En cuanto a los crímenes en sí, he tratado de ser lo más riguroso con los hechos, menos en lo tocante al «elemento fantástico» de mi historia, claro está. Las escenas de los crímenes, la cronología, los testigos, son casi siempre como fueron, y cuando hay discrepancias en versiones, he optado por la que más me acomodaba con la historia. Un caso claro por ejemplo, sería en el asesinato de la señora Tabram, en el que me he permitido suponer que la cuchillada final, esa que según los forenses fue hecha por una bayoneta, fue la primera, cuando a juzgar por la abundancia de sangre, es probable que fuera justo lo contrario.
He procurado resaltar los aspectos de Jack el Destripador menos conocidos, aquellos que nunca aparecen en historias de ficción y cuya omisión ha dado por crear tópicos, a veces incluso en libros históricos y de ensayo. Por poner algunos ejemplos: el hecho de que alguna de las víctimas «canónicas» no hubieran sido asesinadas por la misma persona, el hecho de que no sabemos a ciencia cierta cuántas son las víctimas de Jack el Destripador, el que el señor Abberline no estuviera presente en todas las escenas del crimen, en casi ninguna para ser cierto, como sale en muchas otras historias, no era esa su función, la posibilidad de que uno de los crímenes se produjera a la luz del día, contradiciendo la imagen de niebla y luz de gas que nos ha quedado, la tardía aparición del nombre «Jack the Ripper» (relativamente tardía, pues el caso en sí no se dio por cerrado hasta el noventa y uno), la escasísima probabilidad de que cualquiera de las cartas firmadas por Jack el Destripador fueran escritas por el asesino, lo que convierte al propio mito en un producto publicitario y a cualquier teoría basada en las cartas en poco sólida, o que la famosa pintada cargada de enigmas de la calle Goulston, que tanto gusta a amantes de conspiraciones masónicas, la escribiera una persona cualquiera, sin relación alguna con los asesinatos.
Respecto a las víctimas, las dos que tiene mayor papel en la novela han sido completamente recreadas por mí, aunque manteniendo el rigor en fechas y datos que se conocen, como su aspecto físico, su residencia o sus hábitos. Naturalmente la relación entre la señora Stride y Aguirre es fruto de mi imaginación, y la presencia de Kelly en un burdel de lujo del West End, su posible trabajo como doncella y su viaje a Francia se basan en datos que contaba la propia Mary, cuya imaginación parecía desbordante.
El resto de mundo criminal de Londres está sacado de bandas reales, que existieron, aunque algunas en otros momentos de la historia, e incluso algunos combates, como el enfrentamiento entre el Green Gate Gang y los chicos de Dover más la policía Metropolitana, ocurrieron. La preponderancia de las bandas judías como los de Besarabia es más Eduardiana que Victoriana, y por ejemplo, se menciona un par de veces a los Titanics, peculiar banda de delincuentes vestidos de caballeros, que no pudo existir cuando quedaba tanto para botar el barco al que hace referencia su nombre.
Ya que he empezado esta nota con Abberline, por quién siento especial admiración, acabaré con él. Fue un policía condecorado muchas veces, con gran prestigio entre los suyos, serio y enemigo de la popularidad que pudo obtener. Se retiró joven de la policía, lo que ha excitado la imaginación de los amigos a las conspiraciones mucho tiempo, cuando la realidad es tan simple como que en aquel momento se habían impuesto ventajas económicas para forzar el retiro de policías. Acabó como detective de la Pinkerton, siendo enviado al casino de Montecarlo. No dirán que un personaje así, como el resto, no merece casi una novela.
Joseph Mortimer Granville
: Este médico fue el inventor del vibrador en la década de los ochenta del diecinueve, que no sé si les sorprenderá, pero es la quinta máquina eléctrica de la historia, tras la aspiradora, lavadora y otras más. Mi versión es una parodia del buen doctor, que quieran que no, puso su pequeño granito de arena al confort de parte de la población, de la mitad, más o menos. Me van a perdonar, pero no pude contenerme en incluirlo al pensar en todas esas señoronas victorianas acudiendo como locas a las consultas de los médicos a que les provocaran un orgasmo, porque estaban «histéricas», y a los pobres médicos con los dedos agarrotados. No es de extrañar que el doctor Granville se esmerara en encontrar un rápido alivio a tan urgente necesidad.
Jack el Saltarín
: traducción más que libre de Spring Healed Jack («Jack con muelles en los talones» sería la literal, nombre mucho más preciso en cuanto a lo que parecía ser el sujeto en cuestión, pero menos «romántico», burlesco o misterioso, como prefieran verlo), el personaje más extraño y fascinante del rico folklore fantasmal de Londres, si excluimos a su más famoso tocayo. Sus «apariciones» ocurrieron durante muchas décadas, desde finales de los años treinta del siglo XIX hasta 1920. Se le describía con aspecto demoníaco, y solía acosar a jovencitas, arrancarles la ropa, palparles los pechos, y hay quien dice que escupía fuego. Es verdad que el Lord Mayor lo consideró una «amenaza pública», y durante la cacería a que le sometió el duque de Wellington por todo Londres, se dice que le dispararon y oyeron rebotar las balas en él, como si fuera de metal. Claro que todo esto ocurrió en los cincuenta, no en los ochenta. Se le atribuía la capacidad de saltar muros enteros, y se insinuaba que tuviera resortes en sus botas. No me negarán que parece un ciborg decimonónico...
Seguramente la más prosaica realidad es que todos estos hechos fueran aislados, causados por diferentes criminales a lo largo de las décadas en que estuvo en acción el mito, y que la imaginación de la gente rellenara el resto. Lo cierto es que sigue siendo una de las partes más asombrosas del folclore inglés, y les recomiendo que busquen las ilustraciones que los periódicos de la época hacían del sujeto, y luego díganme si a eso no podemos llamarlo «ciencia ficción folclórica».
Francis Tumblety (1833 - 1903)
: uno más de los cientos, sin exagerar, de candidatos a ser Jack el Destripador. Lo peculiar del señor Tumblety respecto al resto, es que siendo sospechoso en la época de los crímenes, no tuvimos conocimiento de él hasta fechas muy recientes. En 1993, el excelente investigador del caso del Destripador, Stewart Evans (otro «riperólogo» de los que ya les he hablado, este también de «los buenos»), encontró en un lote de objetos Victorianos que había adquirido, una carta fechada en septiembre de 1913 en la que el jefe inspector Littlechild, ese que sale en la novela, respondía a un tal señor Sims que le preguntaba sobre la relación de un «Dr. D» con los asesinatos de Whitechapel. Imagino que el periodista se refería al señor Druitt, otro famoso sospechoso al que varias autoridades policiales de la época tomaron por el verdadero Jack. El jefe inspector respondía que no sabía nada de un «Dr. D», y que tal vez se refirieran a un «Dr. T», que no era otro que Tumblety quien según Littlechild fue arrestado en la época y sugiere que pudiera ser el destripador. A partir de ahí, Evans, Skinner y otros encontraron indicios del tal Tumblety, y de cómo podría haber sido investigado al respecto, incluso seguido hasta los Estados Unidos, y acosado allí por la policía americana, pensando que era Jack.
La vida de Tumblety es tan estrafalaria como la he contado en la novela. Estuvo involucrado en el asesinato de Lincoln, aunque es cierto que pareció tratarse de un equívoco, era un embaucador y un falso médico, que estuvo a punto de hacer carrera política en su país natal, Canadá. Su odio por las mujeres era conocido. Esa diatriba enloquecida que hace en casa del escritor Hall Caine, es un trasunto de otra muy similar y real (aunque proveniente de una fuete más que dudosa) que hiciera ante ciertos oficiales norteamericanos. Fue encarcelado por comportamiento indecente y estaba en Londres en el momento de los asesinatos. Coleccionaba órganos (esto tampoco es un dato en el que podamos fiarnos demasiado), vestía estrafalario, tendría ciertos conocimientos anatómicos, era americano, por tanto extranjero, como muchas de las descripciones del Destripador, y tras su fuga de Londres poco después de la muerte de Mary Kelly (huyó bajo otro nombre a Francia y de allí a los Estados Unidos), el Destripador dejó de matar, siempre que no contemos como suyas las muertes de Coles, Mylett y McKenzie, las tres últimas víctimas de los crímenes de Whitechapel, que muchos autores descartan como propias de Jack.
En contra a su «candidatura», está su aspecto físico, muy característico y en nada parecido a lo que vieron los testigos, si es que algún testigo vio en realidad a Jack, la ausencia de todo crimen violento en su historial, su edad, algo avanzada para el perfil del Destripador, y que era homosexual (su relación con Hall Caine fue real). No es que los homosexuales no puedan ser psicópatas asesinos en serie, si no ahí tienen a Jeffrey Dahmer, el carnicero de Milwaukee, pero el asesino homosexual suele matar a personas de su mismo sexo, mientras que el heterosexual prefiere al sexo opuesto.
En cualquier caso, si Francis Tumblety no fue el Destripador, es muy probable que cargue a su espalda con más víctimas que este, fruto de la práctica de su falsa medicina, y desde luego, es el personaje más fascinante que jamás ha cargado con la losa de haber sido El Asesino por excelencia.
Por último, Jack: él aún sigue oculto en las sombras:
Eight little whores, with no hope of heaven,
Gladstone may save one, then there'll be seven.
Seven little whores beggin for a shilling,
One stays in Henage Court, then there's a killing.
Six little whores, glad to be alive,
One sidles up to Jack, then there are five.
Four and whore rhyme aright,
So do three and me,
I'll set the town alight
Ere there are two.
Two little whores, shivering with fright,
Seek a cosy doorway in the middle of the night.
Jack's knife flashes, then there's but one,
And the last one's the ripest for Jack's idea of fun.
Para escribir esta novela me he visto obligado a manejar ingentes cantidades de información, ha sido un trabajo solitario, como muchos otros, aun así he contado con la ayuda de varias personas y entidades, a las que nunca está de más reconocer su generosidad y agradecer que siempre estén allí.
Primero los amigos. Mi hermano Juan ha sido, como siempre, a quien he acudido cuando mi torpeza me metía en un nudo narrativo sin solución, y como siempre encontró el modo de ayudarme a cortar ese nudo. La inclusión de Torres Quevedo en la historia cuando empezaba a cobrar forma, fue gracias a dos buenos amigos cuya sinergia suele dar resultados, cuanto menos, interesantes: León Arsenal y el whisky. Alberto Martín de Hijas es mi primer lector habitual, y en este caso supo matizar las bondades que veía en mi novela. Hipólito Sanchís, generoso como siempre es, dedicó tiempo del que no le sobra para ayudarme con el latín.
Agradezco también la información que la embajada española en Londres, una de las legaciones más antiguas, si no la más, del mundo, tuvo la gentileza de facilitarme en lo referente a su historia, origen y localización geográfica.
Por supuesto sería imposible tanto haber escrito esta novela, como haber disfrutado tantos años de mi afición por los oscuros crímenes del siglo XIX si no fuera por la colosal cantidad de excelentes investigadores y divulgadores que sobre Jack el Destripador y su mundo ha habido y hay. Citar todas las fuentes que he consultado, tanto bibliográficas como a través de la red global, sería largo y aburrido, así que me limitaré a dejar aquí mi reconocimiento a todos los que con profesionalidad, celo y hasta buen humor, han tratado durante años de arrojar luz sobre los horrores que crecieron bajo las brumas londinenses durante las postrimerías del diecinueve.
Dudo que jamás descubramos quién fue Jack, no importa, a través de su historia sabemos más del lado oscuro de todos nosotros.
Daniel Mares, Madrid, abril de 2010
1808: —En Madrid, el 2 de mayo, el pueblo se levanta contra la ocupación francesa. 1812: —El 19 de marzo se promulga la Constitución Española, la conocida como «La Pepa», en la ciudad de Cádiz.
1814: —En marzo vuelve a España Fernando VII, iniciando su reinado. Fin de la ocupación Francesa.
1819: —En mayo nace Victoria Alexandra de Hanover, quién será conocida como Victoria I de Inglaterra
—En abril nace en Edimburgo Robert Charles Graham Abbercromby, quién con el tiempo será el décimo lord Dembow
1821: —España ratifica el tratado por el que la península de Florida pasa a pertenecer a los Estados Unidos de Norte América.
1829: —Nace en Londres Margaret Jane Abbercromby, hermana menor del futuro lord Dembow.
1833: —Comienza el Reinado de Isabel II en España, con el inicio de la primera Guerra Callista -En torno a este año, o posiblemente algo antes, nace Francis J. Tumblety en Irlanda.
1837: —En junio Victoria Alexandra de Habsburgo es coronada reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, a la edad de 18 años.
1840: —En febrero, Victoria de Inglaterra celebra sus esponsales con el príncipe Alberto de Saxe-Coburg
—Fin de la primera guerra Carlista con la derrota de los Absolutistas.
1843: —Nace Frederick Geroge Abberline en enero de este año.
1844: —Tumablety reside ahora en Rochester, Nueva York, con su familia. Tal vez llegaran dos o tres años antes.
—En octubre nace Raimundo Thelonius Aguirre, en San Agustín, Florida. 1846: -El futuro lord Dembow se casa en primavera con la señorita Agatha Florinda Carmichael.
—En septiembre, en tierras catalanas, comienza la segunda Guerra Carlista. 1848: -En Edimburgo nace Perceval John William Abbercromby, primogénito de joven lord Dembow
1849: —En septiembre de este año nace John De Blaise, en Manchester.
—Fin de la segunda Guerra Carlista. En junio se promulga un decreto de amnistía para los carlistas, que en gran número regresan desde Francia. 1850: -Francis Tumblety en Detroit. Allí comienza a trabajar como «doctor».
—En febrero el joven lord Dembow inicia un largo viaje por las Américas, acompañado de su amigo y protegido, el capitán William.
1851: —A finales de año, en Gales, nace Henry Hamilton-Smythe, hijo primogénito del general Hamilton-Smythe
1852: —En Santa Cruz de Iguña, Cantabria, llega al mundo Leonardo Torres Quevedo, el 28 de diciembre.