Las puertas de la ciudad se abrieron, y las tropas entraron en ella. La gente esperaba, temerosa de recibir malos tratos, ser víctima de la brutalidad o acabar asesinada.
Los hombres físicamente capacitados fueron rodeados y llevados a la plaza de la ciudad, donde uno de los oficiales de lord Ariakan les dirigió una arenga acerca de la gloria y los honores que aguardaban a quienes se unieran a las filas de Takhisis. No se apuntó ni un solo hombre. Entonces fueron encadenados y maniatados con grilletes y se los llevaron, algunos para servir en los barcos negros, y otros a trabajar talando árboles con los que se construirían balsas que transportarían a las fuerzas de Ariakan por el río.
Al resto de los ciudadanos de Kalaman se les dijo que regresaran a sus casas.
La flota de Ariakan recaló en puerto, y él entró en la ciudad con poca fanfarria y se puso de inmediato a trabajar. Sus caballeros patrullaron las calles.
Al día siguiente, los ciudadanos de Kalaman despertaron con miedo, pero vieron que los dragones se habían marchado, que el ejército de bárbaros pintarrajeados de azul había desaparecido, y que la ciudad seguía intacta. El mercado abrió, siguiendo órdenes de lord Ariakan. A los tenderos se les dijo que abrieran los comercios y empezaran a trabajar como siempre.
Aturdidos, incrédulos, los vecinos comenzaron a ocuparse de sus asuntos poco a poco. La única diferencia visible entre el nuevo día y el anterior era la presencia de los caballeros de armadura negra patrullando por las murallas y por las calles de la ciudad. Aquí y allí, una esposa lloraba por el marido hecho prisionero; un niño sollozaba por el padre ausente; una madre lamentaba al hijo perdido; pero eso era todo.
Kalaman había caído sin apenas un quejido.
Ariakan, sentado tras su escritorio en la mansión del gobernador, desenrolló un mapa y su mirada se detuvo en Palanthas.
La rueda gira.
La rueda se detiene.
La rueda vuelve a girar
Aquella tarde, antes del ocaso, Caramon y Tika enterraron a sus dos hijos.
En Solace era costumbre plantar un vallenwood joven por cada nueva tumba. De este modo, se creía, el alma del muerto entraba en el árbol y en consecuencia nunca moría realmente. Ésta era una razón por la que los vallenwoods eran sagrados para la gente de Solace, una razón por la que jamás se cortaba un árbol vivo.
Tanin y Sturm Majere serían enterrados en una pequeña parcela familiar que se veía desde la posada El Último Hogar. En ella descansaba Otik, anterior propietario de la posada y amigo de toda la vida de Tika y de Caramon. En ella, algún día, también descansarían ellos dos, cuando dejaran atrás este mundo con sus preocupaciones y tristezas. Jamás se les había pasado por la cabeza que dos de sus hijos los precederían.
Caramon empezó a cavar la tumba solo, pero enseguida se corrió la voz por Solace y no pasó mucho tiempo antes de que un vecino viniera a ayudarlo, luego otro, y otro, hasta que todos los hombres de la ciudad se encontraron allí para echar una mano. Trabajaron bajo el calor, por turnos, parándose para descansar a la sombra que, a causa del incesante y ardiente viento, no ofrecía mucho alivio. Los hombres cavaban la tumba en silencio, ya que habían expresado sus condolencias al llegar. En general, hicieron caso omiso de Porthios y de sus elfos, que estaban de guardia alrededor de la posada, donde su reina yacía, dando a luz. Los elfos, en general, hicieron caso omiso de los vecinos.
También acudieron las mujeres de Solace y llevaron de regalo comida y ropas de bebé, ya que se había corrido la voz del inminente nacimiento. Tika guardó las ropitas para dárselas a Alhana en secreto antes de que la realeza elfa exiliada partiera para seguir con sus intentos de recuperar sus tronos, y lograr paz y estabilidad para las naciones elfas. Tika era consciente de que Porthios jamás aceptaría los «desechos» de ropas en desuso de los humanos, pero, como le dijo a Dezra:
—Los padres sólo poseen lo que llevan puesto. ¿Con qué van a vestir al pobre bebé? ¿Con hojas?
Tika trabajó sin parar todo el día, negándose a hacer un alto para tumbarse o descansar un rato. Había mucho que hacer, con un bebé a punto de nacer, clientes que llegaban a la posada y parroquianos locales a los que dar de comer.
—Dejaré a un lado las lágrimas por hoy —le dijo a Dezra—. Los dioses saben que seguirán estando aquí mañana. En cuanto al dolor en mi corazón... estará ahí siempre.
Palin durmió durante todo el día. Su sueño era tan profundo que, cuando su padre cogió en brazos su cuerpo desmadejado de la mesa y lo llevó a su cuarto, el joven mago ni siquiera rebulló. Steel también durmió en una habitación de la parte trasera de la posada, con la espada a mano y el peto de la armadura montando guardia contra la puerta. El caballero había resistido todos los intentos de convencerlo para que descansara, hasta que Tanis el Semielfo había hecho notar secamente que su negativa a confiar en ellos era un insulto a su honor.
—Cuando te acompañamos a la Torre del Sumo Sacerdote para rendir homenaje a tu padre, los dos prometimos protegerte con nuestras vidas, proteger al hijo de Sturm Brightblade. Es ofensivo por tu parte negarte a aceptar esa promesa.
Con gesto altanero, Steel se fue a la cama y se quedó dormido casi de inmediato.
Tanis pasó el día con Porthios, no porque disfrutara mucho con la compañía de su cuñado, sino porque la proximidad de tantos humanos estaba poniendo nervioso al señor elfo.
Fue un día de tensión y de tristeza. Uno de los hombres que estaba cavando la tumba sucumbió al calor, se desplomó y tuvo que ser llevado a la posada, donde estiban sentadas las mujeres, sudando y abanicándose mientras hablaban de la mala cosecha y preguntándose cómo iban a pasar el invierno. Los niños, que no entendían lo que estaba pasando, pero conscientes de que éste no era un día para jugar y meter ruido, permanecían cerca de sus madres.
Los elfos exiliados estaban en las ramas de los vallenwoods, montando guardia y soñando despiertos con sus patrias.
Y entonces, a la puesta de sol, empezó el funeral.
Palin, Tika y Caramon estaban de pie junto al clérigo de Mishakal, a la cabecera de la tumba. Tanis se encontraba cerca de ellos, pensando con cariño en su propio hijo, que, aunque vivo, estaba perdido para él.
Bajaron reverentemente los cuerpos de los dos hermanos, envueltos en sus mortajas de lino, a la sepultura en laque descansarían en paz juntos. El clérigo entonó una plegaria, y los vecinos pasaron en fila junto a la tumba abierta; algunos echaban en ella algún pequeño recuerdo y otros comentaban con afecto alguna hazaña de los hermanos, que se habían ganado el cariño de todos.
Cuando la pequeña ceremonia hubo concluido, los hombres empezaron a tapar la tumba, y entonces, para asombro de todos, llegó Porthios acompañado por un contingente de guerreros elfos. Con cortedad, dirigió unas palabras amables a Caramon y Tika, y a continuación, plantado junto a la sepultura, el señor elfo entonó un canto de duelo por los muertos. Aunque nadie entendía las palabras, la melodía triste, aunque esperanzada, arrancó lágrimas que mitigaban el acervo dolor de la pérdida, dejando sólo una dulce pena. Tika empezó a llorar entonces, acunada en los brazos de su esposo.
Porthios terminó la canción y se apartó. Los hombres cogieron palas y empezaron a tapar la tumba con tierra. Llegado este momento era costumbre echar flores a los cuerpos, pero hacía mucho que todas las flores se habían agostado por el calor. El montón de tierra que cubría a los dos caballeros fue apisonado con amoroso cuidado. El clérigo de Mishakal estaba a punto de elevar una última plegaria y dar la bendición, cuando la multitud que rodeaba la tumba se apartó a los lados de repente, ya que los presentes retrocedían con alarma.
Steel Brightblade se acercaba caminando entre ellos.
Ofendidos por la intrusión en estos momentos de pesar, los vecinos lo instaron a que se marchara. Porthios tenía un gesto ceñudo; los elfos, con las manos sobre las armas, cerraron filas en torno a su señor.
Steel no les prestó atención, y llegó hasta la cabecera de la tumba.
—Señor —dijo el clérigo de Mishakal con severidad—, tu presencia aquí no es bien recibida. Es un insulto a los muertos.
Steel no hizo comentario alguno. Se mantenía callado, serio y reservado, haciendo caso omiso del clérigo, los insultos y las amenazas. Llevaba en las manos un paquete que había ido atado en la narria en la que había transportado los cadáveres.
Caramon, perplejo, miró a su hijo. Palin se limitó a sacudir la cabeza; no tenía idea de lo que pasaba. En un incómodo silencio, todos observaron y esperaron pata ver qué iba a hacer el caballero negro.
Steel se inclinó sobre una rodilla, desenvolvió el paquete, y lo extendió sobre la agostada hierba parda.
Los últimos rayos del sol agonizante brillaron sobre la espada rota de Tanin, y al lado estaba el mango de la lanza rota de su hermano. Steel cogió las armas y las colocó, cuidadosamente, sobre la tumba. Luego, arrodillado y con la cabeza inclinada, empezó a entonar palabras en un lenguaje raro y desconocido.
El clérigo de Mishakal se acercó presuroso a Tanis y le tiró de la manga.
—¡Detenlo! —instó—. ¡Está lanzando algún tipo de conjuro maligno sobre los muertos!
—No, en absoluto —dijo Tanis en voz queda, los ojos llenos de lágrimas y el corazón, de recuerdos—. El lenguaje que habla es solámnico. Está recitando el salmo funerario de los Caballeros de Solamnia.
·
· Devuelve a este hombre al seno de Huma,
· más allá del cielo imparcial;
· concédele el descanso del guerrero,
· y guarda el último destello de sus ojos,
· libre de la asfixiante nube de la guerra,
· sobre las antorchas de las estrellas.
· Permite que la última bocanada de su aliento,
· se refugie en el tibio aire,
· por encima de los sueños de las aves de rapiña,
· donde sólo el halcón recuerda la muerte.
· Pronto se alzará la sombra de Huma,
· más allá del cielo imparcial.
·
Todos guardaron silencio hasta que hubo terminado. Entonces Steel se incorporó, sacó su espada e hizo el saludo de los caballeros. Se llevó la empuñadura de la espada a los labios y extendió el arma hacia afuera en un amplio arco. Tras hacer una reverencia formal a la estupefacta familia, el paladín oscuro giró sobre sus talones y avanzó, lenta y altivamente, entre la multitud, que se apartó a su paso con asombrado temor.
En su camino, Steel hizo un alto delante de Porthios. Una sonrisa burlona jugueteó en los labios del caballero negro.
—No pierdas el sueño por una guerra civil entre las naciones elfas, señor. Muy pronto, Qualinesti y Silvanesti estarán unidas... bajó el tacón de la bota de lord Ariakan.
Porthios desenvainó la espada. Tanis, que había previsto algún problema, se movió rápidamente para detenerlo.
—Piensa dónde estás hermano. Piensa en Alhana —le rogó, hablando en elfo—. Sólo son baladronadas propias de la fogosa juventud. Ya has pasado por lo mismo antes. No hagas caso.
Probablemente Porthios no habría hecho mucho caso a sus palabras, pero en ese momento un débil plañido —el llanto de un recién nacido— tremoló en el aire. Lanzándole una última mirada funesta, Porthios apartó a Steel con el hombro y se dirigió presuroso hacia la posada. Su escolta de elfos también se marchó, no sin antes dirigir miradas asesinas al caballero negro.
Steel las soportó sin alterar aquella sonrisa burlona, y luego, volviéndose a medias, echó una ojeada sobre el hombro.
—Palin Majere, sigues siendo mi prisionero. Despídete de los tuyos, porque es hora de que partamos.
—¡Palin! —gritó Tika al tiempo que extendía las temblorosas manos hacia su hijo.
—No me pasará nada, madre —la tranquilizó el joven mago, que lanzó una mirada a su padre. Los dos habían acordado no decir nada a su madre acerca de lo que intentaba hacer—. Los magos pagarán el rescate y pronto estaré de vuelta en casa. —Se inclinó y la besó en la mejilla.
—Cuídate —le dijo Tika suavemente, la voz entrecortada, y entonces sobresaltó a Palin al añadir:— Raistlin no era del todo malo. Había algo de bueno en él. Nunca le tuve mucho aprecio, pero supongo que era porque no lo entendía. Quizás... —Se interrumpió, respiró hondo, y después dijo con tono tajante:— Quizás hagas bien al actuar así.
El joven la contempló sin salir de su asombro. Volvió a mirar a su padre, que se encogió de hombros.
—No he dicho nada, hijo.
Tika esbozó una triste sonrisa, y puso la mano sobre la de su hijo.
—Siempre sabía si estabas planeando alguna diablura, ¿recuerdas? Tú y tus hermanos... —Tragó saliva con esfuerzo. Las lágrimas brotaron de sus ojos—. ¡Que Paladine te acompañe, hijo mío!
—Ten cuidado, hijo —pidió Caramon—. Si puedo hacer algo...
—Gracias, padre. Gracias por todo. Adiós, madre.
Palin se dio media vuelta y se alejó deprisa, medio cegado por las lágrimas, pero había recobrado el dominio de sí mismo cuando llegó junto a Steel.
—¿Tienes todo lo que te hace falta? —preguntó el caballero.
Palin enrojeció. Sólo llevaba un saquillo de componentes de hechizos; estando en una categoría tan baja, no necesitaba más. Las ropas que tenía las llevaba puestas: la blanca túnica manchada con sangre y el polvo del camino. No tenía libros de hechizos, ni cajas de pergaminos. Pero en su mano llevaba el Bastón de Mago.
—Estoy dispuesto —dijo.
Steel asintió con la cabeza e hizo un cortés y frío saludo a Caramon y a Tika. Palin no volvió la vista atrás y echó a andar por la calzada. Los dos jóvenes desaparecieron en las sombras cada vez más largas.
* * *
Aquella noche, Caramon y Tika plantaron dos retoños de vallenwood en la tumba de sus hijos.
En la posada El Último Hogar, Alhana Starbreeze, exhausta por el largo parto, dormía. Porthios se había quedado a su lado. Cuando por fin se quedó dormida y todos los demás salieron de la habitación, él se inclinó y la besó con ternura.
Seguro de que su esposa y su hijo recién nacido se encontraban bien, Porthios regresó a la sala de la taberna y se sentó con sus guerreros. Planeaba unificar los reinos elfos aunque para ello tuviera que matar a todos los elfos de Ansalon.