Steel escoltó al Túnica Blanca hasta su superior, el subcomandante Sequor Trevalin.
—Señor, aquí está el prisionero, como ordenasteis.
El subcomandante echó una ojeada al prisionero y después su mirada fue hacia la Señora de la Noche. Trevalin también parecía sorprendido al reparar en la importante compañía que los escoltaba. La saludó con respeto, ya que su rango era superior.
—Os agradezco vuestra ayuda en este asunto, señora.
—No vi que tuviera otra opción —replicó ella con acritud—. Es voluntad de su Oscura Majestad.
El comentario pareció desconcertar a Trevalin considerablemente. Takhisis supervisaba todo cuanto hacían —o así lo creían los caballeros— pero sin duda su Oscura Majestad tenía asuntos más importantes en los que ocupar su mente inmortal que en una simple identificación de prisioneros. No obstante, los hechiceros eran gente rara, y la Señora de la Noche era más rara que la mayoría. ¿Quién sabe a lo que se estaría refiriendo ahora? Desde luego, no sería Trevalin el que lo preguntara. Procedió rápidamente con el asunto que tenía entre manos.
—Señor mago, si nos das los nombres y títulos de estos caballeros, nos ocuparemos de que queden registrados para que la posteridad honre su valentía como se merecen.
El joven mago estaba exhausto por la caminata, el calor y el dolor que soportaba. Parecía estar mareado y contemplaba los cadáveres sin dar señales de reconocerlos, como si hubiera estado mirando los cuerpos de unos desconocidos. Su brazo, apoyado en el de Steel, tembló.
—Quizá, señor —sugirió Brightblade—, al mago no le vendría mal un poco de agua. O una copa de vino.
—Desde luego. —Trevalin le proporcionó, no vino, sino una copa de fuerte brandy que guardaba en un frasco sujeto al cinturón.
El joven mago bebió distraídamente, probablemente sin darse cuenta de lo que se llevaba a los labios, pero el primer sorbo hizo que sus pálidas mejillas recobraran un poco de color. Eso y el breve descanso parecían haber servido de ayuda. Incluso llegó a soltar el brazo de Steel y sostenerse solo.
El Túnica Blanca cerró los ojos; sus labios se movieron. Parecía estar ofreciendo una plegaria, ya que a Steel le pareció oírle susurrar la palabra «Paladine».
Recuperadas las fuerzas, probablemente más por la plegaria que por el brandy, el joven mago se acercó, cojeando, hacia el primero de los muertos. El Túnica Blanca se agachó y apartó la capa que cubría el rostro. Un tremor de alivio, así como de pesar, hizo que le temblara la voz al pronunciar el nombre y el título, a los que añadió la tierra natal del caballero:
—Sir Llewelyn ap Ellsar, Caballero de la Rosa, de Gunthar de Sancrist.
Avanzó junto a la hilera de muertos con más seguridad y fortaleza de lo que el joven caballero le hubiera atribuido al principio.
—Sir Horan Devishtor, Caballero de la Corona, de la ciudad portuaria de Palanthas. Sir Yori Beck, Caballero de la Corona, de Caergoth. Sir Percival Nelish... —Continuó nombrando a los muertos.
Un escriba, llamado por el subcomandante Trevalin, lo seguía y anotaba todos los detalles en una pizarra de apuntes.
Y entonces el joven mago llegó donde estaban los dos últimos cuerpos. Se paró y miró atrás, hacia la fila de cadáveres. Todos vieron que estaba contando. Inclinó la cabeza, se llevó la mano a los ojos, y no se movió. Steel se acercó a Trevalin.
—Me mencionó algo sobre un hermano, señor.
Trevalin asintió con actitud comprensiva y no dijo nada. El Túnica Blanca había revelado al oficial todo lo que necesitaba saber. No había más caballeros; ninguno había escapado.
El Túnica Blanca se arrodilló. Con mano temblorosa apartó la capa que cubría el rostro frío, inmóvil. Abrumado por la pena, se sentó acurrucado junto al cuerpo.
—Disculpad, señor —dijo el escriba—. No entendí lo que dijisteis. ¿El nombre de este caballero es...?
—Majere —musitó el Túnica Blanca con la voz quebrada—. Sturm Majere. Y éste... —se movió para levantar la capa que cubría la cara del otro caballero—, es Tanin Majere. —Inclinándose sobre ellos, limpió la sangre de los destrozados rostros y besó a ambos en las frentes, frías como el hielo.
»Mis hermanos.
Primos. Una deuda de honor.
Sentencia de muerte.
Libertad bajo palabra
—Majere. —Steel se volvió de cara al joven mago—. Majere. Conozco ese nombre.
Embargado por la pena, el Túnica Blanca no respondió; probablemente ni siquiera lo había oído. Pero la Señora de la Noche, sí. Emitió un ahogado siseo al inhalar bruscamente. Los verdes ojos se entrecerraron y observaron a Steel entre las rendijas de los párpados.
El guerrero no reparó en la Señora de la Noche, y se adelantó para llegar junto al mago. El joven era alto, bien formado, aunque carecía de la musculatura de sus hermanos soldados. El cabello era de un tono castaño rojizo, y lo llevaba largo hasta los hombros. Sus manos eran las de un mago: flexibles, esbeltas, de dedos finos. Ahora que Steel lo miraba con detenimiento, podía ver la semejanza, no sólo con los cadáveres tendidos en la arena, sino con el hombre que una vez le había salvado la vida.
—Majere. Caramon Majere. Éstos deben de ser sus dos hijos mayores —dijo, señalando a los caballeros muertos—. Y tú eres el pequeño. ¿Eres hijo de Caramon Majere?
—Soy Palin —respondió el mago con voz quebrada. Con una mano apartó los húmedos mechones pelirrojos de la fría frente de su hermano. Con la otra aferraba fuertemente el bastón, como si sacara de él la energía que lo mantenía con vida—. Palin Majere.
—Hijo de Caramon Majere ¡y sobrino de
Raistlin
Majere! —siseó la Señora de la Noche con énfasis sibilante.
Al oír esto, el subcomandante Trevalin —que apenas había prestado atención mientras meditaba sobre el traslado de los cadáveres y qué hombres destacar para la tarea— alzó la cabeza y contempló con gran interés al joven Túnica Blanca.
—¿El sobrino de Raistlin Majere? —repitió.
—Una captura importante —dijo la Señora de la Noche—. De gran valor. Su tío fue el hechicero más poderoso que jamás pisó Ansalon. —Sin embargo, mientras hablaba de Palin, la mujer no apartó la vista de Steel un solo instante.
El caballero no lo advirtió. Miraba los cadáveres aunque en realidad no los veía; le estaba dando vueltas a algo en la cabeza, tomando alguna decisión difícil, a juzgar por la expresión sombría de su semblante.
Y entonces Palin se estremeció y levantó los ojos, que estaban enrojecidos y anegados en lágrimas.
—Y tú eres Steel. Steel Brightblade, hijo de Sturm... —Su voz se quebró de nuevo al pronunciar el nombre que era el mismo que el de su hermano.
—Una extraña coincidencia, conocernos de este modo... —dijo el caballero, casi para sí mismo.
—Nada de coincidencia —comentó en voz alta la Señora de la Noche. Los ojos verdes eran unas brillantes rendijas—. Intenté evitarlo, pero su Oscura Majestad prevaleció. ¿Y qué significado guarda esto? ¿Qué augura?
Steel echó una mirada exasperada a la mujer. El caballero sentía un gran respeto por los Señores de la Noche y su labor. A diferencia de los Caballeros de Solamnia, que despreciaban la unión de armas con magia, los Caballeros de Takhisis utilizaban hechicería en sus batallas. Los magos recibían rango y condición social al igual que los caballeros guerreros; los hechiceros ocupaban posiciones preeminentes y respetadas en todos los niveles de mando. Pero todavía había fricciones de vez en cuando entre los dos grupos, aunque lord Ariakan hacía cuanto estaba en su mano para acabar con estos roces. El práctico militar, que veía una línea recta desde el punto A al punto B y nada más, no podía pretender entender a los hechiceros, que no sólo veían A y B, sino todas las variantes de planos de existencia intermedios.
Y de todos los Caballeros de la Espina, esta mujer era la menos realista, buscándole tres pies al gato, como reza el dicho, queriendo encontrar constantemente algún significado al incidente más nimio, echando sus piedras vaticinadoras tres veces al día, examinando las vísceras de gallos. El subcomandante Trevalin y sus oficiales habían discutido en más de una ocasión sobre las dificultades que encontraban para trabajar con ella.
Era una coincidencia, nada más. Y no tan extraña, además. Unos Caballeros de Solamnia con un hermano mago que se encuentran con su primo, un Caballero de Takhisis. El mundo estaba en guerra, aunque no todos lo supieran. Estos tres habrían coincidido con él en algún momento, no cabía duda. Steel daba las gracias por algo: el hecho de no haber sido responsable de las muertes de los dos jóvenes Majere. Después de todo, habría estado cumpliendo con su deber, pero esto hacía las cosas más fáciles. Se volvió hacia su oficial superior.
—Subcomandante Trevalin, os pido un favor. Dadme permiso para llevar los cuerpos de estos dos caballeros a su tierra natal para que sean enterrados allí. Al mismo tiempo, entregaré al Túnica Blanca a los suyos y cobraré el rescate.
Trevalin contempló a Steel sin salir de su asombro; Palin lo miraba estupefacto. La Señora de la Noche rezongó por lo bajo, resopló y sacudió la cabeza.
—¿Cuál es su tierra natal? —preguntó Trevalin.
—Solace, en Abanasinia central, justo al norte de Qualinost. Su padre regenta una posada allí.
—Pero eso está muy dentro de territorio enemigo. Correrás un peligro inmenso. Si tuvieras alguna misión especial relacionada con la Visión, entonces, sí, lo aprobaría. Pero esto... —Trevalin agitó una mano—. Transportar cadáveres... No, eres un soldado demasiado bueno para correr el riesgo de perderte, Brightblade. No puedo acceder a tu petición. —El caballero de más edad miró con curiosidad al más joven—. Tú no actúas por capricho ni llevado por impulsos, Brightblade. ¿Qué razón tienes para hacer este extraño requerimiento?
—El padre, Caramon Majere, es mi tío, hermanastro de mi madre, Kitiara Uth Matar. Los caballeros muertos y el mago son mis primos. Además... —El semblante de Steel permaneció impasible, carente de expresión, y su tono era objetivo—. Caramon Majere luchó a mi lado en un combate cuando estuve a punto de ser capturado en la Torre del Sumo Sacerdote. Tengo una deuda de honor con él. De acuerdo con la máxima de lord Ariakan, una deuda de honor ha de saldarse a la primera oportunidad que se presente. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para saldar la mía.
El subcomandante Trevalin no vaciló.
—¿Caramon Majere te salvó la vida? Sí, recuerdo haber oído la historia. ¿Y éstos son sus hijos? —El caballero consideró seriamente el asunto, comparándolo en su mente con la Visión: el gran plan de la Reina Oscura. En su investidura, cada caballero recibe la Visión, en la que se le muestra cómo su hilo está tejido en el inmenso tapiz. No se permitía nada que fuera en contra de la Visión, ni siquiera una deuda de honor.
Sin embargo, la batalla había terminado, y el objetivo estaba logrado. Los caballeros negros pasarían un tiempo estableciendo la cabeza de playa antes de desplazarse hacia el oeste. Trevalin no creía que se notara la ausencia de un único caballero, al menos no en un futuro inmediato. Y siempre era en interés de la causa obtener tanta información sobre el enemigo como fuera posible. Sin duda, Steel vería y oiría muchas cosas en su viaje por territorio enemigo que más adelante podrían ser útiles.
—Te doy permiso para partir, Brightblade. El viaje será peligroso, pero cuanto más grande es el peligro, mayor es la gloria. Llevarás los cadáveres de estos caballeros a su tierra natal para que sean enterrados allí. En cuanto al rescate del Túnica Blanca, la decisión sobre qué hacer con él depende de nuestra noble colega.
Trevalin miró a la Señora de la Noche, que estaba que hervía de indignación por haber sido olvidada en el proceso de tomar una decisión. Aun así, no era oficial superior de Steel, y no tenía nada que decir sobre si se iba o se quedaba. Pero el Túnica Blanca era su prisionero, y tenia el derecho de decidir qué hacer con él.
Reflexionó sobre el asunto, aparentemente dividida entre su deseo de mantener al mago en su poder y su afán por el rescate que su entrega podría proporcionarles. O quizás algo más la incomodaba. Su mirada iba de Steel a Palin y viceversa, y sus verdes ojos ardían.
—El Túnica Blanca ha sido condenado a muerte —dijo con brusquedad.
—¿Qué? ¿Por qué motivo? —Trevalin estaba sorprendido y, al parecer, impaciente—. Se rindió. Es un prisionero de guerra. Tiene derecho a ser entregado a cambio de un rescate.
—Ya se le exigió un rescate —replicó la Señora de la Noche—, y se negó. Por tanto, ha perdido su derecho y puedo disponer de su vida.
—¿Es eso cierto, joven? —Trevalin miró a Palin severamente—. ¿Rehusaste el rescate?
—Me pidieron algo que no puedo dar —contestó Palin. Su mano se cerró con más fuerza en torno al bastón, y todos los presentes comprendieron de inmediato cuál era el precio del rescate que se le había exigido—. El bastón no es mío. Sólo me fue entregado como un préstamo, eso es todo.
—¿El bastón? —Trevalin se volvió hacia la Señora de la Noche—. ¿Sólo queríais el bastón? Si se negó a dároslo, ¡entonces no teníais más que haberle quitado la maldita cosa!
—Lo intenté. —Lillith mostró su mano derecha. Tenía la palma abrasada, llena de ampollas.
—¿Hiciste tú eso, Túnica Blanca? —preguntó Trevalin.
Palin sostuvo su mirada, los ojos serenos aunque enrojecidos por las lágrimas contenidas.
—¿Acaso importa, señor? El Bastón de Mago fue entregado a mi cargo como algo sagrado. No me pertenece, y sólo tengo un control limitado sobre él. El bastón no le pertenece a nadie, es su propio dueño. Sin embargo, no me desprenderé de él ni siquiera para salvar mi vida.
Los dos caballeros negros se quedaron impresionados con la respuesta del joven. No así la Señora de la Noche, que los miró ceñuda a todos mientras se frotaba la mano herida.
—Un interesante problema —comentó Trevalin—. No se puede coaccionar a un hombre a que pague con su vida por algo que no le pertenece. Puede acudir a sus familiares y amigos para pedirles que reúnan el dinero del rescate para él, pero no puede robárselo. El joven está moralmente obligado a negarse a entregar el bastón. Vos, señora, podéis por tanto disponer de su vida. Pero, a mi modo de ver, tal cosa no sería acorde con la Visión.
La Señora de la Noche lanzó a Trevalin una mirada cortante y abrió la boca para protestar. La invocación de la Visión tenía prioridad sobre todo lo demás, y tuvo que guardar silencio hasta que el militar terminó.