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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los gritos del pasado (6 page)

BOOK: Los gritos del pasado
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—Annika está de vacaciones, así que ella no puede hacerlo. Y no es tan fácil como parece eso de investigar documentación antigua. Hay que saber dónde buscar y yo lo sé. Déjame que pruebe un poco, anda…

—No, ni hablar. Esperemos que Conny y compañía, que son un tanto salvajes, se vayan mañana temprano y, después, no harás otra cosa que descansar, ¿entendido? Y ahora déjame, que voy a hablar con el bebé un ratito. Tenemos que perfilar el plan de la carrera futbolística del chico…

—O de la chica.

—O de la chica. Aunque entonces será mejor que se dedique al golf. El fútbol femenino no da mucho dinero, por ahora.

Erica lanzó un suspiro, pero se puso boca arriba para facilitar la comunicación.


C
uando te escapas, ¿no se dan cuenta?

Johan estaba tumbado de costado, junto a Linda, y le hacía cosquillas en la mejilla con una brizna de paja.

—No, porque, ya sabes, Jacob confía en mí. —Linda arrugó la frente imitando el tono de voz grave de su hermano—. Es algo que ha aprendido en esos cursos de «establecer-buen-contacto-con-los-jóvenes» a los que ha asistido. Lo peor de todo es que la mayoría de ellos parecen creérselo, porque para algunos Jacob es como Dios. Aunque, claro, si uno crece sin un padre, puede tomar cualquier cosa como sustituto. ¡Déjalo ya! —exclamó apartando irritada la brizna con la que Johan le hacía cosquillas.

—¿Qué pasa? ¿No vamos a poder jugar un poco?

Linda advirtió que él se había molestado y se inclinó para besarlo y hacer las paces. Simplemente, aquel no era un buen día. Le había venido la regla por la mañana, así que no podría tener relaciones con Johan en una semana, y, además, le desquiciaba los nervios vivir con el perfecto de su hermano y su mujer, tan perfecta como él.

—¡Oh, si un año pudiese pasar en un suspiro… y pudiera largarme de este maldito agujero!

Tenían que hablar muy quedo para que nadie descubriese su escondite en el pajar, pero Linda fue dando golpes con el puño en los listones de madera para subrayar cada palabra.

—Y yo, ¿también quieres estar lejos de mí?

La expresión de Johan revelaba lo herido que se sentía, más aún que antes, y Linda se mordió la lengua. Si conseguía salir de allí y hacerse con el mundo, jamás se le ocurriría mirar siquiera a alguien como Johan, pero, mientras tuviese que estar en casa, le bastaba como entretenimiento, poco más. Sin embargo, él no tenía por qué saberlo, así que se enroscó como un gatito mimoso y se acurrucó a su lado. No obtuvo ninguna respuesta, con lo que ella misma le tomó el brazo y lo colocó alrededor de su cintura. Como si tuviesen voluntad propia, los dedos de Johan empezaron a recorrer su cuerpo; Linda sonrió para sus adentros. Era tan fácil manipular a los hombres…

—Podrías venirte conmigo, ¿no?

Lo dijo a sabiendas de que Johan jamás sería capaz de dejar Fjällbacka y, sobre todo, a su hermano. A veces se preguntaba si Johan iría siquiera al lavabo sin antes preguntarle a Robert.

Johan eludió la pregunta y preguntó a su vez:

—Dime, ¿has hablado con tu padre? ¿Qué le parecen a él tus planes de largarte?

—¿Qué le van a parecer? Puede decidir mi vida durante un año más, pero, en cuanto haya cumplido los dieciocho, no tendrá nada que hacer y eso lo saca de sus casillas. A veces creo que le gustaría poder meternos a todos en sus libros de cuentas. Jacob en el «debe» y Linda en el «haber».

—¿Cómo que en el «debe»?

Linda se echó a reír al oír la pregunta.

—Son términos de contabilidad, no te preocupes.

—Me pregunto cómo habría sido todo si… —comenzó Johan mordisqueando una brizna de paja, con la mirada perdida en algún punto, más allá de donde ella se encontraba.

—¿Cómo habría sido todo si qué?

—Si mi padre no hubiera perdido todo su dinero. Entonces tal vez seríamos nosotros quienes viviríamos en la granja y tú habrías crecido en la cabaña con el tío Gabriel y la tía Laine.

—Pues sí, eso sí que habría sido digno de ver. Mi madre de prestado en la cabaña y pobre como una rata de iglesia.

Linda echó atrás la cabeza y se rió de buena gana, y Johan le advirtió enseguida que bajase el tono para que Jacob y Marita no la oyesen desde la casa, que estaba a un tiro de piedra del pajar.

—De haber sido así, tal vez mi padre aún estaría vivo. Y entonces mi madre no se habría pasado los días enteros con los dichosos álbumes de fotos.

—Pero si no fue por el dinero por lo que tu padre…

—Bueno, eso no lo sabes tú. ¿Qué coño sabes tú de por qué lo hizo? —gritó con voz chillona, una octava más alta.

—Pues lo sabe todo el mundo.

A Linda no le gustaba lo más mínimo el giro que estaba tomando la conversación y no se atrevía a mirar a Johan a los ojos. La disputa familiar y cuanto guardaba relación con ella había sido hasta el momento, y como por un acuerdo tácito, excluido de sus temas de conversación.

—Todos creen que lo saben, pero nadie sabe una mierda. Y tu hermano viviendo en nuestra granja… ¡Hay que joderse!

—Jacob no tiene la culpa de que las cosas acabaran así. —A Linda le resultaba extraño defender al mismo hermano al que, por lo general, no dejaba de criticar, pero la sangre es más espesa que el agua…—. Fue el abuelo el que le dejó la granja y, además, él siempre ha sido el primero en defender a Johannes.

Johan sabía que Linda tenía razón y su ira se disipó. Sólo que a veces le resultaba tan doloroso oírla hablar de su familia, porque le hacía pensar en lo que él había perdido. No se atrevía a decírselo, pero muy a menudo pensaba que era una desagradecida. Ella y su familia lo tenían todo, mientras que la de él no tenía nada. ¿Dónde estaba la justicia?

Sin embargo, al mismo tiempo, era capaz de perdonárselo todo. Jamás había amado a nadie con tanto ardor y la sola contemplación del precioso cuerpo de Linda a su lado lo encendía por dentro. A veces no podía creerse que un ángel como ella quisiera perder el tiempo con él, pero era lo suficientemente listo como para no cuestionar su buena suerte, de modo que intentaba no pensar en el futuro y disfrutar del presente. La atrajo hacia sí y cerró los ojos mientras inspiraba el perfume de su cabello. Después, empezó a desabotonarle los vaqueros, pero ella lo detuvo.

—No puedo, tengo la regla. ¡Déjame en paz!

Linda se abrochó el pantalón y se tumbó boca arriba. A Johan se le nubló la vista y el cielo se desvaneció tras sus párpados cerrados.

S
ólo había pasado un día desde que encontraron a la mujer muerta, pero a Patrik lo torturaba la impaciencia. En algún lugar, alguien estaría preguntándose por ella, pensando, preocupado, dejando volar su imaginación por derroteros cada vez más angustiosos. Y lo más terrible era, después de todo, que lo que le había ocurrido era, en efecto, lo peor. Más que nada, deseaba averiguar la identidad de la mujer para poder avisar a sus seres queridos. Nada era peor que la incertidumbre, ni siquiera la muerte. La gente no podía empezar a procesar su dolor hasta que no sabía cuál era el motivo. No sería fácil para quien tuviera que dar la noticia, tarea que Patrik ya había asumido mentalmente, pero era consciente de que constituía una parte fundamental de su trabajo: facilitar las cosas, apoyar a la gente. Pero ante todo, quería saber qué le había ocurrido a la persona que aquella gente amaba.

La infructuosa ronda de llamadas que Martin emprendió el día anterior había complicado mil veces el trabajo de identificación. Nadie de la zona había denunciado la desaparición de la mujer, con lo que el campo de búsqueda se ampliaba a toda Suecia y tal vez incluso al extranjero. Aquella tarea se le antojó imposible por un segundo, pero no tardó en desechar tan desoladora sensación. En aquellos momentos, ellos eran los únicos portavoces de la desconocida.

Martin dio unos tímidos golpecitos en su puerta.

—¿Cómo quieres que continúe? ¿Amplío el círculo, empiezo con los distritos de las capitales o…? —inquirió alzando las cejas y los hombros, como si preguntase con todo el cuerpo.

Patrik sintió de pronto el peso de la responsabilidad de dirigir la investigación. En realidad, no tenían nada que señalase en una dirección determinada, pero estaba claro que por algún lado tenían que empezar.

—Mira los distritos de las capitales. Gotemburgo ya está, así que prueba ahora con Estocolmo y Malmoe. El informe del Instituto Forense no debería tardar en llegar y, con un poco de suerte, nos aportará algo de provecho.

—De acuerdo —dijo Martin, dando una palmada en la mesa, y salía en dirección a su despacho cuando una señal estridente lo hizo volverse hacia la recepción e ir a abrir la puerta. Por lo general, eso era tarea de Annika, pero durante su ausencia tenían que hacerlo ellos.

La joven parecía preocupada. Era menuda, llevaba el largo cabello peinado en dos trenzas rubias y una mochila gigantesca a la espalda.


I want to speak to someone in charge
.

Su inglés tenía un marcado acento y Martin adivinó que sería alemana. Le abrió la puerta y le indicó que entrase antes de gritar en dirección al pasillo:

—¡Patrik, tienes visita!

Algo tarde, cayó en la cuenta de que debería haberle preguntado antes a la joven qué la había llevado allí, pero Patrik ya había asomado la cabeza por la puerta de su despacho y la joven ya iba a su encuentro.


Are you the man in charge?

Por un instante, Patrik tuvo la tentación de remitirla a Mellberg, que, desde un punto de vista estrictamente técnico, era el superior, pero al ver su cara de desesperación, cambió de idea y decidió ahorrarle a la muchacha esa experiencia. Enviarle a Mellberg una chica guapa era como mandar una oveja al matadero, así que predominó su natural instinto protector.


Yes, can I help you?

Le hizo señas de que entrara y tomase asiento en la silla que había frente a la suya. Con una agilidad sorprendente, la muchacha se deshizo de la mochila, que colocó con sumo cuidado contra la pared, junto a la puerta.


My English is very bad. You speak German?

Patrik examinó fugazmente su alemán de la escuela. Era muy simple, la respuesta dependía de lo que la joven entendiese por «hablar alemán». Sabía pedir una cerveza y la cuenta, pero sospechaba que ella no había venido para hacer de camarera.

—Un poco —le chapurreó en su lengua, acompañando su respuesta de un gesto que quería decir «más o menos».

La muchacha pareció contenta de saberlo y empezó a hablar despacio y claro, para que él pudiese comprender lo que decía. Patrik comprobó con asombro que sabía más alemán de lo que creía y que, aunque no entendía todas las palabras, comprendía lo que le estaba diciendo.

Se presentó como Liese Forster. Al parecer, había estado en la comisaría hacía una semana para denunciar la desaparición de su amiga Tanja. Había hablado con un policía, que le dijo que se pondrían en contacto con ella cuando supiesen algo, y después de una semana no había tenido la menor noticia. El rostro de la joven expresaba la más viva preocupación y Patrik se tomó sus palabras muy en serio.

Tanja y Liese se habían conocido en el tren camino de Suecia. Las dos eran del norte de Alemania, pero no se conocían de antes. Enseguida conectaron de maravilla y, según Liese, se sentían como hermanas. Ella no tenía ningún recorrido planificado para su viaje por Suecia, por lo que Tanja le propuso que se fuesen juntas a Fjällbacka, un pequeño pueblo de la costa occidental sueca.

—¿Por qué Fjällbacka, precisamente? —preguntó Patrik, más o menos fiel a la gramática alemana.

La respuesta se hizo esperar un poco. Era el único tema de conversación del que Tanja no hablaba con alegría y franqueza, y Liese admitió que no lo sabía con exactitud. Lo único que Tanja le había contado era que tenía un asunto que tratar allí. Una vez resuelto, podrían continuar su viaje por Suecia, pero antes tenía que buscar algo, le confesó. Parecía un asunto delicado, así que Liese no insistió con más preguntas. Estaba contenta de tener compañía en su viaje y la siguió encantada, sin importarle el motivo por el que Tanja deseaba ir allí.

Llevaban tres días alojándose en el camping de Salvik cuando Tanja desapareció. Salió por la mañana, le dijo que tenía cosas que hacer aquel día y que volvería a media tarde. Pasó el tiempo, llegó la tarde y luego la noche, y el desasosiego de Liese fue creciendo a medida que avanzaban las agujas del reloj. A la mañana siguiente fue a la oficina de información turística de la plaza Ingrid Bergman, donde se enteró de cómo llegar a la comisaría más próxima. Había presentado la denuncia de desaparición y, bueno, ahora se preguntaba qué había pasado.

Patrik estaba desconcertado; que él supiera, no habían recibido ninguna denuncia de desaparición y ya empezaba a sentir un nudo en el estómago. Preguntó por la descripción de Tanja y la respuesta confirmó sus temores. Todo lo que Liese le contó sobre su amiga coincidía con las características de la joven muerta en el barranco de Kungsklyftan y cuando, con el corazón encogido, le enseñó la fotografía de la víctima, las lágrimas de Liese verificaron lo que él ya sospechaba. Martin ya podía dejar la ronda de llamadas y tendrían que buscar al responsable de que la desaparición de Tanja no hubiese quedado registrada correctamente. Habían perdido, sin necesidad, un tiempo precioso y a Patrik no le cabía la menor duda de en qué dirección debía buscar para dar con el culpable.

P
atrik ya se había ido al trabajo cuando Erica despertó para variar, después de un sueño profundo y sin ensoñaciones. Miró el reloj, eran las nueve y no se oía ruido alguno desde la planta baja.

Poco después ya había puesto la cafetera y empezó a preparar el desayuno para sí misma y para sus invitados, que fueron entrando en la cocina uno tras otro, a cual más adormilado, aunque se despabilaron tan pronto como la emprendieron con la comida ya servida.

—¿Adónde pensabais ir después, a Koster?

Erica preguntó por cortesía, pero también con la esperanza de quitárselos de encima cuanto antes.

Conny cruzó una rápida mirada con su esposa, antes de explicar:

—Sí, bueno, Britta y yo estuvimos hablando de eso anoche y hemos pensado que, ya que estamos aquí y hace tan buen tiempo, podríamos ir a alguna de las islas cercanas a pasar el día. Vosotros teníais un barco, ¿verdad?

—Pues sí que tenemos uno… —admitió Erica de mala gana—, pero no estoy muy segura de que a Patrik le guste la idea de prestarlo por el tema del seguro y demás… —añadió como quien no quiere la cosa. Le temblaban las piernas de frustración ante la sola idea de que permanecieran allí siquiera unas horas más de lo que tenían previsto.

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