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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (12 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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INICIANDO APERTURA

Rica dejó escapar un chorro de maldiciones. Sus dedos se movieron velozmente sobre la consola intentando distinguir el sistema que no controlaba la esfera defensiva exterior (la cual, por otra parte, deseaba siguiera conectada) y que dirigía la fase dos de la biodefensa. La máquina no parecía comprenderla muy bien.

TERMINADA

Finalmente logró obtener una respuesta del tablero: estaba en la consola equivocada. Torció el gesto y se dio la vuelta. Naturalmente. Esta consola controlaba la defensa exterior y los sistemas de armamento. Tendría que haber alguna estación encargada del biocontrol.

ESPECIE # 54.749.37377.84921

MUNDO NATAL: PSC92, TSC749, SIN NOMBRE

NOMBRE COMUN: ARIETE RODANTE

Rica se dirigió a la estación contigua.

INICIANDO APERTURA

El sistema respondió a su petición de que cancelara los procedimientos con una pregunta algo perpleja. No había ningún procedimiento activado en este subsistema.

TERMINADA

Cuatro, pensó Rica con amargura. —Ya es suficiente —dijo en voz alta. Se dirigió hacia la siguiente estación y tecleó en ella una orden de cancelación. Luego, sin esperar a que se produjera o no algún efecto, fue a la consola siguiente y tecleó otra orden de cancelación, acto seguido corrió a la siguiente.

ESPECIE # 67-001-00342-10078

MUNDO NATAL: TIERRA (EXTINGUIDO)

NOMBRE COMÚN: TlRANOSAURUS REX

Ahora estaba corriendo. Carrera, teclear la orden, carrera, teclear la orden, carrera...

INICIANDO APERTURA

Dio la vuelta a todo el puente tan rápidamente como le fue posible. Cuando hubo terminado no estaba segura de qué orden y de qué estación habían sido las buenas, pero en la pantalla se leía el siguiente mensaje:

CICLO DE APERTURA CANCELADO

BIOARMAS ABORTADAS: 3

BIOARMAS LIBERADAS: 5

BIOARMAS PREPARADAS y DISPONIBLES: 39

BIODEFENSA FASE DOS (MACRO)

INFORME TERMINADO

Rica Danwstar permaneció inmóvil con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Cinco sueltos. No estaba demasiado mal, después de todo. Creyó que lo había conseguido cuando sólo iban cuatro, pero debía haber tardado una fracción de segundo más de la cuenta. Oh, bueno, de todos modos, ¿qué diablos era un tiranosaurus rex?

Al menos, ahí fuera no había nadie más que Nevis.

Sin la cinta para guiarle, Jefri Lion no había tardado demasiado en perderse a través del laberinto de corredores interconectados. Había acabado adoptando una política muy sencilla: escoger los más anchos con preferencia a los demás, girar a la derecha si los corredores tenían el mismo tamaño y bajar siempre que resultara posible. De momento, parecía funcionar. Ya había oído un ruido.

Se pegó a la pared más próxima, aunque su intento de ocultarse resultó algo comprometido por el incómodo bulto del cañón de plasma que llevaba a la espalda, y escuchó. Sí, estaba claro que era un ruido y que estaba por delante de él. Pisadas. Pisadas bastante ruidosas aunque todavía algo lejanas y que venían en su dirección. Debía de ser Kaj Nevis dentro de su traje de combate.

Sonriendo con satisfacción, Jefri Lion quitó el cañón de plasma del soporte y empezó a montar su trípode.

El tiranosaurio lanzó un rugido. Haviland Tuf pensó que el sonido era francamente aterrador. Apretó los labios con firmeza en una mueca de disgusto y logró meterse, otro medio metro más, hacia el interior del nicho. Decididamente, no estaba nada cómodo. Tuf era un hombre de gran tamaño y aquí dentro no había mucho sitio. Estaba sentado con las piernas dificultosamente dobladas bajo el cuerpo, tenía la espalda tan retorcida que empezaba a dolerle y cada vez que movía la cabeza se golpeaba con la parte superior del nicho. Sin embargo, no le parecía la peor de las situaciones posibles. El lugar era pequeño, cierto, pero le había ofrecido refugio y había logrado ser lo bastante rápido como para llegar hasta él. También había sido una suerte que el banco de trabajo, con todos sus servomecanismos, su terminal de ordenador y su microvisor, estuviera dispuesto sobre una mesa de metal muy gruesa que iba sólidamente sujeta al suelo y a la pared, no siendo la frágil pieza de mobiliario habitual que habría podido ser fácilmente barrida a un lado.

De todos modos, Haviland Tuf no estaba del todo complacido consigo mismo. Tenía la sensación de estar haciendo el ridículo y de que su dignidad había sido seriamente puesta a prueba. No cabía duda de que su habilidad para concentrarse en lo que tenía entre manos, en un momento dado, resultaba digna de elogio pero, con todo, dicho grado de concentración bien podía considerarse como un defecto si le permitía a un reptil carnívoro de siete metros de alto acercársele sin ser advertido.

El tiranosaurio lanzó otro rugido. Tuf pudo sentir cómo la pared vibraba por encima de su cabeza y de pronto las enormes fauces del dinosaurio aparecieron unos dos metros por delante de su rostro al inclinarse la bestia hacia él, apoyándose en su gruesa cola para no perder el equilibrio e intentando cogerle. Por fortuna la cabeza del reptil era demasiado grande y el nicho demasiado pequeño. El tiranosaurio se apartó y lanzó un alarido de frustración que hizo rebotar un sinfín de ecos por toda la estancia. Su cola se agitó nerviosamente estrellándose contra la mesa de trabajo y haciéndola temblar. Algo se hizo pedazos en lo alto de la mesa y Tuf frunció el ceño.

—Vete —dijo con toda la firmeza de que fue capaz, apoyando las manos sobre su estómago e intentando que su expresión fuera de lo más inmutable.

El tiranosaurio no le hizo el menor caso. —Tus vigorosos esfuerzos no te servirán de nada —le indicó Tuf—. Eres demasiado grande y la mesa es demasiado resistente, como ya habrías comprendido si tuvieras el cerebro algo mayor que una seta. Lo que es más, indudablemente eres un clon, producido mediante el registro genético contenido dentro de un fósil y, por lo tanto, podría decirse que yo tengo más derecho a la vida que tú, dado que tú eres un ser extinguido y deberías seguir en tal estado. ¡Largo de aquí!

La réplica del tiranosaurio fue un furioso empellón hacia adelante y un resoplido que tuvo como efecto lanzar sobre Tuf un pequeño diluvio de saliva. Su cola golpeó una vez más el suelo.

Cuando percibió por primera vez un movimiento por el rabillo del ojo Celise Waan lanzó un chillido de pánico.

Dio un paso hacia atrás y giró en redondo para enfrentarse... ¿a qué? Ahí no había nada. Pero ella estaba segura de haber visto algo cerca de esa puerta abierta. Sin embargo, ¿qué había sido? Nerviosa, desenfundó su pistola de dardos. Había dejado en el suelo su rifle láser hacía ya un rato. Pesaba mucho y era incómodo de llevar. El esfuerzo de cargar con él había empezado a resultarle agotador y además dudaba mucho de que fuera capaz de acertar algo con él. La pistola le había parecido mucho más adecuada. Tal y como le había explicado Jefri Lion lanzaba dardos de explosivo plástico, por lo cual no le sería necesario dar realmente en el blanco y bastaría con acercarse a él.

Avanzó cautelosamente hacia la puerta y se detuvo junto a ella, levantando la pistola. Quitó el seguro y se arriesgó a echar un rápido vistazo en el interior.

No había nadie. Se dio cuenta de que debía ser algún tipo de almacén. Estaba lleno de equipo sellado con plástico protector y dispuesto en enormes pilas sobre flotadores. Examinó el lugar, cada vez más nerviosa, pensando que quizá lo hubiera imaginado todo... pero no. Cuando ya iba a darse la vuelta lo vio de nuevo, una silueta no muy grande pero si muy veloz que apareció en el límite de su campo visual y se esfumó antes de que pudiera distinguirla con claridad.

Pero esta vez había logrado ver dónde se escondía. Celise Waan se lanzó en su persecución, sintiéndose ahora algo más reconfortada, después de todo, la silueta era realmente pequeña.

Dio la vuelta a una pila de equipo y se dio cuenta de que la tenía acorralada. Pero, ¿qué era? Celise Waan avanzó un par de pasos sosteniendo en alto su arma.

Era un gato. Un gato que la contemplaba fijamente, agitando la cola a un lado y a otro. Aunque como gato resultaba algo extraño, desde luego: era muy pequeño, casi parecía un cachorro. Tenía el cuerpo de un blanco muy pálido con brillantes rayas escarlatas, la cabeza resultaba de un tamaño algo superior al normal y en ella ardían dos asombrosos ojos carmesíes.

Otro gato, pensó Celise Waan. Justo lo que necesitaba: otro gato.

El gato dio un bufido. Celise Waan retrocedió, levemente sobresaltada. Los gatos de Tuf se le habían enfrentado de vez en cuando, especialmente esa desagradable criatura blanquinegra. Pero no así. Ese bufido había resultado más parecido a un siseo, casi propio de un reptil. No estaba muy segura del porqué, pero le había dado miedo. Y su lengua... parecía tener una lengua muy larga y bastante peculiar. El gato lanzó otro bufido.

—Ven, gatito —le dijo ella—. Ven aquí, gatito.

El animal la contempló sin moverse y sin pestañear, impávido. Luego arqueó el cuerpo hacia atrás y le escupió. El escupitajo dio de lleno en el centro de su visor. Era una espesa materia verdosa que le impidió ver durante unos segundos hasta que se limpió el visor con el dorso de la mano.

Celise Waan decidió que ya había tenido suficiente gatos que soportar.

—Gatito bonito, ven hasta aquí —dijo—. Tengo un regalo para ti.

El gato lazó otro bufido y arqueó el lomo preparándose para escupir de nuevo.

Celise Waan, con un gruñido, le hizo volar en mil fragmentos.

El cañón de plasma le ajustaría perfectamente las cuentas a Kaj Nevis. De eso Jefri Lion no tenía la menor duda. La resistencia del metal con que estaba hecho el traje alienígena era un factor conocido, claro, pero si era comparable a la de los trajes acorazados que llevaban las tropas de asalto del Imperio Federal durante la Guerra de los Mil Años, quizá pudiera repeler el disparo de un láser, soportar pequeñas explosiones o resistir sin problemas un ataque sónico, pero un cañón de plasma era capaz de fundir cinco metros del más sólido acero de un solo disparo. Una buena bola de plasma era capaz de convertir al instante cualquier tipo de armadura personal en metal fundido y Nevis habría quedado incinerado antes de tener tiempo suficiente como para entender qué le había pasado.

La dificultad radicaba en el tamaño del cañón. Era grande y difícil de llevar y la versión teóricamente portátil, con su pequeña pila energética, precisaba casi un minuto entero después de cada disparo para generar otra bola de plasma en su cámara de fuerza. Jefri Lion era consciente de que si su primer disparo fallaba era muy improbable que tuviera tiempo de hacer un segundo intento. Peor aún, incluso con su trípode, el cañón de plasma resultaba difícil de manejar y él llevaba muchos años sin haber pisado un campo de batalla e incluso durante su servicio activo el punto fuerte de Lion había radicado en su mente y en su sentido táctico, no en sus reflejos. Después de haber pasado tantas décadas en el Centro ShanDellor no tenía mucha confianza en la coordinación que pudiera haber en un momento dado entre sus ojos y sus manos.

Así pues, Jefri Lion preparó un plan. Por suerte, los cañones de plasma habían sido empleados con frecuencia para perímetros automatizados y éste poseía la secuencia de fuego automático y la minimente de los modelos habituales. Jefri Lion dispuso el trípode en el centro de un pasillo bastante ancho, aproximadamente a unos veinte metros de una encrucijada. Lo programó con un campo de tiro muy angosto y luego calibró el cubo de fijación de blancos con toda la precisión que pudo conseguir. Después, puso en marcha la secuencia de fuego automático y retrocedió unos pasos con satisfacción. En el interior de la pila vio cómo empezaba a formarse la bola de plasma, haciéndose cada vez más y más brillante. Un minuto después se encendió la luz que indicaba que el cañón estaba listo para disparar. Una vez dispuesta, la minimente del arma era mucho más veloz y poseía una precisión infinitamente superior a la que Lion podía esperar si utilizaba el arma en posición manual. El blanco programado era el centro de la intersección de pasillos que tenía delante, pero sólo dispararía contra objetos cuyas dimensiones excedieran los límites preprogramados.

Por lo tanto, Jefri Lion podía meterse en pleno centro del campo de tiro del arma sin ningún temor, pero Kaj Nevis, dentro de su colosal traje de combate, se iba a encontrar con una sorpresa muy caliente. Ahora lo único que debía hacer era llevar a Nevis a la posición adecuada.

La idea era digna de un genio táctico como el de Napoleón, de Chin Wu o incluso de Stephan Cobalt Northstar. Jefri Lion estaba infinitamente complacido de sí mismo.

Mientras Lion había estado esperando el cañón de plasma el ruido de las pisadas se había ido haciendo más fuerte, pero en el último minuto, aproximadamente, se habían ido debilitando de nuevo. Estaba claro que Nevis había cambiado de rumbo y que no iba a presentarse en la posición adecuada por voluntad propia. Muy bien, pensó Jefri Lion: él se encargaría de llevarle hasta allí.

En la gran pantalla de forma curva, el Arca iba girando sobre sí misma en una sección tridimensional.

Rica Danwstar, que había abandonado el trono del capitán por una posición no tan cómoda pero más eficiente en una de las estaciones del puente, estudió atentamente la imagen y los datos que iban apareciendo bajo ella con cierto disgusto en la expresión. Al parecer, tenía más compañía de la que había creído.

El sistema representaba a las formas de vida dentro de la nave como puntos de un brillante color rojo. Había seis puntos. Uno de ellos se encontraba en el puente y dado que Rica se encontraba obviamente sola, era ella. Pero, ¿cinco más? Aunque Anittas siguiera con vida, sólo habrían debido verse en la imagen otros dos puntos. La imagen no tenía sentido.

Quizá el Arca no fuera realmente un pecio abandonado, después de todo. Quizá todavía hubiera alguien a bordo. A no ser por el hecho de que el sistema afirmaba representar al personal autorizado del Arca como puntos verdes, de los cuales no se veía ninguno en la pantalla.

¿Más ladrones de cadáveres? No parecía muy probable. El único significado posible de lo que veía era que Tuf, Lion y Waan habían logrado abordar la nave, después de todo, aunque no supiera cómo. Además, según los sistemas de la nave había algo vivo en la cubierta de aterrizaje.

Muy bien, eso sí encajaba. Seis puntos rojos querían decir ella, Nevis y Anittas (¿cómo había logrado sobrevivir a las malditas plagas? Los sistemas insistían en que la imagen mostraba sólo organismos vivos; más Tuf, Waan y Lion. Uno de ellos seguía a bordo de la Cornucopia en tanto que los demás...

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