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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco se escapan (5 page)

BOOK: Los Cinco se escapan
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—No dejes que ese antipático perrazo se me acerque —dijo—. No me gustan los perros.

—Entonces no comprendo cómo tiene a
Stinker
—dijo Julián—. ¡Ven aquí,
Tim
! Deja a ese señor. No tiene valor para resistir tus gruñidos.

Julián empezó a subir la escalera con
Tim
pegado a los talones. Cuando llegó arriba, los otros lo rodearon, ansiosos de saber lo que había ocurrido, pues habían oído las voces desde arriba. Rieron cuando Julián les contó cómo había estado a punto de tirar el pastel de carne a la cara del señor Stick.

—Se lo hubiera merecido —dijo Ana—. Aunque habría sido una lástima, porque no hubiéramos podido comérnoslo. Bien. La señora Stick será una mujer horrible, pero sabe cocinar. Este pastel es magnífico.

Los chicos dieron buena cuenta del pastel y también de las tartas.

Julián les contó que el señor Stick estaba de permiso.

—Tres Stick en la casa parece demasiado —dijo Dick reflexivamente—. Qué lástima que no podamos desembarazarnos de ellos y arreglárnoslas nosotros solos.
Jorge,
¿no podrías mañana convencer a tu padre?

—Lo intentaré —dijo
Jorge
—. Pero ya sabes lo difícil que es mi padre y el trabajo que cuesta convencerlo de algo. Pero lo intentaré. Vaya, estoy muerta de sueño. Vamos,
Tim,
vámonos a la cama. Dormirás apoyado en mis pies. No pienso de ninguna manera que te muevas de mi lado, ahora que estos terribles Stick quieren envenenarte.

Pronto los cuatro chicos, pasada ya el hambre, dormían apaciblemente. No tenían miedo de que los Stick subieran a los dormitorios y los cogieran de improviso, porque
Tim
se despertaría antes y los avisaría.
Tim
era el mejor centinela que ellos podían tener.

Por la mañana la señora Stick, ante la sorpresa de los chicos, hizo una especie de desayuno.

—Supongo que es porque sabe que tu padre va a telefonear,
Jorge
—dijo Julián—. Y quiere portarse bien. ¿Cuándo te dijo que telefonearía? A las nueve, ¿verdad? Bien. Ahora son las ocho y media. Vamos a ir rápidamente a la playa unos minutos.

Fueron todos a la playa, ignorando la presencia de Edgar al pasar por el jardín, el cual les hacía morisquetas de burla. Los chicos no pudieron impedir el pensar que estaba loco. Al fin y al cabo, no se portaba como un muchacho de la edad de Julián. Cuando regresaron eran aproximadamente las nueve menos diez.

—Me voy a sentar en el cuarto de estar hasta que suene el teléfono —dijo Julián—. No quiero que el señor Stick lo oiga primero.

Pero, para su infortunio, cuando entraron en la casa oyeron a la señora Stick hablando por teléfono en el vestíbulo.

—Sí, señor —oyeron que decía—, todo está normal. Puedo arreglármelas sola con los chicos, aunque a veces hacen cosas molestas. Sí, señor. Desde luego, señor. Bien, señor, es una suerte que mi marido esté aquí. Le han dado permiso en el barco; así podrá ayudarme en muchas cosas y todo será más fácil. No se preocupe por nada, señor, y no tenga prisa en volver. Yo llevo la casa muy bien.

Jorge
entró en la habitación como una exhalación, y arrancó el auricular de manos de la señora Stick.

—¡Padre! ¡Soy yo,
Jorge
! ¿Cómo está mamá? ¡Dímelo, rápido!

—No está peor,
Jorge
—dijo la voz de su padre—. Pero no podemos saber nada definitivo hasta mañana por la mañana. Estoy contento de que la señora Stick me haya dicho que todo va bien. Estoy muy trastornado y preocupado y es para mí un alivio poderle decir a tu madre que todos estáis bien y que todo va bien, y que todo se desarrolla normalmente en "Villa Kirrin".

—Pero no es así —repuso
Jorge
alborotadamente—. No es cierto. Todo es horrible. ¿Pueden los Stick marcharse y dejar que nos las arreglemos nosotros solos?

—Caramba, por supuesto que no —dijo la voz de su padre, con tono sorprendido y enojado—. ¿Qué es lo que piensas? Espero,
Jorge,
que serás razonable y te portarás bien. Puedo decirte…

—Habla con él, Julián —dijo
Jorge
desesperadamente, poniendo el auricular en las manos de Julián. El muchacho lo aplicó a la oreja y empezó a hablar con clara voz.

—Buenos días, señor. Soy Julián. Me alegro mucho de que tía Fanny no esté peor.

—Lo estará si se entera de que las cosas no van bien en "Villa Kirrin" —dijo tío Quintín con voz exasperada—. ¿No puedes convencer a
Jorge
para que entre en razón? Dios mío, ¿es que no puede aguantar a los Stick una semana o dos? Te lo digo francamente, Julián, no pienso que los Stick se vayan en mi ausencia; yo quiero que todo esté preparado en la casa para cuando vuelva tu tía. Si es que no podéis resistir su compañía, lo mejor que podéis hacer es regresar a vuestra casa con vuestros padres para el resto de las vacaciones. Pero
Jorge
no irá con vosotros. Ella debe quedarse en "Villa Kirrin". Ésta es mi última palabra sobre el particular.

—Pero, señor, yo querría decirle que… —empezó Julián pensando cuál sería la mejor manera de tratar con un hombre tan temperamental.

Se oyó el clic al otro lado del teléfono. Tío Quintín había colgado y se había marchado. No había ya nada más que decir. ¡Caramba! Julián contrajo los labios y miró a los otros con el ceño fruncido.

—¡Te lo tienes merecido! —dijo con voz agria la señora Stick desde el final del vestíbulo—. Ahora ya sabéis cómo irán las cosas. Yo estoy aquí y me quedaré aquí, siguiendo las órdenes de tu tío. Y a partir de ahora os vais a portar bien o todo será peor para vosotros.

Capítulo VI

JULIÁN DERROTA A LOS STICK

Sonó un portazo. Se cerró la puerta de la cocina y pudo oírse la voz triunfante de la señora Stick contándole a Edgar y a su marido todo lo que había ocurrido. Los chicos se dirigieron al cuarto de estar y se sentaron mirándose sombríamente unos a otros.

—¡Papá es terrible! —exclamó
Jorge,
furiosa—. Nunca quiere escuchar a nadie.

—Bien. Al fin y al cabo, está muy trastornado —dijo Julián, más razonable—. Es una lástima que haya telefoneado antes de las nueve. Así, la señora Stick ha podido coger primero el teléfono y despacharse por su cuenta.

—¿Qué te ha dicho papá? —preguntó
Jorge
—. Cuéntanoslo exactamente.

—Me dijo que si no podíamos aguantar a la señora Stick, que nos fuéramos a casa Dick, Ana y yo, pero que tú debías quedarte aquí.

—Bien —dijo
Jorge
al final—. Vosotros no podéis aguantar a la señora Stick. Lo mejor que podéis hacer es marcharos a vuestra casa. Yo me las sé arreglar sola.

—¡No seas idiota! —dijo Julián dándole una amistosa palmadita en el brazo—. Sabes perfectamente que no queremos abandonarte. No quiero decir, desde luego, que nos guste la idea de estar una semana o dos conviviendo con los antipáticos Stick, pero cosas peores hay. Pasaremos juntos la
estacada.

El intento de chiste no arrancó ninguna sonrisa ni siquiera a Ana (Nota del traductor: recuérdese que stick significa en inglés estaca, bastón). La perspectiva de pasar dos semanas con los Stick no era nada agradable.
Tim
apoyó la cabeza en la rodilla de
Jorge.
Ésta lo acarició y miró a su alrededor.

—Os iréis a vuestra casa —dijo a los otros—. He trazado un plan por mi cuenta y vosotros no formáis parte de él. Yo tengo a
Tim
y él me cuidará. Telefonead a vuestros padres e iros a casa mañana.

Jorge
tenía la mirada desafiante. Tenía la cabeza erguida y no cabía la menor duda de que había fraguado una especie de plan.

Julián se sintió inquieto.

—No seas tonta —dijo—. Ya te he dicho que pasaremos el tiempo juntos. Si has fraguado un plan, nosotros formaremos parte de él. Pero nosotros estaremos aquí contigo, ocurra lo que ocurra.

—Quedaos si queréis —dijo
Jorge
—. Pero cuando lleve adelante el plan comprenderéis que no os queda más remedio que dejar esta casa. ¡Vamos,
Tim
! Vamos a ver si Jim ya tiene el bote preparado.

—Iremos contigo —dijo Dick, que estaba muy apenado por
Jorge.
A pesar del aire retador de su prima, había podido notar que ésta era muy desgraciada. La salud de su madre la tenía muy preocupada. Además estaba disgustada con su padre y muy trastornada a causa de que comprendía que sus primos podrían dejarse de preocupaciones y pasarlo bien si regresaban a su casa.

No era un día muy agradable aquél.
Jorge
se mostraba muy testaruda insistiendo en que los demás marchasen a su casa y la dejasen a ella sola. Se enfadó bastante al notar que, por su parte, ellos insistían en quedarse.

—Estáis estropeando mi plan —dijo al final—. Debéis marcharos, realmente debéis marcharos. Os digo que estáis estropeando mi plan completamente.

—Bueno, ¿cuál es tu plan? —preguntó Julián, impaciente—. No puedo impedir el tener la sensación de que tú dices que tienes un plan sólo para que nos vayamos.

—Yo tengo un plan de verdad —dijo
Jorge
perdiendo la paciencia—. Sabéis de sobra que no es fingido. Si yo digo que tengo un plan es que lo tengo realmente. Pero no voy a echarlo a rodar revelándolo. No me preguntéis. Es un secreto.

—Yo pienso que en realidad deberías contárnoslo —dijo Dick sintiéndose ofendido—. Al fin y al cabo, somos tus mejores amigos, ¿no es así? Y pensamos quedarnos contigo aquí, hayas hecho un plan o no, incluso aunque te lo echemos por tierra, como dices. Nos quedaremos contigo.

—No dejaré que estropeéis mi plan —dijo
Jorge
con los ojos llameantes—. Estáis contra mí lo mismo que los Stick.

—Oh,
Jorge,
no digas eso —dijo Ana, casi con lágrimas en los ojos—. No riñas con nosotros. Ya es bastante malo que tengamos que estar riñendo a cada momento con los Stick para que también nos peleemos nosotros.

Jorge,
de pronto, pareció avergonzada.

—Lo siento —dijo—. Soy una idiota. No quiero pelear. Pero yo sé lo que me digo. Yo llevaré adelante mi plan y no os diré en qué consiste, porque en otro caso os estropearé las vacaciones. Por favor, creedme.

—Será mejor que hoy comamos fuera de casa —dijo Julián levantándose—. Nos sentiremos mejor hoy fuera de casa. Y voy a ir a arreglarle las cuentas al viejo Stick.

—¡Eres muy valiente! —dijo Ana, que en aquel momento pensaba que se hubiera muerto antes que enfrentarse con el señor Stick.

La señora Stick estaba muy antipática y de mal humor. Por un lado se sentía victoriosa, pero por otro estaba muy enojada por haber notado que le habían desaparecido el pastel de carne y las tartas de jamón. Su marido estaba explicándole cómo habían desaparecido cuando apareció Julián.

—¡Cómo podéis esperar que os dé bocadillos para la merienda cuando has robado mi pastel de carne y las tartas de jamón! —empezó a decir furiosamente—. No lo comprendo. Os prepararé bocadillos de jamón con pan seco, y se acabó. Y lo que es más, si todavía os pienso preparar eso lo hago sólo en la confianza de verme libre de ti cuanto antes.

—Hay que librarse de esa porquería —murmuró Edgar para sí mismo. Estaba revolviéndose en el sofá leyendo una especie de periódico cómico en colores.

—Si tienes algo que decirme, ven aquí y hazlo —dijo Julián peligrosamente.

—Haz el favor de dejar en paz a Edgar —dijo la señora Stick al punto.

—Encantado —dijo Julián irónicamente—. A ver: ¿quién quiere venir en lugar de ese cobarde "Cara Sucia"?

—¡Eh, muchacho, mírame! —empezó el señor Stick desde su rincón.

—No tengo ganas de mirarlo a usted —dijo Julián rápidamente.

—Mírame —dijo el señor Stick levantándose muy enfadado.

—Ya le he dicho que no quiero —dijo Julián—. Usted no ofrece una vista muy agradable.

—¡Eso es una
insolencia
! —dijo la señora Stick rápidamente, perdiendo los estribos.

—No es una insolencia, es la pura verdad —dijo Julián con voz airada.

La señora Stick lo miró. Julián también, desafiante. Tenía la lengua rápida, pero no había dejado de comportarse con cierta cortesía. Sus más duras palabras eran corteses en comparación con las que en realidad hubiera dicho. La señora Stick no entendía a la gente como Julián. Sentía que era demasiado listo para una mujer como ella. Odiaba al muchacho y, por equivocación, golpeó la pila del agua y vertió en ella un plato de salsa, creyendo que en lugar de la pila estaba allí la cabeza de Julián.

Stinker
dio un salto y empezó a gruñir de repente.

—¡Hola,
Stinker
! —dijo Julián—. ¿Todavía no has tomado un baño? Desgraciadamente, no, a juzgar por lo que hueles, ¿verdad?

—Sabes que el nombre de este perro no es
Stinker
—dijo la señora Stick, irritada—. Ten la bondad de salir de mi cocina.

—Conforme —dijo Julián—. Encantado de marcharme. No se moleste por preparar los bocadillos de pan seco. Ya me las arreglaré para conseguir algo mejor que eso.

Se marchó de la cocina silbando.
Stinker
gruñó y Edgar repitió lo que antes había dicho en voz baja: «Hay que deshacerse de esa porquería.»

—¿Qué es lo que dices? —preguntó Julián, de pronto, asomando la cabeza por la puerta de la cocina.

Pero Edgar no se atrevió a repetir la frase y Julián volvió a marcharse silbando alegremente, aunque no se sentía demasiado alegre. Se sentía abrumado. Al fin y al cabo, si la señora Stick se iba a poner tan difícil cada vez que le encargasen cosas para comer, no resultaría muy placentera la estancia en "Villa Kirrin"

—¿Alguien se siente inclinado a merendar pan seco con jamón? —preguntó Julián cuando estuvo con los otros—. ¿No? Pues eso es lo que ha ofrecido la señora Stick. Opino que debemos procurar comprar algo decente. Hay una tienda en el pueblo donde venden cosas muy buenas para comer.

Jorge
estaba muy silenciosa durante todo el día. Como muy bien sabían los otros, estaba angustiada por su madre. Seguramente se dedicaba a pensar en su plan y en la mejor forma de llevarlo a cabo.

—¿Vamos a ir hoy a la isla Kirrin? —preguntó Julián, pensando que esto alegraría a
Jorge.

Jorge
movió la cabeza.

—No —dijo—. No quiero que vayamos. El bote ya está arreglado, lo sé, pero no tengo ganas. Hasta que yo no sepa que mamá se encuentra mejor no quiero salir de casa. Si papá llamase por teléfono, los Stick pueden enviar a Edgar a buscarme, cosa que no podría hacer si yo estuviese en la isla.

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