Los círculos de Dante (7 page)

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Authors: Javier Arribas

Tags: #Intriga, #Histórico

BOOK: Los círculos de Dante
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—¿Misión? —requirió Dante, para arrellanarse después en su asiento mutando a una desesperanzada resignación—. Os burláis de mí…

—No se trata de ninguna burla —intervino el vicario—. Si me dejáis que os lo explique, pronto lo comprenderéis.

Dante, aplastado en su silla, parecía irremediablemente vencido. Con sorna replicó:

—El tiempo es vuestro. Podéis disponer de él a vuestro antojo. Por mi parte, no parece que tenga sitio mejor al que ir.

El conde volvió a mostrar su mejor sonrisa tratando de no desanudar esa atmósfera de cordialidad y complicidad que trataba de entretejer con su oponente. Con la misma meditada cautela prosiguió con su explicación.

—Bien… Ya conocéis cómo, hace tres años, cuando Florencia llegó a sentir verdadero temor de las posibilidades del Emperador, las partes más influyentes de esta ciudad solicitaron la protección del rey Roberto. Le concedieron la señoría de la ciudad durante cinco años. La situación supone cierto vasallaje de la ciudad a Puglia. Pero no hay que olvidar que para el propio Roberto implica cumplir una serie de obligaciones y compromisos que muchas veces resultan difíciles de ejecutar, sobre todo si tenemos en cuenta el natural carácter sectario de los florentinos.

En vuestras propias carnes habéis comprobado cómo las disputas internas de vuestros compatriotas tienen poco que envidiar en su violencia a las acciones de los enemigos de fuera.

Dante salpicó con una mueca de irónica conformidad el monólogo del vicario.

—Roberto aceptó la solicitud en mayo del año de nuestro Señor de 1313 —continuó Battifolle—. Ya había hecho lo mismo con otras ciudades de la Toscana, como Lucca, Prato o Pistoia. Y podéis creer que la mayoría opina que esta señoría fue la salvación de Florencia en un momento de feroces divisiones internas, porque, seguramente, los ciudadanos se hubieran destrozado entre sí y habrían vuelto a las andadas expulsando media ciudad a la otra media. Entonces, como muestra del nuevo poder del Rey, se determinó que le representaría un vicario que se cambiaría cada seis meses. Pues bien, ya el primer vicario, que llegó a Florencia en junio,
messer
Iacomo de Cantelmo, se llevó la desagradable sorpresa de ver cómo muchos le cuestionaban, cuando no rechazaban abiertamente, y estaban dispuestos a hacerle la vida imposible. El primer vicario. ¡Apenas un mes después de pedir ayuda para mantener la unidad de la ciudad, las disputas internas se volvían contra su mismo protector!

Battifolle miró fijamente a Dante, con los ojos muy abiertos, dibujando un gesto de incredulidad. Éste no respondió nada a pesar de cierta irritación interna que comenzaba a sentir ante los accesos de teatralidad del conde.

—Es verdad que ha habido momentos más dulces en las relaciones —siguió hablando el vicario—. Cuando vuestro antiguo aliado Uguccione della Faggiola consiguió conquistar Lucca, los florentinos olvidaron temporalmente sus rencillas y reclamaron a Roberto un capitán de guerra para dirigir sus ejércitos. Entonces, llegó a Florencia
messer
Piero, acompañado de trescientos caballeros, y recibió un gran apoyo, casi completo. Muchos piensan que el hermano menor de Roberto se hizo enseguida merecedor de ello y dicen que si hubiera tenido más vida por delante los florentinos incluso le hubieran nombrado señor vitalicio. Claro que, en Florencia, ni las vidas ni los cargos son lo suficientemente largos como para que vitalicio signifique mucho tiempo.

La sonrisa abierta del conde se convirtió en una carcajada leve que resonó en los rincones oscuros de la estancia. Dante evitó acompañar el gesto de Battifolle con alguna conformidad explícita, aun coincidiendo en su fuero interno con palabras que caracterizaban tan bien la política florentina. Por contra, el poeta se revolvió impaciente en su escaño. Todos esos datos no le eran desconocidos, ya que, aunque a distancia prudencial, Dante no había dejado de interesarse por los acontecimientos de su tierra natal. Lo que no era capaz de atisbar era en qué medida su ayuda podía ser útil al vicario del rey Roberto.

—No hubo demasiado tiempo para comprobarlo —dijo Battifolle prosiguiendo su soliloquio—, pues Piero murió en Montecatini. ¡Que sus restos descansen en paz donde quiera que estén! —El conde emitió un suspiro hondo antes de seguir hablando—. Por lo demás, a pesar de ser ésa una fecha maldita para Florencia, no fue tan decisiva la derrota como vuestros aliados hubieran deseado…

Dante interrumpió súbitamente.

—Me sorprende que conociendo tantas cosas de mí no sepáis de mi disposición, hecha pública hace ya bastante tiempo, a formar partido por mí mismo. Y no comprendo, pues, vuestra insistencia en atribuirme alianzas que no son tales.

—Disculpad entonces mi error —dijo Battifolle, volviendo a recurrir a su mejor sonrisa—. Conociendo vuestra trayectoria se me hace muy difícil pensar en un Dante Alighieri alejado de la arena política. —El conde guardó silencio por un instante y bajó los ojos hacia la mesa que se extendía frente a él. Parecía querer encontrar sobre su superficie desordenada el hilo del argumento que estaba desarrollando. Alzó la mirada hacia Dante para seguir hablando—. Decía que los florentinos no se dejaron acobardar por este contratiempo y volvieron los ojos hacia su señor y protector, el rey Roberto. Éste, aún impactado por la pérdida de su querido hermano, les envió sin demora al conde Novello, con la idea de que permaneciera aquí durante al menos un año. Pero no se repitió el recibimiento de Piero ni mucho menos. Es evidente que el conde no era igual que el hermano del Rey y quizá su comportamiento no era tampoco el que deseaban muchos florentinos. O quizá sea connatural a los florentinos que les irrite cualquier tipo de gobierno y siempre encuentren oportunidad de dividirse y luchar entre sí. No lo sé. Seguramente vos estáis más capacitado que yo para responder a eso.

»El caso es que, de una manera cada vez más visible, la ciudad se fue dividiendo en amigos y enemigos del Rey. No habría sido nada excepcionalmente grave si solamente se hubiera tratado de una cuestión de opinión contraria o incluso de un malestar que provocara pequeños disturbios. Pero lo verdaderamente grave es que, frente a quienes deseaban cumplir lo pactado con el rey Roberto, se alzaron importantes sectores dentro de los mismos güelfos cuya intención era revocar la señoría concedida y alzarse con un poder absoluto en la ciudad. Con cartas secretas, embajadores y todo tipo de artimañas trataron de hacer llegar desde Alemania, o incluso desde Francia, jefes militares y tropas para expulsar al conde Novello y todo lo que representara algún vestigio de la señoría del Rey en Florencia. Quiso Dios que no lo consiguieran, pero eso no quiere decir que los ánimos llegaran a calmarse y el cisma interno cada vez llegó a ser más profundo. Lo peor estaba por llegar. La oposición a la señoría del Rey cuenta con influyentes líderes. Simone della Tosa es la cabeza visible de un importante grupo de «grandes». Y, de su parte, los Magalotti arrastran importantes elementos populares. Con una indiscutible habilidad este partido ha conseguido hacerse con las riendas del gobierno de Florencia. Los seis priores, el
gonfalonero
de Justicia, los
gonfaloneros
de las Artes… Todos son de aquel partido. Todos ellos actúan por y para sus intereses.

Battifolle volvió a refugiarse en el silencio escrutando con atención el rostro de Dante. Éste, a su vez, observaba con no menos interés el juego de sombras que se desarrollaba en la faz del conde. Los esfuerzos de Battifolle por captar al máximo el interés del afamado poeta florentino estaban surtiendo efecto. Dante empezaba a sentirse atrapado en la telaraña de expectación que con tanto afán tejía el vicario de Roberto. Sentía una creciente curiosidad por conocer el desenlace de aquella interminable argumentación.

Capítulo 14

N
o creáis, sin embargo, ver en esta secta alguna esperanza para los que aún permanecéis en el exilio —continuó hablando Battifolle—. Muy al contrario, os puedo dar fe de que fueron especialmente contrarios a esa amnistía que vos rechazasteis. Y si estuvo marcada por condiciones que considerasteis tan denigrantes fue, precisamente, porque ésa era la única forma de convencer a gente como ellos. De hecho, me temo que los primeros en sufrir las consecuencias de un triunfo completo de este grupo serían los que aceptaron dicha amnistía y ahora viven dentro de la ciudad.

—Podéis estar tranquilo —replicó Dante—. Ya os he dicho que nada espero ya de los florentinos, ni de los de dentro ni de los que permanecen fuera.

—Llegados a tal situación —retomó el conde su discurso como si no hubiera existido el inciso anterior—, este grupo, viéndose fuerte, alcanzó tal insolencia que decidió que era hora de demostrar a las claras su poder y con cuánta razón debían ser temidos por aquellos que se opusieran a sus caprichos. Y así, el Gobierno florentino, con la excusa de necesitar un ejecutor eficaz de las leyes ante los disturbios cada vez más numerosos, que provocan la propia secta que lo sustenta, creó el cargo de
bargello
,
[10]
y lo dotó de amplísimos poderes sobre los ciudadanos. Y después nombraron a quien se ha mostrado como el instrumento más útil para sus propósitos:
messer
Lando de Gubbio.

El conde volvió a interrumpir su discurso como tratando de analizar en la expresión de Dante alguna reacción frente a ese nombre. No tardó mucho en retomar la palabra.

—No sé si habéis oído hablar del tal Lando…, pero os aseguro que si os lo han pintado como un tirano sanguinario y cruel, un despiadado expoliador, sin duda alguna se han quedado cortos. Nunca pudo haber nombramiento tan desafortunado para una ciudad en tan delicada situación, si lo que se buscaba era la concordia, claro; sin embargo, no es ése el caso de Florencia.

Battifolle volvió a levantarse con un gesto serio. Inició unos cortos paseos por el área iluminada de la estancia con el aire de un hombre sumamente preocupado.

—El pasado
Calendimaggio
, Lando tomó posesión de su cargo. Y no pudo haber forma más desgraciada de celebrar semejante fiesta.
[11]
Llegó a Florencia nada menos que con quinientos hombres armados hasta los dientes. Algunos de ellos vigilan día y noche al pie del palacio de los Priores con grandes hachas en las manos, que se han convertido en todo un símbolo de la severidad del
bargello
. Os aseguro que no son pocas las cabezas que han rodado por obra de esas mismas hachas. Lando no tiene límites en sus correrías, tanto en la ciudad como en el
contado
. Apresa a padres e hijos bajo acusaciones difíciles de sustentar; los condena a ser decapitados sin derecho a un juicio ordinario. En esta loca carrera por imponer el terror entre los ciudadanos ajenos a su partido, no ha dudado en eliminar incluso a algunos clérigos consagrados o a personas manifiestamente inocentes de cualquier delito, como ocurrió con un joven del linaje de los Falconieri, cuya injusta ejecución conmovió a todas las almas no contaminadas de esta ciudad. En su descarada corrupción ha llegado a acuñar una moneda falsa, una burda imitación de la prestigiosa moneda florentina: los bargellinos, como son conocidos por las gentes de Florencia, tan falsos como el alma de Judas, compuestos casi completamente de cobre con un poco de plata, algo que no justifica para nada su valor, que dobla lo que en realidad debería tener…

—¿Acaso queréis que os ayude a derribar el poder de dicho
bargello
? —preguntó Dante, que acompañó sus palabras con un gesto de irónica extrañeza.

—No —replicó el conde—. Eso no está tampoco en vuestra mano… Como os iba diciendo, eso sucedió en el mes de mayo. No llegó a mes y medio lo que el conde Novello pudo aguantar en Florencia desde este nombramiento, o lo que quiso soportar al no ser capaz de encontrar los medios para contrarrestar tanta oposición y verse, quizás, en peligro personal. No seré yo quien juzgue a mi antecesor, pero lo cierto es que muchos florentinos se sintieron angustiosamente desamparados ante su marcha. Algunos, sobre todo mercaderes y artesanos, gente honrada y laboriosa, desesperados y hartos de tanta arbitrariedad y tanto expolio, procuraron por todos los medios hacer llegar al rey Roberto sus quejas. Le suplicaron que no abandonara Florencia al capricho de su fortuna, que su indignación no le hiciera caer en la tentación de retirar su protección a la ciudad. Y fijaron su vista en mi persona. Por una razón o por otra depositaron en el conde Guido Simón de Battifolle sus esperanzas para salir de su inmenso atolladero. Me hicieron merecedor de una confianza ante los ojos del Rey que yo, desde el momento mismo en que acepté ser su vicario en Florencia, estoy dispuesto a honrar aunque agote todas mis fuerzas en el intento.

El conde detuvo sus interminables paseos situándose frente a Dante. Éste tomó de nuevo la palabra, entre ansioso y sarcástico:

—Una postura que os honra. Pero sigo sin comprender hasta qué punto os es necesaria mi modesta ayuda.

—Pues pronto lo entenderéis —dijo Battifolle, reanudando al mismo tiempo sus paseos y sus explicaciones desde el punto en que ambos se habían detenido—. Mi llegada a Florencia fue en julio. Dadas las circunstancias no me esperaba un recibimiento demasiado caluroso. Muchos se mostraron hostiles, contrarios sin disimulo a mi presencia, que entorpecía todos sus planes. Habían confiado en que el rey Roberto daría por concluida su señoría en la ciudad y se encontraban con todo lo contrario: les enviaba un nuevo vicario para reafirmar su poder. Aun así, no osaron enfrentarse abiertamente a mi llegada. El respeto al poder del rey de Puglia les hacía perder bastante de su valentía, aunque no de su insolencia. Además, debo confesaros que consideré oportuno hacer ciertos alardes a mi llegada con un exagerado despliegue militar. No sólo traje conmigo un generoso contingente de mis propias fuerzas de Poppi, sino también un buen puñado de mercenarios catalanes proporcionados por el rey Roberto. Demasiado alarde para un vicario que llega a una ciudad aliada y amiga; sin embargo, era algo imprescindible cuando se trataba de asegurar la convivencia en una localidad que sólo de nombre mantiene esa alianza y amistad. Los demás, los favorables a mi persona y vicariato, pocas manifestaciones públicas pueden hacer. Están atemorizados, casi proscritos. Ésa es su vida y la realidad de esta hermosa ciudad, vuestra noble hija de Roma…

El conde había llegado a la altura de su silla y volvió a tomar asiento desplomándose con pesadumbre. Reposó ambos brazos sobre la mesa, cabizbajo. La luz de las velas iluminó su frente ocultando entre sombras los rasgos de la cara.

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