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Authors: Jean M. Auel

Los refugios de piedra (52 page)

BOOK: Los refugios de piedra
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Se marchó de su lado cuando la Gran Madre dormía
,

mientras fuera se arremolinaba la oscuridad vacía
.

Por todos los medios, las tinieblas procuraron al hijo tentar,

y él, fascinado por el gran torbellino, se dejó cautivar
.

A su hijo arrebataba. Al joven que tanto brillaba
.

El hijo de la Madre, en un primer momento alborozado
,

pronto se afligió en aquel vacío glacial y desolado
.

Su incauto vástago, corroído por su conciencia quejosa
,

no pudo escapar a aquella fuerza misteriosa
.

Estaba en un grave aprieto. El caos lo tenía bien sujeto
.

Pero en el preciso instante en que lo engullía la oscuridad
,

la Madre despertó, tendió la mano y lo sostuvo con tenacidad.

Buscando quien la ayudara a recobrar a su hijo radiante
,

la Madre acudió al pálido y luminoso amigo, antes su amante
.

La Madre lo agarró fuerte. Perderlo habría sido la muerte
.

Ayla esbozó una sonrisa al comenzar a prever la siguiente estrofa, o al menos el sentido fundamental. «Ahora la Madre Tierra cuenta a la Luna, lo ocurrido a su hijo», pensó Ayla.

Ella agradeció su regreso al que fuera su compañero
,

y el triste suceso le contó en tono pesaroso y lastimero.

El querido amigo accedió a intervenir en el lance
,

dispuesto a rescatar a su hijo de tan difícil trance
.

«Y ahora la gente lo dice a su manera, pensó Ayla. Así es como debe contarse la historia. Primero el Losaduna o el Zelandoni la narra y luego la gente contesta o lo repite de otra forma.»

Le habló de su honda aflicción y del turbulento ladrón
.

«Ahora le toca otra vez el turno a la Zelandoni.»

Al borde del agotamiento, Ella necesitaba una pausa
,

al luminoso amante dejó luchar por su justa causa
.

Mientras la Madre dormía, él combatía a la fuerza glacial,

y momentáneamente la obligó a volver a su estado inicial
.

Tenía alma de paladín. Pero incierto era aún el fin
.

Dándolo todo, su magnífico amigo luchó con bravura
,

el combate era enconado, la contienda penosa y dura
.

Al cerrar su gran ojo, abandonó por un instante la cautela,

y la oscuridad robó la luz de su cielo con una triquiñuela
.

Su pálido amigo desfallecía. Su luz se extinguía
.

En la oscuridad absoluta, la Madre despertó con un grito
.

El tenebroso vacío se había propagado por el espacio infinito.

Ella se sumó a la pugna, organizó con rapidez la defensa
,

y a su amigo liberó de aquella sombra tétrica y densa
.

Pero a su hijo perdió de vista. La noche borró toda pista
.

En las garras del torbellino, el hijo radiante y exaltado

dejó de dar calor a la Tierra, el frío caos había triunfado.

La vida fértil y verde dio paso a la nieve y el hielo
,

y un cortante viento siguió azotándola cual flagelo
.

La Tierra era un desierto. Las plantas habían muerto
.

La Madre estaba angustiada, exánime, exhausta
,

pero tendió de nuevo su mano en ocasión tan infausta.

No podía rendirse, de eso tenía clara conciencia
;

de Ella dependía la luz de su hijo, su supervivencia
.

No cesó de luchar. La luz quería recuperar
.

Y su luminoso amigo no iba ya a ceder más terreno

ante el ladrón que mantenía retenido al hijo de su seno
.

Juntos pugnaron por el rescate del hijo que Ella adoraba
.

Sus esfuerzos no fueron en vano, su luz de nuevo alumbraba
.

Recobraba la energía. Su resplandor volvía
.

«La Gran Madre Tierra y la Luna han traído al Sol de regreso, pero no definitivamente», volvió a adelantarse Ayla.

Pero las inhóspitas tinieblas ansiaban su vivo y radiante calor
.

La Madre firme se mantuvo en su defensa y resistió con vigor
.

El torbellino tiró con violencia, negándose a soltar a su presa
,

y Ella luchó valiente contra la oscuridad arremolinada y aviesa
.

De las tinieblas se protegió. Pero su hijo otra vez se alejó
.

¿Acaso era la versión de la Zelandoni más larga que el relato de los losadunai o sólo lo parecía? «Quizá al oírla cantada, da la impresión de que la historia es más larga, pero la verdad es que me gusta esta canción. Ojalá la comprendiera mejor. Creo que las canciones a veces cambian; al cantarlos, los versos no suenan siempre igual.»

Cuando la Madre combatía al torbellino y al caos hacía huir
,

la luz de su hijo con intensidad veía nuevamente refulgir
.

Cuando Ella flaqueaba, el inhóspito vacío volvía a la carga
,

y la oscuridad retornaba al final de una jornada ardua y larga
.

De su hijo sentía el calor. Mas aún no había vencedor
.

En el corazón de la Madre anidaba una inmensa pena
,

su hijo y Ella por siempre separados, ésa era la condena
.

Suspiraba por el niño que en otro tiempo fuera su centro
,

y una vez más recurrió a la fuerza vital que llevaba dentro
.

No podía darse por vencida. Su hijo era su vida
.

Cuando llegó la hora, manaron de Ella las aguas del parto
,

devolviendo la verde vida a un mundo seco como el esparto
.

Y las lágrimas por su pérdida, profusamente derramadas
,

tornáronse arco iris y gotas de rocío, maravillas inusitadas
.

La Tierra recobró su verde encanto, pero no sin llanto
.

«La próxima estrofa me encanta, pero me pregunto cómo la cantará la Zelandoni», pensó Ayla.

Partió en dos las rocas con un atronador rugido
,

y en sus profundidades, en el lugar más escondido
,

nuevamente se abrió la honda y gran cicatriz
,

y los Hijos de la Tierra surgieron de su matriz
.

La Madre sufría, pero más hijos nacían
.

Todos los hijos eran distintos, unos terrestres y otros voladores
,

unos grandes y otros pequeños, unos reptantes y otros nadadores
.

Pero cada forma era perfecta, cada espíritu acabado
,

cada uno era un modelo digno de ser copiado
.

La Madre era afanosa. La Tierra cada vez más populosa
.

Todos, aves, peces y mamíferos, eran su descendencia
,

y esta vez la Madre nunca habría de padecer su ausencia
.

Cada especie viviría cerca de su lugar originario
,

y compartiría con los demás aquel vasto escenario
.

Con la Madre permanecerían; de Ella no se alejarían
.

Aunque todos eran sus hijos y la colmaban de satisfacción
,

consumían la fuerza vital que hacía latir su corazón
.

Pero aún le quedaba suficiente para una génesis postrera
,

un hijo que supiera y recordara quién era la Suma Hacedora
.

Un hijo que la respetaría y a protegerla aprendería
.

La Primera Mujer nació ya totalmente desarrollada y viva
,

y recibió los dones que necesitaba, ésa era su prerrogativa
.

La Vida era el Primer Don, y como la Madre naciente
,

al despertar del gran valor de la vida era ya consciente
.

La Primera en salir de la horma, las demás tendrían su forma
.

Vino luego el don de la Percepción, del aprendizaje
,

el deseo de saber, el don del Discernimiento, un amplio bagaje
.

La Primera Mujer llevaba el conocimiento en su interior
,

que la ayudaría a vivir y transmitiría a su sucesor
.

Sabría la Primera Mujer cómo aprender, cómo crecer
.

Con la fuerza vital casi extinta, la Madre se consumía
,

transmitir el espíritu de la Vida, sólo eso pretendía
.

A sus hijos confirió la facultad de crear una nueva vida
,

y también la Mujer con esa posibilidad fue bendecida
.

Pero la Mujer sola se sentía; a nadie tenía
.

La Madre recordó la experiencia de su propia soledad
,

el amor de su amigo y su caricia llena de inseguridad
.

Con la última chispa que le quedaba, el parto empezó
,

para compartir la vida con la Mujer, al Primer Hombre creó
.

De nuevo alumbraba; otro más alentaba
.

A la Mujer y al Hombre había deseado engendrar
,

y el mundo entero les obsequió a modo de hogar
,

tanto el mar como la tierra, toda su Creación
.

Explotar los recursos con prudencia era su obligación
.

De su hogar debían hacer uso, sin caer en el abuso
.

A los Hijos de la Tierra la Madre concedió

los dones precisos para sobrevivir, y luego decidió

otorgarles la alegría de compartir y el don del placer
,

por el cual se honra a la Madre con el goce de yacer
.

Los dones aprendidos estarán cuando a la Madre honrarán
.

La Madre quedó satisfecha de la pareja que había creado
.

Les enseñó a amarse y a respetarse en el hogar formado
,

y a desear y buscar siempre su mutua compañía
,

sin olvidar que el don del placer de la Madre provenía
.

Antes de su último estertor, sus hijos conocían ya el amor
.

Tras a los hijos su bendición dar, la Madre pudo reposar
.

Ayla esperó la continuación, pero viendo que todos quedaban en silencio, comprendió que el Canto a la Madre había concluido.

La gente regresó a sus cavernas de dos en dos o de tres en tres. Algunos no llegarían a casa hasta la medianoche; otros decidieron quedarse a dormir con amigos o parientes. Algunos acólitos y zelandonia permanecieron junto a la tumba finalizando los aspectos más esotéricos de la ceremonia y no volverían a casa hasta la mañana siguiente.

Un grupo de personas acompañó a Relona y sus hijos a su morada y se quedaron toda la noche allí, durmiendo en el suelo. Se consideraba conveniente que Relona estuviera en compañía de mucha gente. Se creía que los elanes de los compañeros muertos podían regresar a sus hogares antes de tomar conciencia de que ya no pertenecían a este mundo. Las compañeras o compañeros afligidos eran susceptibles de ser invadidos por los espíritus errantes y necesitaban la protección de muchas personas para hacer frente a las influencias maléficas. Los ancianos en particular sentían a veces la tentación de seguir al elán de sus parejas hasta el otro mundo poco después de morir uno de los dos. Afortunadamente, Relona era aún joven y tenía dos hijos que la necesitaban.

Ayla fue una de las personas que se quedaron con la nueva viuda, y Relona se lo agradeció. Jondalar también quería hacerle compañía, pero cuando el ceremonial terminó del todo, era ya tan tarde que la morada estaba llena de gente, y él no encontró un solo hueco donde acomodar su enorme cuerpo. Ayla le hizo una seña desde el extremo opuesto de la estancia. Lobo estaba a su lado, y quizá por eso ella disponía de un poco más de espacio, pero cuando Jondalar intentó pasar, despertó a varias personas. Marthona, más cerca de la entrada, le dijo que se fuera a casa, y él, aunque se sintió un poco culpable por no quedarse, en parte se alegró. La vigilias nocturnas para mantener a raya a los espíritus errantes no le entusiasmaban. Además, ya había tenido suficiente trato con el mundo de los espíritus por aquel día, y estaba cansado. Echó en falta a Ayla a su lado cuando se tapó con las pieles, pero enseguida le venció el sueño.

Al regresar a la Novena Caverna, La Que Era la Primera entró de inmediato en su morada. Pronto volvería a viajar al otro mundo y quería meditar, prepararse. Se quitó la placa del pecho y le dio la vuelta para mostrarla por su lado liso. No quería interrupciones. Además de guiar al espíritu de Shevoran hacia el más allá, se proponía buscar al elán de Thonolan; pero para eso necesitaría a Jondalar y Ayla.

Jondalar despertó con el incontenible deseo de hacer unas herramientas para él. Aunque quizá no lo hubiera manifestado abiertamente, aún sentía cierto malestar por los misteriosos acontecimientos que había vivido recientemente. La talla de pedernal no sólo era su oficio, sino que, además, le gustaba, y trabajar con las manos un buen trozo de piedra era una excelente manera de olvidarse del ambiguo, intangible y vagamente amenazador mundo de los espíritus.

Sacó de su mochila el fragmento de pedernal que había conseguido en la mina de los lanzadoni. Dalanar había examinado el material que Jondalar había extraído de un afloramiento que contenía el pedernal de mejor calidad por el que se conocía a los lanzadoni y le había hecho algunas sugerencias respecto a los trozos que le convenía llevarse y qué material podía eliminar, para que sólo acarreara en el viaje nódulos que fueran aprovechables. Los caballos podían transportar mucha más carga que las personas, pero el pedernal era muy pesado. La cantidad de piedra que Jondalar pudo llevar hasta la Novena Caverna no había sido muy grande, pero sí que era de gran calidad.

Eligió dos piedras de cantos pulidos y dejó el resto. Cogió luego el fardo de piel con las herramientas para trabajar el pedernal. Desató los cordeles y sacó varios martillos, retocadores de hueso y asta y las piedras mazo, para a continuación inspeccionar cada una de las herramientas minuciosamente. Luego las envolvió de nuevo junto con los nódulos de pedernal. A media mañana estaba listo para salir en busca de algún lugar, a ser posible aislado, donde trabajar la piedra. Las esquirlas de pedernal eran muy afiladas y podían ir a parar muy lejos cuando saltaban. Los buenos artesanos de la piedra siempre elegían lugares alejados de las zonas por donde pasaba la gente, en especial niños con los pies descalzos y sus madres agobiadas o sus cuidadoras distraídas.

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