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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los gritos del pasado (36 page)

BOOK: Los gritos del pasado
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En un primer momento, se resistió. Escapó y se fue a hacer de las suyas con los colegas. Bebía hasta perder la cabeza y volvía a ser ignominiosamente arrastrado de vuelta a la granja para, al día siguiente, con la cabeza dolorida, enfrentarse a la cálida mirada de Jacob que siempre, por curioso que pudiera parecer, se le presentaba vacía de reproches.

Él se quejó ante Jacob de su nombre y le explicó que eso tenía la culpa de todos los errores que había cometido. Sin embargo, resultó que Jacob logró explicarle a él que aquello era algo positivo y que constituía un presagio de cómo le iría en la vida. Era un don, le hizo ver Jacob. El hecho de que ya en el momento de nacer hubiese quedado marcado por una identidad tan singular sólo podía significar que Dios lo había elegido a él de entre los demás. Su nombre lo convertía en un ser especial, no en un ser raro.

Con la ansiedad de un hambriento ante una mesa puesta, bebió Kennedy sus palabras. Poco a poco empezó a ver con toda claridad que Jacob tenía razón: su nombre, Kennedy Karlsson, era un don que lo convertía en un ser especial; era un indicio de que Dios tenía para él un plan muy especial. Y era a Jacob a quien debía agradecerle el haberlo sabido, antes de que fuese demasiado tarde.

Le preocupaba ver que Jacob estaba inquieto últimamente. No había podido evitar oír los rumores sobre la relación que se establecía entre su familia y las chicas muertas, y creía que ahí estaba la causa del desasosiego de Jacob. Él había sentido en su propia carne la malevolencia de la gente que olfateaba sedienta de sangre. Ahora, se diría, le había tocado a la familia Hult hacer el papel de presa.

Con suma delicadeza llamó a la puerta de Jacob. Le había parecido oír voces alteradas en el interior y, cuando abrió, vio que Jacob estaba colgando el auricular, indignado.

—¿Qué tal?

—Bah, simples problemas de familia. Nada de lo que debas preocuparte.

—Tus problemas son mis problemas, Jacob. Lo sabes. ¿Por qué no me cuentas de qué se trata? Confía en mí, al igual que yo confié en ti.

Jacob se frotó los ojos con gesto cansado, como hundido.

—Es todo tan absurdo. A causa de una tontería que mi padre cometió hace veinticuatro años, la policía cree ahora que tenemos algo que ver con el asesinato de la turista alemana sobre la que hablaban los periódicos.

—Pero ¡eso es terrible!

—Sí, y la última es que exhumaron el cadáver de mi tío Johannes esta mañana.

—¿Qué me dices? ¿Han perturbado la paz de su última morada?

Jacob dejó escapar media sonrisa satisfecha. Hacía un año, Kennedy habría preguntado «¿qué mierda de última qué?».

—Por desgracia, así es. Toda la familia está sufriendo por ello, pero no hay nada que podamos hacer.

Kennedy sintió cómo la ira de siempre bullía en su pecho, aunque ahora estaba más tranquilo; ahora era la ira de Dios.

—¿No podéis denunciarlos por vejación o algo así?

Jacob volvió a sonreír, desolado.

—O sea, que tu experiencia con la policía es que resulta posible conseguir algo mediante esos procedimientos.

No, claro, su respeto por la poli era mínimo, por no decir inexistente. Nadie mejor que él podía comprender la frustración de Jacob.

Sentía una gratitud inmensa ante el hecho de que Jacob optase por contarle sus tribulaciones a él precisamente. Otro don por el que le daría gracias a Dios en sus oraciones nocturnas. Kennedy estaba a punto de decírselo a Jacob, cuando el timbre del teléfono los interrumpió.

—Disculpa —rogó Jacob cogiendo el auricular.

Cuando, minutos después, volvió a colgar, estaba aún más pálido. Kennedy dedujo, por la conversación, que era el padre de Jacob quien había llamado y, mientras escuchaba, se esforzó cuanto pudo por disimular su interés.

—¿Ha ocurrido algo?

Jacob dejó las gafas sobre la mesa con gesto cansino.

—Pero habla, ¿qué te ha dicho? —Kennedy no podía ocultar el dolor y la angustia que reinaban en su corazón.

—Era mi padre. La policía ha estado allí haciéndole preguntas a mi hermana. Mi primo Johan llamó a la policía y les confesó que él y mi hermana vieron a la chica asesinada en mi finca justo antes de que desapareciera. ¡Que Dios me ayude!

—Que Dios te ayude —susurró Kennedy como un eco.

S
e habían reunido en el despacho de Patrik. Había poco espacio, pero con algo de buena voluntad, lograron acomodarse todos. Mellberg había ofrecido el suyo, que era tres veces más espacioso que los demás, pero Patrik no quería trasladar allí todo lo que tenía fijado en el corcho que había detrás de su mesa.

Estaba lleno de papeles y de notas, y en el centro se veían las fotos de Siv, Mona, Tanja y Jenny. Patrik estaba sentado en el borde de la mesa, de medio lado. Por primera vez en mucho tiempo se reunían todos, Patrik, Martin, Mellberg, Gösta, Ernst y Annika. Todas las cabezas pensantes de la comisaría de Tanumshede, con la mirada fija en Patrik, que, súbitamente, sintió el peso de la responsabilidad sobre sus hombros y cómo el sudor le bañaba la nuca. Siempre le había disgustado ser el centro de atención y la sola idea de que todos esperasen a oír lo que tenía que decir le hacía experimentar un molesto hormigueo por el cuerpo. Antes de empezar, se aclaró la garganta.

—Hace media hora llamó Tord Pedersen, del Instituto Forense, y nos comunicó que la exhumación de esta mañana no fue en vano —en este punto, hizo una pausa y, por un instante, se permitió la satisfacción ante el hecho que acababa de revelar. No tenía intención de ser el hazmerreír de sus colegas por mucho más tiempo—. El examen del cadáver de Johannes Hult demuestra que no se colgó, sino que falleció de un fuerte golpe que le asestaron en la nuca con un objeto contundente.

Un murmullo de asombro se elevó entre los presentes. Patrik prosiguió, consciente de contar con la máxima atención por parte de todos ellos:

—En otras palabras: que tenemos otro asesinato, aunque no sea muy reciente que digamos. Así que consideré conveniente que nos reuniésemos para revisar conjuntamente todo lo que sepamos. ¿Alguna pregunta antes de continuar?… Bien, entonces, prosigamos.

Patrik empezó por repasar el viejo material sobre Siv y Mona, entre el que se encontraba el testimonio de Gabriel. Continuó con la muerte de Tanja y los informes médicos que revelaban que su cadáver presentaba exactamente el mismo tipo de lesiones que los de Siv y Mona, y el hecho de que hubiese resultado ser la hija de Siv, además de la información proporcionada por Johan, que decía haber visto a Tanja en Västergården.

Gösta pidió la palabra.

—¿Y qué me dices de Jenny Möller? Yo no estoy tan convencido de que su desaparición esté relacionada con los asesinatos.

Las miradas de todos los presentes, incluida la de Patrik, se dirigieron a la fotografía de la rubia adolescente que les sonreía desde el corcho.

—Estoy de acuerdo contigo, Gösta —admitió Patrik—. Se trata de una teoría más, pero las búsquedas no han dado ningún resultado y nuestro control de violadores conocidos en la zona sólo nos procuró la falsa pista de Mårten Frisk, así que lo único que podemos hacer es esperar que la gente nos ayude y que alguien haya visto algo, mientras trabajamos con la posibilidad de que el asesino de Tanja sea la misma persona que se llevó a Jenny. ¿Responde eso a tu pregunta?

Gösta asintió. En principio, la respuesta de Patrik significaba que, a decir verdad, no sabían nada en absoluto, tal y como él pensaba.

—Por cierto, Gösta, Annika me dijo que habíais ido a comprobar lo del abono. ¿Sacasteis algo en claro de ahí?

Fue Ernst quien respondió:

—Nada de nada. El campesino con el que hablamos no tiene nada que ver con el asunto.

—Pero echaríais un ojo, ¿no?, por si acaso —insistió Patrik, que no se dejó convencer por Ernst.

—Pues claro que sí. Ya te digo, nada de nada —repitió Ernst enojado.

Patrik miró a Gösta inquisitivo y éste asintió, confirmando la versión de su colega.

—Bien, en ese caso… tendremos que pensar si existe un modo de seguir indagando por ese lado. Entretanto, tenemos el testimonio de una persona que vio a Tanja justo antes de que desapareciera. Johan, el hijo de Johannes, me llamó esta mañana para contarme que había visto en Västergården a una joven que, según él, era Tanja. Su prima Linda, la hija de Gabriel, estaba con él, y Martin y yo fuimos a verlos hace unas horas. La muchacha ha corroborado que, en efecto, vieron a una joven, pero ella no está tan convencida como Johan de que fuese Tanja.

—Pero, en ese caso, ¿crees que podemos confiar en él como testigo? La lista de delitos de Johan y las rivalidades existentes en el seno de esa familia hacen dudar de la credibilidad de sus palabras —intervino Mellberg.

—Sí, claro, yo también lo he pensado. Tendremos que esperar y ver qué dice Jacob Hult, pero en mi opinión resulta interesante que, de un modo u otro, siempre nos topemos con esa familia. Adonde quiera que dirijamos nuestros pasos, siempre nos conducen a la familia Hult.

El calor se intensificaba cada vez más en el reducido despacho. Patrik había dejado abierta una ventana, pero no mejoró mucho la situación, pues tampoco del exterior entraba aire fresco. Annika intentaba darse aire con el bloc de notas. Mellberg se enjugaba el sudor de la frente con la palma de la mano y el rostro de Gösta adoptaba un preocupante tono grisáceo que se adivinaba bajo el bronceado. Martin se había desabotonado la camisa, lo que le permitió a Patrik comprobar, lleno de envidia, que había quien tenía tiempo de asistir de vez en cuando al gimnasio. Ernst era el único que parecía imperturbable.

—Ya, bueno, en ese caso —dijo— yo apuesto por esos dos gamberros. Hasta ahora son los únicos de la familia que han tenido que ver con la policía.

—Además de su padre —les recordó Patrik.

—Exacto, además de su padre. Lo que confirma que hay algo podrido en esa rama de la familia.

—¿Y la información sobre la última vez que se vio a Tanja con vida? Fue en Västergården… Según la hermana de Jacob, éste estaba en casa en aquel momento. Eso lo pondría a él en el punto de mira, ¿no?

Ernst resopló incrédulo.

—¿Y quién te dice que la chica estuvo allí? Johan Hult. No, yo no me creería una sola palabra de ese muchacho.

—¿Cuándo tienes previsto que hablemos con Jacob? —quiso saber Martin.

—Pensaba que tú y yo podríamos ir a Bullaren después de esta reunión. Ya he llamado por teléfono para comprobar que estuviera en el trabajo.

—¿No crees que Gabriel lo habrá llamado para prevenirlo? —observó Martin.

—Seguro que sí, pero no podíamos evitarlo. Ya veremos qué nos cuenta.

—¿Qué hacemos ahora que sabemos que Johannes murió asesinado? —insistió Martin.

Patrik no quería admitir que ignoraba cómo usar esa información. Tenía demasiadas novedades a las que enfrentarse al mismo tiempo y temía que, si se alejaba para contemplar el panorama completo, lo ingente de la misión que tenía ante sí lo paralizase por completo. Lanzó un suspiro antes de contestar:

—Cada cosa a su tiempo. No le revelaremos a Jacob nada al respecto cuando hablemos con él. No quiero que Solveig y los chicos estén sobre aviso.

—O sea, que el siguiente paso será hablar con ellos, ¿no es así?

—Sí, supongo, a menos que alguno de vosotros tenga otra propuesta.

El silencio por respuesta. Nadie parecía tener ninguna idea que aportar.

—¿Qué hacemos los demás entretanto?

La respiración de Gösta era cada vez más pesada, hasta el punto de que Patrik se preguntó si no estaría a punto de darle un infarto, pues hacía mucho calor.

—Según Annika, hemos recibido alguna información de los vecinos desde que la fotografía de Jenny apareció en los diarios. Ella ha ordenado los datos según el grado de credibilidad y de interés, así que Ernst y tú podéis empezar a comprobar esa lista.

Patrik esperaba no estar cometiendo un error al volver a incluir a Ernst en la investigación, pero había decidido darle otra oportunidad después de ver que parecía estar comportándose cuando acompañó a Gösta en el seguimiento del asunto del abono.

—Annika, me gustaría que, una vez más, te pusieras en contacto con la empresa de abonos para pedirles que ampliasen el área donde buscar clientes de la marca en cuestión. La verdad es que no creo que los cuerpos fueran trasladados desde una gran distancia, pero puede que merezca la pena comprobarlo.

—Por supuesto —respondió Annika, sudorosa, al tiempo que seguía abanicándose con el bloc.

A Mellberg no se le asignó ninguna tarea. A Patrik le costaba darle órdenes a su jefe y, además, prefería que no se mezclase en el trabajo diario relacionado con la investigación. No obstante, tuvo que admitir que Mellberg había llevado a cabo un excelente trabajo al mantener a los políticos apartados de su camino.

Seguía habiendo algo raro en su comportamiento. Por lo general, la voz de Mellberg se superponía a la de todo el mundo; ahora, en cambio, escuchaba en silencio y parecía absorto y como en otro mundo. El buen humor que los había tenido a todos confundidos durante un par de semanas se veía ahora desplazado por un silencio más alarmante aún. Patrik le preguntó:

—Bertil, ¿hay algo que quieras añadir o sugerir?

—¿Cómo? Perdón, ¿qué has dicho? —respondió Mellberg sobresaltado.

—Si tienes algo que añadir —repitió Patrik.

—Ah, eso —respondió Mellberg aclarándose la garganta, al ver que todas las miradas se centraban en él—. No, creo que no. Me parece que tienes la situación bajo control.

Annika y Patrik intercambiaron una mirada elocuente. Por lo general, la recepcionista sabía todo lo que pasaba en la comisaría, pero, en esta ocasión, se encogió de hombros en señal de que no tenía la menor idea.

—¿Alguna pregunta? ¿No? Pues, en ese caso, vamos a trabajar.

Aliviados, huyeron del bochorno de la habitación para buscar algo de aire fresco. Tan sólo Martin se quedó rezagado.

—¿Cuándo nos vamos?

—Pues podríamos almorzar primero y salir enseguida.

—De acuerdo. Salgo a comprar algo y nos encontramos en el comedor, ¿te parece?

—Sí, gracias, me harías un favor; así me da tiempo de llamar a Erica.

—Salúdala de mi parte —dijo Martin ya camino de la calle.

Patrik marcó el número de su casa, con la esperanza de que Jörgen y Madde no la hubiesen vuelto loca de aburrimiento…


U
n lugar de lo más aislado.

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