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Authors: Jean M. Auel

Los refugios de piedra (104 page)

BOOK: Los refugios de piedra
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Ayla contempló la luna, en fase creciente, y se dio cuenta de pronto de que ya había oscurecido. El sol se había puesto hacía rato, pero la enorme hoguera y la gran cantidad de antorchas iluminaban el campamento como si fuera de día.

–Los dos que esperan unirse han complacido a la Gran Madre Tierra al decidir emparejarse. Jondalar de la Novena Caverna de los zelandonii, hijo de Marthona, antigua jefa de la Novena Caverna, ahora compañera de Willamar, maestro de comercio de los zelandonii; nacido en el hogar de Dalanar, fundador y jefe de los lanzadonii; hermano de Joharran, jefe de la Novena Caverna de los zelandonii…

Ayla dejó vagar el pensamiento mientras la Zelandoni pronunciaba la interminable lista de títulos y lazos de Jondalar, muchos de los cuales no conocía. Era una de las pocas ocasiones en que se recitarían todos sus vínculos. Volvió a atender cuando el tono de la donier cambió tras la larga letanía.

–… escoges a Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii, bendecida por Doni, y honrada por su bendición…

Surgió un murmullo de la muchedumbre. Era una pareja con suerte. Ella estaba ya encinta.

–… antes Ayla de los mamutoi, miembro del Campamento del León, hija del Hogar del Mamut, elegida por el espíritu del León Cavernario, protegida por el espíritu del Oso Cavernario, amiga de los caballos llamados Whinney y Corredor y del cazador cuadrúpedo Lobo.

Ayla se preguntó dónde se habría metido Lobo. No lo había visto desde esa tarde, y se sentía decepcionada. Sabía que aquella ceremonia no significaba nada para el animal, pero a ella le habría gustado que estuviera presente en su emparejamiento.

–Aceptada por Joharran, hermano de Jondalar y jefe de la Novena Caverna de los zelandonii, y por Marthona, madre de Jondalar y antigua jefa de la Novena Caverna. Aprobada por Dalanar, fundador y jefe de los lanzadonii, hombre del hogar en el nacimiento de Jondalar…

La Zelandoni siguió enumerando a los parientes de Jondalar. Ayla no era consciente de todos los lazos que estaba adquiriendo con aquel emparejamiento, pero la Zelandoni habría deseado que hubiera más. Había tenido que pensar demasiado para encontrar vínculos legítimos que hicieran apropiado el ritual. Ayla tenía pocos.

–La escojo –contestó Jondalar mirando a Ayla.

–¿La respetarás, la cuidarás cuando esté enferma y la mantendrás cuando esté encinta y la ayudarás a mantener a todos los hijos nacidos en tu hogar mientras estéis juntos? –preguntó la Zelandoni.

–La respetaré, la cuidaré y la mantendré a ella y a sus hijos –respondió Jondalar.

–Y tú Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii, antes Ayla de los mamutoi, miembro del Campamento del León, hija del Hogar del Mamut, elegida por el espíritu del León Cavernario, protegida por el Oso Cavernario, aceptada por la Novena Caverna de los zelandonii, ¿escoges a Jondalar de la Novena Caverna de los zelandonii, hijo de Marthona, antigua jefa de la Novena Caverna, ahora emparejada con Willamar, maestro de comercio de los zelandonii, nacido en el hogar de Dalanar, fundador y jefe de los lanzadonii? –Esta vez la Zelandoni había decidido mencionar sólo los lazos esenciales, para no recitarlos todos otra vez. Ayla, como otros muchos, dejó escapar un suspiro de alivio.

–Lo escojo –dijo, mirando a Jondalar. Las palabras resonaron en su mente: «Lo escojo… Lo escojo… Lo elegí hace tiempo, y ahora finalmente puedo escogerlo».

–¿Lo respetarás, lo cuidarás cuando esté enfermo, enseñarás a tus hijos, incluido éste con el que ya te ha bendecido Doni, a respetarlo como corresponde a un compañero y proveedor? –prosiguió la Zelandoni.

–Lo respetaré y cuidaré, y enseñaré a mis hijos a respetarlo –declaró Ayla.

La Zelandoni hizo una seña.

–¿Quién tiene autoridad para aprobar la unión entre este hombre y esta mujer?

Marthona avanzó unos pasos.

–Yo, Marthona, antigua jefa de la Novena Caverna de los zelandonii, tengo autoridad. Estoy de acuerdo con el emparejamiento de mi hijo, Jondalar, con Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii –dijo.

A continuación, se adelantó Willamar.

–Yo, Willamar, maestro de comercio de los zelandonii, emparejado con Marthona, antigua jefa de la Novena Caverna de los zelandonii, también estoy de acuerdo con el emparejamiento.

La aprobación de Willamar no era imprescindible, pero su inclusión en la ceremonia añadía autoridad a la unión del hijo de su compañera con una forastera, y facilitaba la inclusión del anterior compañero de Marthona, que dio un paso al frente.

–Yo, Dalanar, fundador y jefe de los lanzadonii, hombre del hogar en el nacimiento de Jondalar, también estoy de acuerdo con el emparejamiento entre Jondalar, hijo de mi anterior compañera, y Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii, antes Ayla de los mamutoi.

Dalanar lanzó una mirada apreciativa a Ayla tan parecida a las que le dirigía Jondalar que ella sonrió al percibir que su cuerpo respondía de la misma manera. No era la primera vez. Dalanar y Jondalar no sólo se parecían –al margen de la diferencia de edad–, sino que a Ayla le producía las mismas sensaciones. No se pudo resistir y sonrió abiertamente al hombre de avanzada edad con una de aquellas radiantes sonrisas que parecían iluminarla desde dentro. Por un momento Dalanar deseó estar en el lugar de su hijo. Luego miró a Jondalar, y vio la burlona mirada de éste. ¡El joven sabía exactamente qué le rondaba por la cabeza y le divertía! Estuvo a punto de echarse a reír.

–¡Lo apruebo, sin duda! –añadió Dalanar.

–¿Quién más tiene autoridad para aprobar la unión entre esta mujer y este hombre? –preguntó de nuevo la Zelandoni.

–Yo, Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii, antes Ayla de los mamutoi, miembro del Campamento del León e hija del Hogar del Mamut, tengo autoridad para hablar en mi propio nombre, autoridad que me confirió el Mamut del Hogar del Mamut, el más anciano y respetado de todos los mamutoi, Talut, jefe del Campamento del León, y su hermana Tulie, jefa del Campamento del León. En su nombre acepto este emparejamiento con Jondalar de la Novena Caverna de los zelandonii –dijo Ayla. Ésa era la parte que la había puesto más nerviosa, tener que memorizar y repetir las palabras que debía decir en la ceremonia.

–Mamut del Hogar del Mamut, Servidor de la Madre de los mamutoi –dijo la Zelandoni–, dio a la hija de su hogar la libertad de decidir por sí misma. Como Una Que Sirve a la Madre para los zelandonii, también puedo hablar en nombre del Mamut. Ayla ha elegido emparejarse con Jondalar, y por tanto su decisión es igual que la aceptación del Mamut. –A continuación la Zelandoni añadió en voz alta y clara–: ¿Quién habla en nombre de la pareja?

–Yo, Joharran, jefe de la Novena Caverna de los zelandonii, hablo por esta pareja, y doy la bienvenida a Jondalar y Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii –dijo el hermano mayor de Jondalar. Luego se volvió hacia las personas congregadas detrás de él.

–Nosotros, de la Novena Caverna de los zelandonii, les damos la bienvenida –dijeron todos a una.

Zelandoni extendió los brazos como si quisiera abarcarlos a todos.

–Cavernas de los zelandonii –declaró con un tono que reclamaba atención–, Jondalar y Ayla se han escogido mutuamente. Ha quedado acordado y han quedado aceptados por la Novena Caverna. ¿Qué decís de esta unión?

Se oyó un clamor de aceptación. Si alguien se hubiera opuesto, la objeción habría quedado ahogada por el vocerío de los demás. La donier aguardó a que disminuyera el alboroto.

–Doni, la Gran Madre Tierra, aprueba esta unión de sus hijos –declaró por fin–. Bendiciendo a Ayla ha expresado su aceptación.

A una señal de la corpulenta mujer, Ayla y Jondalar levantaron los brazos y los extendieron hacia ella. La Primera cogió una sencilla correa de piel, unió con ella las manos de los dos jóvenes e hizo un nudo. Cuando terminara el período de prueba, debían devolver la correa entera, sin cortar, y a cambio les entregarían dos collares iguales, obsequio de la zelandonia. Ésa sería la señal de que su unión había sido sancionada y se les podían ofrecer otros regalos.

–Se ha atado el nudo. Estáis emparejados. Que Doni os sonría por siempre. –La pareja se dirigió hacia el público por el interior del círculo, y la Zelandoni anunció–: Ahora son Jondalar y Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii.

Todos se retiraron juntos, incluida La Que Era la Primera Entre Quienes Servían a la Gran Madre Tierra, para dejar el sitio a la siguiente pareja. Mientras se desplazaban hacia atrás para dejar espacio a la familia de la otra pareja, Ayla y Jondalar fueron hacia donde esperaban las otras parejas con las muñecas atadas mediante una correa. Aún faltaban otras muchas.

Aunque la mayoría lo había pasado bien con el espectáculo de aquella pareja tan favorecida mientras manifestaba su compromiso y se dejaba atar las muñecas, había algunas personas a las que el emparejamiento había suscitado sentimientos de otra clase. Una de ellas era la hermosa mujer de cabello casi blanco, piel muy clara y ojos de color gris tan oscuro que parecía negro. Los hombres miraban a Marona con admiración hasta que percibían su expresión desagradable; pero ella no les hacía el menor caso.

Marona no sonreía a la encantadora pareja. Miraba con un odio intenso a la forastera y al hombre que en otro tiempo había sido su prometido. En teoría, ella debería haber sido el centro de atención aquel año, pero Jondalar se había ido de viaje, dejándola abandonada sin un hombre con quien emparejarse. Para colmo, había acudido también su prima cercana, aquella mujer extraña de cabello oscuro que todo el mundo encontraba tan hermosa, y que se emparejaba con el hombre más feo que Marona había visto en su vida, llevándose todas las miradas. Era cierto que había encontrado a un hombre más que aceptable para emparejarse antes del final del verano, pero no era Jondalar, a quien siempre había querido y supuestamente debía ser suyo. Ahora él había vuelto por fin, pero con una mujer que se obstinaba en ir acompañada de animales, y a la que le traía sin cuidado ir vestida con ropa interior de muchacho. Se habían emparejado, y ella estaba encinta. Ya había sido bendecida. No era justo. ¿Y de dónde había sacado el conjunto que llevaba, abierto, enseñando los pechos? Marona no habría dudado en ponerse un vestido como aquél si se le hubiera ocurrido, pero ahora ya no lo haría jamás, aunque el resto de las mujeres lo hiciera. «Algún día, pensó Marona, algún día le daré una lección. Algún día se arrepentirá. Algún día se arrepentirán los dos.»

Había otros que tampoco estaban especialmente contentos con aquella unión. Laramar no sentía simpatía por ninguno de los dos. Jondalar siempre lo miraba por encima del hombro, incluso cuando se bebía su barma, y aquella mujer, Ayla, la del lobo, que tanto alboroto había organizado con la hija pequeña de Tremeda y había contribuido a que ahora Lanoga se creyera muy superior. La niña ya no estaba nunca en la morada para prepararle la comida. En lugar de eso, se pasaba el día sentada con las demás mujeres como si Lorala fuera suya, y ni siquiera era aún una mujer..., aunque le faltara poco. Quizá incluso fuera una mujer hermosa algún día, mucho más que la vieja descuidada en que se había convertido su madre. «Ojalá Ayla no se acercara más a mi alojamiento, pensó Laramar, y esbozó una burlona sonrisa. A menos que quiera honrar a la Madre. ¡Me gustaría verla cargada de barma en un festival de la Madre! ¡A saber qué haría! Algún día, quizá.»

Había otra persona que tampoco deseaba precisamente felicidad a la pareja. «Ahora me llamo Madroman, pensó el acólito, y me gustaría que se acordaran, sobre todo Jondalar. Sólo hay que verlo, tan engreído con su túnica blanca, sonriendo a todas las mujeres recién emparejadas. Se sorprendió al saber que ahora pertenezco a la zelandonia. No se lo esperaba; pensaba que no era capaz, pero soy mucho más inteligente de lo que él cree. Y llegaré a Zelandoni, le guste o no a esa mujer gorda que actúa como si la forastera fuese ya Zelandoni. Desde luego es hermosa. Yo habría podido encontrar a una mujer así si Jondalar no me hubieran roto los dientes. No tenía ningún motivo para golpearme de aquel modo. Yo me limité a decir la verdad. Él quería emparejarse con Zolena, y ella lo habría aceptado si yo no los hubiera denunciado a tiempo. Debería haber dejado que se emparejaran. De haberlo hecho, ahora Jondalar tendría por compañera a una vieja gorda en lugar de a esa forastera que se ha traído. Ella juega a Zelandoni, pero no lo es. Ni siquiera es servidora de zelandonia, ni sabe hablar correctamente el zelandonii. Me gustaría ver cuántas mujeres lo encontrarían maravilloso si tuviera los dientes rotos. Sería digno de verse. Me gustaría verlo, algún día.»

Una cuarta persona había observado la unión de la favorecida pareja sin buena voluntad. Brukeval no podía apartar los ojos de la mujer dorada con el cabello suelto y los pechos desnudos, grandes y hermosos. Estaba encinta; aquéllos eran unos pechos maternales, y a él le habría gustado tocarlos, acariciarlos. Eran tan perfectos que empezó a pensar que ella se vanagloriaba de ellos, mortificándolo a él con su turgencia y con la exhibición de sus pezones duros y rosados, que parecían estar pidiendo que los chuparan.

«Jondalar tocará esos pechos, los acariciará, se meterá los pezones en la boca. Siempre Jondalar, siempre el preferido, siempre el afortunado. Incluso tenía la mejor madre. A la madre de Marona yo le traía sin cuidado; en cambio, Marthona era mi refugio cuando yo ya no podía resistir más. Siempre hablaba conmigo, me explicaba cosas, me permitía quedarme un rato con ellos. Siempre me trató bien. Jondalar tampoco se portaba mal conmigo, pero era porque le daba lástima, porque yo no tenía madre. Ahora se empareja con una madre, una mujer dorada como Bali, el gran hijo dorado de la Madre, de hermosos pechos.»

Ella le había parecido tan contenta en la cueva al verlo llegar con la antorcha para guiarla al exterior, y había dicho que, a no ser por Jondalar, lo habría considerado como pareja. Pero no era verdad. Al llegar Jondalar y aquel cabeza chata, Ayla había dejado muy claro que creía que él, Brukeval, era un cabeza chata igual que aquel lanzadonii. «No entiendo cómo permite Dalanar que un cabeza chata como ése ponga siquiera los ojos en la hija de su compañera, y menos aún que se empareje con ella. Eso no está bien. Es una abominación, medio animal, medio humano. No debería permitirse. Joplaya parece una buena chica, tranquila, y siempre ha sido amable conmigo. ¿Cómo se le ha ocurrido unirse a un cabeza chata? No está bien. Alguien debería impedirlo, pensó Brukeval. Quizá podría impedirlo yo. Si Ayla se parara a pensarlo, se daría cuenta de que yo hacía lo correcto... Quizá podría conseguir que me viera de otra manera. Tal vez me tendría de verdad en cuenta si ocurriera algo, si Jondalar desapareciera. Si algún día le pasara algo a él, es posible que ella se fijara en mí.»

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