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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los gritos del pasado (44 page)

BOOK: Los gritos del pasado
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—Así es. Gabriel no es el padre de Jacob.

—Y, en ese caso, ¿quién es su padre?

—No entiendo qué puede tener eso que ver con los asesinatos. En especial ahora que ha quedado claro que Jacob es inocente.

—Como ya le dije, no tenemos tiempo que perder en ese tipo de consideraciones, así que le agradecería que respondiese a mi pregunta.

—Ni que decir tiene que no podemos obligarla —intervino Gösta—, pero le recuerdo que tenemos a una joven desaparecida y necesitamos toda la información a nuestro alcance, aunque no parezca pertinente.

—¿Llegará a saberlo mi marido?

Patrik vaciló un instante.

—No puedo prometerle nada, pero no veo razón alguna para ir a contarle la verdad. No obstante —volvió a dudar—, le diré que Jacob ya lo sabe.

Laine se estremeció al oírlo. De nuevo empezaron a temblarle las manos.

—¿Qué dijo? —preguntó con un hilo de voz, como en un susurro.

—No voy a mentirle: se indignó. Y él también se pregunta, claro está, quién será su padre.

Se hizo un silencio compacto en torno a la mesa, pero Gösta y Patrik aguardaron a que estuviera lista. Después de unos minutos, Laine respondió, aún con la voz débil.

—Es Johannes —alzó un poco la voz—. Johannes es el padre de Jacob.

Ella misma pareció sorprendida de poder pronunciar aquellas palabras en voz alta sin que la fulminase un rayo caído del cielo. El secreto debió de ir convirtiéndose con los años en algo mucho más grave y difícil de sobrellevar, de modo que ahora se le antojaba casi un alivio poder articular en palabras aquella verdad. Y continuó hablando rápidamente.

—Tuvimos una breve aventura. No pude resistirme. Era como una fuerza de la naturaleza que irrumpía y tomaba lo que se le antojaba. Y Gabriel era tan… distinto —Laine dudaba a la hora de elegir el vocabulario, pero Patrik y Gösta supieron sobrentender—. Gabriel y yo llevábamos un tiempo intentando tener hijos y, cuando me quedé embarazada, se puso muy contento. Yo sabía que el niño podía ser tanto suyo como de Johannes, pero, pese a todas las complicaciones que ese hecho podía conllevar, deseaba con todo mi ardor que fuese de Johannes. Un hijo suyo sería tan… ¡magnífico! Johannes era un ser tan vivo, tan hermoso, tan vibrante…

Iluminó su mirada un destello que realzó sus rasgos y, en un abrir y cerrar de ojos, la hizo parecer diez años más joven. No cabía la menor duda de que había estado enamorada de Johannes. Todavía hoy la ruborizaba el recuerdo de su romance, pese a los años transcurridos.

—¿Cómo supo que era hijo de Johannes y no de Gabriel?

—Lo supe en cuanto lo vi, en el preciso momento en que me lo pusieron en el pecho.

—Y Johannes, ¿sabía que era su hijo? —inquirió Patrik.

—¡Oh, sí! Y lo amaba. Yo siempre supe que sólo fui para Johannes un entretenimiento pasajero, por más que me hubiese gustado ser otra cosa, pero con Jacob era distinto. Johannes venía a escondidas, cuando Gabriel estaba de viaje, sólo para verlo y jugar con él. Hasta que Jacob empezó a tener edad suficiente como para poder hablar de ello; entonces tuvo que dejarlo —explicó Laine con amargura, antes de proseguir—. Él detestaba ver cómo su hermano educaba a su primogénito, pero no estaba dispuesto a renunciar a la vida que tenía ni a Solveig —admitió a su pesar.

—Y usted, ¿cómo se sentía? —preguntó Patrik conmovido. Laine se encogió de hombros.

—Al principio la vida era un infierno. Vivir tan cerca de Johannes y Solveig, ver cómo nacían sus hijos, hermanos de Jacob…, pero yo tenía a mi hijo y después, muchos años después, nació Linda. Por increíble que pueda parecer, con los años he llegado a amar a Gabriel; no como amaba a Johannes, pero quizá de un modo más realista. A Johannes no podías amarlo de cerca sin sucumbir. Mi amor por Gabriel es más aburrido, pero también resulta más fácil convivir con él —confesó Laine.

—¿No tuvo miedo de que todo saliese a la luz cuando Jacob enfermó? —quiso saber Patrik.

—No, entonces había otras cosas por las que sentir miedo —respondió Laine con rabia—. Si Jacob moría, nada tendría importancia y mucho menos quién era su padre. —Y se apresuró a añadir, ahora con voz más dulce—: Pero Johannes estaba tan preocupado… Lo desesperaba el hecho de que Jacob estuviese enfermo y él no pudiese hacer nada, ni siquiera podía mostrar abiertamente su miedo, ni sentarse a su lado en el hospital. Para él no fue fácil —en este punto, Laine perdió el hilo, abandonada a un tiempo pretérito, pero se llamó al orden y se obligó a volver al presente.

—¿De verdad que nadie sospechó ni supo nada? ¿No se lo confió a nadie?

Una expresión de amargura emergió a los ojos de Laine.

—Sí, Johannes se lo contó a Solveig en un acceso de debilidad. Mientras él vivió, ella no se atrevió a utilizarlo, pero, tras la muerte de Johannes, Solveig empezó a hacerme insinuaciones que pronto se convirtieron en exigencias cada vez mayores según menguaba su cuenta corriente.

—¿Es decir, la chantajeaba? —intervino Costa.

Laine asintió.

—Así es. Llevo veinticuatro años pagándole.

—¿Cómo ha podido hacerlo sin que Gabriel lo note? Porque me figuro que se trata de sumas considerables.

Otro gesto de asentimiento.

—No ha sido fácil. Sin embargo, aunque Gabriel es muy exhaustivo con las cuentas de la finca, jamás ha sido tacaño conmigo, siempre he podido disponer de dinero para ir de compras, para la casa y esas cosas. En cualquier caso, para poder pagarle a Solveig, economicé hasta el máximo y le he ido dando a ella la mayoría de lo que me daba Gabriel —su voz rezumaba amargura, matizada con un timbre de algo más fuerte aún—. Pero supongo que ahora no tengo elección y que tendré que contárselo a Gabriel, de modo que, en lo sucesivo, me veré al menos libre del problema con Solveig. —Esbozó una sonrisa, pero enseguida recobró la expresión grave y, mirando a Patrik a los ojos, declaró—: Lo único bueno de todo esto es que ya no me importa demasiado lo que diga Gabriel, por más que así haya sido durante más de treinta años. Para mí, lo más importante son Jacob y Linda, de ahí que lo único que me interese sea saber que Jacob está libre de toda sospecha. Porque supongo que así es, ¿verdad? —preguntó ansiosa, mirándolos fijamente a los dos.

—Sí, eso parece.

—Entonces, ¿por qué lo retienen aquí? ¿Puedo ir a recogerlo ya?

—Sí, ya puede ir y llevárselo de aquí —afirmó Patrik con serenidad—, pero nos gustaría pedirle un favor: Jacob sabe algo de todo este asunto y, por su propio bien, es importante que nos lo cuente. Hable un rato con él ahí dentro e intente convencerlo de que no le conviene guardarse lo que sepa.

Laine resopló displicente.

—Desde luego, lo comprendo. Pero ¿por qué iba a ayudarles después de todo lo que le han hecho a él y a su familia?

—Porque cuanto antes resolvamos esto, antes podrán seguir adelante con sus vidas.

A Patrik no le resultaba fácil sonar convincente, puesto que no quería revelar que si bien los resultados de los análisis demostraban que el agresor no era Jacob, sí indicaban que era pariente de Johannes. Ese era su as en la manga y no pensaba jugárselo hasta que no fuese absolutamente necesario. Y hasta ese momento esperaba que Laine lo creyese y entendiese su forma de razonar. Tras unos minutos de espera, consiguió su propósito: Laine asintió.

—Haré lo que pueda, pero no estoy segura de que tenga razón. No creo que Jacob sepa más de esto que cualquier otro.

—En tal caso, tarde o temprano tendremos ocasión de comprobarlo —se limitó a responder Patrik—. Entonces, ¿viene?

Laine se encaminó a la sala de interrogatorios a paso lento. Gösta se volvió hacia Patrik con el ceño fruncido:

—¿Por qué no le dijiste que Johannes había muerto asesinado?

Patrik se encogió de hombros.

—No lo sé. Tengo la sensación de que cuanto más mezclados estén los conceptos para ellos dos, tanto mejor para nosotros. Jacob se lo contará a Laine y, esperemos, esa noticia la desequilibrará. Y entonces quizá, sólo quizá, alguno de los dos se abra por fin.

—¿Crees que Laine también oculta algo?

—No lo sé —repitió Patrik—. Pero ¿no viste la expresión de su rostro cuando le dijimos que Jacob no figuraba en la lista de sospechosos? Era de sorpresa.

—Espero que tengas razón —contestó Gösta pasándose la mano por la cara, con gesto cansado. Había sido un día muy largo.

—Aguardaremos aquí hasta que hayan terminado. Después nos vamos a casa a comer y a descansar. No seremos de ninguna utilidad si estamos exhaustos —sentenció Patrik.

Y se sentaron a esperar.

S
olveig creyó oír algo fuera, pero después volvió el silencio y se encogió de hombros, para seguir concentrada en sus álbumes. Tras las tormentas emocionales de los últimos días, era un placer descansar en la seguridad de sus viejas fotos. Ellas no cambiaban nunca; como mucho, se tornaban un tanto pálidas y amarillas con los años.

Miró el reloj de la cocina. Cierto que los chicos entraban y salían a placer, pero aquella noche le habían prometido que volverían para la cena. Robert iba a comprar unas pizzas en Kapten Falck y ya empezaba a sentir el hambre acuciándole el estómago. De pronto oyó unos pasos fuera, sobre la gravilla, y se levantó con esfuerzo para sacar los platos y los cubiertos. Aunque no hacían falta platos, pues comerían directamente de la caja.

—¿Dónde está Johan? —preguntó Robert al tiempo que dejaba las pizzas en la encimera y lo buscaba con la mirada.

—Yo creía que tú lo sabrías. Llevo sin verlo varias horas —aseguró Solveig.

—Seguro que está en el cobertizo, voy a buscarlo.

—Pues dile que se dé prisa, que no pienso esperarlo —le gritó Solveig mientras se alejaba, antes de husmear con avidez en las cajas para encontrar la suya.

—¿Johan? —Robert empezó a gritar antes de llegar al cobertizo, pero no obtuvo respuesta. Bueno, no sería nada. Johan se volvía a veces sordo y ciego cuando llevaba un rato allí metido.

—¿Johan? —gritó más alto esta vez, pero no oyó más que su propia voz y la calma de la noche.

Algo irritado, abrió la puerta del cobertizo, dispuesto a regañar a su hermano menor por perder el tiempo soñando despierto, pero enseguida olvidó su propósito.

—¡Johan! ¡Joder!

Su hermano estaba tendido en el suelo, con un halo rojo alrededor de la cabeza. Le llevó un segundo comprender que era sangre. Johan no se movía.

—¡Johan! —lo llamó, en tono lastimero y con el llanto abriéndose paso por el pecho. Se arrodilló junto al maltratado cuerpo de Johan y lo tanteó atribulado con las manos. Quería hacer algo, pero no sabía qué y tenía miedo de agravar sus heridas tocándolo. Johan lanzó un gemido que lo sacó de su estatismo. Se levantó con las rodillas manchadas de sangre y echó a correr en dirección a la casa.

—¡Mamá, mamá!

Solveig abrió la puerta y entrecerró los ojos para ver mejor. Tenía los dedos y la boca llenos de grasa, claro indicio de que ya había empezado a comer. Y ahora estaba enojada porque la habían interrumpido.

—¿A qué demonios viene tanto jaleo? —Entonces vio las manchas rojas en la ropa de Robert y supo en el acto que no eran de pintura—. ¿Qué ha pasado? ¿Es Johan?

Echó a correr hacia el cobertizo tan rápido como le permitía su voluminoso cuerpo, pero Robert la detuvo antes de que llegase.

—¡No entres! Está vivo, pero alguien lo ha destrozado a golpes. ¡Está muy mal y tenemos que llamar a una ambulancia!

—¿Quién…? —sollozó Solveig desplomándose como una muñeca sin vida en los brazos de Robert. Él se liberó de sus brazos, irritado, y la obligó a sostenerse sola.

—¡Qué más da quién! Lo primero que tenemos que hacer es buscar ayuda. Llama al centro de salud también, porque la ambulancia tiene que venir desde Uddevalla.

Robert iba dando las órdenes con el carisma de un general y Solveig reaccionó de inmediato. Volvió corriendo a la casa mientras Robert, convencido de que pronto acudirían en su ayuda, se apresuraba a regresar con su hermano.

Cuando llegó el doctor Jacobsson, nadie habló ni pensó siquiera en las circunstancias en que se habían visto antes a lo largo de aquel mismo día. Robert se apartó un poco, aliviado al saber que, a partir de ese momento, tomaba el control de la situación alguien que sabía lo que hacía, pero tenso y a la espera de la sentencia.

—Está vivo, pero hay que llevarlo al hospital lo antes posible. La ambulancia está en camino, ¿verdad?

—Sí —confirmó Robert con un hilo de voz.

—Ve a la casa a buscar una manta.

Robert no era tan necio como para ignorar que la petición del médico iba más encaminada a darle trabajo a él que a cubrir ninguna necesidad, pero se sintió agradecido al tener una misión concreta que cumplir y obedeció gustoso. Robert tuvo que apretujarse con su madre que, en la puerta del cobertizo, lloraba y temblaba en silencio. No tenía fuerzas para consolarla, ocupado como estaba en mantenerse íntegro él mismo, así que Solveig tendría que arreglárselas como pudiese. Oyó las sirenas acercarse desde lejos. Nunca antes se había alegrado tanto al atisbar las luces azules por entre las copas de los árboles.

L
aine estuvo con Jacob durante media hora. A Patrik le habría gustado aplicar el oído a la pared, pero tuvo que armarse de paciencia. Tan sólo uno de sus pies, que golpeteaba contra el suelo, delataba su ansiedad. Tanto él como Gösta se habían ido a sus respectivos despachos para intentar adelantar algún trabajo, pero no resultaba nada fácil. Patrik deseaba más que nada en el mundo saber qué esperaba sacar de todo aquel montaje, pero no logró aclararse. Sólo esperaba que, de algún modo, Laine pudiese tocar la tecla exacta para hacer que Jacob empezase a hablar, aunque cabía la posibilidad de que su intento lo cerrase aún más. Y eso era precisamente lo peor: los riesgos que entrañaba la consecución de ciertos beneficios se convertían en acciones difíciles de explicar a posteriori de forma lógica.

Además, lo irritaba el hecho de tener que esperar hasta la mañana siguiente para conocer los resultados de los análisis de sangre. De mil amores se habría quedado trabajando toda la noche siguiendo la pista de Jenny Möller, si hubiera tenido alguna, pero los análisis eran lo único que tenían y había contado, más de lo que él mismo creía, con que el análisis de Jacob encajaría. Ahora que esa teoría se había desmoronado, sólo tenían un papel en blanco del que partir y se encontraban, por desgracia, como al principio. La chica estaba por allí, en algún lugar, y él tenía la sensación de que sabían ahora menos que antes. El único resultado constatable hasta el momento era que tal vez hubiesen logrado desunir a una familia y que, hacía veinticuatro años, se cometió un asesinato. Aparte de eso, nada.

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