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Authors: Fernando Fedriani

Tags: #Romántico

Magia para torpes (6 page)

BOOK: Magia para torpes
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¿Por qué nadie te enseña en la escuela que has de llevarte las gafas cuando tienes una cita, si eres usuario de lentillas? Si todo sale mejor de lo que esperas, te encuentras con las lentes dentro de un vaso con agua. Buscándolas en el fondo, deformadas. ¡Y anda que no duele cuando logras ponértelas, por fin!

En el salón había una televisión gigantesca; creo que eso ya lo he dicho antes. Pongamos que era de, por lo menos, cincuenta pulgadas. En uno de los marcos del comedor estaban mis futuros suegros con Silvia. Era una foto tomada en Huelva, frente al monumento a Cristóbal Colón. Bajé al piso inferior. Allí estaba la cocina. Medité servirme un vaso de leche, con la esperanza de que eso me diera sueño, de nuevo. Y me serví un vaso de leche, en efecto.

Mientras el tazón que escogí daba vueltas dentro del microondas, en mi cabeza lo hacía la duda de cómo demonios había llegado hasta allí. Aquello debía haber sido un milagro del Cielo. Y sentí mucho miedo, como siempre, pues tener algo valioso hace que tengas mucho más miedo de perderlo. Los tipos como yo no merecemos a chicas como Silvia.

Calenté demasiado la leche. Rebosó. Tuve que limpiar el microondas. ¿Dónde guardan los ricos los rollos de cocina? ¡No aparecía por ningún lugar! Dios mío... ¿Qué pensaría Silvia cuando se enterara de que aquella noche yo había perdido mi virginidad con ella? Decidí esconderle ese dato. Mentiría si algún día me preguntaba. ¿Dónde estaba el rollo de cocina? ¡Me sentía tan incómodo! ¿Habría servilletas de papel? Podría haberle dicho que "siempre la esperé". Pero no era verdad del todo. Encontré servilletas, aunque no rollo de cocina. Tenía ganas de ir al baño.

Terminé de beberme la leche. No fregué el vaso. Lo deposité en el fregadero, aunque no tenía muy claro que los ricos hicieran eso con los vasos sucios. ¿Los tirarían a la basura? ¿No existiría una máquina encargada de recogerlos y de lavarlos? ¡Dios mío, me había acostado con Silvia! Yo era mi propio ídolo en ese momento. Me sentí orgulloso de mí mismo. Y también triste. No comprendo bien por qué, pero en ese momento me sentía un poco triste y tenía ganas de llorar.

Subí hasta la habitación de Silvia. Comencé a sentirme culpable por haber inspeccionado la casa. Tampoco había hecho gran cosa, a pesar de lo cual me sentí culpable de haberla espiado. No había abierto los armarios. No había... ¡No había hecho nada, en realidad! Eso no quita que me sintiera culpable. Me introduje en la cama, otra vez. Ella llevaba la parte de arriba de un pijama rosa y unas bragas de color blanco. Traté de abrazarla y justo cuando acaricié sus pechos, me di cuenta de que no me volvería a dormir. Era imposible para mí dormirme, con ella allí.

No había demasiada luz. Ella duerme siempre con una de las ventanas medio subida. Entraba la claridad provocada por una farola que había en la calle. Se veía un resplandor descomunal sobre sus mejillas y yo pensé que estaba viviendo el momento más feliz de toda mi vida. Era demasiado buena para mí. El corazón me palpitaba a gran velocidad. Ella dormía tranquilamente.

A Silvia le gusta dibujar. Lo hace muy bien. Tenía el escritorio repleto de bocetos. Sin embargo, yo nunca le he dicho que me parece que lo hace muy bien. Decía que su sueño no es ser pintora y sé que miente. Pienso que tiene miedo de fracasar, porque eso le gusta más que el Derecho. No fracasar, sino dibujar. Es buena. Lo hace muy bien. El único problema es que los artistas suelen ser bohemios y ella no podría vivir sin secador y acondicionador para el pelo, ni una semana.

Sentí que nadie podría con nosotros. No recuerdo qué hice las cinco horas previas a que ella se levantara. Debí dormir un rato, no lo dudo, aunque tampoco lo sé seguro. Me hubiera gustado descansar más, pero no me fue posible. Tenía a Silvia a mi lado. Era la misma Silvia que años atrás había visto en el Pabellón de la Navegación. Por aquel entonces no fui capaz ni de decirle "hola" y, en aquel momento, estaba tocándole una teta en la cama, mientras ella dormía. Me sentí un tío grande por haberme conseguido superar. Podría presumir mucho delante de mis amigos. Me pregunté cómo les contaría todo aquello a mis colegas... y pasado un rato descubrí que aquello era tan importante para mí que prefería guardármelo para mí solo.

Aunque terminé por contarlo todo, por supuesto, en la primera ocasión que tuve.

* * *

Cuando Silvia se despertó se sorprendió mucho de que la estuviera observando. Le dije que acaba de levantarme, una mentira como otra cualquiera. Fui a darle un beso que no me devolvió. Quise pensar que me rehusó porque estaba medio dormida, pero no era eso. Años más tarde se lo pregunté al profesor de "Magia para Torpes" y este me dijo que en ese momento ella se sentía cohibida porque aquella era una escena muy de pareja... y todavía no me sentía su pareja. Puede ser. Lo cierto es que se vistió en el baño, como avergonzada de que yo la viera con poca ropa. Pese a que horas antes la había visto totalmente desnuda.

Bajamos a desayunar. Me preguntó por el vaso de leche y yo le dije que, de madrugada, me había despertado tirándome del pelo. Aproveché la coyuntura para contarle su sueño. Se quedó muy sorprendida y me espetó algo así como "¿de veras he soñado eso? Debí avisarte de que suelo hablar mientras duermo". Me reí mucho de su incredulidad. Tomamos tostadas con aceite. Me hubiera gustado tomar algo de bollería industrial, pero su familia es muy sana.

—No pensarás quedarte, ¿verdad?, me dijo. Y yo sentí una punzada en el pecho.

—No, por supuesto que no. Tengo cosas que hacer. Además... no le dije a mi madre que dormiría fuera. Si tengo la suerte de volver antes de las diez, la pillaré acostada. Y si no, tendré que decir que la fiesta, a la que supuestamente he ido, ha durado hasta hace poco.

Silvia no me escuchaba. Estaba en su mundo. Hubiera dado todo mi dinero por saber, en ese momento, lo que estaba pensando. Tampoco ahora lo sé.

Me acompañó hasta la parada del 27. Cruzamos una urbanización denominada Jardines del Edén, urbanización que seguía en pleno apogeo y que no era todavía tan caudalosa como lo es ahora. Algunos vecinos de la primera fase se preparaban para iniciar aquella mañana de domingo. No dejaban de venirme a la cabeza imágenes de Silvia mientras hacíamos el amor. Era todo muy raro. Y no encontré las palabras que estaba buscando.

DIEZ
Cuarta lección del curso. En la trinchera del amor y la amistad.

Ayer entré en un Café de Indias. Me senté en la planta de arriba y pedí un café. Había, frente a mí, una mujer que estaba llorando. Eran las cuatro de la tarde. Tendría unos treinta y cinco años. Entre sus manos sostenía una fotografía rota y trataba de unir sus pedazos. Es obvio que ella no lo seguía amando. Se sentía traicionada.

No tramaba una venganza, pues el orgullo le hubiera impedido, en ese caso, llorar en público y, mucho menos aún, juntar los pedazos de la fotografía. ¿Qué le ocurría? Sus manos temblaban. Iba demasiado abrigada. No sentía rencor de lo que deduje que ella antes había cometido algún error importante. Por la posición de su cuerpo extraje que estaba abierta al diálogo, que deseaba ser escuchada.

Me senté en su mesa y le pregunté si llevaban mucho tiempo juntos. Me dijo que habían sido cuatro años y que ese periodo había terminado aquella misma mañana. Se sentía frágil porque, de pronto, la estabilidad de su vida se había partido, como la fotografía. Había proyectado todo su futuro en torno a él y, al arrancar esa viga, el resto del edificio se había venido abajo. La contradicción es obvia, pero también frecuente. Ella no lloraba porque lo echara de menos; lloraba porque sentía que se había equivocado amándolo. No lloraba por no tenerlo, sino porque le daban miedo los cambios que estaban por llegar.

Le aterraba la soledad, eso sí. Además, la edad es un factor clave: la mayoría de las mujeres buscan dete

ner el tiempo, sobre todo cuando superan los treinta, pues su niña interior les pide no envejecer. Ella tenía a su lado un hombre y un hombro confortables encima de los cuales ver la televisión todos los sábados. Había tenido a alguien a quien culpar de muchos de sus problemas y errores y, de pronto, se había dado cuenta de que ese ser había dejado de pertenecerle.

Ahora llora. Su ex novio compartirá su incomprensión con otra mujer. ¿Saben de la rivalidad que surge casi siempre entre las mujeres? Por lo general, son muy territoriales y se vigilan muy de cerca. Las modistas dicen que "las mujeres se visten para ser miradas por otras mujeres, no por los hombres". Y es cierto. Al abandonar un lugar, o a un hombre, queman cada franja de terreno para hacerlo inservible para el enemigo, porque no soportan la idea de que otra mujer saque más provecho de alguien a quien ellas desecharon. Salta el orgullo, las carcome, y la ternura se agrieta hasta convertirse en despecho. Y el despecho, ya lo saben, no atiende a razones.

Era, por tanto, una mezcla de orgullo herido, inseguridad, miedo al cambio y, en último caso e instancia, nostalgia del amor perdido. No había amor. Ya, no. Sin embargo, ella jamás lo hubiera reconocido, ni reconducido: en ese instante, en esa cafetería, su ex novio era lo de menos. Se había destruido su mundo y se sentía pequeña y débil, incapaz de volver a comenzar.

¿Ven? Todo eso lo supe tras cinco minutos de conversación. Y, sin embargo, ¿saben qué le dije a ella al respecto? No le dije nada. No le mostré nada. No le confesé que entendía sus sentimientos. Al fin y al cabo, la mayoría de las mujeres desean creerse seres ignotos, indescifrables. No soportan que alguien, desde fuera, evalúe con precisión sus paradojas. No soportan carecer de secretos. ¡Jamás les pongan palabras a sus sentimientos! Un amigo eso puede hacerlo. Una pareja, no. Hay parcelas que son suyas. En ellas no entren.

* * *

La diferencia entre el amor y la amistad es la atracción sexual. Si una mujer les atrae no puede ser
su
amiga. Sus parejas tratarán, por todos los medios, de ser sus amigas porque sentirán, de ese modo, que dominan más parcelas de sus vida. No es poseer por poseer; es un afán por sentirse más cerca de ustedes y, en menor medida, por evitar que otra persona, otra mujer; cubra ese hueco funcional. Pero no son amigas, porque cuando hay interés de por medio no puede existir una verdadera amistad.

La mayoría de las veces la amistad entre hombres y mujeres es imposible, además, porque a la mayoría de ustedes les falta sensibilidad. Esa falta de sensibilidad hace que no sepan entender los matices, los infinitos matices que puede poseer cualquier relación humana. Si sentimos algo bonito, una comunicación especial, ya creen que esa persona les atrae. Muchos hombres son incapaces de hablar con una chica guapa sin enamorarse, o sin sentirse excitados, o sin que se les pase por la cabeza la idea de llevarlas a la cama. Para ellos, la amistad con mujeres será siempre imposible.

Ese descuadre, esa incapacidad, se produce porque ciertas necesidades no están cubiertas o bien, lo que ocurre en la mayoría de los casos, porque verdaderamente no encuentran utilidad a la tenencia de una amiga. Los hombres somos demasiado pragmáticos, siempre se lo repito. A lo largo de estos diez años muchos chicos me han preguntado para qué sirve tener amigas si no puedes tener relaciones sexuales con ellas. La respuesta es clara: nos ayudan a desarrollarnos, a completar nuestra sensibilidad, a comprender muchas cosas del universo femenino que, por la sola presencia de nuestras parejas, nos sería imposible descubrir.

De paso, líbrense también de ese pensamiento tan estúpido de "si no puedo ser su novio, al menos quiero ser su amigo". ¡No desprestigien la amistad! ¿Me oyen? ¡Haciendo eso solo se infringirán daño! La amistad es desinteresada, no es una oposición de rango inferior. No existe promoción interna. Las amigas no se convierten en pareja y pensar lo contrario es engañarnos. Además, ser amigo de alguien que nos atrae, de alguien con quien deseamos tener otro tipo de relación, es un absoluto infierno.

ONCE

No tener coche tiene sus ventajas. Te puedes apoyar sobre el hombro de la persona que te acompaña en el autobús. Si conduces y haces eso, te matas. Si vas conduciendo y tu acompañante te dice "te quiero", puedes llegar a meterte un ostión tal que no te salvaría la vida ni el airbag lateral. Es peligroso amar y conducir. Pero cuando vas en el autobús, nada importa. El conductor se encarga de todo y tú puedes decir y escuchar "te quiero", con libertad plena de movimientos. Meter mano. Comer pipas. Puedes mirar a los ojos de tu acompañante con calma y sin riesgos. Lo siento... ¡qué mariconada de reflexión!

Silvia me contó que en Derecho les recomiendan que pestañeen menos. Fijar de ese modo la mirada en el otro hace que la persona que está enfrente sienta una presión especial... y eso es muy útil en los juicios. Al principio te duele un poco, porque se resecan los globos oculares. El lado bueno es que cuando te acostumbras tienes una mirada fuerte, que serviría para apagar una vela.

—¡Eso no vale, Federico! ¡Eres un tramposo!

—Te pongas como te pongas, ¡juego mejor al ajedrez que tú!, le dije con autoridad y suficiencia.

—¡Pero es que me cambias las normas! De toda la vida de Dios, al comienzo de la partida, puedes mover dos peones al mismo tiempo, un pasito cada uno. Si puedes mover un peón dos pasitos, ¿cómo no vas poder salir con dos peones dando un pasito con cada uno? ¡Se debe compartir! ¡Esa es la base del comunismo... y los comunistas siempre han jugado muy bien al ajedrez!

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