Los señores de la instrumentalidad (47 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
13.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

El sargento robot no reparó en eso. Se acercó a la dama Pane Ashash, y Elena se interpuso en su camino,

—Te ordeno —dijo Elena, con toda la decisión de una bruja al trabajar—, te
ordeno
que abandones este lugar.

Los ojos lenticulares eran como canicas azules flotando en leche. Parecían turbios y mal enfocados. El sargento no respondió, sino que la eludió con tal rapidez que ella no pudo interceptarlo. Se dirigió a la entrañable y muerta dama Pane Ashash.

La perpleja Elena advirtió que el cuerpo robótico de la dama parecía más humano que nunca. El sargento robot se enfrentó a ella.

Ésta es la escena que todos recordamos, la primera grabación auténtica de todo el incidente.

El sargento dorado y negro mirando a la dama Pane Ashash con ojos lechosos.

La dama con su agradable cuerpo de robot, levantando una mano enérgica.

Elena, desconsolada, volviéndose como si quisiera aferrar al robot con el brazo derecho. Mueve la cabeza tan deprisa que su cabello negro ondula.

Charley-cariño-mío gritando: «¡Te amo, te amo, te amo!» a un hombre apuesto con pelo color ratón. El hombre traga saliva y no dice nada.

Sabemos todo esto.

Luego viene lo inusitado, lo que ahora creemos, el acontecimiento para el cual no estaban preparados las estrellas ni los mundos.

El motín.

El motín de los robots.

Desobediencia a plena luz del día.

Las palabras de la cinta resultan confusas, pero aun así podemos captarlas. El aparato grabador del ornitóptero de la policía estaba enfocado directamente hacia la cara de la dama Pane Ashash. Los lectores de labios pueden ver las palabras con claridad; los que no saben leer los labios pueden oír las palabras la tercera o cuarta vez que pasan la cinta por la caja óptica.

—Obedece —ordenó la dama.

—No —soltó el sargento—, tú eres un robot.

—Compruébalo tú mismo. Léeme el cerebro. Soy un robot. Pero también soy una mujer. No puedes desobedecer a una persona. Yo soy una persona. Te amo. Más aún, tú eres una persona. Piensas. Nos amamos. Intenta, intenta atacarme.

—No... no puedo —tartamudeó el sargento robot. Los ojos lechosos parecían girar desconcertados—. ¿Me amas? ¿Quieres decir que estoy
vivo ¿Que
existo?

—Con amor, existes —explicó la dama Pane Ashash—. Mírala a ella —añadió, señalando a Juana—, porque ella te ha traído amor.

El robot miró a Juana y desobedeció la ley. Su escuadrón le imitó. El robot se volvió hacia la dama y se inclinó.

—Entonces, tú sabes lo que debemos hacer, ahora que no podemos obedecerte a ti ni desobedecer a los demás.

—Hacedlo —dijo ella con tristeza—, pero sed conscientes de lo que estáis haciendo. No estáis rehuyendo dos órdenes humanas. Estáis decidiendo. Vosotros. Eso os convierte en hombres.

El sargento se volvió hacia su escuadrón de robots de tamaño humano.

—¿Habéis oído? Ella dice que somos
hombres.
Yo le creo. ¿Vosotros le creéis?

—Le creemos —fue el grito casi unánime.

Aquí termina la grabación visual, pero podemos imaginar cómo concluyó la escena. Elena se había detenido en seco detrás del robot sargento. Los otros robots se le habían acercado. Charley-cariño-mío se había callado. Juana alzaba las manos para bendecir, con los cálidos y castaños ojos perrunos plenos de piedad y comprensión.

La gente escribió las cosas que no podemos ver.

Al parecer el sargento robot dijo:

—Te ofrecemos nuestro amor, querido pueblo, y nos despedimos. Desobedecemos y morimos. —Agitó la mano para saludar a Juana. No se sabe con certeza si dijo: «Adiós, nuestra señora y liberadora.» Tal vez algún poeta inventó la segunda frase, pero tenemos plena certeza sobre la primera. Y estamos seguros de la palabra siguiente, la única en que coinciden todos los historiadores y poetas. Se volvió hacia sus hombres y ordenó: «Destrucción.»

Catorce robots, el sargento negro y dorado y sus trece infantes de color azul plateado, de pronto lanzaron fogonazos blancos en la calle de Kalma. Activaron sus botones suicidas, cascos de termita que llevaban en la cabeza. Habían tomado una decisión sin que ningún humano lo ordenara, todo a causa de la orden de otro robot, el cuerpo de la dama Pane Ashash, y ella a su vez no contaba con ninguna autoridad humana, sino con la palabra de la niña-perro Juana, que había llegado a la edad adulta en una sola noche.

Catorce llamaradas blancas hicieron que las personas y subpersonas apartaran la mirada. En medio del resplandor descendió un ornitóptero especial de la policía. De allí salieron las dos damas, Arabella Underwood y Goroke. Levantaron los brazos para protegerse los ojos ante los robots llameantes y moribundos. No vieron al Cazador, que había entrado misteriosamente por una ventana abierta que daba a la calle y miraba la escena cubriéndose los ojos con las manos y atisbando a través de los dedos entreabiertos. Todos estaban deslumbrados cuando sintieron el feroz poder telepático de la mente de la dama Goroke que tomaba las riendas del asunto. Era su derecho, como dama de la Instrumentalidad. Algunas personas, aunque no todas, sintieron el contragolpe de la mente de Juana al enfrentarse a la dama Goroke.

—Asumo el mando
—pensó la dama Goroke, abriéndola a todos los seres.

—Claro que sí, pero yo te amo
, te amo —pensó Juana.

Fuerzas de primer orden chocaron.

Lucharon.

La revolución terminó. Nada había ocurrido, pero Juana había obligado a la gente a que la conociera. No fue como en el poema donde se confunden personas y subpersonas. La confusión sucedió mucho más tarde, después de los tiempos de G'Mell. El poema es bonito pero está totalmente equivocado, como podéis ver:

Preguntadme a mí,

a mí, a mí, a mí,

porque yo sé,

pues vivía

en la costa este.

Los hombres no son hombres,

las mujeres no son mujeres

y la gente ya no es gente.

Ante todo, no hay Costa Este en Fomalhaut III; la crisis del pueblo y el subpueblo se produjo mucho después. La revolución había fracasado, pero la historia había alcanzado un nuevo punto crucial, la lucha entre las dos damas. Dejaron las mentes abiertas de pura sorpresa. ¿Robots suicidas y perros que amaban a la gente? Era inaudito. Ya resultaba bastante grave tener tantas subpersonas ilegales sueltas, pero estas novedades... ¡ah!

—Destruidlos a todos
—ordenó la dama Goroke.

—¿Por qué?
—pensó la dama Arabella Underwood.

—Mal funcionamiento
—respondió Goroke.

—¡Pero no son máquinas!

—Pues son animales... subpersonas. ¡Destruidlos!

Luego llegó la respuesta que ha dado origen a nuestra época. La dio la dama Arabella Underwood, y toda Kalma la oyó;

—Quizá sean personas. Merecen un juicio.

La niña-perro Juana cayó de rodillas.

—He triunfado. ¡He triunfado, he triunfado! ¡Podéis matarme, personas, pero os amo, os amo!

La dama Panc Ashash susurró a Elena:

—Supuse que a estas alturas yo ya estaría muerta. Realmente muerta, por fin. Pero no. He visto cómo cambiaban los mundos, Elena, y tú lo has visto conmigo.

El subpueblo había callado al percibir el estentóreo intercambio telepático entre las dos grandes damas.

Soldados verdaderos bajaron del cielo en ornitópteros aleteantes. Corrieron hacia las subpersonas y las maniataron.

Un soldado echó un vistazo al cuerpo robótico de la dama Pane Ashash. La tocó con su bastón eliminador de calor, y el bastón se puso rojo cereza. El cuerpo robótico, desprovisto de todo su calor, en un instante se desmoronó en una pila de cristales de hielo. Elena avanzó por entre los escombros helados y el bastón al rojo vivo. Había descubierto al Cazador.

No atinó a ver al soldado que se había acercado a Juana, había empezado a atarla y cayó llorando y balbuceando:

—¡Ella me ama! ¡Me ama!

El señor Femtiosex, que comandaba a los soldados, ató a Juana sin escucharla.

—Claro que me amas —le respondió con un gruñido—. Eres un buen perro. Pronto morirás, perrito, pero hasta entonces obedecerás.

—Estoy obedeciendo —dijo Juana—, pero soy un perro
y
persona. Abre tu mente, hombre, y lo verás.

Al parecer abrió la mente y le inundó un torrente de amor. Esto lo sacó de quicio. Echó el brazo hacia atrás, apuntando con el canto de la mano al cuello de Juana, para infligirle la muerte antigua.

—No harás eso
—pensó la dama Arabella Underwood—.
Esa muchacha tendrá un juicio adecuado.

—Un jefe no ataca a otro, señora
—respondió él airadamente.
Suéltame el brazo.

La dama Arabella pensó, abiertamente y en público:

—Exijo un juicio, entonces.

En su furia él aceptó. Se negaba a pensar o hablarle en presencia de todos los demás.

Un soldado le trajo al Cazador y a Elena.

—señor, éstas son personas, no subpersonas. Pero albergan pensamientos de perro, de gato, de cabra e ideas robóticas en la cabeza. ¿Quieres mirar?

—¿De qué serviría mirar? —replicó el señor Femtiosex, que era tan rubio y arrogante como lo retratan las antiguas pinturas de Baldur—. Allí viene el señor Límaono. Ya estamos: todos. Podemos celebrar el juicio aquí y ahora.

Las cuerdas mordían las muñecas de Elena; el Cazador le murmuró palabras de consuelo, palabras que ella no entendió del todo.

—No nos matarán —murmuró el Cazador—, aunque antes del anochecer de este día desearemos que lo hubieran hecho. Todo está sucediendo como ella había previsto, y...

—¿Quién lo previo? —interrumpió Elena.

—¿Quién? La dama, por supuesto. La entrañable y muerta dama Pane Ashash, que ha obrado maravillas aun después de muerta, con su personalidad impresa en una máquina. ¿Quieres crees que me indicó lo que debía hacer? ¿Por qué te esperamos. para que prepararas a Juana para la grandeza? ¿Por qué la gente de Clown Town crió a una P'Juana tras otra, con la esperanza de que se obrara el gran prodigio?

—¿Lo sabías? —preguntó Elena—. ¿Lo sabías antes de que ocurriera?

—Desde luego —dijo el Cazador—, no con detalle, pero sí a grandes rasgos. Ella había pasado cientos de años dentro de ese ordenador después de morir. Tuvo tiempo para millones de pensamientos. Vio cómo sería si tenía que suceder, y yo...

—¡Silencio, personas! —rugió el señor Femtiosex—. Estáis inquietando a los animales con vuestra cháchara. ¡Callaos o tendré que aturdiros con mi arma!

Elena se calló.

El señor Femtiosex guardó silencio, avergonzado de haber mostrado su furia ante otra persona. Añadió con calma:

—El juicio va a comenzar. El juicio que ordenó la alta dama.

9

Todos sabéis cómo se celebró el juicio, así que no es preciso rememorarse en él. Hay otro cuadro de San Shigonanda, un cuadro de su período convencional, que lo muestra claramente.

La calle se había llenado de personas que se apiñaban para ver algo que aliviara el tedio de la perfección y el tiempo. Todos tenían números o códigos numéricos en vez de nombres. Eran hermosos, saludables, obtusamente felices. Incluso se parecían mucho, todos similares en su apostura, su salud y su tedio oculto. Cada uno de ellos disfrutaría de cuatrocientos años de vida. Ninguno conocía la guerra auténtica, aunque la gran aptitud de los soldados revelaba las vanas prácticas de cientos de años. Las personas eran hermosas pero se sentían inútiles y estaban serenamente desesperadas aun sin saberlo. Todo ello aparece con toda claridad en la pintura, y en el maravilloso modo con que San Shigonanda la ordena en filas informales permitiendo que la calma y azul luz del día les alumbre los rasgos hermosos y desconsolados.

El artista obra verdaderas maravillas con las subpersonas.

Juana está bañada en luz. Su cabello castaño claro y sus perrunos ojos marrones expresan suavidad y ternura. San Shigonanda transmite incluso la idea de que el nuevo cuerpo de Juana posee la frescura de la novedad y gran fortaleza y que ella es virginal y está preparada para morir; que es una simple niña y sin embargo no tiene miedo. El amor se revela en la soltura con que se sostiene sobre los píes. El amor se revela en sus manos, que están tendidas hacia los jueces. El amor se revela en su confiada sonrisa.

¡Y los jueces!

El artista los capta con maestría. El señor Femtiosex, recuperada la calma expresa con sus labios delgados y finos su furia perpetua contra un universo que se ha vuelto demasiado Pequeño para él. El señor Limaono, sabio, dos veces renacido, indolente pero vigilante como una serpiente detrás de los ojos somnolientos y la sonrisa lenta. La dama Arabella Underwood, la más alta de los humanos verdaderos presentes, revela su orgullo norstriliano y la arrogancia de los acaudalados, junto con la caprichosa ternura de los acaudalados, en el modo de sentarse, de juzgar a sus colegas y no a los prisioneros. La; desconcertada dama Goroke frunce el ceño ante aquel incomprensible giro de la fortuna.

El artista lo captó todo.

Además están las cintas de grabación visual, si queréis ir a un museo. La realidad no resulta tan imponente como la famosa pintura, pero tiene su propio encanto. La voz de Juana, muerta hace siglos suena aún extrañamente conmovedora. Es la voz de un perro convertido en hombre, pero también es la voz de una gran dama.

La imagen de la dama Pane Ashash debió de enseñarle eso, junto con lo que aprendió de Elena y el Cazador en la antecámara que se abría sobre el Pasillo Marrón y Amarillo de Englok.

Las palabras del juicio también han llegado hasta nosotros. Muchas se han vuelto famosas en todos los mundos.

Durante el interrogatorio, Juana dijo:

—Pero es deber de la vida encontrar algo más que vida, y transformarse en ese bien superior.

Ante la sentencia, Juana comentó:

—Mi cuerpo os pertenece, pero no mi amor. Mi amor es mío, y os amaré tenazmente mientras me matáis,

Cuando los soldados terminaron de ejecutar a Charley-cariño-mío y se disponían a decapitar a la mujer-serpiente (hasta que uno de ellos pensó en convertirla en cristales escarchados), Juana intervino:

—¿Hemos de ser extraños para vosotros? Somos los animales de la Tierra que habéis traído a las estrellas. Compartimos el mismo sol, los mismos mares, el mismo cielo. Todos venimos de la Cuna del Hombre. ¿Cómo sabéis si no habríamos llegado al mismo nivel si todos nos hubiéramos quedado juntos allá? Mis ancestros fueron perros. Os amaron antes que transformarais a mi madre en una criatura con forma de mujer. ¿Debería no amaros? El milagro no consiste en que nos hayáis convertido en personas, sino en que nos haya llevado tanto tiempo comprenderlo. Ahora somos personas, y también vosotros. Lo que vais a hacerme os pesará pero recordad que también amaré vuestro arrepentimiento, porque por él surgirán cosas grandiosas y buenas.

Other books

Lucky Charm by Carly Phillips
The Marquis Is Trapped by Barbara Cartland
Wilder Mage by Coffelt, CD
Killing the Emperors by Ruth Dudley Edwards
The Sea Hates a Coward by Nate Crowley
The Ghost Files 3 by Apryl Baker
In This Hospitable Land by Lynmar Brock, Jr.