—Ahora sí te reconozco, Gösta. Me estaba preocupando. — Paula sonrió y echó a andar hacia la entrada. Estaba impaciente por verlo con sus propios ojos.
—¿Hola?
Llamaron al entrar en el establecimiento y, al cabo de unos minutos, apareció un hombre alto de aspecto anodino. Llevaba el cabello rubio bien peinado, ni largo ni corto, las gafas eran normales, ni mucho diseño ni poco, y el apretón de manos comedido, ni fuerte ni flojo. Paula pensó que le costaría reconocerlo si se lo encontraba por la calle.
—Hemos llamado antes —Paula se presentó y presentó también a Gösta, y los tres se sentaron en una de las mesas del comedor, donde había un ordenador rodeado de documentos.
—Bonito despacho —dijo Paula admirando toda la sala.
—Bueno, también tengo un cuchitril ahí detrás —dijo Anders Berkelin señalando con la mano hacia un lugar indefinido—. Pero me gusta más sentarme a trabajar aquí, me siento menos encerrado. En cuanto empiece a funcionar el negocio, tendré que meterme en el agujero otra vez —aseguró sonriendo, también ni mucho ni poco.
—Queríais preguntarme acerca de Mats, ¿verdad? —Bajó la pantalla del ordenador—. Desde luego, es terrible.
—Sí, parece que la gente lo apreciaba mucho —dijo Paula, y abrió el bloc de notas—. ¿Trabajasteis juntos desde los inicios del Proyecto Badis?
—No, solo desde que el municipio lo contrató hace unos meses. Antes no había mucho orden ni concierto en las oficinas del ayuntamiento, la verdad, así que tuvimos que encargarnos nosotros de la mayor parte del trabajo. Mats vino como caído del cielo.
—Debió de llevarle algún tiempo ponerse al día de todo, ¿no? Me imagino que un proyecto así es una empresa complicada.
—Bueno, no, tan complicado no es, en realidad. Somos dos patrocinadores, el municipio y nosotros, o sea, mi hermana y yo. Compartimos los gastos al cincuenta por ciento y así repartiremos también los beneficios.
—¿Y cuánto tiempo calculáis que tardará el negocio en ser rentable? —preguntó Paula.
—Hemos tratado de ser lo más realistas posible en nuestros cálculos. Construir castillos de arena…, nadie gana con eso. Así que calculamos que estaremos en
break even
dentro de unos cuatro meses.
—¿
Break even
?
—Con las cuentas a cero —explicó Paula.
—Ajá. —Gösta se sintió como un idiota, se avergonzaba de sus escasos conocimientos de inglés. Claro que algo había aprendido de todas las competiciones de golf que veía en los canales deportivos, pero los términos que usaban no le eran de mucha utilidad en la vida, fuera del golf.
—¿De qué forma colaborabais Mats y tú? —preguntó Paula.
—Mi hermana y yo nos encargamos de todos los asuntos de tipo práctico, coordinamos los trabajos de reforma, contratamos al personal; en resumen, montamos el negocio. Y hemos ido facturando al ayuntamiento su parte de los gastos. La tarea de Mats era supervisar y comprobar que se pagasen las facturas. Aparte de eso, como es lógico, manteníamos un diálogo constante sobre los gastos y los ingresos del proyecto. El ayuntamiento ha intervenido mucho en todo. —Anders se encajó las gafas. Tenía los ojos de un azul indefinido.
—¿Hubo algún motivo de desacuerdo? —Paula iba anotando mientras hablaban, y no tardó en llenar una página con lo que parecían garabatos ilegibles.
—Depende de lo que consideres desacuerdo. —Anders cruzó las manos sobre la mesa—. No estábamos de acuerdo en todo, pero Mats y yo manteníamos un diálogo constructivo y fluido siempre, incluso cuando no veíamos las cosas del mismo modo.
—¿Y nadie tuvo problemas con él? —preguntó Gösta.
—¿Por el proyecto? —A juzgar por la expresión, a Anders aquella idea le parecía absurda—. No, desde luego que no. Nada más allá de diferencias de punto de vista, pero en relación con los detalles. Nada tan serio que…, no, desde luego que no. — Meneó la cabeza con gesto vehemente.
—Según Erling Larson, Mats iba a pasarse por aquí el viernes para hablar contigo sobre algo que lo tenía preocupado. ¿Llegó a venir? —preguntó Paula.
—Sí, estuvo aquí un rato. Media hora más o menos. Pero yo creo que decir que estaba preocupado es exagerar un poco. Había unas cifras que no encajaban, y había que ajustar ligeramente el presupuesto, pero nada raro. Lo arreglamos en un momento.
—¿Hay alguien aquí que pueda confirmarlo?
—No, yo estaba solo. Vino bastante tarde, sobre las cinco. Después de salir del trabajo, supongo.
—¿Recuerdas si trajo el ordenador?
—Mats siempre llevaba el ordenador encima, así que a eso sí puedo contestar con seguridad. Recuerdo perfectamente que traía el maletín.
—Y no se lo dejaría aquí olvidado, ¿verdad? —preguntó Paula.
—No, me habría dado cuenta. ¿Por qué? ¿Ha desaparecido el ordenador? —Anders los miró con cara de preocupación.
—Todavía no lo sabemos —aseguró Paula—. Pero si apareciera por aquí, te agradeceríamos que te pusieras en contacto con nosotros de inmediato.
—Por supuesto. Aquí no lo dejó, ya digo, de eso estoy seguro. Y para nosotros no sería nada bueno que se hubiera extraviado. Contiene todos los detalles del Proyecto Badis —afirmó, y volvió a encajarse las gafas.
—Claro, lo comprendo —respondió Paula. Se levantó y Gösta interpretó que debía hacer lo propio—. En fin, llámanos si recuerdas algún otro detalle. —Le dejó la tarjeta, y Anders se la guardó en el tarjetero que llevaba en el bolsillo.
—Desde luego —dijo. Aquella mirada de color azul claro los siguió mientras se alejaban hacia la salida.
¿Y
si los encontraran allí? Por curioso que pudiera parecer, a Annie no se le había ocurrido pensarlo hasta ese momento. Gråskär siempre había sido el lugar más seguro, y hasta tomaba conciencia de que, si querían, podrían dar con ellos fácilmente.
Los disparos aún le resonaban vigorosos en la memoria. Oyó su eco en la paz de la noche, y luego todo quedó en silencio otra vez. Y huyó, se llevó a Sam y dejó tras de sí aquel caos y aquella desolación. Dejó a Fredrik.
Las personas con las que él se relacionaba podrían localizarla fácilmente. Al mismo tiempo, comprendía que no tenía otra salida que quedarse allí y esperar a que la encontraran o se olvidaran de ella. Sabían que era débil. A sus ojos, había sido un accesorio de Fredrik, una bonita joya, una sombra discreta que les llenaba los vasos y que mantenía lleno el humidificador de puros. Para ellos no era una persona de verdad, y ahora eso podía resultar una ventaja. No había razón para ponerse a perseguir a una sombra.
Annie salió al sol, intentó convencerse de que se sentía segura. Pero la duda seguía allí. Rodeó la casa y, al doblar la esquina, escrutó el mar y las islas, hasta tierra firme. Un día tal vez apareciera un barco, y Sam y ella se verían atrapados como ratas en una jaula. Se sentó en el banco y lo oyó crujir bajo su peso. El viento y la sal habían maltratado duramente la madera, y el viejo banco se torcía vencido hacia la fachada. Había mucho de lo que encargarse en la isla. Como quiera que fuese, algunas de las flores del seto se empecinaban en volver año tras año. Cuando era pequeña y su madre cuidaba las plantas, las flores llenaban toda la hilera interior del arriate. Ahora solo quedaban unos tallos solitarios, y aún estaba por ver de qué color serían las corolas. Las rosas tampoco habían florecido, pero esperaba que las que habían sobrevivido fueran las que a ella más le gustaban, las de color rosa claro. Las macetas de su madre estaban muertas hacía mucho. El único testigo de que allí hubo un huerto en su día eran unas briznas olorosas de cebollino que antes, cuando había quien se ocupaba de las plantas, difundían su aroma.
Se levantó y miró por la ventana. Sam dormía de costado, con la cara vuelta hacia la pared. Últimamente dormía hasta muy tarde por las mañanas, y Annie no veía motivo para sacarlo de la cama. Tal vez el sueño y las ensoñaciones le dieran lo que necesitaba para sanar sus heridas.
Muy despacio, volvió a sentarse y, poco a poco, el ritmo del chasquido de las olas contra las rocas fue eliminando el temor que la embargaba. Estaban en Gråskär, ella era una sombra y nadie los encontraría allí jamás. Estaban a salvo.
-¿M
i madre no podía hoy? —Patrik parecía decepcionado. Hablaba por el móvil al tiempo que, a mucha más velocidad de la recomendable, tomaba la curva que se cerraba a la altura de Mörhult.
»¿Mañana por la tarde? Pues no hay nada que hacer, tendrá que ser mañana. Un beso, hasta luego.
Colgó el teléfono. Martin lo miraba extrañado.
—Había pensado que Erica me acompañara cuando fuera a hablar con Annie Wester, la antigua novia de Sverin. Según sus padres, Mats había pensado ir a verla, pero no saben si llegó a hacerlo.
—¿Y por qué no llamas y le preguntas?
—Sí, claro, podría llamarla simplemente. Pero el encuentro cara a cara suele ser más productivo. Y quiero hablar con tantos conocidos de Mats como sea posible, aunque haga mucho tiempo que no se veían. Mats Sverin sigue siendo un misterio. Tengo que saber más.
—¿Y para qué iba a ir Erica contigo? —Martin salió aliviado del coche, una vez que llegaron al aparcamiento del barrio.
—Porque estaba en el mismo curso que Annie. Y que Mats.
—Ah, sí, es verdad, eso había oído. Pues sí, puede que no sea ninguna tontería que te acompañe. Puede que su presencia la haga sentirse menos tensa.
Subieron las escaleras y se detuvieron ante la puerta del apartamento de Mats Sverin.
—Espero que Mellberg y Gösta no lo hayan revuelto todo más de la cuenta —dijo Martin.
—Sí, la esperanza es lo que nos queda. —Patrik no se hacía grandes ilusiones de que hubieran puesto el debido cuidado. Al menos Mellberg. Gösta podía tener momentos de lucidez en los que resultaba bastante competente.
Con mucho cuidado, pasaron bordeando la mancha de sangre reseca de la entrada.
—Alguien tendrá que encargarse de esto en breve —dijo Martin.
—Por desgracia, me temo que les corresponde a los padres de la víctima. Espero que tengan a quien pedir ayuda. Nadie debería verse obligado a limpiar la sangre de su hijo muerto.
Patrik entró en la cocina.
—Ahí está el cable del ordenador que mencionó Gösta. Me pregunto si él y Paula lo habrán localizado. Claro que, de ser así, habrían llamado —dijo como si estuviera hablando solo.
—¿Por qué iba a dejarse Sverin el ordenador en Badis? — preguntó Martin—. No, apostaría cualquier cosa a que se lo llevó el que le pegó el tiro.
—Por lo menos parece que Torbjörn y sus hombres han sacado huellas del cable, así que quizá esos resultados nos den algo.
—¿Tenemos que vérnoslas con un asesino torpe? ¿Es eso lo que quieres decir?
—Bueno, parece que los de esa clase abundan, por suerte.
—Ya, pero se diría que se han vuelto más meticulosos desde que empezaron todos esos programas sobre delitos y procesos judiciales. Hoy por hoy, cualquier ladronzuelo sabe lo básico de huellas dactilares y ADN.
—Sí, es verdad, pero idiotas habrá siempre.
—Pues esperemos que el nuestro sea uno de ellos. —Martin volvió al recibidor y continuó hasta la sala de estar—. Comprendo a qué se refería Gösta —dijo a gritos.
Patrik se había quedado plantado en medio de la cocina.
—¿Sobre qué?
—Lo de que parecía una residencia provisional. Tiene una pinta de lo más impersonal. Nada que insinúe siquiera quién era, ni fotos ni objetos decorativos, y solo un montón de libros de economía en la estantería.
—Ya te digo, ese hombre es un misterio —dijo Patrik ya en el salón.
—Bueno, supongo que sería una persona reservada, nada más. En realidad, ¿qué tiene de misterioso? Hay personas más taciturnas que otras, y el hecho de que en el trabajo no hablara de mujeres y esas cosas no me parece tan extraño.
—No, claro, si eso fuera lo único… —dijo Patrik recorriendo despacio la habitación—. Pero no parece que tuviera amigos, tenía un hogar de una impersonalidad pasmosa, como tú mismo has visto, oculta información sobre la agresión de la que fue víctima…
—Ya, pero de eso último no tienes pruebas, ¿no?
—No, es cierto. Pero aquí hay algo que no encaja. Y, después de todo, lo encontraron muerto de un tiro en el recibidor de su casa. O sea, eso no le pasa a cualquiera. El equipo de música y la tele siguen ahí, de modo que si el móvil fue el robo, tenemos a un ladrón de lo más manazas.
—Pero el ordenador no está —señaló Martin mientras abría un cajón del mueble del televisor.
—Ya, pero…, en fin, es una sensación que tengo. —Patrik entró en el dormitorio y empezó a inspeccionarlo. Estaba de acuerdo con todo lo que decía Martin. No había justificación alguna para aquella sensación sorda que tenía en el estómago de que en todo aquello había algo que él debía encontrar y sacar a la luz.
Durante una hora, lo revisaron todo a conciencia, hasta que llegaron a la misma conclusión que Gösta y Mellberg el día anterior. No había nada. Aquel apartamento podría haber sido uno de los de exposición de Ikea. Si es que esos no tenían un toque más personal que el de Mats Sverin.
—¿Nos vamos? —dijo Patrik con un suspiro.
—Sí, no hay mucho más que hacer aquí. Espero que Torbjörn saque algo en limpio.
Patrik echó la llave del apartamento. Tenía la esperanza de encontrar algo interesante sobre lo que seguir investigando. Por ahora, solo contaban con las vaguedades de sus presentimientos, y ni siquiera él mismo confiaba en ellos al cien por cien.
—Almuerzo en Lilla Berith, ¿te hace? —preguntó Martin cuando entraron en el coche.
—Vale —respondió Patrik sin entusiasmo, y metió marcha atrás para salir del aparcamiento.
V
ivianne abrió despacio la puerta del comedor y se encaminó adonde se encontraba Anders. Él no levantó la vista, sino que siguió tecleando concentrado.
—¿Qué querían? —Se sentó enfrente, en la silla que aún conservaba el calor de Paula.
—Me preguntaron por Mats y por cómo trabajábamos juntos. Me preguntaron si su ordenador sigue aquí —dijo sin levantar la vista todavía.
—¿Qué les dijiste? —preguntó inclinándose sobre la mesa.
—Lo menos posible. Que la colaboración funcionaba perfectamente, que no se había dejado el ordenador aquí.
—¿Esto…? —Vivianne vaciló un instante—. ¿Esto nos influirá de alguna manera?
Anders meneó la cabeza y miró por fin a su hermana.
—No, si lo impedimos. Vino aquí el viernes pasado, estuvimos hablando un rato y corregimos unas cosillas. Cuando terminamos, se fue a su casa, y ninguno de nosotros lo ha vuelto a ver desde entonces. Es lo único que tienen que saber.