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Authors: Mario Conde

Tags: #biografía

Los días de gloria (33 page)

BOOK: Los días de gloria
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Sin Juan es posible que hubiera ganado dinero en mi vida. También lo es —y más probable— que mi discurrir existencial navegara por mares distintos a los de las finanzas. En todo caso, lo que sin Juan nunca hubiera existido era la operación Antibióticos.

Pero, a pesar de que elegimos un magnífico edificio de cristal en la Castellana, cerca de la Embajada americana, para instalar la sede de ABCON, el modelo no satisfacía las aspiraciones vitales de Juan. Quería llegar más lejos, caminar rápidamente hacia una nueva tierra de promisión, penetrar en el Gran Santuario de la banca española y, en consecuencia, de la economía nacional. Su mirada permanecía fija, impasible, absorta en un banco que reunía —al parecer— valores muy superiores a los meros activos económicos y financieros. Así surgió la idea de Banesto.

No podía borrar el deber moral de acompañarle. De nuevo tenía que posponer mis planes personales, mucho más modestos y prosaicos, para acompañar a Juan en una nueva aventura, esta vez de envergadura desconocida pero, sin duda, descomunal. El Atlántico y el Pacífico tenían que esperar.

Porque era mi sueño, uno de los que no habré conseguido realizar, casi con total seguridad, en mi trozo de tiempo vital: navegar el Atlántico y el Pacífico. Antes de llegar a Banesto ya tenía en mi propiedad el precioso swan
Pitágoras
y en camino se encontraba uno de los veleros más bonitos del mundo, el
Whitefeen
, diseñado por Bruce King y construido por unos astilleros de Maine, Estados Unidos, que acabé comprando una vez que mi economía me convirtió en un hombre rico a raíz de la venta de Antibióticos. Con Steve McLaren soñaba con la travesía del Atlántico, con pasar una larga temporada recorriendo el Caribe, atravesar el Canal, cruzar al Pacífico y poner rumbo a ese mar eterno plagado de lugares que la imaginación almacena como sueños.

El empeño de tozudez máxima de Juan de estar-en-Banesto teóricamente limitaba, pero no impedía mi sueño. Me habría costado una fortuna porque si finalmente nos nombraban consejeros debería retornar con frecuencia casi mensual y eso significaba pagar el avión desde lugares lejanos y, por tanto, dinero, pero no era esa la materia prima que más escaseaba en mi economía existencial en aquellos días. Siempre se ha dicho que cuando no tienes dinero lo que sobra es tiempo y cuando dispones de exceso de dinero andas corto, muy corto, de tiempo libre. Comprobé que eso de ser rico y desempeñar puestos importantes en empresas o entidades financieras tiene muchos costes, pero uno es evidente de toda evidencia: tiempo.

¿Y por qué ese empeño de Juan en Banesto? ¿De dónde esa necesidad de ser banquero para tener un puesto de relevancia real en la sociedad española? Pues deriva de algo realmente singular: la fascinación de los españoles por el sistema financiero, por el dinero. No sé si nuestra sangre hebrea puede tener algo que ver con este sentimiento profundo, pero lo cierto y verdad es que resulta difícilmente cuestionable que los banqueros fascinaban a los españoles mucho más que cualquier gran empresario del sector real.

El poder que los bancos tienen en España posiblemente no tenga parangón en cualquier otra economía occidental. Ni en Francia, ni en Italia ni en Inglaterra. El modelo que se aproxima algo es el alemán, en el que los grandes bancos mantienen paquetes muy significativos en el capital de las empresas industriales. En España todo empresario del llamado sector real se sentía fascinado por la imagen de los siete grandes bancos españoles. Me he preguntado muchas veces el porqué de esta situación, de esta admiración por lo financiero. Quizá sea porque los bancos eran los verdaderos protagonistas de la vida económica española. Con ellos a tu lado se podía hacer casi de todo. Contra ellos, casi nada. Esa percepción de poder, pero de poder real, de poder de verdad, es seguramente lo que se encontraba en la base de esa admiración.

Quizá también la penuria empresarial. Tal vez los empresarios españoles pensaran que en España mandaban los bancos y los políticos. En México dicen que vivir contra el presupuesto del Estado es un suicidio. Pues en España los empresarios entendían que era básico llevarse bien con los bancos y el Estado. Quizá por ello nuestro tejido empresarial sea tan singular, cuando menos en lo personal. Cuando en 2009-2010 la gran mayoría de los empresarios aseguraban en privado que los culpables de sus ruinas eran, precisamente, los políticos y los banqueros, no dejaba de preguntarme por qué no se habían percatado antes, por qué habían renunciado a gestar sus empresas con independencia de unos y otros... Preguntas un tanto estúpidas porque no se trataba solo de los empresarios, sino de una sociedad civil adormecida y silente. Por eso la fascinación por ser amigo de los políticos y de los banqueros. Cualquiera que triunfase en el mundo de los negocios consideraba un sueño ser nominado para el Consejo de una de esas entidades bancarias. Juan no constituía una excepción a la regla. Con un matiz: su obsesión era el viejo y rancio Banesto, propietario al mismo tiempo de un carisma especial.

Originariamente ese banco de sus amores fue una entidad de crédito constituida con capital francés y destinada a financiar las grandes obras públicas, en particular los ferrocarriles, que se acometían en aquellos momentos históricos. Así que francés. Pocos saben esto. Uno de los bancos más conocidos y más emblemáticos de la vida financiera, industrial y económica española tuvo un origen francés... Supongo que algunos sufrirán una desilusión profunda, pero la vida es así de dura en ocasiones y hay que saber aceptarla como viene...

Pero en cualquier caso se trataba de banca pura y dura: ahorro al servicio de la inversión en economía real. Como debería ser. Como dejó de ser y de ahí los grandes problemas que nos toca vivir. Instalaron la llamada riqueza financiera que nunca supe bien lo que era hasta que lo hemos comprobado todos: pobreza real y dinero artificial. Por eso no es de extrañar que en 2009 dos premios Nobel americanos dijeran que para salir de la crisis era imprescindible que la banca volviera a su misión, esto es, a prestar a empresas. Lo malo es que para decir algo así haga falta ser premio Nobel, pero fue tan alucinantemente increíble el modo-de-pensar que se instaló en el sector financiero en España y en el mundo que al final ha resultado imprescindible. ¡Cosas de esta vida!

En 1993, como no sabían ni qué decir ni qué hacer ante la caída del 1 por ciento del PIB y España en una situación muy lamentable, se puso de manifiesto, con esa claridad que daña, el pensamiento financiero del Banco de España. Yo fui testigo de una afirmación de esas que te dejan desolado. Y no porque sea una estupidez de tamaño sideral, sino porque algo así se convierta en dogma de trabajo de una instancia tan importante como el Banco de España. Alguien, a su máximo nivel, creo recordar que Miguel Martín, llegó a decir que lo que ellos querían no eran empresas sanas, sino bancos sanos. Quizá no fuera Miguel Martín, sino un hombre llamado Pérez, que sustituyó a Martín como director de Inspección y que luego, después de la intervención, fue fichado en BBVA para algún puesto, del que finalmente tuvieron que cesarle porque parece que no estaban demasiado contentos con su rendimiento. Quizá no fuera Martín, pero en 2009, convertido por un salto mortal en presidente de la AEB, compareció en el Congreso de los Diputados para explicar a sus señorías su particular visión, y fue en verdad particular porque dijo que la culpa del desastre la tenían los empresarios, que los bancos no habían hecho nada malo y que, al contrario, menos mal que los empresarios tenían a la banca para ayudarles, porque de otro modo... Que Martín diga esas cosas es incluso comprensible porque cada uno estira sus capacidades hasta donde puede, pero que los diputados, que sus señorías, no movieran un músculo, ni siquiera para preguntarle si había pasado una mala noche, si tenía problemas de insomnio, algún fracaso familiar..., en fin, cualquier cosa que les aclarara el fondo del dislate. Pues no. Nada. ¡Qué le vamos a hacer!

Así que bancos sanos y no empresas sanas... Eso demuestra a las claras de claridad matutina mediterránea que creen que es posible una riqueza financiera sin que exista riqueza real. Pues bien, esas gentes nos acusaban entonces de un enorme delito: estábamos prestando dinero a empresas con problemas. ¡Pues claro! Porque esa es nuestra misión. Ellos querían que las dejáramos caer. Nosotros, lo contrario. Y al final aquellas empresas a las que ayudamos cumpliendo nuestro deber siguieron vivas y coleando mucho tiempo. A día de hoy ahí siguen. Pero desgraciadamente en 2010, precisamente por aplicar esas singulares y patéticas teorías, más de 350 000 pequeñas y medianas empresas desaparecieron. Y con ello aumentó el paro. A veces solo se fijan en los trabajadores en paro, pero hay que recordar que detrás de ellos o delante de ellos, que eso poco importa, siempre existen empresarios quebrados, con sus patrimonios liquidados, sus casas ejecutadas y sin subsidio de desempleo.

Pues bien, en el año 1902 un grupo de españoles, con dinero suficiente para ello, se hicieron con el control del capital del banco, se lo compraron a los franceses, usando como arma para esa guerra el dinero puro y duro, que suele ser muy efectivo si, además de franceses, algo de sangre judía corre por las venas de los accionistas galos. De manera que pasó a ser español y precisamente por ello en algunas zonas de Andalucía a Banesto se le conoce como el «español». Me gustaba mucho ese nombre, Banco Español de Crédito, porque evidenciaba lo mejor de los mundos: crédito al servicio de la financiación del crecimiento de España. Se ve que el romanticismo, al menos en aquellos tiempos, no estaba demasiado reñido con la ordinariez de los dineros.

Consiguieron estos señores perdurar durante casi un siglo, navegando con éxito en los mares embravecidos de la República y la Guerra Civil. Demostraron un encomiable pragmatismo. Cuando los vientos se pusieron a soplar desde el cuadrante izquierdo, el tradicional y monárquico banco optó por una solución de compromiso: se trajo a su Consejo de Administración a un soriano de pro, republicano, bien visto por el nuevo poder, con experiencia en un pequeño banco familiar denominado Banca Ridruejo. El hombre, que debió de ser listo como una rata, rápido como una centella, con afición incontrolada por las mujeres y original como él solo, ayudó a que Banesto se convirtiera en una nave capaz de navegar con las olas republicanas de proa y los temporales desmadejados de la Guerra Civil. Cuando mejoró el tiempo y de nuevo brilló la calma, Banesto volvió por sus fueros y Ridruejo se marchó con dirección al Banco de España.

Un cúmulo de circunstancias tan peculiares e intensas debió de provocar una cierta hermandad entre los miembros de las distintas familias. Sin embargo, a pesar de que existían algunos matrimonios cruzados entre ellas, pude percibir antes de mi llegada a Banesto que las relaciones entre los miembros de algunas de estas familias no solo no eran amistosas o cordiales, sino que en un par de casos concretos, como los Argüelles y Garnica, parecían alimentarse de hostilidad. Se decía que en Banesto había dos «príncipes»: Pablo Garnica y Jacobo Argüelles. Después de dos generaciones de dominio ejecutivo del banco por la familia Garnica, parecía que, por fin, ahora volvía a sonar la hora de los Argüelles, aunque para conseguirlo necesitaron el apoyo autoritario del Banco de España y la intermediación de un personaje muy peculiar: José María López de Letona, ministro con Franco y ex gobernador del Banco de España.

Banesto se convirtió en aquellos tiempos en un escenario de tormentas de poderosa carga eléctrica. Durante décadas, más de medio siglo, se percibía como una verdadera fortaleza inexpugnable. Y en realidad lo era. El control de las familias era férreo, sin fisuras por las que penetrar una palanca capaz de resquebrajar los muros de contención de la presa del poder. Sin embargo, en 1986 las cosas cambiaron dramáticamente debido a una serie sucesiva y cumulativa de circunstancias adversas de diferente signo y alcance.

Ante todo, la compra obligada del Banco de Madrid, impuesta por el Banco de España, que se saldó con pérdidas importantes para Banesto. Además, la absorción del Banco Coca, que, igualmente, supuso un quebranto patrimonial significativo para el banco. El fin de una familia, los Coca, que acabó en tragedia con suicidio incluido y problemas de evasión de capitales. El tono se elevó debido a un personaje llamado Javier de la Rosa, un hombre que ocuparía portadas, comentarios, revistas y desgraciadamente celdas carcelarias con condenas millonarias en años y en responsabilidades civiles. Una persona que ejerció una más que notable influencia en la vida política, económica, social y financiera española hasta que comenzó a transitar por penales catalanes. Por alguna extraña razón, Javier de la Rosa apareció como gestor de un banco filial de Banesto llamado la Banca Garriga Nogués. Aseguran que el lenguaje genético de los catalanes los habilita especialmente para ejercer el comercio, quizá por eso del Mediterráneo y los viajes de los fenicios, pero que no tienen especial habilidad para la banca, lo que me resulta curioso porque los Médicis fueron súbditos de la cultura mediterránea. Pero, bueno, eso cuentan. Lo cierto es que, según me dicen, la gestión de Javier de la Rosa en esa banca filial de Banesto se caracterizó por el desastre, y, como suele ocurrir en tales casos, por una permanente huida hacia adelante, engordando cada vez más el problema para convertirlo en un monstruo de difícil digestión. Es así como Banesto, además de sufrir cuantiosas pérdidas bancarias, se vio involucrado en un proyecto increíble: una explotación de tierras de regadío en Almería en las que se cultivaban frutos y verduras fuera de temporada. Cualquiera que fuera la bondad tecnológica, económica, empresarial y financiera del proyecto, la realidad es que causaba espanto ver al viejo Banesto metido a agricultor tecnológico de vanguardia. Casi tanto espanto como asomarse hoy a tierras almerienses y ver esos miles de invernaderos cubriendo la tierra arenosa y desértica proporcionando un paisaje tan fantasmal como demoledor.

A pesar de todos los pesares las arcas del banco se encontraban tan repletas de doblones procedentes de los años de vacas gordas que ni siquiera ejemplos como los citados le colocaron en situación irreversible. Porque hay que reconocer que los bancos se han forrado a ganar dinero en determinadas épocas de nuestra historia. Algún irredento enemigo de los financieros del mundo dirá que ganan abusivamente en todo momento y lugar, y no es fácil negarle la mayor a tal aserto, a la vista de lo que ganan en mitad de la peor crisis que hemos conocido en nuestra historia. Y, encima, si pierden debido a su pésima gestión, como son muy importantes, pues se les da dinero para que no caigan y no pasa nada. Así que Banesto tenía tanto dinero ahorrado en sus arcas que esos desperfectos del Madrid y el Garriga le hicieron tambalear un rato, pero como se tambalea uno por dos copas de más: en un par de horas recupera perfectamente el sentido de la vertical. Económicamente hablando, porque políticamente sucedió lo contrario.

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