Los barcos se pierden en tierra (16 page)

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Authors: Arturo Pérez-Reverte

Tags: #Comunicación, Periodismo

BOOK: Los barcos se pierden en tierra
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Tres amigos en el agua

Hace un par de semanas, tres amigos míos se estrellaron persiguiendo una planeadora, y salvaron el pellejo de milagro. Volaban de noche, a cincuenta nudos sobre el mar a bordo de 'Argos IV', el helicóptero de Vigilancia Aduanera de Algeciras, detrás de una goma, tripulada por tres marroquíes, que había salido del economato cargada de chocolate. Pegaba fuerte oleaje, con viento de fuerza siete, y la velocidad de la planeadora la hacía brincar sobre el agua, iluminada por el foco del helicóptero. Rutina. Una situación vivida y resuelta miles de veces. Y de pronto, el molinillo se fue abajo. Chof. Al agua. Son cosas que pasan: unas veces se gana y otras se pierde, y otras se va uno a tomar por saco. Esa vez, mis amigos casi se fueron. Piloto, copiloto y observador: magullados y heridos pudieron salir del aparato antes de que se hundiera. Luego -son profesionales- se mantuvieron agarrados unos a otros, flotando en sus chalecos salvavidas, en la noche, la oscuridad y el oleaje. Las radiobalizas resultaron ser una puñetera mierda. No se activaron, o la señal no llegó a ninguna parte. Pasaban luces de mercantes a lo lejos. Tiraron bengalas, pero, o a bordo de los barcos no las vieron, o pasaron mucho. Por suerte, uno de los náufragos llevaba un teléfono móvil en una bolsa estanca; y antes de que éste también se fuera al carajo pudieron decir que estaban en el agua. Después aguantaron luchando contra la hipotermia, economizando fuerzas, agarrados para no separarse, durante más de dos horas. Y al fin, los compañeros que habían salido en su busca, los encontraron y los llevaron a casa.

No tenía previsto escribir nada sobre eso. En los últimos tiempos he hablado mucho de esos tipos y de su curro, y sé que no les gusta. Además, caerse al agua es gaje del oficio. Más les duele la pérdida del molinillo: sé que le tenían cariño al viejo y fiel 'Argos IV'. Además, cuando se publique esta página ya estarán de nuevo ahí arriba, en la noche, persiguiendo a los malos porque es su obligación y su oficio. Pero resulta que, después del accidente, entre las informaciones de prensa y las declaraciones y todas esas cosas, leí algo que no me gustó: el comentario de un miembro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que por lo visto no considera a los de Vigilancia Aduanera compañeros, sino competencia. Y el hombre, o el portavoz, o lo que sea mi primo, en vez de manifestar solidaridad y admiración por su trabajo, se descolgó manifestando que no le extrañaba demasiado el accidente, porque “arriesgan mucho y a veces son unos kamikazes”.

Así que me van a disculpar si hoy puntualizo. Primero: porque, repito, se trata de amigos míos. Segundo: porque hacen un trabajo admirable y peligroso por cuatro duros al mes. Y tercero: porque si alguien está en las antípodas de la palabra kamikaze es la gente con la que yo he volado en los helicópteros Argos y navegado en las turbolanchas Hachejota. El piloto que se remojó hace dos semanas lleva trece mil horas de vuelo acumuladas en quince años volando casi siempre de noche, y sus tácticas de vigilancia y persecución, fruto de una larga experiencia -éste es su primer accidente, y todos los tripulantes salieron vivos-, son escuela para servicios similares de otros países, cuyos pilotos se confiesan admirados por la profesionalidad y eficacia de Vigilancia Aduanera. Y no estaría de más recordar, por cierto, que si a otros servicios de seguridad del Estado español no se les caen al mar helicópteros en misiones nocturnas, es porque esos servicios -que tienen, por supuesto, muchos notables méritos propios- no vuelan de noche, ni aterrizan a oscuras en playas diminutas, ni saltan a bordo de planeadoras cargadas de hachis en alta mar, jugándose la vida, para liarse a hostias con los malos mientras la goma pega pantocazos a cincuenta nudos. Todo eso no me lo ha contado nadie, porque lo he visto; y alguna vez la turbina de la Hachejota se tragó una piedra de la playa planeando en cuatro palmos de agua, o las olas que ahora dieron con Argos IV en el agua rozaron los patines del helicóptero desde el que veía lo que cuento. Pues quien no se moja, no saca peces. Y a cambio de ese peligro calculado y profesional que corren, pese a ser pocos, y a que no les renuevan la plantilla con el personal joven que necesitan, y a que su servicio de prensa y relaciones públicas es de una incompetencia extrema, y pese a que a veces parezca que lo que se pretende es liquidar vigilancia Aduanera por recorte de presupuestos, vejez y aburrimiento de sus funcionarios, el Ministerio de Hacienda y el Estado español pueden presumir, y lo hacen, de unas cifras asombrosas de resultados en la lucha contra el narcotráfico en Europa.

Así que no les toquen los huevos, háganme el favor. Ni kamikazes, ni zumbados de la adrenalina, ni boquerones en vinagre. Al contrario: eficacísimos profesionales que se juegan la vida porque así se ganan con decencia el jornal. Hombres honrados, tranquilos y valientes, a los que tengo el privilegio de llamar amigos.

Esa chusma del mar

Miro la foto del Prestige hundiéndose en el Atlántico, y la del capitán Apóstolos Maguras en tierra, entre dos picoletos, con una ruina que se va de vareta -ruinakos totalis lakagastis, capitánides-, y me digo que, pese a la modernidad, a los satélites y a todas esas cosas, el mar sigue siendo lo que siempre fue: un mundo hostil, de una maldad despiadada, del que los dioses emigraron hace diez mil años. Un sitio con reglas estrictas, incluido que a partir de cierto punto no hay reglas y todo se vuelve puro azar. Océanos que dan de comer, enriquecen, arruinan y matan a quienes los navegan. Cambian los tiempos y los modos, claro. Ahora todo eso está informatizado, cotiza en bolsa, abre telediarios, y hasta la prensa rosa disparata a título de experta en la materia. Ahora, también, los daños ecológicos, en un planeta gris que se está yendo a tomar por saco sin remedio, son más devastadores e irreparables. Pero al margen de la ecología, la incompetencia gubernamental, la demagogia, la ignorancia, las buenas intenciones, la legislación marítima y otros etcéteras, las cosas son como siempre fueron. El mar siguen navegándolo y explotándolo quienes se buscan el jornal, pasándose a veces por el forro las normas y los principios porque tienen letras que pagar, hijos a los que alimentar, Bemeuves que ambicionar, señoras caras a las que calzarse; y, frente a eso, a muchos el mañana les importa una mierda. Más o menos como quienes se lo montan en tierra. Lo que pasa es que, a veces, en un barco se nota más. Y los marinos golfos quedan bien en las novelas de aventuras, pero fatal en titulares de prensa cuando meten la gamba: contrabandistas, mercenarios, piratas. Qué cosas. Casi nadie ha dicho estos días que el capitán Maguras se arrimó a la costa haciendo lo que muchos marinos harían en un temporal con un buque averiado: proteger los intereses de su armador y buscar un puerto o un refugio para la tripulación, el barco y la carga.

Los conozco un poquito nada más, pero me vale. Primero, cuando joven lector, gracias a novelas como esa de Traven, El barco de la muerte, o el Lord Jim de Conrad, que explican muy bien de qué va la cosa -navegar literariamente a bordo del Yorikke o del Patna enseña mucho-. Más tarde, como cualquiera que frecuente el mar y los puertos, me los topé aquí y allá, con sus viejos cascarones oxidados y el nombre repintado cuatro o cinco veces, luciendo matrículas y pabellones no ya de conveniencia, sino imposibles. Los he visto limpiando sentinas o tanques entre una mancha de petróleo, varados en playas de África y América como buques fantasmas, abandonados en muelles con o sin tripulación, apresados con toneladas de droga dentro. Escucho las charlas de sus tripulantes por radio -Mario, filipino monkey, nazarovia y todo eso-las noches que estoy de guardia en el mar, las velas arriba, vigilando sus putas luces roja y verde que no me maniobran nunca. También hay experiencias más concretas; como el caso del Tintore, mi primer contacto, hace treinta y cuatro años, con un barco raro -igual lo cuento un día si estoy bastante mamado-: O aquello que recordará Paco el Piloto: lo de Juanito Caminador y la isla de Escombreras por el lado de afuera. O lo del bar Sunderland, en Rosario, la noche del barco que se hundió, glub, glub, justo cuando iba a caducarle el seguro, O ese amigo que se forró traficando con crudo nigeriano y una vez me hizo un favor en Malabo. O los pedazos de chatarra flotante cargados con armas y comida, a cuyos armadores y capitanes solté una pasta gansa -dólares del diario Pueblo para que me embarcaran en puertos griegos, turcos y chipriotas rumbo a Sidón, Beirut o Junieh, cuando la guerra del Líbano a finales de los setenta y principios de los ochenta, incluido el capitán Georgos -en La carta esférica aparece bajo el nombre de Sigur Raufoss-, que en la madrugada del 2 de julio de 1982, burlando el bloqueo israelí, le jugó la del chino a una patrullera, conmigo a bordo, sentado sobre mi mochila el cubierta y bastante acojonado por cierto, diez millas a poniente de la farola de Ramkin Islet.

Resumiendo: algunos, una panda de cabrones. Pero el mar es su medio de vida, y seguirán ahí mientras haya algo que flote para subirse encima y sacarle un beneficio. Por muchas vueltas de tuerca que den las leyes, siempre quedarán rendijas por donde cierta chusma y ciertos barcos seguirán colándose en el telediario y en nuestras vidas. Trampeando, contaminando. Pero, entre toda la cuerda de golfos, los tipos como el capitán Apóstolos Magura y sus filipinos -éstos suelen ser buenos marineros: no vayan a creer- me caen mejor que otros. Sobre todo porque son ellos los que se la juegan, pagan el pato y hasta se ahogan cuando se tercia; nunca, o casi nunca, los cerdos de secano atrincherados en despachos de armadores, fletadores y sociedades interpuestas en paraísos fiscales sin olvidar a tantísimas autoridades marítimas funcionarios corruptos, que son quienes de ven retuercen las leyes, hacen negocio sin mojarse, trincan del mar una tela marinera.

Estas Navidades negras

Se acojonaron. Así de sencillo. Fueron cobardes como ratas. O como políticos. Cuando el Prestige amaneció frente a la costa, la gente empezó a ponerse nerviosa. Entonces las autoridades, el gobierno autonómico y el gobierno central se cagaron por la pata abajo. Chof. Está chupado imaginarlo, conociendo a nuestros clásicos. Ese ministro aullando histérico. Fuera. Lejos. Que me lo saquen de allí como sea. Al quinto pino. Y sus sicarios y correveidiles, que siempre sugieren exactamente lo que el jefe espera oír, aplicando el viejo principio de que, en Iglesia y política, problema alejado o aplazado es problema resuelto. Tienes razón, ministro. Ni puerto de refugio, ni trasvase de la carga, ni leches. Que se lo lleven a cualquier parte. Que se hunda en mitad del Atlántico o donde sea, pero ni una gota aquí. Por Dios. Con las elecciones a la vuelta de la esquina.

Nadie hizo ni puto caso a los marinos, claro. Ni al capitán del Prestige, que intentaba salva su buque y su carga, ni a los que sugerían que más vale contaminación local, controlable por grave que sea en un refugio o un puerto, que andar paseando por ahí setenta mil toneladas de fuel con la chorra fuera. Pero nones. La idea oficial no era evitar el desastre, sino que éste se produjera lo más lejos posible. En Portugal o en Groenlandia o en cualquier sitio, con tal de que al concejal del Pepé correspondiente no le calentaran las orejas los percebeiros de su pueblo. Ni hablar. Alta mar, bien lejos de momento, y luego a cualquier sitio de negros, donde si se vierten treinta mil toneladas al mar tapas las bocas con unos miles de dólares y a nadie va a importarle un carajo.

Por eso no se buscó un refugio para el barco, concepto reclamado hace tiempo por marinos y armadores, pero al que España y otros países se oponen por razones electoralistas. Por eso se obligó al capitán Maguras a encender máquinas y a alejarse de la de costa, pese a que la vibración de los motores podía aumentar la vía de agua. Por eso los remolcadores lo condujeron a mar abierto, tras el tira y afloja con la compañía holandesa de salvamento, a la que no se dio oportunidad de salvar nada, ni se tuvo en cuenta que en el Atlántico norte, en esta época del año, tiene muy mala leche. Por eso se hizo navegar al Prestige a rumbo de máximo alejamiento, sin permitirle alterar éste para que recibiera el mar por babor, en vez de por donde estaba la vía de agua. Por eso arrumbaron luego al sur, hacia Cabo Verde o por ahí, metiendo de lleno la futura gran mancha de fuel en la corriente Navidad. Todo eso ocurrió porque les daba igual. Lejos y pronto, fue la consigna. Y una vez mar adentro, al que le toque, que se joda. Así no hace falta ni gabinete de crisis ni nada. Cualquier cosa con tal de no alterar el España va bien o la cacería de don Manuel.

Y luego, el otro frente: el informativo. Piratas de los mares, barcos basura, monocascos pérfidos y toda la parafernalia. Barrer para casa movilizando en plan expertos a todos los tertulianos paniaguados de radio y televisión, programas rosas incluidos, bloqueando cuanto contradijese la versión canónica. Ni una palabra de los paquetes de seguridad Erika I y Erika II, teóricamente aprobados desde hace la tira, ni dónde estaban los limpiadores que decían haberse comprado, ni dónde los planes de contingencia por contaminación marítima, ni por qué nadie tenía almacenado y previsto en Galicia, zona de alto riesgo, el número suficiente de barreras flotantes, y éste tuvo que completarse a toda prisa desguarneciendo otros lugares. Como tampoco se dijo, pues contradecía la demagogia táctica del momento, que lo del doble casco será estupendo en el futuro, pero hoy es una utopía irrealizable, porque buena parte de los buques que transportan crudo y derivados tiene alrededor de veinte años y es monocasco, lo mismo en España que en el resto del mundo. Y a ver quién es el chulo que desguaza de golpe la mitad, o yo qué sé cuántos, de los barcos que navegan. ¿Por qué nadie aclara que España importa por mar trescientos millones de toneladas de productos imprescindibles sin lo que no habría ni luz, ni agua, ni automoción, ni muchas otras cosas?… En vez de explicar eso, todavía siguen con la copla de los barcos basura y las navieras pirata en vinagre. Y claro. En este país de mierdecillas donde todo cristo se la coge con papel de fumar, los muy gilipollas han conseguido que ahora cualquier barco, se llame Prestige o como se llame, se convierta en apestado. Como un inmigrante ilegal.

Por cierto. Puestos a sincerarse, sería bonito y edificante que alguien del ministerio de Fomento, o del que se tercie, explicara que España, igual que esos rusos y esos griegos piratescos y malévolos tan sobados en los periódicos, también abandera buena parte de su flota mercante afuera, con pabellón de conveniencia. Y podría añadir, de paso, que el Prestige, esa presunta escoria de los mares, estaba matriculado en Bahamas, país al que corresponde bandera blanca. Eso significa nivel de seguridad alto, según las categorías internacionales. Y lo que son las cosas: España tiene bandera gris. Pero esa, claro, es otra historia.

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