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Authors: Morris West

Tags: #Ficción

Los Bufones de Dios (47 page)

BOOK: Los Bufones de Dios
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Jean Marie ofreció una sugestión, medio en broma, medio en serio.

—No puedo volver a ser un niño; pero muy a menudo me he sentido muy pequeño. ¿Por que no firmar con mi nombre en diminutivo, Jeannot… Juanito…?

—Tiene un aspecto de bufonería que no me gusta —dijo Roberta Saracini.

—Entonces completemos la cosa. Admitamos que existe algo así como la locura divina. Y firmaré:
Jeannot le Bouffon
. Juanito, el payaso.

—¿Por qué se desprecia a sí mismo? —Roberta continuaba sintiéndose infeliz. —¿Por qué disimular de tal manera su personalidad que nadie sabrá quién es usted?

—Porque así nadie podrá acusarme de ser ambicioso o rebelde… y por otra parte ¿quién, sino un niño o un payaso se atrevería a escribirle cartas al Todopoderoso?

—Estoy de acuerdo con él —dijo Hennessy—. Y si no somos capaces de hacer de "Juanito el payaso" un nombre que resuene en todos los hogares del mundo, me volaré los sesos por incapaz. ¿Qué dice usted, Natalie?

—Me parece que podría visualizar todo el asunto siempre que Florent sea capaz de producir un modelo.

—Un modelo y también la música, amor mío, e incluso un tema en contrapunto: "Juanito el payaso es tan sencillo. ¿Por qué somos nosotros tan complicados…?"

—Bueno, no hablemos en el aire —dijo Hennessy— y no distraigamos al autor. Porque de él tiene que venir toda la inspiración. Nosotros somos solamente los técnicos… ¿Cuánto falta para la comida, Roberta?

Casi no podía creer que fuera tan fácil escribir aquellas cartas. Cuando era pontífice se había visto obligado a pesar cada palabra, pues no se podía correr el riesgo de desviarse, aunque sólo fuera por el espesor de un cabello, de las definiciones de los antiguos concilios: Calcedonia, Nicea, Trento. No podía tampoco desacreditar, por mucho que disintiera de ellos, los decretos de sus antecesores. No podía especular, sólo podía confiar en su capacidad de iluminar las formas tradicionales de la fe. Él era la fuente misma de la autoridad, el arbitro final de la ortodoxia, el que podía atar y desatar, siendo él el que más atado estaba de todos, esclavo hasta la tumba del Depósito de la Fe.

Y ahora, repentinamente, descubría que era libre. Había dejado de ser
Doctor et Magister
para transformarse simplemente en
Juanito el payaso
, con los ojos abiertos, inocentes y asombrados ante los misterios del mundo. Ahora podía sentarse y gozar del olor de las flores, observar las fuentes y, bufón de Dios, a salvo en sus ropajes de payaso, discutir con su Creador.

"Querido Dios,

"Me gusta este mundo tan divertido, pero acabo de enterarme de que parece que estás dispuesto a destruirlo; o, peor aún, que lo que piensas hacer es sentarte allá en el cielo y contemplar como nosotros, imitando en esto a los cómicos que destrozan un gran piano en el cual alguna vez tocó Beethoven, destruimos nuestro propio mundo.

"No puedo discutir Tus voluntades ni lo que Tú haces. Este es Tu universo. Tú regulas las estrellas y te las arreglas para mantenerlas circulando por el espacio. Pero, antes que llegue la última y enorme bomba, ¿podrías explicarme, por favor, algunas cosas? Sé que esta tierra nuestra es nada más que un diminuto planeta, pero es el planeta en que vivo y antes de dejarlo, me gustaría comprenderlo un poquito mejor. Me gustaría poder comprenderte a Ti también, tanto como Tú me lo permitas, pero, por tratarse de Juanito el payaso tu explicación tendrá que ser muy sencilla.

"…En mi propia mente nunca he comprendido muy bien cuál es tu papel aquí abajo. Créeme que no intento faltarte el respeto. Pero, ves Tú, en los circos donde yo trabajo siempre hay, por un lado un auditorio, y por el otro, nosotros, los actores, los que hacemos los malabarismos y juegos de manos y también naturalmente están los animales. En este recuento no los podemos dejar de lado, porque nosotros dependemos de ellos y ellos cuentan con nosotros.

"Ahora bien, el público es maravilloso. La mayor parte de las veces todos los espectadores están tan felices y son tan inocentes que el gozo que emana de ellos parece algo palpable; pero a veces también es posible oler la crueldad, como si desearan que el tigre atacara a su domador o que los trapecistas cayeran desde las alturas. De manera que realmente no puedo creer que Tú te encuentres presente entre ellos. Luego estamos nosotros, los actores. Debo reconocer que constituimos un grupo bastante mezclado, compuesto de payasos como yo, de acróbatas, de hermosas muchachas amazonas, de la gente que se equilibra en la cuerda floja, de las mujeres con los perros amaestrados y los elefantes y los leones y ¡ah! todo el conjunto. En general, somos bastante grotescos: bien intencionados, sí, pero a veces lo suficientemente locos como para matarnos unos a otros. Si supieras las historias que te podría contar… Bueno, pero Tú las conoces, ¿no es así? Tú nos conoces así como el alfarero conoce las vasijas a las que ha dado forma con su propia rueda.

"Hay gente que sostiene que Tú eres el dueño del circo y que echaste a andar el espectáculo para recrearte privadamente con él. Puedo aceptar eso. Me gusta ser payaso. Porque la verdad es que gozo con el goce que doy. Pero lo que no puedo entender es por qué el dueño quiere cortar las sogas que sostienen el techo y sepultarnos a todos bajo los escombros. Una persona loca, un villano vengativo podría ciertamente hacer algo semejante. Y no puedo creer que Tú estés loco y seas sin embargo capaz de hacer una rosa, o que seas vengativo y crees un delfín… De manera que, como ves, hay mucho que explicar…"

A medida que escribía, aumentaban sus deseos de continuar escribiendo y de escribir más. No se trataba de un ejercicio literario. No le estaba enseñando nada a nadie. Simplemente se encontraba entregado de lleno al más primitivo de los pasatiempos, la contemplación de la paradoja, el razonamiento de un hombre sencillo enfrentado al Misterio Final. Se estaba expresando con el vocabulario de un campesino, completamente diferente del de los teólogos o de los filósofos. No tenía necesidad de inventar nuevos símbolos o nuevas cosmogonías, como la de los Marcianos o de los Valentinianos. Era un hombre enamorado de las cosas más antiguas y a la vez más sencillas: el grano cosechado escurriéndose a través de las manos, las manzanas recién cogidas de los árboles, el primer y dulce paladeo del amor primaveral. Y éstas eran las cosas más preciosas y preciadas, porque estaban destinadas a desaparecer muy pronto en el caos general que se avecinaba. En cuanto papa, había escrito a las mujeres, les había entregado mandatos, consejos, recetas. Pero nunca antes en toda su carrera de clérigo, había escrito sobre ellas con tanta ternura…

"… Precisamente porque soy un payaso, con enormes botas y pantalones flotantes, ellas no temen contarme sus secretos y también porque saben que siempre estoy asustado de algo, conmigo ellas no tienen vergüenza en admitir que también están asustadas. Y aunque hayan hecho mil locuras y todo el ridículo del mundo por un hombre, no se sienten ridículas al contármelo. Con mi enorme boca y mis inmensos ojos llorones de bebé parezco mucho más tonto de lo que ellas nunca podrán ser. Lo único que ellas desean es amar y ser amadas y hacer su nido, como los pájaros y dar a luz a hermosos niños… Pero escuchan en la noche la cabalgata de los jinetes fantasmas —la guerra, las enfermedades, el hambre— y se preguntan por qué habrían de criar niños destinados a morir ante senos estériles o a ser quemados por el resplandor do las bombas. No pueden caminar tranquilas por las calles; de manera que han aprendido a luchar como los hombres y a llevar consigo armas para defenderse de las violaciones. Las danzas guerreras de los hombres les han enseñado a despreciarlos. Y cuando los hombres se enojan, los desprecian aún más, y lo que es amante se torna ácido o, más aún, extraño.

"Ellas quieren saber cuál es la causa que ha echado a perder este mundo Tuyo… y por qué ya no te ven en las esquinas de las calles donde, hace algunos siglos, se paseó Tu Hijo, hablando con los que pasaban, y contando, a través de historias, la verdad. ¿Qué puedo decirles? Soy nada más que Juanito el payaso. Lo más que puedo hacer por ellas es hacerlas reír cayendo de bruces o tropezando sin darme cuenta, con una torta…

"¿Podrías hacerme el favor de pensar sobre esto que te he dicho y tratar de darme alguna respuesta? Sé que hemos hablado muy a menudo. A veces he comprendido lo que me dices. A veces no he comprendido nada. Pero ahora mismo estoy tan asustado que estoy sacándome las botas para correr más rápidamente a esconderme en algún lugar más seguro.

"Colocaré esta carta en la encina hueca que está al final de la pradera, justo al lado del lugar donde guardamos los caballos del circo.

"Continuaré escribiéndote porque tengo aún muchas preguntas que hacerte. Estas tal vez sean las últimas cartas que Tú recibirás desde este pequeño planeta; de manera que te ruego que por favor no destruyas al mundo antes que yo alcance a comprender algo de lo que ocurre, de manera que las cosas adquieran sentido para mí.

"Tu confundido amigo "Juanito el payaso".

Cuando llegó la tarde había escrito cinco cartas, veinte páginas en total y fue sólo la pura fatiga física lo que lo obligó a detenerse. Era aún temprano. Pensó que sería agradable salir a caminar por los muelles. Pero entonces, con un pequeño temblor de miedo, recordó que ahora estaba sometido a vigilancia grado A y que los perros de presa andarían dando vueltas por ahí buscando su olor. No podía arriesgarse por el simple deseo de darse gusto, a comprometer a Roberta Saracini. Así es que, en vez de salir, llamó a Adrian Hennessy.

—Si tuviera tiempo esta tarde, me gustaría que viera lo que he escrito.

—¿Cuánto ha escrito?

—Cinco cartas. Algo más de seis mil palabras. …

—¡Mi Dios! ¡Qué trabajador es usted! Estaré allí en veinte minutos.

—¿Querría hacerme un favor? Al venir hacia acá, compre en alguna parte un gran ramo de flores y una tarjeta para acompañarlas. Me habría gustado hacer eso yo mismo, pero se supone que no debo salir de casa.

—Mejor aún. Hagámoslas enviar por el mismo florista. ¿Qué desea decir en la tarjeta?

—Solamente: "Quiero decirle gracias:
Jeannot le Bouffon
" —le dijo Jean Marie Barette.

—Arreglado. Voy hacia allá.

Diez y ocho minutos más tarde, jovial, rudo y luciendo cien por ciento como el técnico que era y se creía, Hennessy había llegado. Pero antes de comenzar a leer una sola línea del manuscrito, dejó en claro algunas reglas de juego adicionales:

—Esto va en serio y puede ser importante. De manera que nada de cumplidos y ninguna concesión. Si es bueno, lo digo. Si es malo, lo quemamos. ¿Si es más o menos? Bien, en ese caso, lo pensaremos.

—Muy adecuado —dijo plácidamente Jean Marie—. Excepto que usted no puede quemar algo que no le pertenece.

Hennessy hojeó rápidamente el manuscrito.

—Bien. Para comenzar, es legible. ¿Por qué no enseñarán caligrafía como antes? Ahora deseo media hora de soledad. Eso le dará tiempo para leer las vísperas en el jardín. Cuando llegue al
Domini Exaudi
, acuérdese de mí.

—Con mucho gusto lo haré.

No había alcanzado a llegar a la puerta cuando ya Hennessy se había sumido en su lectura. Jean Marie rió quedamente para sí mismo. Le pareció que era semejante a aquellos hombres que en el teatro japonés se vestían de negro —como él— con el objeto de pasar inadvertidos en su rol de tramoyistas de muñecos. Sin embargo, cuando llegó al Domini Exaudi, no olvidó rogar por Hennessy. Dijo: "Por favor, permíteme ser capaz de confiar en él… Ya no creo en el valor de mis propios juicios".

El juicio de Hennessy sobre el manuscrito fue tan breve como definido.

—Esto es lo que usted prometió. Tengo el corazón enchapado en acero y sin embargo logró conmoverme.

—¿Y qué sucede ahora?

—Me llevo estos originales, los hago copiar y le envío un par de las copias que obtenga. Yo guardo los originales para el caso en que sea necesario autentificarlos. Natalie y Florent los leerán a continuación y darán ideas para el tratamiento audiovisual. Entretanto yo me ocuparé del área de las publicaciones, ya sea en revistas, diarios o libros, en todos los idiomas. Usted continuará escribiendo, y quiera Dios seguir guiando su pluma. En cuanto tenga alguna proposición concreta, se la presentaré para su aprobación… Sus flores ya han sido ordenadas. ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?

—Estoy bajo vigilancia grado A como agitador político o por lo menos lo estaré en cuanto se sepa dónde estoy. Me gustaría sin embargo poder salir, estirar las piernas, comer en algún restaurante. ¿Tiene alguna sugerencia al respecto?

—Es la cosa más simple del mundo —Hennessy consultó su libreta e hizo un llamado telefónico—. ¿Rolf? Adrian Hennessy. Tengo un trabajo para usted… Inmediatamente. El mejor precio. Déjeme ver… Se lo describiré. Edad: sesenta y cinco, cabello gris, razonablemente abundante; tez clara, facciones delgadas de huesos finos, ojos azules, muy esbelto. El problema es que está recluido en una casa y que muy pronto comenzará a mascar la alfombra… Sí, es muy conocido, de manera que se trata de una transformación completa… pero por el amor de Dios, no el Jorobado de Notre Dame. El desea poder sentarse y comer en un lugar público… ¿Tiene un lápiz? Le leeré la dirección… ¿Cuánto demorará en llegar…? Bien, esperaré… Eso es. Es de los míos, y muy cercano además. —Colocó el teléfono en la horquilla y se volvió hacia Jean Marie. —Rolf Levandow, judío ruso, el mejor maquillador del mundo. Estará aquí en media hora más con su caja de sorpresas. Cuando haya terminado ni su propia madre —salvo con una impresión de su voz— será capaz de reconocerlo.

—Usted me deja atónito, Adrian Hennessy.

—Soy lo que usted ve. Doy aquello por lo que me pagan: servicio total. Y ahí va la línea divisoria claramente señalada. Y que nadie se atreva a cruzarla a menos que yo se lo indique, ni aun usted,
Jeannot le Bouffon
.

—¡Por favor! —Jean Marie levantó las manos en señal de protesta—. No estaba pidiendo oír su confesión.

—De todos modos ya lo oyó —dijo Adrian Hennessy con una voz súbitamente extraña y lejana—. Conozco los secretos que me permiten hacer cualquier cosa que pueda pedirme, desde la promoción de un lápiz de labios hasta una liquidación. Sé que a menudo bailo sobre una cuerda floja, pero jamás traiciono a mis clientes y nunca me he entregado a nadie de tal manera que en cualquier momento puedo devolver el contrato y marchar libremente hacia la salida… Pero hablemos más bien de usted. Hace sólo un par de meses era uno de los hombres más importantes del mundo, jefe espiritual de medio billón de personas, monarca absoluto del rincón más pequeño y sin embargo más importante del planeta. Eso representa una enorme base de poder. Agreguemos a eso una organización a nivel mundial de clérigos, monjes, religiosas y comunidades parroquiales. Y sin embargo, entregó todo eso. Y ahora, mírese. No puede ni siquiera salir a dar unos pasos por la calle sin tomar antes la precaución de disfrazarse. Es el huésped de una señora reputada por ser cazadora de leones. Y depende de ella para comprar el espacio impreso que necesita y el tiempo de las comunicaciones del que antes dispuso en forma gratuita. Por eso me pregunto a mí mismo si todo esto tiene sentido.

BOOK: Los Bufones de Dios
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