Lo mejor de mi (24 page)

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Authors: Nicholas Sparks

Tags: #Romántico

BOOK: Lo mejor de mi
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La habitación disponía de cuarto de baño, en el que había una bañera de estilo clásico: Amanda siempre había soñado con una así. Encima de la pila, había un espejo antiguo, y ella se fijó en su imagen reflejada al lado de la de Dawson. Era la primera vez que veía una imagen de los dos juntos desde que se habían reencontrado. Se le ocurrió que, en todos los años de adolescencia, nunca se habían hecho una foto juntos. Era algo de lo que habían hablado a menudo, pero que nunca habían tenido la oportunidad de hacer.

Ahora se arrepentía, pero ¿y si hubiera tenido aquella foto? ¿La habría depositado en el fondo de un cajón y se habría olvidado de ella, solo para redescubrirla de vez en cuando? ¿O la habría guardado en un sitio especial, un lugar que solo ella supiera? No lo sabía, pero el hecho de contemplar la cara de Dawson, tan cerca de la suya, a través del espejo del cuarto de baño, se le antojaba algo increíblemente íntimo.

Hacía mucho tiempo que nadie la hacía sentirse atractiva, como en esos momentos. Se sentía atraída por Dawson. Se deleitó contemplando su reflejo de perfil, la grácil soltura de su cuerpo. Amanda era consciente de la comprensión casi primaria que existía entre ellos. Aunque solo habían estado juntos un par de días, confiaba instintivamente en él, y sabía que se lo podía contar todo. Sí, habían discutido la primera noche mientras cenaban, y luego otra vez a causa de la familia Bonner, pero también había una sinceridad incuestionable en lo que se habían dicho. No existían significados ocultos ni intentos secretos de emitir juicios; tan pronto como habían expresado en voz alta sus desavenencias, habían zanjado la cuestión.

Amanda continuó estudiando a Dawson a través del espejo. Él se giró y la miró a los ojos en el reflejo. Sin desviar la vista, le apartó con ternura un mechón de pelo que le caía sobre la cara. Luego se marchó, dejándola con la certeza de que, fueran cuales fueran las consecuencias, su vida había cambiado de una forma que jamás habría creído posible.

Amanda pasó por el comedor para recoger su bolso. Dawson estaba en la cocina. Acababa de abrir una botella de vino y estaba llenando dos copas. Le ofreció una. Se dirigieron al porche sin decir nada. Las nubes oscuras en el horizonte se habían ido compactando, originando una ligera neblina. En la ladera boscosa que conducía hasta el río, las hojas habían adoptado una vibrante tonalidad verde oscura.

Amanda dejó la copa a un lado y buscó algo en el bolso. Sacó los dos sobres, le entregó a Dawson el que tenía su nombre y depositó el otro, el que se suponía que tenían que leer antes de la ceremonia, en su regazo. Contempló cómo Dawson doblaba el sobre y se lo guardaba en el bolsillo trasero.

Acto seguido, Amanda le ofreció el sobre en blanco.

—¿Estás listo?

—Adelante.

—¿Quieres abrirlo tú? Según Tanner, tenemos que leerlo antes de la ceremonia.

—No, ábrelo tú —propuso él, al tiempo que acercaba más su silla a la de Amanda.

Ella levantó la punta del sello y, con cuidado, acabó de abrir la solapa. Desdobló la carta y se quedó sorprendida al ver numerosos garabatos en las hojas. Había muchas palabras tachadas y las líneas torcidas mostraban un temblor general, reflejo de la edad de Tuck. Era larga, tres páginas escritas por delante y por detrás. Amanda se preguntó cuánto tiempo había necesitado Tuck para redactarla. La fecha era del 14 de febrero de aquel mismo año. El día de San Valentín. De algún modo, la fecha le pareció apropiada.

—¿Estás listo? —le preguntó.

Cuando Dawson asintió, Amanda se inclinó hacia delante y los dos empezaron a leer.

Queridos Amanda y Dawson: Gracias por venir. Y gracias por hacer esto por mí. No sabía a quién más podía pedírselo.No es que se me dé muy bien escribir, así que supongo que la mejor forma de empezar es deciros directamente que lo que os voy a contar es una historia de amor. La de Clara y mía, por supuesto y, aunque supongo que os podría aburrir con todos los detalles de nuestro noviazgo o de los primeros años de casados, nuestra historia real —la que oiréis a continuación— empezó en 1942. Por entonces, llevábamos tres años casados y Clara ya había sufrido su primer aborto. Yo sabía que había sido un golpe muy duro para ella, y para mí también, porque no había nada que pudiera hacer. A veces, los momentos difíciles separan a las parejas. En cambio, a otras, como a nosotros, las unen aún más. Pero ya me estoy desviando del tema; es algo que sucede con frecuencia, cuando uno se hace mayor; ya lo veréis.Como iba diciendo, era 1942, y aquel año, fuimos a ver
Mi chica y yo
por nuestro aniversario, con Gene Kelly y Judy Garland. Era la primera vez que íbamos al cine. Tuvimos que ir en coche hasta Raleigh. Cuando se acabó, nos quedamos sentados en las sillas después de que encendieran las luces, pensando en la película. Dudo que la hayáis visto y no pienso aburriros contándoos los detalles, pero va sobre un hombre que se mutila a sí mismo para no tener que combatir en la Gran Guerra. Luego ha de volver a cortejar a la mujer a la que ama, una mujer que, después de lo que ha hecho, lo toma por un cobarde. Por entonces, yo había recibido una carta del Ejército, así que había partes de la película que me resultaban muy cercanas, porque yo tampoco quería abandonar a mi chica para ir a combatir, pero ninguno de los dos quería pensar en ello. En lugar de eso, hablamos sobre la canción que tenía el mismo nombre que la película. Era la melodía más bonita y más pegadiza que jamás habíamos oído. Nos pasamos todo el trayecto de vuelta a casa cantándola una y otra vez. Una semana más tarde, me alisté en la Marina. Parece extraño, porque, tal y como he dicho, me iban a llamar a filas en el Ejército de Tierra, y, sabiendo lo que ahora sé, quizás habría sido una elección más acertada, teniendo en cuenta mi empleo como mecánico y el hecho de que no sabía nadar. Podría haber acabado en alguno de los talleres de vehículos, asegurándome de que los camiones y los
jeeps
atravesaban Europa en buen estado. El Ejército de Tierra no puede hacer gran cosa si los vehículos no funcionan, ¿no? Pero aunque no era más que un pobre muchacho pueblerino, sabía que allí te colocaban donde les daba la gana, y no donde tú querías estar, y por entonces, todos sabíamos que pronto tocaría Europa. Eisenhower acababa de desembarcar en el norte de África para iniciar la invasión. Necesitaban hombres en el terreno, y, por más que me estimulara la idea de atacar a Hitler, no me atraía en absoluto unirme al Cuerpo de Infantería. En la pared de la oficina de alistamiento, había un póster de reclutamiento para la Marina. «A las armas», decía, y mostraba a un marinero con el torso desnudo que cargaba un cañón. Hubo algo en ese póster que me llamó la atención; me dije a mí mismo que yo también podía hacerlo, así que avancé decidido hacia el mostrador de la Marina, y no hacia el del Ejército de Tierra, y me alisté sin dudar. Cuando volví a casa, Clara se pasó muchas horas llorando. Luego me hizo prometerle que regresaría. Y yo se lo prometí. Recibí el entrenamiento básico y técnico. Después, en 1943, me destinaron al
USS Johnston
, un destructor que navegaba en el Pacífico. Que nadie os diga que estar en la Marina es menos peligroso que estar en el Ejército de Tierra, o menos espantoso. Estás a merced del buque, no de tu propio ingenio, porque si el buque se hunde, tú te mueres. Si caes por la borda, también te mueres, porque en el convoy nadie se arriesgaría a parar para rescatarte. No puedes correr, no puedes esconderte, y la idea de que no tienes ningún control de la situación se te mete en la cabeza y ya no te abandona. Nunca he pasado tanto miedo como cuando estuve en la Marina. Rodeado de bombas, humo e incendios en cubierta, con el constante rugido de los cañones, y os aseguro que el estruendo no se parece a nada que hayáis oído en la vida. Como un trueno amplificado por diez, quizás, aunque eso tampoco sirve para que os hagáis una idea clara.En las grandes batallas, los zeros japoneses bombardeaban la cubierta continuamente; los proyectiles silbaban y rebotaban por todos lados. Mientras esto sucedía, se suponía que teníamos que continuar haciendo nuestro trabajo, como si no pasara nada. En octubre de 1944, navegábamos cerca de Samar, preparándonos para ayudar a invadir Filipinas. Contábamos con trece buques en nuestra flota, lo que quizás os parecerá mucho, pero, aparte del portaaviones, la mayoría de ellos eran destructores y escoltas, por lo que no disponíamos de muchas armas de fuego. Y entonces, en el horizonte, vimos lo que parecía una flota japonesa entera que se dirigía directamente hacia nosotros. Cuatro buques de guerra, ocho cruceros, once destructores; todos dispuestos a enviarnos, sin contemplaciones, al fondo del mar. Más tarde oí que alguien había dicho que éramos como David contra Goliat, excepto que nosotros no teníamos una honda. Creo que era una comparación muy acertada. Nuestras armas no podrían ni siquiera alcanzarlos cuando abrieran fuego. Así pues, ¿qué íbamos a hacer, sabiendo que no teníamos ni la más mínima oportunidad? Atacar. Ahora la llaman la batalla del Golfo de Leyte. A por ellos. Fuimos el primer buque que empezó a disparar, el primero en lanzar humo y torpedos, y atacamos un crucero y un acorazado. También causamos mucho daño. Pero dado que estábamos al frente, fuimos los primeros en ser alcanzados. Se nos acercaron dos cruceros enemigos y empezaron a disparar, y entonces nos hundieron. Había 327 hombres a bordo, 186 de los cuales murieron aquel día. Algunos de ellos eran buenos amigos. Fui uno de los 141 que consiguieron sobrevivir. Seguro que os preguntaréis por qué os cuento esto —probablemente pensaréis que empiezo a desvariar—, así que será mejor que agilice. En el bote salvavidas, rodeados por la furia de aquella tremenda batalla, me di cuenta de que ya no tenía miedo. De repente, supe que no me pasaría nada porque sabía que Clara y yo todavía no habíamos terminado, y súbitamente me invadió un sentimiento de paz. Podéis llamarlo conmoción de guerra, si queréis, pero sé lo que me digo, y justo allí, bajo el cielo lleno de humo y de explosiones, recordé nuestro aniversario un par de años antes y me puse a cantar
Mi chica y yo
, tal y como Clara y yo habíamos hecho en el trayecto de vuelta a casa en coche desde Raleigh. Canté a pleno pulmón, como si nada me importara en el mundo, porque sabía que, de algún modo, Clara podría oírme y que comprendería que no había ningún motivo para preocuparse. Le había hecho una promesa, ¿entendéis? Y nada, ni siquiera hundirme en el Pacífico, conseguiría que la incumpliera. Ya sé que parecerá una locura, pero al final me rescataron. Me reasignaron a la tripulación de otro buque y la primavera siguiente ya estaba transportando marines a Iwo Jima. Después recuerdo que la guerra se acabó y regresé a casa. No hablé de la guerra cuando regresé; no podía. Ni una sola palabra. Era demasiado doloroso. Clara lo comprendió, así que, poco a poco, recuperamos nuestras rutinas. En 1955, empezamos a construir esta pequeña casa. Hice casi todo el trabajo solo, sin ayuda. Una tarde, cuando había acabado la jornada, me acerqué a Clara, que estaba tejiendo a la sombra, y oí que tarareaba
Mi chica y yo
.Me quedé helado, y los recuerdos de la batalla emergieron con una fuerza poderosa. Hacía años que no pensaba en esa canción. Nunca le había contado lo que había sucedido aquel día en el bote salvavidas. Pero ella debió de detectar algo en mi expresión, porque me miró fijamente a los ojos. —De nuestro aniversario —dijo ella antes de volver a concentrarse en las agujas de tejer—. Nunca te lo he dicho, pero, cuando estabas en la Marina, una noche tuve un sueño —añadió—. Yo estaba en un campo lleno de flores silvestres y, aunque no podía verte, podía oír cómo cantabas esa canción para mí y, cuando me desperté, ya no sentía miedo. Hasta entonces, siempre había tenido miedo de que no regresaras. Yo me quedé conmocionado. —No fue un sueño —le contesté. Ella se limitó a sonreír. Tuve la impresión de que ya esperaba mi respuesta. —Lo sé. Ya te lo he dicho: te oí cantar. Después de aquello, ya nunca me abandonó la idea de que Clara y yo estábamos unidos por una fuerza poderosa, algunos lo describirán incluso como algo espiritual. Así que, algunos años después, decidí plantar este jardín y en nuestro aniversario la traje aquí, para enseñárselo. Por entonces, no era gran cosa, nada parecido a lo que es ahora, pero ella me aseguró que era el lugar más bonito del mundo. Así que al año siguiente labré otro trozo de tierra y añadí más semillas, mientras cantaba nuestra canción. Hice lo mismo cada año de nuestro matrimonio, hasta que al final ella falleció. Esparcí sus cenizas aquí, en el lugar que ella tanto amaba. Pero su muerte me hundió. Me sentía furioso y empecé a emborracharme y a abandonarme poco a poco. Dejé de labrar, de plantar y de cantar porque Clara ya no estaba y ya no veía la razón de seguir haciéndolo. Odiaba el mundo y no quería seguir viviendo. En más de una ocasión pensé en suicidarme, pero entonces apareció Dawson. Para mí fue bueno tenerlo cerca. De algún modo, me ayudó a recordar que todavía pertenecía a este mundo, que mi trabajo aquí no había terminado. Pero entonces también a él se lo llevaron. Después de eso, volví aquí por primera vez en muchos años. El lugar estaba totalmente descuidado, pero algunas de las flores seguían floreciendo y, aunque no puedo explicar el porqué, cuando empecé a cantar nuestra canción, se me llenaron los ojos de lágrimas. Lloré por Dawson, supongo, pero también lloré por mí. Básicamente, sin embargo, lloré por Clara.Fue entonces cuando empezó todo. Más tarde, aquella noche, cuando regresé a casa, vi a Clara a través de la ventana de la cocina. Aunque no la veía bien, la oí tararear nuestra canción. Pero su imagen no era nítida, como si no estuviera allí en realidad, y cuando salí fuera, ya había desaparecido. Así que regresé aquí y empecé a labrar de nuevo el jardín. Preparé el terreno, por decirlo de algún modo, y volví a verla, esta vez en el porche. Unas pocas semanas más tarde, después de esparcir las semillas, empezó a visitarme con regularidad, una vez a la semana, más o menos, y yo pude acercarme más a ella antes de que desapareciera. Cuando el jardín floreció, un día regresé y me paseé entre las flores y, cuando volví a casa, podía verla y oírla con absoluta claridad. De pie, en el porche, esperándome, como si se preguntara por qué había tardado tanto en comprender lo que tenía que hacer. Y así ha sido desde entonces. Clara es parte de las flores, ¿comprendéis? Sus cenizas ayudaron a conseguir que las plantas crecieran y, cuanto más crecían, más viva se volvía ella. Mientras no dejara que las flores se marchitaran, Clara encontraría la forma de volver a mi lado. Por esto estáis aquí, por esto os he pedido que me hagáis este favor. Es nuestro refugio, un pequeño lugar en el mundo donde el amor triunfa sobre todas las cosas. Creo que vosotros dos, más que nadie, comprenderéis lo que os digo.Pero ahora ha llegado la hora de reunirme con ella. Es el momento de volver a cantar juntos. Sí, es la hora, y no me arrepiento de nada. De nuevo estaré con Clara, que es el único lugar donde siempre he querido estar, junto a ella. Esparcid mis cenizas al viento y en las flores, y no lloréis por mí. En lugar de eso, quiero que sonriáis por Clara y por mí. Sonreíd por nosotros: mi chica y yo.
TUCK
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