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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco se escapan

BOOK: Los Cinco se escapan
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Llegan de nuevo las vacaciones y Los Cinco se reencuentran en villa Kirrin. Muy emocionados planifican una excursión de una semana a la isla del castillo. Pero no todo transcurre a pedir de boca: los niños no se llevan bien ni con la nueva cocinera ni con su hijo y, además, la señora Kirrin está delicada de salud. Cuando los padres de Jorge tienen que marchar porque el estado de la madre empeora, la situación en villa Kirrin es tan insoportable que a Los Cinco no les queda más remedio que correr el riesgo de escapar.

Enid Blyton

Los Cinco se escapan

Los Cinco - III

ePUB v1.0

Siwan
24.05.12

Título original:
Five run away together

Enid Blyton, 01/01/1944.

Traducción: Juan Ríos de la Rosa

Editor original: Siwan (v1.0)

ePub base v2.0

Capítulo I

VACACIONES DE VERANO


Jorge,
querida, siéntate y ponte a hacer algo —dijo la señora Kirrin—. No haces más que ir de un lado para otro con
Tim,
entrando y saliendo a cada momento, y yo quiero descansar un poco.

—Lo siento, mamá —dijo Jorgina cogiendo a
Tim
por el collar—. Pero es que me siento muy sola sin los otros. ¡Oh, qué ganas tengo de que llegue mañana! He estado sin ellos tres semanas enteras.

Jorgina estaba interna en un colegio con su prima Ana, y al llegar las vacaciones, ella, Ana y los dos hermanos de ésta, Julián y Dick, se juntaban y lo pasaban muy bien. Ahora estaban en las vacaciones de verano y ya habían transcurrido tres semanas desde que empezaron. Ana, Dick y Julián habían ido de viaje con sus padres y Jorgina no había podido acompañarlos porque su padre y su madre la habían querido tener con ellos.

Al día siguiente iban a llegar los primos de Jorgina para pasar juntos el resto de las vacaciones en la vieja casa de ésta, "Villa Kirrin".

—¡Qué bien cuando estemos todos juntos! —dijo
Jorge
(como siempre se la llamaba) a
Tim,
su perro—. Será estupendo,
Tim.
¿No te parece?

—Guau —ladró
Tim
lamiéndole a su amita la desnuda rodilla.

Jorge
iba vestida como de costumbre, o sea exactamente igual que un muchacho, con
shorts
y jersey. Siempre había querido ser un niño y no contestaba nunca cuando la llamaban Jorgina. Por eso todo el mundo la llamaba
Jorge.
Había echado mucho de menos a sus primos durante las primeras semanas de las vacaciones de verano.

—Y pensar que antes me gustaba tanto estar sola —dijo
Jorge
a
Tim,
el cual siempre parecía entender todo lo que su amita le decía—. Pero ahora comprendo que era una tonta. Es mucho mejor tratar con otros y compartir los juegos y tener amigos.

Tim
golpeó el suelo con el rabo. Él también se sentía muy feliz en compañía de los otros chicos. Estaba deseando volver a ver a Julián, Dick y Ana.

Jorge
llevó a
Tim
a la playa. Hizo visera con la mano para resguardar sus ojos del sol y empezó a mirar la bahía. A su entrada y justamente en medio, casi pareciendo un centinela, había una pequeña y rocosa isla en cuya parte más alta se destacaba un antiguo y ruinoso castillo.

—Bien, este verano visitaremos otra vez la isla Kirrin —dijo
Jorge
suavemente—. No he podido ir allí todavía porque mi bote lo están arreglando, pero pronto estará dispuesto y entonces iré. Y volveré a registrar el castillo por todos sitios. Oh,
Tim,
¿te acuerdas de la magnífica aventura que tuvimos el verano anterior?

Tim
lo recordaba perfectamente bien, porque él mismo había participado en la fascinante aventura. Había estado abajo, en los sótanos del castillo, con los otros; había ayudado a encontrar allí un tesoro y lo había pasado en grande con los cuatro chicos que él amaba. Dio un pequeño ladrido.

—Estás recordando, ¿verdad,
Tim?
—dijo
Jorge,
acariciándolo—. ¿No crees que será magnífico volver a la isla otra vez? ¿Y volver a meterse en los sótanos? Y, oh, ¿te acuerdas cómo Dick se metió por aquel oscuro pozo para rescatarnos?

Era emocionante ir recordando todas las cosas que habían ocurrido el año anterior. A
Jorge
le parecía el día enormemente largo. Al día siguiente iban a llegar sus primos.

«Le pediré permiso a mamá para que nos deje ir a la isla y vivir allí durante una semana —pensó
Jorge
—. Será la cosa más fantástica que podamos hacer este verano. ¡Vivir en mi propia isla!»

La isla era propiedad de
Jorge.
En realidad pertenecía a su madre, pero ella había dicho, dos o tres años atrás, que cuando
Jorge
fuera mayor se la regalaría, y desde entonces
Jorge
la consideraba como suya. También consideraba suyos todos los conejos que vivían en la isla, así como los pájaros salvajes y toda clase de animales.

«Le diré que iremos a pasar una semana en la isla, cuando vengan mis primos —pensó excitadamente—. Nos llevaremos la comida y las demás cosas y viviremos allí por nuestra cuenta. Nos sentiremos como Robinson Crusoe.»

Al día siguiente fue a buscar a sus primos, conduciendo ella misma el caballito que tiraba de la tartana. Su madre había querido ir también, pero decía que no se encontraba muy bien:
Jorge
estaba por ese motivo algo intranquila. Últimamente su madre decía con frecuencia que no se encontraba bien. Tal vez se tratara del fuerte calor veraniego. El tiempo había sido muy caluroso los últimos días. Día tras día el cielo se había mostrado de un azul intenso, limpio de nubes y con fuerte sol. A
Jorge
se le había puesto la piel muy morena y sus ojos resultaban sorprendentemente azules enmarcados por su quemado rostro. Llevaba el pelo tan corto como de costumbre y realmente resultaba difícil saber si era chico o chica.

El tren llegó. Tres manos se agitaban frenéticamente tras una ventanilla y
Jorge
lanzó una exclamación de alegría al reconocer a sus primos.

—¡Julián! ¡Dick! ¡Ana! ¡Por fin habéis llegado!

Los tres chicos salieron precipitadamente del vagón. Julián llamó a un mozo.

—Nuestros equipajes están en el vagón. Hola,
Jorge,
¿cómo estás? Caramba, qué morena te has puesto.

Todos ellos estaban morenos. Todos habían cumplido un año más desde que tuvieron la fantástica aventura en la isla Kirrin. La misma Ana, la más pequeña de todos, no parecía ya tan niña ahora. Fue corriendo hacia
Jorge
para abrazarla y luego se agachó junto a
Tim,
el cual estaba totalmente loco de alegría de volver a ver a sus tres amiguitos.

Se armó un terrible alboroto. Todos querían contar sus cosas a la vez y
Tim
no paraba de ladrar.

—¡Creíamos que el tren nunca iba a llegar!

—Oh,
Tim,
precioso, eres el mismo de siempre.

—¡Guau, guau, guau!

—Mamá siente mucho no haber podido venir a recogeros también.


Jorge,
qué morena estás! Me parece que lo vamos a pasar muy bien.

—¡GUAU, GUAU!

—Cálmate, precioso
Tim,
y quédate quieto. Has estado a punto de partirme en dos la corbata. ¡Oh, querido perrazo, qué grande es volverte a ver!

—¡Guau!

El mozo trajo el equipaje, que fue trasladado en seguida a la tartana.
Jorge
chasqueó el látigo y el paciente caballito empezó a andar. Los cinco, dentro de la pequeña tartana, empezaron todos a hablar lo más alto que podían, sobre todo
Tim,
cuya canina voz era profunda y poderosa.

—Espero que tu madre no esté enferma —dijo Julián, que quería mucho a su tía Fanny. Ésta era muy buena y gentil y gustaba mucho de que sus sobrinos fueran a su casa a pasar sus períodos de vacaciones.

—Supongo que será cosa del calor —dijo
Jorge.

—¿Y tío Quintín? —dijo Ana—. ¿Está bien?

A los tres chicos no les agradaba mucho tío Quintín, porque solía tener muy mal genio, y aunque estaba contento de recibirlos en su casa, en realidad no le gustaban mucho los niños. Por eso éstos siempre se sentían molestos ante él y se alegraban cuando se alejaba de su presencia.

—Papá está muy bien —dijo
Jorge
alegremente—. Pero está preocupado por mamá. Apenas le hace caso cuando está buena y contenta, pero cuando está mala se contraría mucho. Por eso debéis ser, por el momento, un poco amables con él. Ya sabéis cómo se pone cuando se enfada.

Los chicos lo sabían. Cuando las cosas no le iban bien era mejor mantenerse alejado del tío. Pero eso no quería decir que tío Quintín pudiera desanimar a los chicos aquel día. Estaban en vacaciones; iban a "Villa Kirrin"; estaban junto al mar y tenían junto a ellos al magnífico
Tim
y muchas y agradables cosas en perspectiva.

—¿Podremos ir a la isla Kirrin,
Jorge?
—preguntó Ana—. ¡Llévanos! No la hemos visitado desde el verano pasado. El tiempo era malo en el invierno y en las vacaciones de Pascua. Pero ahora es espléndido.

—Por supuesto que iremos —dijo
Jorge,
brillantes sus azules ojos—. ¿Sabéis lo que he pensado? He pensado que sería maravilloso que pasáramos allí una semana entera por nuestra cuenta. Ahora somos mayorcitos y estoy segura de que mamá nos dejará.

—¡Pasar una semana entera en la isla! —gritó Ana—. Es demasiado bonito para que sea verdad.


Nuestra
isla —dijo
Jorge,
muy contenta—. ¿No te acuerdas que prometí repartirla entre los cuatro para que todos fuésemos dueños? Pues sigo pensando igual. La isla es de todos, no mía.

—¿Y
Tim?
—preguntó Ana—. ¿No podríamos hacerlo a él partícipe en la propiedad?

—Mi parte es la de él —dijo
Jorge.
Tiró de las riendas y detuvo el caballito.

Los cuatro contemplaron la azul bahía.

—Allí está la isla Kirrin —dijo
Jorge
—. Nuestra querida y pequeña isla. Qué trabajo me cuesta no ir a visitarla. Hasta ahora no he podido, porque mi bote estaba estropeado.

—Pues iremos todos juntos —dijo Dick—. Pienso si los conejitos seguirán tan domesticados y sumisos como siempre.

—¡Guau! —ladró
Tim
al punto. El solo hecho de oír la palabra "conejo" le excitaba considerablemente.

—Desecha tus pensamientos sobre los conejos de Kirrin —dijo
Jorge
—. Ya sabes que no te dejaremos que les des caza,
Tim.

El can abatió el rabo y miró desconsoladamente a
Jorge.
Era la única cosa en que él y su amita no estaban de acuerdo.
Tim
estaba convencido a más no poder de que los conejos eran unas cosas que habían sido creadas para darles caza. Pero
Jorge
opinaba todo lo contrario.

—Vamos —dijo
Jorge
al caballito, sacudiéndolo con las riendas. El animalito emprendió el trote con dirección a "Villa Kirrin". Pronto estuvieron en la puerta principal.

Una mujer de cara avinagrada apareció por una puerta y se dirigió a ayudar a desembarcar el equipaje. Los chicos no la conocían.

—¿Quién es ésa? —susurraron a
Jorge.

—Es la nueva cocinera —contestó la aludida—. Juana ha tenido que ir a cuidar a su madre, que se ha roto una pierna. Entonces mamá trajo esta otra cocinera. Se llama la señora Stick.

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