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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los gritos del pasado (5 page)

BOOK: Los gritos del pasado
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—Esta es Siv Lantin, desaparecida antes del día del solsticio de verano de 1979. Tenía diecinueve años —dijo Patrik sacando la segunda fotografía—. Y esta es Mona Thernblad, que desapareció dos semanas después y tenía dieciocho años. Ninguna de las dos apareció nunca, pese a la intensa búsqueda, una batida tras otra, rastreos y todo lo que te puedas imaginar. La bicicleta de Siv apareció en la cuneta, pero fue lo único que encontraron. Y de Mona no hallaron más que una zapatilla de deporte.

—Sí, ahora que lo mencionas, yo también lo recuerdo. Había un sospechoso, ¿verdad?

Patrik hojeó los documentos de la investigación, tan viejos que amarilleaban, y señaló con el dedo un nombre escrito a máquina.

—Johannes Hult. De todas las personas imaginables, resultó que fue su hermano, Gabriel Hult, quien llamó a la policía para avisar de que habían visto a su hermano con Siv Lantin camino de su granja de Bracke la noche en que la joven desapareció.

—¿Se tomaron muy en serio esa información? Quiero decir que debe haber más evidencias si uno acusa a su propio hermano nada menos que de sospechoso de un asesinato.

—Se trata de una guerra que dura ya años en el seno de la familia Hult y seguramente todos lo sabían, así que recibieron la información con cierto escepticismo, me temo, pero de todos modos tenían que indagar y Johannes fue llamado a interrogatorio un par de veces. Pese a todo, nunca hubo pruebas, salvo la información aportada por el hermano; todo quedó en su palabra contra la del otro y al final lo soltaron.

—¿Qué fue de él, dónde está?

—No estoy seguro, pero me suena que Johannes Hult se quitó la vida poco después de aquello. Lástima, si Annika estuviera aquí, habría podido redactar un informe más actualizado en un momento. Lo que hay en esa carpeta es, cuando menos, escaso.

—Pareces estar bastante seguro de que los esqueletos que encontramos corresponden a esas dos mujeres.

—Bueno, seguro, seguro… Me guío por la ley de la probabilidad. Tenemos a dos mujeres desaparecidas a finales de los setenta, y ahora nos encontramos dos esqueletos que parecen tener ya unos cuantos años. ¿Cuál es la probabilidad de que no sea más que una coincidencia? Seguro no estoy, y no podremos saberlo con certeza hasta que no se haya pronunciado el forense. Pero ya me encargaré de que tenga acceso a esta información lo antes posible.

Patrik echó un vistazo al reloj.

—Demonios, será mejor que me dé prisa. He prometido llegar temprano a casa hoy. Tenemos visita, un primo de Erica, y tengo que comprar unas gambas para esta noche. ¿Puedes encargarte de que le llegue esta información al forense? Y habla con Ernst cuando llegue, por si ha averiguado algo interesante.

El calor cayó sobre Patrik como una losa en cuanto salió de la comisaría, así que se apresuró dando grandes zancadas para llegar hasta el coche y poner cuanto antes el aire acondicionado. Si aquella temperatura lo dejaba transpuesto a él, no quería ni imaginarse lo que sufriría Erica, pobrecilla.

Era mala suerte que les llegase visita ahora precisamente, pero comprendía que a ella le resultaba difícil decir que no. Y puesto que la familia Flood se marcharía al día siguiente, sólo perderían una noche. Puso el aire acondicionado al máximo y emprendió el camino a Fjällbacka.

—¿
H
as hablado con Linda?

Laine se retorcía las manos con nerviosismo. Era un gesto que él había terminado por detestar.

—No hay mucho de qué hablar. Sólo tiene que hacer lo que le digamos.

Gabriel ni siquiera alzó la vista, sino que continuó tranquilamente con sus cosas. Había utilizado un tono brusco, pero Laine no era de las que callaban tan fácilmente… por desgracia. Durante muchos años había deseado que su esposa se inclinara por callar más que por hablar. Tal actitud obraría milagros en su personalidad.

Gabriel Hult, por su parte, tenía el alma y el corazón de un contable. Adoraba cuadrar el debe y el haber, y, al final, conseguir el equilibrio, y detestaba con todas sus fuerzas lo que estaba relacionado con los sentimientos y era ajeno a la lógica. La pulcritud era su lema y, pese al calor estival, vestía camisa y traje, cierto que de una tela algo más fina, pero igual de correcto. Con los años había ido perdiendo algo de su oscuro cabello, pero lo llevaba peinado hacia atrás, sin pretender, en modo alguno, ocultar la parte calva del centro. Las gafas redondas eran el punto sobre la i, siempre instaladas en el extremo de la nariz, lo que le permitía mirar por encima de las lentes y con condescendencia a sus interlocutores. Lo que estaba bien, estaba bien, había sido la máxima de su vida, y lo que más deseaba en el mundo era que la gente que tenía a su alrededor hiciese lo mismo. En cambio, los demás parecían dedicar toda su energía y sus esfuerzos a alterar su perfecto equilibrio y a hacerle la vida imposible. Todo sería mucho más sencillo si simplemente hicieran lo que él decía, en lugar de inventar un montón de tonterías de su propia cosecha.

El gran motivo de preocupación de su vida en aquellos momentos era Linda. La adolescencia de Jacob no había sido tan problemática, ¡dónde va a parar! En el mundo ideal de Gabriel, las chicas eran más tranquilas y más dóciles que los chicos. Y, sin embargo, ellos se habían encontrado con un monstruo adolescente que decía
a
cuando ellos decían
b
y que, en términos generales, hacía lo posible por destrozar su vida en el menor tiempo posible. Él no creía lo más mínimo en aquella absurda ocurrencia de convertirse en modelo. Claro que la niña era mona, pero, por desgracia, había heredado el cerebro de su madre y no sobreviviría ni una hora en el duro mundo de la moda.

—Ya hemos discutido sobre esto en otras ocasiones, Laine, y no he cambiado de opinión desde la última. No quiero ni oír hablar de que Linda vaya a hacerse fotos en el estudio de un fotógrafo sospechoso, que lo único que quiere es verla desnuda. Linda tiene que estudiar y no se hable más.

—Sí, pero dentro de un año tendrá dieciocho y entonces podrá hacer lo que quiera, de todos modos. ¿No sería mejor que la apoyásemos ahora, en lugar de arriesgarnos a que desaparezca de nuestro lado para siempre en cuanto pase ese tiempo?

—Linda sabe de dónde sale el dinero que tiene y me sorprendería mucho que se marchase a ninguna parte sin haberse asegurado antes unos ingresos suficientes y constantes. Y, si sigue estudiando, los tendrá. Le he prometido que le enviaré dinero todos los meses si continúa con los estudios y pienso mantener mi promesa. Y ya no quiero hablar más de este asunto.

Laine no dejaba de frotarse las manos, pero sabía cuándo había perdido una batalla y salió de su despacho con los hombros vencidos. Luego, con mucho cuidado, cerró la puerta de corredera y Gabriel lanzó un suspiro de alivio. Aquella historia lo sacaba de quicio. Después de tantos años como llevaban juntos, ella debería conocerlo lo suficientemente bien como para saber que no era de los que cambiaban de idea una vez tomada una decisión.

La satisfacción y la tranquilidad volvieron tan pronto como pudo continuar con el libro que tenía ante sí. Los modernos programas de contabilidad para ordenador no habían ganado terreno en su vida, pues él adoraba la sensación de tener delante su enorme registro lleno de cifras primorosamente escritas a mano que luego sumaba al final de cada página. Una vez que hubo terminado, se retrepó en la silla, muy conforme consigo mismo. Aquel era un mundo que podía controlar.

P
atrik se preguntó por un instante si se habría equivocado de casa. Aquel no podía ser el hogar tranquilo y sereno del que había salido por la mañana. El volumen era mucho más alto que el permitido en la mayoría de los lugares de trabajo y se diría que alguien hubiese arrojado en la casa una granada de mano. Todo estaba revuelto y lleno de objetos que le eran desconocidos, y nada estaba en su lugar. A juzgar por la expresión de Erica, le pareció que debería haber vuelto una o dos horas antes.

Lleno de admiración, comprobó mentalmente que sólo había dos niños y dos adultos más y se preguntó de qué manera se las arreglaban para sonar como si fuesen una guardería entera. Tenían puesto el canal Disney a todo volumen mientras un niño pequeño perseguía a una niña, más pequeña aún, con una pistola de juguete. Los padres de los dos retoños estaban sentados en paz y tranquilidad fuera, en la terraza, y Patrik vio que un patán de enormes proporciones lo saludaba ufano, pero sin molestarse en abandonar el sofá para salir a su encuentro ni en apartarse de la gran bandeja de dulces que tenía delante.

Entró en la cocina en busca de Erica, que se dejó caer en sus brazos.

—Sácame de aquí, por favor. Debí de cometer algún pecado terrible en otra vida para tener que soportar esto. Los niños son dos demonios con forma humana y Conny es… Conny. Su mujer apenas si ha dicho mu y tiene un carácter tan agrio como la leche cortada. ¡Socorro!, ojalá se vayan pronto a su casa.

Él le acarició la espalda consolándola y notó que tenía la camiseta empapada de sudor.

—Ve a ducharte tranquilamente mientras yo me encargo un rato de las visitas. Estás chorreando.

—Gracias, eres un ángel. Hay una cafetera llena. Ya van por la tercera taza, pero Conny ha empezado a insinuar que tiene ganas de algo más contundente, así que mira a ver qué tenemos que pueda interesarle.

—Déjamelo a mí, cariño, y vete antes de que cambie de idea.

Erica le dio un beso como muestra de agradecimiento y subió las escaleras balanceándose, en dirección a la ducha.

—Quiero un helado.

Victor se había colocado detrás de Patrik y le apuntaba con la pistola.

—Lo siento, no tenemos helados.

—Pues entonces ve a comprarlos.

La desfachatez del niño sacaba a Patrik de sus casillas, pero intentó mostrarse amable y, con la mayor suavidad posible, explicó.

—No, no voy a ir a comprar helado. Ahí fuera, en la mesa, hay galletas. Coge alguna.

—¡Pero yo quiero un heladooooo! —El niño chillaba y saltaba sin cesar y estaba colorado como un tomate.

—¡Te digo que no hay helado! —La paciencia de Patrik empezaba a agotarse.

—Helado, helado, helado, helado…

Victor no era de los que se rendían al primer obstáculo, pero debió de ver en los ojos de Patrik que había llegado al límite, porque dejó de gritar y salió de la cocina retrocediendo despacio. Después echó a correr llorando, en busca de sus padres, que seguían en la terraza ignorantes del incidente acaecido en la cocina.

—¡Papá! El tío es muy malo. ¡Yo quiero un helado!

Patrik intentó hacer oídos sordos y, enarbolando la cafetera, fue a saludar a sus invitados. Conny se levantó y le estrechó la mano, y después le tocó el turno de estrechar el pescado muerto de Britta.

—Victor ha entrado en una fase en que intenta poner a prueba los límites de su propia voluntad. Y no queremos cohibir su desarrollo personal, así que lo dejamos para que encuentre él solo la línea divisoria entre sus deseos y los de su entorno.

Britta dedicó una tierna mirada a su hijo mientras Patrik recordaba que Erica le había contado que era psicóloga. Desde luego, si aquella era su idea de cómo educar a un niño, el pequeño Victor tendría motivos para entrar en íntimo contacto con ese grupo profesional cuando se hiciese mayor. Conny no pareció haber notado nada y puso fin a los gritos del niño metiéndole una galleta en la boca, sin más. Y, a juzgar por la redondez del pequeño, se trataba de un procedimiento recurrente. En cualquier caso, Patrik no pudo por menos de reconocer que el método era eficaz y atractivo en su inmensa simpleza.

Erica bajó recién duchada, con una expresión mucho más risueña, justo cuando Patrik acababa de poner la mesa con las gambas y demás platos. Además, le había dado tiempo de comprar un par de pizzas para los niños, una vez que le quedó claro que aquella era la única forma de evitar una auténtica catástrofe a la hora de la cena.

Se sentaron y, en el preciso instante en que Erica iba a abrir la boca para decir, «podéis empezar», Conny se le adelantó hundiendo las dos manos en la fuente de gambas. Uno, dos y hasta tres puñados de gambas vieron aterrizar en su plato, mientras que en la fuente no quedaba ni la mitad de la cantidad original.

—Mmm, ¡qué rico! Yo sí que soy capaz de comer gambas —dijo Conny, orgulloso, dándose palmaditas en la barriga antes de emplearse en su montaña.

Patrik, que vio reducirse de golpe los dos kilos de gambas que le habían costado carísimas, se sirvió con un suspiro una porción que apenas ocupaba espacio en su plato. Erica hizo lo propio, sin decir nada, y le pasó la fuente a Britta, la cual, un tanto amoscada, se sirvió el resto.

Tras el fracaso de la cena, prepararon la cama de los huéspedes en la habitación de las visitas y se disculparon enseguida, con la excusa de que Erica necesitaba descansar. Patrik le dijo a Conny dónde estaba el whisky y, con un alivio indecible, subió la escalera hacia la paz del piso de arriba.

Ya en la cama, Patrik le contó a Erica lo que había hecho durante el día. Hacía tiempo que había renunciado a los intentos de ocultarle sus tareas como policía, porque además sabía que ella no se dedicaba a propagarlas. Al llegar al episodio de las dos mujeres desaparecidas, observó que Erica prestaba más atención.

—Sí, recuerdo que algo leí sobre el asunto. ¿Y creéis que son ellas?

—Estoy casi seguro. Lo contrario sería una coincidencia inaudita. Pero, en cuanto tengamos el informe del forense, podremos empezar en serio con la investigación. Por ahora, tenemos que dejar abiertas tantas vías como sea posible.

—¿No necesitas ayuda para investigar sobre material de archivo? —le preguntó volviéndose ansiosa hacia él, que reconoció enseguida el brillo en sus ojos.

—No, no y no. Tienes que descansar. No olvides que estás de baja.

—Sí, pero la presión arterial se ha restablecido, según el último control. Y me enloquece pasar los días en casa sin hacer nada. Ni siquiera he podido empezar otro libro.

El libro sobre Alexandra Wijkner y su trágica muerte se había convertido en un gran éxito de ventas y, además, le valió un nuevo contrato para un caso que tratara de un asesinato real. Pero escribirlo le había exigido un esfuerzo enorme, tanto físico como afectivo, y después de enviarlo a la editorial en el mes de mayo, no había tenido fuerzas para empezar otro proyecto. Las subidas y bajadas de presión sanguínea habían marcado todo su embarazo y, aun en contra de su voluntad, había decidido aplazar el trabajo hasta que naciera el bebé. Pero lo de estar en casa sin hacer nada no iba bien con su forma de ser.

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