—En los establos.
—¿Podrías ir a buscarlas? —le preguntó Martin a uno de los policías de Uddevalla.
—Claro. ¿Dónde están los establos?
—Siga el sendero que hay a la izquierda de la casa. Los encontrará a unos doscientos metros —respondió Gabriel, cuyos gestos denotaban lo mal que estaba encajando la situación, por más que se esforzase por mantener el tipo. Con toda la frialdad de que fue capaz, añadió—: Supongo que a ustedes los he de invitar a pasar mientras esperamos.
Cuando llegaron Linda y Laine, todos guardaban silencio y estaban sentados en el sofá, visiblemente incómodos.
—¿Qué ocurre, Gabriel? El policía asegura que el doctor Jacobsson ha venido a extraernos sangre para una prueba. Será una broma, ¿no?
Linda, que se resistía a apartar la vista del joven agente que había ido en su busca al establo, tenía otra opinión del asunto, que le parecía «muy guay».
—Por desgracia, parece que van totalmente en serio, Laine. Ya he llamado a Lövgren, el abogado, que llegará en cualquier momento. Y hasta entonces no nos sacarán una gota de sangre.
—Pero… no lo entiendo. ¿Por qué quieren hacer tal cosa? —siguió preguntando Laine, desconcertada pero tranquila.
—Lo siento, por razones técnicas de la investigación no podemos responder a esa pregunta. No obstante, llegado el momento, les daremos una explicación.
Gabriel se puso a examinar la autorización que tenía delante.
—Según este documento, también tienen autorización para tomar muestras de sangre de Jacob, de Solveig y sus hijos.
Martin no supo decir si fueron imaginaciones suyas, pero creyó ver una sombra de preocupación en el rostro de Laine. Un segundo después, llamaban débilmente a la puerta. Era el abogado de Gabriel.
Una vez cumplimentados los formalismos y cuando el letrado le hubo explicado a Gabriel y a su familia que la policía tenía la autorización necesaria para extraerles una muestra de sangre a todos, en primer lugar lo hicieron con él y después con Laine, que, para extrañeza de Martin, parecía la más serena. Notó, además, que también Gabriel observaba a su esposa, asombrado pero complacido. Finalmente extrajeron la sangre a Linda, que había entablado tal comunicación visual con el policía de Uddevalla que Martin acabó lanzando a su colega una mirada de reprobación.
—Bien, pues ya hemos terminado —Jacobsson se levantó con esfuerzo de la silla y recogió los tubos con la sangre extraída, que habían sido cuidadosamente marcados con los nombres de cada uno, para colocarlos en una nevera.
—¿Ahora van a casa de Solveig? —quiso saber Gabriel con una súbita sonrisa maliciosa—. Pues procuren ir armados de cascos y porras, porque no creo que se deje sacar sangre sin oponer resistencia.
—Estoy seguro de que podremos controlar la situación —respondió Martin con acritud, pues no le gustó el destello de malevolencia que asomó a los ojos de Gabriel.
—Bueno, pero luego no digan que no les he avisado… —añadió éste con una risotada.
Laine le espetó:
—¡Pero, bueno, Gabriel, compórtate como un adulto!
El interpelado calló inmediatamente de pura perplejidad al verse recriminado como un niño por su esposa y, sentado en la silla, se quedó observándola como si estuviese viéndola por primera vez.
Martin salió con sus colegas y con el médico, y se distribuyeron entre los dos coches. De camino a casa de Solveig, llamó a Patrik.
—Hola, ¿qué tal os ha ido? —contestó éste.
—Como era de esperar —respondió Martin—. Gabriel se puso hecho una furia y llamó a su abogado. Pero tenemos lo que fuimos a buscar y ya nos dirigimos a casa de Solveig. Me figuro que allí tampoco será fácil…
—Sí, mejor que vayas prevenido, pero procura que no se os vaya de las manos.
—No, claro, seré de lo más diplomático. No te preocupes. Y a vosotros, ¿cómo os fue?
—Bien. Está con nosotros y pronto llegaremos a Tanumshede.
—Buena suerte.
—Gracias, igualmente.
Martin concluyó la conversación en el preciso momento en que giraban ante la casucha de Solveig Hult. En esta ocasión no se sorprendió ante el terrible aspecto de abandono, puesto que ya lo había visto con anterioridad, pero una vez más se preguntó cómo podía nadie vivir en aquellas condiciones. Uno podía ser pobre, pero tener las cosas limpias y ordenadas a su alrededor.
Presa de cierta angustia, llamó a la puerta. Sin embargo, ni en el mayor de los delirios habría podido imaginar aquella acogida. ¡Plas! Una tremenda bofetada estalló en su mejilla derecha, y fue tal su sorpresa que perdió el resuello. Más que verlo, intuyó que los dos policías se tensaban a su espalda dispuestos a intervenir, pero él alzó una mano para detenerlos.
—Tranquilos, tranquilos. No hay necesidad alguna de recurrir a la fuerza, ¿no es cierto, Solveig? —le preguntó en tono suave a la mujer que respiraba con vehemencia, aunque pareció calmarse al oírlo.
—¿Cómo os atrevéis a aparecer por aquí después de haber desenterrado a Johannes? —preguntó con los brazos en jarras, de modo que les cerraba el paso por completo.
—Comprendo que fue difícil para ti, Solveig, pero sólo hacemos nuestro trabajo, por lo que te ruego que colabores.
—¿Qué es lo que queréis ahora? —inquirió, como escupiendo cada palabra.
—¿No me vas a permitir que entre un momento para que pueda explicártelo?
Dirigiéndose a los dos colegas y al doctor, les ordenó:
—Esperad aquí fuera mientras yo entro a hablar un momento con Solveig.
Dicho esto, entró sin más y cerró la puerta. Solveig estaba tan perpleja que no pudo hacer otra cosa que dejarlo entrar. Martin concitó todas sus habilidades diplomáticas para exponerle la situación con la mayor claridad posible. Transcurridos unos minutos, sus protestas comenzaron a atenuarse y, al fin, abrieron la puerta para que entrasen los demás.
—Solveig, los chicos tienen que venir también. ¿Dónde están?
Ella rompió a reír.
—Seguro que están holgazaneando en la parte trasera de la casa. Supongo que ellos también han empezado a cansarse de esas jetas tan feas que tenéis —respondió entre risotadas, al tiempo que abría una ventana mugrienta.
—¡Johan, Robert, ya podéis ir viniendo, que la poli está aquí otra vez!
Se oyó el crujido de hojas secas entre los arbustos, hasta que Johan y Robert aparecieron con paso indolente. Los dos jóvenes miraron con suspicacia al grupo que se apiñaba en la cocina.
—¿Qué pasa?
—Ahora quieren también nuestra sangre —declaró fríamente Solveig.
—Pero, ¡qué coño! ¿Estáis locos? Y una mierda os voy yo a dejar que me saquéis sangre.
—Robert, no lo compliques todo —rogó Solveig, dejando traslucir su hastío—. El policía y yo hemos estado hablando. Le he dicho que no causaremos problemas, así que siéntate y cierra el pico. Cuanto antes se vayan, mejor.
Para alivio de Martin, los chicos se avinieron a obedecer a su madre y, aunque reticentes, permitieron que Jacobsson les extrajese sangre. Una vez que hubo terminado con Solveig también, dejó los tres tubos marcados en la nevera y anunció que, por su parte, eso era todo.
—¿Para qué queréis las muestras? —preguntó Johan con curiosidad.
Martin le dio la misma respuesta que a Gabriel. Después se volvió al más joven de los agentes de Uddevalla:
—¿Puedes ir a Tanumshede a recoger la prueba que tienen allí y enviarlo todo a Gotemburgo inmediatamente?
El joven, el mismo que había estado flirteando con Linda en la finca, respondió:
—Me encargaré de ello. Ya han salido de Uddevalla otros dos policías para ayudaros… —guardó silencio y observó vacilante a Solveig y a sus hijos, que estaban escuchando la conversación— en vuestro
otro
caso. Os verán… —hizo otra pausa bastante embarazosa— en el
otro
escenario.
—Bien —respondió Martin antes de despedirse de Solveig—, pues ya podemos marcharnos. Muchas gracias.
Por un instante contempló la posibilidad de revelarles la verdad sobre Johannes, pero no osó contravenir las órdenes directas de Patrik al respecto. El director de la investigación no quería que lo supieran aún, y así debía ser.
Ya fuera de la casa, se detuvo un instante. Si no se tenía en cuenta la ruinosa vivienda, los coches medio desguazados y demás porquería, podía decirse que el lugar en que vivían era una maravilla. Se dijo que ojalá fuesen capaces, más adelante, de apartar la vista de su propia ruina personal y admirar la belleza que los rodeaba, aunque no podía evitar abrigar sus dudas al respecto.
—Bien, próxima estación, Västergården —anunció encaminándose al coche con paso decidido. Habían cumplido una de las tareas, la otra estaba por hacer. Se preguntó cómo les iría a Patrik y a Gösta.
—
D
ime, ¿tú por qué crees que te hemos traído aquí? —preguntó Patrik, sentado junto a Gösta frente a Jacob, en la pequeña sala de interrogatorios.
Jacob los observó en calma, con las manos entrelazadas sobre la mesa.
—¿Cómo voy a saberlo? No hay la menor lógica en nada de lo que habéis hecho contra mi familia, así que supongo que no nos queda más que resistir e intentar mantener la cabeza fuera del agua.
—En otras palabras, estás convencido de que la policía se ha propuesto como principal objetivo acosar a tu familia, ¿lo dices en serio? ¿Por qué motivo sería? —preguntó Patrik, lleno de curiosidad, inclinándose hacia delante.
Una vez más, Jacob respondió sereno:
—El mal y la infamia no precisan motivos, pero ¿qué sé yo?, tal vez tengáis la sensación de que hicisteis el ridículo con Johannes y ahora intentáis por todos los medios justificaros ante vosotros mismos.
—¿A qué te refieres? —insistió Patrik.
—Quiero decir que pensáis que si es posible encerrar ahora a alguno de nosotros por lo que sea, podréis demostrar que teníais razón también en el caso de Johannes —explicó Jacob.
—¿Y no te parece un tanto rebuscado?
—Es que no sé qué pensar. Sólo sé que os habéis aferrado a nosotros como sabandijas y que os resistís a soltarnos. Mi único consuelo es la certeza de que Dios ve la verdad.
—Tú hablas mucho de Dios, muchacho —intervino Gösta—. Y tu padre, ¿es tan creyente como tú?
La pregunta pareció incomodar a Jacob, tal y como Gösta pretendía.
—Mi padre conserva su fe en algún lugar de su fuero interno, pero la… —se interrumpió, como buscando la palabra adecuada— complejidad de su relación con su propio padre le hizo cuestionar su fe en Dios. Aunque eso no quiere decir que no la tenga.
—Ah, sí, su padre, Ephraim Hult, el
Predicador
. Él y tú sí estabais muy unidos —observó Gösta, como una constatación, más que como una pregunta.
—No comprendo qué interés puede tener esa circunstancia para vosotros, pero sí, mi abuelo y yo estábamos muy unidos —respondió Jacob impaciente.
—Él te salvó la vida, ¿no? —preguntó Patrik.
—Así es, me salvó la vida.
—¿Qué sintió tu padre ante el hecho de que el suyo, con el que él mismo tenía una relación complicada según tú, fuese la persona en cuya mano estaba salvar tu vida, en lugar de ser él mismo quien lo hiciera? —prosiguió Patrik.
—Todos los padres desean ser héroes para sus hijos, pero yo no creo que él lo viese así. Después de todo, mi abuelo me salvó la vida y mi padre le estuvo eternamente agradecido por ello.
—¿Y Johannes? ¿Cómo era su relación con Ephraim y con tu padre?
—De verdad que no entiendo qué importancia puede tener hoy todo esto. ¡Sucedió hace más de veinte años!
—Lo sabemos, pero te agradeceríamos que respondieras —dijo Gösta.
La serenidad de Jacob empezaba a flaquear y, como indicio externo de ello, empezó a pasarse la mano por el cabello algo revuelto.
—Johannes… Bueno, mi padre y él tuvieron una serie de problemas, pero Ephraim lo amaba. No porque existiese entre ellos ninguna relación especial, porque en esas generaciones las cosas eran así, y no había que manifestar los sentimientos.
—¿Discutían mucho tu padre y Johannes? —inquirió Patrik.
—Discutir, lo que se dice discutir… Claro que tenían sus disputas, pero como todos los hermanos…
—Ya, pero, a decir de la gente, fueron más que disputas. Hay quien sostiene incluso que Gabriel odiaba a su hermano —Patrik ejercía cada vez más presión sobre Jacob.
—Odio… es una palabra demasiado fuerte que no debe usarse a la ligera. Sí, puede que mi padre no abrigase un sentimiento de excesivo cariño por Johannes, pero, si hubiesen tenido tiempo, estoy seguro de que Dios habría intervenido. Los hermanos no deben estar enfrentados.
—Presumo que tienes en mente a Caín y Abel. ¡Qué interesante es la comparación con ese relato bíblico! ¿Tan mal estaban las cosas entre tu padre y tu tío? —insistió Patrik.
—No, desde luego que no. Mi padre no terminó asesinando a su hermano, ¿no? —Jacob parecía estar recobrando parte de la calma que había empezado a perder y volvió a entrelazar las manos en actitud de oración y recogimiento.
—¿Estás seguro? —inquirió Gösta en tono tendencioso.
Jacob miró turbado a los dos hombres que tenía frente a sí.
—¿Qué queréis decir? Johannes se colgó, todo el mundo lo sabe.
—Bueno, verás…, la cuestión es que, cuando examinamos los restos mortales de Johannes, los resultados nos indicaron algo distinto: Johannes fue asesinado, no se suicidó.
Sus manos cruzadas sobre la mesa empezaron a temblar sin control. Jacob quería hablar, pero no conseguía articular palabra. Patrik y Gösta se irguieron en sus asientos al mismo tiempo, como si estuviesen repitiendo una coreografía, para observar mejor a Jacob. Al menos en apariencia, la noticia era para él una completa novedad.
—¿Cómo reaccionó tu padre ante la muerte de su hermano Johannes?
—Pues… no estoy muy seguro —balbuceó Jacob—. Yo aún estaba convaleciente en el hospital. —De repente, una idea cruzó su mente como un rayo—: ¿Estáis insinuando que mi padre mató a Johannes? —La sola idea lo hizo estallar en una risita nerviosa—. No estáis en vuestros cabales. Que mi padre asesinara a su hermano… Pues, no, ¡ya no sé qué pensar! —La risita se convirtió en carcajada, aunque ni Patrik ni Gösta parecían hallarlo igual de divertido.
—¿A ti te parece que es divertido que tu tío Johannes muriese asesinado? ¿Te parece gracioso? —inquirió Patrik con frialdad.
Jacob calló súbitamente y bajó la vista.