! ¿Y si no volvemos a verlo nunca? ¡Con tantos peligros!

—César es como éste —dijo Aurelia al tiempo que le metía a Félix un dedo desolado en el costado—. Tiene cien vidas.

Fabia volvió la cabeza hacia donde las tres niñas vestidas de blanco jugaban entre risitas y se perseguían.

—Les prometió que les permitiría ir a decirle adiós. ¡Oh, cuánto van a llorar!

—¿Y por qué no habrían de llorar? —dijo Servilia—. Igual que nosotras, son mujeres de César. Condenadas a quedar atrás y esperar a que nuestro amo y señor vuelva a casa.

—Sí, así son las cosas —dijo Aurelia con firmeza, y se levantó para coger el jarro de vino dulce—. Como soy la de más edad entre las mujeres de César, propongo que mañana vayamos todas a cavar en el jardín de Bona Dea.

Nota de la autora

Las mujeres de César
señala la llegada de copiosa documentación procedente de las fuentes antiguas, lo que significa que ahora estoy escribiendo acerca de una época muchísimo más conocida para los no eruditos que los períodos que abarcan los primeros libros de esta serie.

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